—¿Cayumán?
—¡Presente!
—Licanqueo.
—Acá.
—Segunda vez que nombro a Curileo…
—Faltó profe.
El ruido de las sillas, arrastradas contra el piso, resuena en el aula. Hace frío afuera. Y adentro también. Un cartón en la ventana intenta impedir el paso del viento. La estufa, apoyada en el piso, está en su máxima potencia. Ya no llueve y aún quedan rastros de nieve. Pronto serán lagunas en el patio y goteras en el techo. Algunos estudiantes secan sus camperas frente al calefactor, otros acercan sus pies con disimulo. Sus medias destilan agua. La mayoría de ellos asiste para recibir la única comida caliente a la que tendrán acceso en el día.
El invierno dura casi todo el año en San Carlos de Bariloche. En el centro, donde las referencias a Suiza son recurrentes, los turistas disfrutan del chocolate caliente. Algunos de ellos, en su mayoría brasileros, jamás han visto la nieve. Las familias se sacan fotos al lado de cachorros San Bernardo, juegan y resbalan en el hielo con trineos improvisados. Su vestimenta impermeable hace que conserven el calor.
En el Alto hay personas que jamás probaron el chocolate. El Alto, es decir, la periferia de la ciudad, es el lugar a donde los turistas no van. Ahí, la gente queda aislada. Cuando nieva, el transporte público no entra a los barrios humildes. Es esa la expresión: No entra en las calles angostas, intransitables por el barro. Ni con cadenas en las ruedas, ni sin ellas.
Los vecinos temen que los techos de las casillas que habitan se hundan por el peso de la nieve o que las briquetas que encienden para calefaccionarse ardan incontrolablemente y el fuego se extienda al machimbre de las paredes hasta hacer desaparecer todo.
—¿Profe, falta mucho para el recreo?
—En menos de cinco minutos toca el timbre.
El recreo es la excusa para poder comer. En algunos casos ese alimento -una taza de mate cocido con un pedazo de pan- es la única comida caliente que los estudiantes reciben al día. “¿Otra vez lo mismo?” repiten decepcionados cuando ven el mismo mazacote, el mismo té. La mayoría de ellos viene caminando desde el Alto. Atraviesan la nieve, los charcos. Su ropa jamás fue impermeable. Los apellidos Cayuman, Licanqueo, Curileo no son beneficiarios de las políticas de Estado.
En el 2019, al menos dos escuelas públicas de San Carlos de Bariloche -la Escuela Secundaria de Río Negro Nº 44 y la Escuela Secundaria de Río Negro Nº 33- denunciaron las carencias alimenticias que viven sus poblaciones estudiantiles. Ambas instituciones comparten el edificio, la primera funciona durante el turno mañana, la segunda durante el turno tarde.
Una encuesta realizada por la comunidad educativa de la ESRN Nº 33 reveló que, de toda su población estudiantil, sólo un 37% come las cuatro comidas diarias, un 27% tres comidas y un 21% dos comidas al día. El mate cocido y el pan que se les da en la escuela representa para un 14% de los estudiantes la única comida caliente al día que reciben. Un 1% prefirió no responder. La mayoría de ellos desearía comer frutas, yogurt y otros alimentos saludables en la merienda.
Luego de que la encuesta visibilizara la situación, los estudiantes se organizaron y realizaron una sentada. Repartieron consignas de trabajo entre sus compañeros, elaboraron pancartas, se organizaron colectivamente y autogestionaron, rompiendo con los discursos individualistas de la época. Durante la jornada de protesta expresaron la situación ante los medios. En el comunicado, leído por la Presidenta del Centro de Estudiantes de la escuela, se manifestaba:
Los y las estudiantes de la ESRN 33 nos organizamos en esta sentada para dar a conocer la situación que estamos viviendo en la escuela. A partir de los datos es que reclamamos que se acompañe a los y las estudiantes en situación de mayor urgencia, con apoyo a su alimentación, con una merienda reforzada y con un relevamiento social de la situación que estamos viviendo en la escuela para poder acompañarnos donde sea necesario.
Elevamos nuestro reclamo al Concejo Escolar y nos respondió que no les correspondía. Por eso ahora tenemos que hacernos escuchar por el Ministerio de Desarrollo de la provincia que es quien puede intervenir de una manera más integral frente a esta situación.
A nuestra escuela le faltan muchas cosas para que podamos estudiar y realizar nuestra trayectoria educativa de manera más cómoda: mejores condiciones edilicias, con más recursos para nuestra orientación audiovisual y demás, pero entendemos que el reclamo de hoy es por la alimentación porque con hambre y el estómago vacío no se puede aprender.
Hay una característica en común en toda la población estudiantil de esta escuela, también visible en otros ámbitos educativos. La mayoría de los estudiantes proviene de la clase baja. Con frecuencia sus apellidos aborígenes son olvidados, negados, invisibilizados. Viven en los barrios donde los colectivos no entran. Pese a las carencias, resisten y luchan. Siempre luchan.
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La línea de colectivo local número veinte es una de las más utilizadas por los turistas que visitan la ciudad. Su recorrido atraviesa zonas boscosas, bordea montañas y anfiteatros naturales. La ruta zigzaguea, también, entre hoteles y cabañas turísticas con nombres mapuches y tehuelches. Llao Llao, Cau-Cau, Lafquen. El marketing empresarial se vale de lo mismo que menosprecia para vender más.
Existe un discurso hegemónico -apoyado por los medios de comunicación, los grupos empresariales y, en general, los sectores dominantes- que invisibiliza y estigmatiza lo aborigen. En San Carlos de Bariloche muy pocos ciudadanos se reconocen como nativos.
Según un estudio basado en el análisis de datos genéticos, del cual formó parte José Luis Lanata -docente, investigador de la UNRN y del CONICET, y director del Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio- más del 35 por ciento de los pobladores de la región patagónica tiene ascendencia nativa americana. El trabajo, realizado por un equipo nacional e internacional, fue publicado en la revista científica PLOS ONE.
En San Carlos de Bariloche registraron que un 39.5%, de un total de 433 casos, tiene ascendencia nativa; casi la mitad de la población analizada.
En los discursos oficiales lo aborigen representa al pasado, a las poblaciones minoritarias. Ese discurso permea en las escuelas y se hace visible, entre otras cosas, en la presencia de una única bandera: la de la República Argentina. Existe un hilo conductor entre las concepciones hegemónicas sobre identidad, territorio y nacionalismo; y la invisibilización de las culturas originarias y su pauperización.
Las políticas neoliberales precarizan aún más a quienes forman parte de la clase baja. Niegan a las identidades aborígenes, las consideran desechables y violentas por oponerse a la violencia estatal que las niega.
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“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (Domingo Faustino Sarmiento, El Nacional, 25/11/1876).
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Algunos de los estudiantes continúan con sus camperas puestas. Otros, los que conviven con el frío, prefieren estar un poco más desabrigados en el aula. Con frecuencia son las poblaciones con ascendencia nativa las que colman las escuelas públicas humildes y de menos recursos de la ciudad.
En estas aulas predominan los apellidos Guenuman, Curapil, Estupiñon. Son jóvenes que han vivido experiencias adultas a muy temprana edad. Algunos se encargan de cuidar a sus hermanos cuando sus familias salen a trabajar. Otros ya han sido padres o madres y continúan en la escuela mediante diversas trayectorias. La mayoría de ellos ha narrado alguna vez algún tipo de discriminación: Por su clase social, por su vestimenta, por su forma de hablar, por sus gustos musicales, por lo que ven o leen. Por sus apellidos.
Ser pobre es, en estos casos, sinónimo de no poder gozar de los mismos derechos que las clases medias y altas, es decir, de disponer de recursos educativos, un establecimiento escolar en condiciones, alimentos adecuados, transporte digno.
Rocío Estupiñon levanta la mano y pregunta por la consigna. No sabe, dice, si tiene que argumentar la respuesta. Un compañero le grita un “¡qué india!”. La expresión es, en el contexto en el que la utiliza, un insulto. Es, también, la huella de la historia que actúa por repetición. Lo indio, es decir, lo aborigen, representa en la escuela -y en los discursos oficiales- lo incivilizado, lo violento, aquello de lo que hay que alejarse o lo que debe desaparecer. El lenguaje crea realidades a partir de significaciones que se repiten, que persisten, que moldean y ponen en juego efectos y consecuencias. Quienes quedan por fuera de los discursos oficiales tienen que luchar para aparecer en la escena pública y defender su significación, su existencia. Luchar por mejores condiciones de vida.
—Acá somos todos aborígenes —responde alguien más.
Rocío entrega el trabajo. En el texto que escribió dice que le gusta estudiar y que “el estudio es necesario para ser alguien en la vida”. El cliché, la frase hecha, oculta lo evidente: Ella ya es alguien en la vida, con las medias húmedas, esperando un pan y el té.
Toca el timbre. Los jóvenes salen corriendo de las aulas. Luego del recreo habrá una asamblea. Rocío formará parte de los estudiantes que, como ella, se congregarán en la escuela y se reivindicarán como no desechables. Los docentes acompañan. Una estudiante toma un fibrón y escribe en una pancarta: “Es momento de recibir lo que nos toca por derecho”.