Desde las primeras obras que publicó- en la década de 1850 hasta las últimas ya en los albores del siglo XX -la música y las personas que a ella dedican sus esfuerzos- van apareciendo con diferentes connotaciones en las novelas y relatos de Tolstói. Defensor en sus años juveniles de una postura más esteticista, hacer hincapié en los motivos de la inspiración, así como también en la influencia de la música en el bienestar personal, en el fluir de los sentimientos, en la búsqueda de paz y serenidad, de sentido y de lógica, de comunicación con algo desconocido y sagrado, en sintonía con ideas platónicas. Después, la música va adquiriendo un carácter más sombrío, un significado mas negativo. Solo una manifestación musical parece escapar de ese manto de oscuridad: la música popular, espontánea y universal.
En las tres obras que marcaron su debut literario (Infancia, Adolescencia, Juventud), Tolstói retrata el mundo aristocrático en el que nació y creció: las grandes señoras y los bailes, los preceptores y las lecciones privadas, los criados y su mundo particular, las perplejidades y el complicado mundo de los afectos infantiles, los incipientes amoríos y el desarrollo de ideas complejas y abstractas, el ambiente de las recepciones y de los salones, las amistades, la desesperanza, la incomprensión y las primeras decepciones y fracasos. En ese marco, el piano ocupa un lugar de relieve. Las jovencitas se afanan en impresionar a sus posibles pretendientes con su ejecución de virtuosas o la pureza de su canto, como Natasha en Guerra y paz. La música que se toca en tales ocasiones no esté primera categoría, pero se cuelan entre valses y polcas, notas inmortales de grandes compositores o tonadas populares alegres y poderosas.
Según escribe el propio Tolstói: “La infancia es la época más dichosa y mejor de nuestra vida”. Ya desde sus años de niño, a Tolstói le sorprende el poder despótico de esos sonidos, la tiranía con que se imponen sobre el ánimo del oyente, incitándole a la melancolía o el éxtasis. En un determinado pasajes de Infancia, analiza esa ansia de algo desconocido que a veces despierta la música, esa sensación de recordar algo que jamás se ha olvidado, esa fantasía de recuperar algo nunca perdido: “En es el momento mamá estaba tocando el segundo concierto de Field, que había sido su maestro. Me quedé adormecido y por mi cabeza empezaron a pasar ligeramente recuerdos nítidos y luminosos. Luego mamá tocó la Sonata patética de Beethoven y en mi imaginación surgieron sombras tétricas y penosas. Como mi madre tocaba con frecuencia esas dos obras, recuerdo perfectamente los sentimientos que despertaban en mí; pero ¿qué podían recordarme? Me parecía recordar algo que nunca había sucedido”.
Un ejemplo más de la influencia de la música en el ánimo de las personas aparece en otra obra temprana, La mañana de un señor, cuyo tema de fondo es la incapacidad de entenderse con los campesinos, que reacios a cualquier reforma y sordos a los buenos propósitos, están sumidos en una desconfianza fruto de siglos de vejaciones e injusticias. Después de varios intentos infructuosos por mejorar la suerte de sus siervos, un joven propietario que podría ser Tolstói mismo, llega a su casa y se desploma en el sofá ensimismado, carcomido por las dudas y las incertidumbres. Decepcionado y dolido, se sienta al piano y presiona las teclas. De pronto se obra el milagro: “El joven se acercó más al piano, sacó la otra mano del bolsillo y se puso a tocar. A ratos, daba acordes improvisados, que resultaban imperfectos, a ratos tocaba pasajes vulgares, que no denotaban ningún talento musical; sin embargo, esa música le proporcionó un vago sentimiento de tristeza y de placer. A cada cambio de armonía, esperaba lo que iba a resultar, con el corazón en un hilo; y lo completaba en su mente. Creía oír cientos de melodías, un coro y una orquesta que iban de acuerdo con su improvisación. Su poderosa imaginación le presentó, de modo brusco e incoherente, pero también con extraordinaria claridad, una multitud de cuadros e imágenes diversas del pasado y del futuro”.
En juventud, la tercera parte de esa trilogía de alto contenido autobiográfico, el protagonista como alter ego de Tolstói, confiesa que aprendió a tocar el piano por simple vanidad, con el único objeto de impresionar a las jovencitas, y también de imitar a un muchacho que le subyugó por -su manera de sentarse ante el piano, el modo de sacudir la cabeza para echar hacia atrás los cabellos y, sobre todo, por el movimiento que hacía con la mano izquierda para tocar las octavas. Aquí Tolstói, da muestras de su inmensa capacidad para captar las particularidades y los detalles más nimios, a la vez más reveladores de las personas: “Abría la mano rápidamente, extendiendo el pulgar y el meñique hasta la medida exacta, y que luego los acercaba uno a otro lentamente para volverlos a abrir con un gesto repentino”. El protagonista confiesa que fue esa pretendida elegancia lo que despertó en él el deseo de tocar el piano.
El protagonista no se muestra muy concienzudo a la hora de elegir las composiciones y se decanta ante todo por “valses, galope y romanzas”; en suma, por esos “compositores cuya producción sería calificada por cualquier persona de buen gusto de anodina y estúpida”. También había en la casa partituras de grandes obras, como la Sonata patética y la Sonata en si bemol de Beethoven, “condenadas a que las destrocen las señoritas”, pero el autor no se muestra partidario de ese tipo de música; además, no tarda en comprender que sus dotes son más bien mediocres, -que Liszt y Kalkbrenner eran superiores a sus fuerzas. Ese desengaño acentúa su interés por la música antigua, “en primer lugar porque me parecía más fácil y, en segundo, porque consideré que era original. De ahí que, de pronto, declarase mi pasión por la música de los grandes compositores alemanes y adoptara una actitud soñadoras cuando Liuba tocaba la –Patética”.
En otra obra de la primera etapa, Felicidad conyugal, la música asume también un importante protagonismo. En esa novela se narra la historia de dos jovencitas que se han quedado huérfanas. El tutor, Serguéi Mijáilovich, hombre maduro y distante, llega un día en la hacienda para hablarles de su situación. En el curso de la conversación le pide a la hermana mayor, Masha, que toque el piano, en concreto el Adagio de la Sonata Quasi una fantasia de Beethoven, obra que, según dice la protagonista “estaba en consonancia con los recuerdos despertados durante el té”, recuerdos tristes, melancólicos, sombríos, que la música refuerza y amplifica con la desolación de sus sones, al tiempo que crea una suerte de unión entre los protagonistas de la novela. Meses más tarde, Masha descubre que Serguéi está enamorado de ella, así que regresa a la sala y se sienta al piano. “En el gran salón de altos techos solo había dos óleos encima del piano- escribe Tolstói. El resto de la estancia estaba en penumbra. Por las ventanas abiertas se filtraba la clara noche, reinaba el silencio”. En esta ocasión Masha toca la Fantasía de Mozart. La música parece crear una atmósfera de entendimiento y bienestar, una serena y salida complacencia, una suerte de armonía secreta que permite a los protagonistas entenderse y comunicarse sin palabras. Después de la boda, la música se convierte en el entendimiento favorito de los recién casados, ya que despertaban nuevas fibras en nuestros corazones y parecía descubrirnos de nuevo el uno al otro. En tales ocasiones, Serguéi, como hacía el propio Tolstói en Yásnaia Poliana, se sentaba en un rincón apartado y -procuraba ocultar la impresión que le producía la música.
Felicidad conyugal es una especie de versión simplificada y edulcorada de lo que más tarde sería la Sonata a Kreutzer, pero ya se insinúa en sus páginas parte de esa inquietud pavorosa, de esa reflexión desesperanzada, de esa duda estremecedoras sobre la capacidad de dos personas para entenderse, soportarse y respetarse a lo largo de un periodo de tiempo prolongado. En las páginas finales de esa amarga obra, con el matrimonio ya en crisis, sin posibilidad de acuerdo, el medio de un mar de reproches y ofensas, Masha y Serguéi regresan a la casa donde nada ha cambiado; pero los sentimientos que despiertan ahora en Masha el jardín, las habitaciones y las alamedas son muy distintos. Ya no entienden la alegría que llenaba su alma en el pasado, el encanto de aquellos minutos maravillosos ya perdidos y la satisfacción que la embargaba al ver y escuchar las palabras de Serguéi. Se sienta al piano y se pone a tocar, pero la música no es capaz de revivir aquellas sensaciones, aquel éxtasis: “Los conocidos acordes, tristes y majestuosos, se extendieron por la estancia. Al terminar la primera parte, siguiendo la antigua costumbre -dice Masha-, me volví inconscientemente a mirar el rincón donde Serguéi solía sentarse a escucharme. Pero no estaba… me apoyé en el piano, oculté el rostro entre las manos y me sumí en reflexiones. Pasé así largo rato, recordando el pasado y pensando con miedo en el porvenir. Pero era como si no hubiese nada, como si no desease ni esperase nada”. La música de antaño es incapaz de traer de vuelta los sentimientos, la juventud y la felicidad ya son imposibles y así lo reconoce Serguéi, lúcido e implacable, al final de la novela: “Lo pasado no volverá, no volverá nunca”.
Dos narraciones tempranas, De las memorias del príncipe D. Nejliúdov. Lucerna y Albert, de 1857 y 1858 respectivamente, tienen como protagonistas a intérpretes virtuosos. Los efectos, el poder, la magia arrebatadora de la música seguirá siendo la misma; pero, mientras en esos cuentos de la década de 1850, esa fuerza se presenta como una influencia positiva, capaz de sacar a la luz lo mejor y más escondido del hombre, en relatos posteriores, sobre todo en la Sonata a Kreutzer, esa imposición sobre la voluntad se contempla con recelo y desconfianza, y sus efectos se analizan desde un punto de vista crítico: el poder de la música puede llevar a los hombres a cometer los actos más viles y abominables. Las dos narraciones responden a vivencias personales del autor. En la primera, Tolstói relata un episodio de su estancia en Suiza. Alojado en un lujoso hotel, ocupado por distinguidas y distantes familias inglesas, Tolstói asiste a una escena que le subleva y desata una tormenta de orgullo aristocrático: un músico ambulante, pobre y harapiento, ha estado interpretando sus canciones tirolesas al pie del hotel. Los adinerados turistas, irónicos y distantes en un principio, lo han escuchado con arrobo, pero al terminar el concierto, ninguno le arroja una miserable moneda: la única cosecha del músico son risas y burlas. La escena le sirve a Tolstói para poner en tela de juicio los pilares de la civilización occidental, pero también para analizar el poder de la música sobre el ánimo y los sentimientos. La música no solo es capaz de descubrirnos mundos nuevos, sino de ayudarnos a reconocer y apreciar el que nos rodea: “Caminaba por la orilla hacia el Schweizerhof, con la cabeza gacha -cuenta el protagonista-, cuando de pronto me sorprendieron los sonidos de una música extraña, pero extremadamente agradable y dulce. Esas notas actuaron al punto sobre mí, reavivándome. Era como si una luz poderosa y alegre hubiera en el trato de mi alma. Me sentía contento, de buen humor. Mi adormecida atención de nuevo empezó a prestar atención a los objetos circunstantes. Y la belleza de la noche y del lago, a la que antes me mostraba indiferente, de repente me impresionó y me llenó de deleite, como si se trata de una novedad. Sin darme cuenta, en un instante reparé en el cielo encapotado, con negros nubarrones sobre el azul oscuro, iluminado por la naciente luna; en el lago liso, de un verde oscuro, en el que se reflejaban las luces; en las brumosas montañas que se avistaban en la lejanía…“
El príncipe Nejliúdov se acerca al lugar del que proceden la música y descubre a un hombrecillo vestido de negro en el medio de ese enclave sublime. “De pronto- confiesa el narrador-, todas las confusas e involuntarias impresiones de la vida se llenaron de significado. Era como si en mi alma hubiera brotado una fresca florecilla perfumada. En lugar del cansancio y la desesperación absoluta de un minuto antes, me embargaba la necesidad de amar, me sentía lleno de esperanzas y de una inmensa alegría de vivir”. Como se ve, aquí el efecto de la música es positivo, exalta las mejores pasiones de los hombres, exacerba su ansia de poesía y verdad, de luz y dicha, lo elevado de las tinieblas terrenales a las claridades celestes y puras del arte.
A lo largo de su vida, en especial en sus últimos años, Tolstói estuvo rodeado de admiradores, seguidores, amigos y familiares, secretarios y biógrafos que consignaron por escrito las impresiones y juicios del novelista sobre los temas más diversos. En 1977 Z. Paliuj y A. Prójorova publicaron en Moscú un libro titulado Tolstói y la música, en el que, entre otras cosas, se recogen todos los comentarios de Tolstói sobre la música incluidos en los recuerdos y memorias de las personas que lo rodearon. A continuación, se ofrece algunos de ellos, así como diversos fragmentos de sus Diarios:
- La música formaba parte de la vida diaria de Tolstói. Por ejemplo, el 30 de junio de 1856 anota es un Diario: “Me levanté a las diez. Terminé de leer los Newcomen. Escribí una página de Juventud, interpreté la Quinta sinfonía de Beethoven.” Y unos días antes, en la entrada del 2 de junio, deja constancia de que ha tendido una agradable charla con Turguénev y de que después han tocado a cuatro manos fragmentos del Don Giovanni de Mozart. Este es el testimonio de su hija Aleksandra: “La música tenía mucha importancia en su vida. Para él no era un simple goce de los sentidos y del espíritu. Ya fuera una sencilla melodía popular, una canción gitana o una composición de Mozart, Haydn, Schubert o Chopin, que eran los que más me gustaban, la música era para él una manifestación divina del alma humana. Al oírla le bullían los pensamientos con un poder extraordinario, nuevas imágenes se dibujaba en su mente, se excitaba su actitud creadora. Un músico ambulante en Lucerna o un músico desastrado en un salón le dejaban una impresión imborrable. Le impresionaba que en un ser humano pudieran coexistir la vulgaridad, la corrupción, la futilidad y un divino don de creación capaz de influir poderosamente en las almas”.
- En la carta de 1 de mayo de 1858 afirma esta tocando, -como de costumbre-, las sonatas de Haydn.
- En la carta de 11 de marzo de 1894 Tolstói cuenta la siguiente escena: estando en conversación con un violonchelista, oyó de pronto, en la habitación contigua, los sones del dueto Là ci darem la mano del Don Giovanni de Mozart: “En ese momento dejé de hablar, me puse a escuchar, sentí alegría y, sin saber muy bien por qué, sonreí”.
- En cierta ocasión Tolstói comparó el arte de amar a una persona con la ejecución de una sonata: “Amar como ama un hombre estúpido es como tocar una sonata con sentimiento, sin tacto, sin signos, sin dejar el pedal; en suma, sin obtener placer uno mismo ni procurarlo a los demás”. Tolstói distinguía entre tocar con sentimiento y tocar con tacto. Lo primero era para aficionados; lo segundo, para profesionales.
- A Tolstói no le gustaban las sorpresas en música, prefería las melodías en las que podía prever las notas siguientes. Así, escribió en una ocasión: “Esa sonata me ha proporcionado un placer sereno y maravilloso precisamente porque no había nada sorprendente, porque lo sabía todo de antemano.
- “Cada frase musical expresa algún sentimiento- escribió en otra ocasión-, orgullo, pena, desesperación, etc., O una de las infinitas combinaciones de esos sentimientos.
- Según el testimonio de Romain Rolland: “Defendía firmemente la música que ya en los años cuarenta se consideraba clásica y no reconocía a ninguno de los nuevos compositores”.
- Del Estudio opus 10 de Chopin dijo una vez: “Si apareciera un marciano y dijera que no vale nada, me pondría a discutir con él”.
- Según Tolstói, la música era un arte que pertenecía por entero al ámbito de los sentimientos personales, sin ninguna relación con las artes representativas.
- La Sonata Claro de luna de Beethoven era para Tolstói un símbolo de la visión del mundo del romanticismo y la fuente más poderosa de inquietud y desasosiego.
- El 14 de febrero de 1906 anota: “La música me emociona hasta las lágrimas, me encoge el corazón. Las demás artes, la poesía, la escultura, la pintura, no son así”.
- Tolstói consideraba que la música se reflejaba siempre la personalidad del compositor: “La juventud, luminosidad y espontaneidad de Mozart, la ingenuidad de Haydn, la severidad y orgullo de Beethoven se perciben en su música”.
- En 1907, tres años antes de su muerte, Tolstói escribió: “La música es la única cosa en el mundo que actúa sobre mí”.
Bibliografía:
- GALLEGO, Víctor. Escritores y la música. Lev Tolstói. EDICIONES SINGULARES. 2009.