Dicotomía: Ambas caras de la verdad

La cartelera de teatro guatemalteca puede resumirse en cuatro géneros únicos que cada año se pelean la minúscula audiencia “culta”. En primer lugar están las obras paródicas: representaciones burlescas sobre política, clasismo, sexismo y (o) racismo que estrenan en los cafés-bar y recuentan los chistes que todos los tíos repiten en las funerarias. En segundo lugar están las adaptaciones de cualquier película animada que esté de moda, para culturizar a los nenes; su alternativa de descuento son las adaptaciones de cuentos de hadas. En tercer puesto están las adaptaciones de obras clásicas o semi-contemporáneas. Aquí están la mayoría de actores “serios” y espectadores que se golpean el pecho porque ya nadie se interesa por el arte de verdad. Finalmente, nadando contra corriente, están las obras originales contemporáneas.

Justo eso pensaba cuando entré a ver esta obra del absurdo, escrita, dirigida y coprotagonizada por Brenda Santizo. Ahora bien, suele hablarse de la novela o la poesía comprometidas, textos que revelan una gran verdad social que debe conmovernos a examinar nuestra perspectiva y actuar un cambio. El panorama teatral guatemalteco solo está comprometido con la vulgaridad o el esnobismo, y por eso fue una estremecedora y agradable sorpresa descubrir esta chispa de autenticidad en el Teatro Hugo Carrillo.

Dicotomía es la definición de un libreto ambicioso. Se abalanza sobre los temas que uno nunca debe mencionar en la sobremesa de las reuniones familiares: sexo, política, economía, muerte y, sobre todo, salud mental. En un viaje por la psiquis de Mynor, los espectadores conocen todas las experiencias que gradualmente lo empujan a suicidarse. La familia, los jefes, las parejas, los amigos y los desconocidos que nos (de)forman resuenan en nuestras mentes hasta el final, y en medio del ruido pretendemos aguzar la voz de nuestra identidad. Santizo explora las controversias con un humor sarcástico, veloz y cruel como una cachetada. Y la interpretación del protagonista, Nelson Ortiz, brilla por su efectiva fluctuación, del placer a la desesperanza, del llanto a la carcajada, de la ira a la indiferencia. Es un desafío que aprovecha al máximo los cambiantes personajes que encarna el reparto.

Por momentos sentí que algunos de los simbolismos eran demasiado obvios, autocomplacientes quizá. Pero luego entendí que esta es una obra pensada para una audiencia que hace mucho tiempo perdió la sutileza y la empatía. Insolente, escandalosa e infinitamente entretenida, Dicotomía es la obra que le falta a demasiados guatemaltecos. Una definitiva prueba de que existen artistas comprometidos con la provocación antes que la complacencia: y por eso vale toda la pena.

A %d blogueros les gusta esto: