Sociedad Elefante: Una huella imborrable de la poesía peruana del nuevo milenio

Foto de portada: Caravana de elefantes de Salvador Dalí

Un poco de crónica, un poco de bitácora, un poco de análisis, pero mucho aprecio para los paquidermos poéticos.

Corría el 2016 cuando decidí publicar mi primer poemario. Creí que era un gran logro el haber sido aceptado por un editor y ver a mi libro nacer. Sin embargo, el paso de los meses me hizo caer en la cuenta que era necesario no dormir en laureles cuando hacia falta profundizar en el arte literario y me daba cuenta que ese primer “poemario” era en realidad un gran accidente. Cerré la página y comencé a leer más. A inicios del 2017, aproximadamente, tuve la oportunidad de ser convocado para participar en la Feria Internacional del Libro de Lima que se iba a desarrollar más adelante, entonces comencé a buscar lecturas de otro estilo. Entre búsquedas en bibliotecas, librerías y redes sociales me topé con Miguel Sanz Chung y su “Diccionario Elemental” (Paracaídas Editores, 2017). Al indagar sobre este escritor peruano, radicado en España, me topé con un dato interesante que me llamó la atención: Sociedad Elefante. Entonces comencé a investigar.

A medida que pasaban los meses, iba conociendo más sobre poesía contemporánea limeña y, posteriormente, del resto del Perú. Hay miles de personas que se hacen llamar poetas y otros tantos miles que rechazan dicho apelativo. La conclusión es la misma: el Perú es tierra fértil de poesía. En ese tiempo conocí la poesía de otros miembros de Sociedad Elefante: José Agustín Haya de la Torre y Diego Alonso Sánchez. Aquí es donde comienza mi reflexión sobre ellos.

¿Cómo definir a Sociedad Elefante? Diego Sánchez, uno de los miembros, lo definirá en una entrevista realizada por el poeta peruano Mario Pera:

Sociedad Elefante fue un grupo de entusiastas estudiantes de literatura que no encontrábamos un lugar en la currícula que nos brindara la cercanía y la dedicación común hacia la creación literaria tal y como esperábamos. Fue así que al juntarnos, como una cofradía, intercambiábamos textos, leíamos y criticábamos nuestro trabajo, si bien con gran disciplina, también con la paciencia y el cuidado que permite la buena voluntad.

De este taller poético (recuerdo que nos juntábamos oficialmente un día a la semana para conversar exclusivamente sobre nuestro trabajo) empezamos a perfilar una cantidad bastante generosa de textos que no sabíamos cómo hacer públicos. Entonces, con ese afán con que trabajábamos, decidimos publicarnos nosotros mismos en un juego de plaquetas que, publicaríamos puntual y religiosamente cada dos meses durante un año y pico.

Entonces, al ser profesor de filosofía y religión, mi lectura poética no sería de carácter literario, sino de carácter, podemos decir, metafísico o metapoético. Algo que vaya más allá de la simple lectura o de la estructura, algo que logre calar en las palabras que vienen y van, un ente que se presenta en el poema y atrape aquellas fibras íntimas del ser: una pedagogía existencial, para darle la justa medida y el correcto honor a la influencia de Sociedad Elefante en la historia de la poesía peruana. Por eso, contemplar las producciones literarias de los miembros de Sociedad Elefante es abrazar un momento de la historia poética peruana, de inicios del siglo XXI, para entender esa alianza que une dos momentos distintos de la cadena: la clásica tradición y la vanguardia. La generación de poetas que comenzaron a publicar en la primera década del actual siglo en diversos medios impresos (revistas, plaquetas, periódicos) nos hace transportarnos a una época donde la poesía salía de las aulas para invadir las calles. Sociedad Elefante era huella de la tradición literaria de la Decana de América, y sigue siendo huella, aunque sus miembros hayan avanzado de forma individual.

Como menciona Andrea Cabel, en su blog De un silencio ajeno:

Ellos eran de San Marcos y se hacían llamar «La Sociedad Elefante». Su Sociedad era profundamente poética y tenían la convicción de producir y difundir poesía para todos aquellos que quisieran leerlos. Comenzaron en el 2000 y sacaron 7 números de una plaqueta homónima que entregaban gratuitamente a quienes quisieran leerlos.

Conozco la obra de tres de ellos, pero en total fueron seis miembros: Diego Alonso Sánchez, Miguel Ángel Sanz, Luis Alberto Valladares, Moisés Sánchez-Franco, José Agustín Haya de la Torre y Romy Sordómez. Ellos se reunían en las viejas aulas de la Letras, repartiendo poesía. No existía el ánimo del lucro, sino el deseo de difundir el arte a todos. Un ida y vuelta entre narrativa y poesía. Publicaron de forma conjunta, como mencionamos anteriormente, y de forma individual.

Entonces, hablar de Sociedad Elefante es mencionar a una escuela pública de poesía, podríamos llamarlo así. Paul Guillén, en su blog Sol Negro, menciona la visión y misión de Sociedad Elefante, extraída de las palabras de uno de los miembros:

Por ello, el siguiente paso del grupo, una vez que lo consideramos propicio, fue el de la publicación de nuestros textos. Antes de iniciar esa aventura, todos estuvimos siempre de acuerdo en que debíamos respetar tres principios en el carácter de nuestras publicaciones: ser constantes y cumplirlo dentro de periodos determinados, hacer una distribución gratuita y, finalmente, tratar –sin importar el soporte elegido- que el resultado fuese pulcro y cuidadoso con las propias cualidades estéticas del objeto. De esta manera, y dentro de nuestras obvias limitaciones económicas como estudiantes, el formato final fue el de plaquetas de corta extensión que editamos bimensualmente. Con el paso del tiempo, el soporte de nuestras publicaciones se fueron ampliando -gracias al apoyo de personas generosas y comprometidas- y nuestras actividades como grupo también se extendieron: organizamos recitales, participamos como invitados en otros, y, en general, interactuamos de distintas maneras con otros muchos jóvenes que compartían el mismo gusto y preocupación por la literatura.

Por lo tanto, comprender la influencia de los poetas miembros de Sociedad Elefante se transforma en un ejercicio de estadística e impacto. No tenemos, solo, un tema de influencia mediática que siempre aparece en los buenos poetas, sino que contemplamos una forma abstracta de amistad sin lazos. ¿Cómo se explica esto? En los escritos de ellos se pueden encontrar con cada uno de los escritores y dialogar con ellos en las líneas de sus escritos. La estética que presentan es muy similar: poesía profunda, versos equilibrados, rítmica lenta y dinámica, aprehensión del momento y reinterpretación de los fenómenos que suceden en la realidad. Una estética que ha ido madurando en los escritos de cada uno e influyendo entre varios escritores contemporáneos. Sin embargo, la vida de Sociedad Elefante, aunque corta, fue intensa. Esto se puede rescatar de las palabras de José Agustín Haya de la Torre en una entrevista que le hicieron. Él dirá:

El grupo tuvo una vida corta pero intensa. Fueron dos años y medio, mediados del 2000 hasta terminar 2002, donde publicábamos cada dos meses el primer año. Comenzamos con una plaqueta, unos síxticos, que repartíamos gratuitamente. Los cincos primeros números nosotros mismos los pegábamos. Para celebrar el primer año, noviembre de 2001, la plaqueta engrosó, no solo por los invitados, sino que cambiamos el formato. Al año siguiente hubo un cambio, se impuso la necesidad de un cambio: de publicar uno o dos poemas o un cuento –Moisés, si bien escribe poesía, su hálito fuerte es la narrativa–, pasaríamos al primer intento de lograr una unidad organizada. Es así que cambiamos al formato de pequeños libros bifrontes de 32 pp., es decir, 16 pp. cada uno. El primero fue de Romy y Miguel, Vuelta alrededor del parque y Espejo de carbón; el segundo, de Lucho y Moisés, Escombros y Relatos para morir con los ojos abiertos; el tercero, de Diego Alonso y yo, Mitsuya Nicolás y otros poemas y En memoria. Así, estos libros dieron inicio a la disolución del grupo, de manera formal, porque seguíamos intercambiando los textos y frecuentándonos con la misma intensidad de siempre. La amistad era intocable. Era una separación necesaria, pues los proyectos personales comenzaban a marcar su paso. Además, separarnos era un paso más en ese continuo proceso de aprendizaje, como romper el cordón umbilical. Todo ciclo tiene un valor y un fin, y hay que saber encararlo.

De tal forma que todos los miembros publicaron, dejando su huella en las posteridades de la historia literaria peruana.

Por eso, al proseguir con la investigación logré descubrir más detalles, leer más poesía y comprender que el poeta se va forjando de experiencias, metaexperiencias y de un tipo de energía misteriosa que emana de la realidad. Desde que comencé la lectura de los miembros de Sociedad Elefante pude sentirme uno con la sencillez poética de Miguel Sanz, la arquitectura verbal de José Agustín Haya de la Torre y degustar de aquella unión entre lo criollo y lo oriental que propone Diego Alonso Sánchez. Leer un poco más de la poesía de Romy Sordómez o de la narrativa fantástica de Moisés Sánchez-Franco nos abre el panorama a una estética propia que trabajaron en los albores del 2000. Cada quien hizo su camino publicando y construyendo su propia cosmovisión poética. Luis Valladares optó por dejar de escribir y, lastimosamente, Moisés Sánchez-Franco falleció en el 2017, pero nos dejó un gran trabajo en narrativa fantástica, volviéndose uno de sus elementos más importantes e influyentes. Su obra “Los condenados” (Agalma, 2016) sigue vigente.

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Por eso, con total respeto, presentamos algunas composiciones de Sociedad Elefante, uno de los grupos poéticos más influyentes de inicios del siglo XXI. Desde su enseñanza para escritores más jóvenes, pasando por su labor desinteresada de difusión poética, hasta el alcance que han logrado cada uno de los miembros de esta familia poética, los queridos paquidermos poéticos, Sociedad Elefante.


Romy Sordómez (Lima, Perú. 1982) Publicó los libros Vuelta alrededor del parque (Sociedad Elefante, 2002), Vacas negras en la noche (Sarita Cartonera, 2004) y Présago (Santo Oficio, 2005). Actualmente vive en España. Fue parte del colectivo sanmarquino Sociedad Elefante junto a Miguel Ángel Sanz Chung, Diego Alonso Sánchez entre otros.

Vuelta alrededor del parque

Dime en qué piensas cuando coges la bicicleta
y das la vuelta alrededor del parque,

cuando te persiguen los automóviles
con faros rotos
y por ahí aparece el del hombre
que murió ahogado.
Dime en qué piensas cuando nadas
y te sumerges hasta el fondo del mar;
si deseas ya no pensar
sino voltear la esquina,
detenerte, tomar un agua cielo
y seguir dando vueltas alrededor del parque.
Dime por qué detienes la mirada en el anciano filatelista
que pasea de la mano con su enfermera,
en la pareja que sentada en una banca se acaricia
frenéticamente,
en el perro que orina sobre el poste de luz.
Dime por qué te detienes
y en cada vuelta alrededor del parque ya no los reconoces; y aunque escuches decir
que no hay nada más aburrido que dar vueltas alrededor
del parque,
piensas en lo que piensas a la hora de introducirte al
mar,
en que mañana tendrás que sacar la basura,
recoger a los niños de la escuela,
buscar el lugar y el momento preciso para amar…
Y tú sin darte cuenta,
mientras haces todas esas cosas,
desearás recuperar la ansiosa necesidad de dar la vuelta
alrededor del parque,
porque en el momento en que piensas en todo aquello
te impides sentir el viento acariciar tu rostro, tus manos, tu espalda;
a la vez que te impides sentir el agua,
cuyas gotas brotan de tu cuerpo como pequeñas esferas de sal;
porque cuando coges la bicicleta y das la vuelta alrededor
del parque
esperas que una ola te tumbe y te deje varado en la orilla
en una tarde azul.

Si hubiese nacido a las 15:00 horas…

Si hubiese nacido a las 15:00 horas
del segundo jueves de junio del año 37
sería un jazzista negro con saxofón en mano
tocando en los honky tonks de New Orleans; no levantaría la ceja derecha cuando soplo
ni tocaría la cítara a medianoche cuando no te veo llegar,
no sufriría de Tourette
ni asistiría al psiquiatra dos veces por semana,
no fumaría una cajetilla de cigarros a diario
ni rechazaría a los perros por temor a que orinen encima de mí.
Pero lamentablemente,
resulta ser que no soy nada de lo que hubiese sido
de haber nacido en la fecha apropiada.
Y aunque no soy negro
ni saxofonista
ni conozco New Orleans,
a la mañana siguiente
nuevamente pensaré en lo que no he sido
por no haber nacido el segundo jueves del año 37;
resignándome a haber nacido el día de la salamandra
que pocas veces cae jueves
y que a las 15:00 horas
me recuerda a un jazzista negro con saxofón en mano
tocando en los honky tonks de New Orleans.


Miguel Sanz (Lima, Perú, 1979) Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Perteneció al grupo de creación y publicación literaria Sociedad Elefante. Ha publicado los poemarios La Voz de la Manada (2002), Quién las Hojas (2007), Paciente 164 (2009), Casa Abandonada/La Casa Amarilla (2011), Arte Rupestre (2013) y Diccionario Elemental (2017). Desde el año 2004 radica en Pamplona, España, y actualmente cursa el último año de Psicología en la UNED.

Rorcual

El tamaño del Rorcual es lo de menos.
Poco importa si su peso
es de cien o ciento cincuenta toneladas
o si es capaz de partir en dos un barco
con un azote de su cola.
Poco importa si su sonrisa de cepillo
es la más grande y sincera de la Tierra,
si carga un géiser sobre su espalda
o si es una fuente de agua
bendita por su alma.
Poco importa si respeta a sus congéneres,
si es inofensivo
o si su ego es más pequeño
que sus ojos de Caracol.
El Rorcual siempre será
el Elefante del mar,
el monarca sin trono.
Porque el rey es el antropófago,
aquel que ostenta el espolón sobre sus lomos,
la cimitarra asesina de cristianos,
el que sonríe con sarcasmo
y muestra los serruchos entre las encías,
el Tiburón y su olfato de Vampiro.

Poema para ser escrito en el espejo

Ni Homero ni Dante,
ni Catulo o Safo,
ni Li Po, Tu Fu o Wang Wei,
ni Basho ni Kobayashi,
ni Góngora ni Quevedo,
ni Goethe o Blake,
ni Whitman,
ni Raimbaud,
ni Baudelaire,
ni Huidobro o Paz,
ni Lorca, ni Vallejo.
Lo sé cuando camino por la acera
y resbalo por la lluvia o el hielo,
cuando caigo bocarriba
y todas las miradas se fijan sobre mí;
lo sé cuando limpio las vitrinas,
cuando sirvo una copa,
cuando llevo la bandeja
y escucho el chasquido de los dedos,
los siseos, las llamadas;
lo sé cuando me miran con desprecio, con burla
o con encono;
cuando tomo la libreta
y apunto cada una de las órdenes
y “sí señor, ahora mismo, desde luego”;
lo sé cuando quiebro la vajilla,
cuando friego los platos,
cuando me corto los dedos
con los bordes de las cajas de cartón;
lo sé cuando doblo la espalda para barrer el suelo,
para recoger una por una las colillas,
las servilletas, las gomas, los caramelos;
lo sé cuando vuelvo a casa de madrugada
y camino liberado por los parques desiertos,
cuando caigo sobre la cama
como un árbol recién talado
y sueño con cubiertos, con vasos,
con familia;
lo sé cuando despierto
y en medio del sopor también lo olvido;
lo sé cuando estoy una vez más frente al espejo
y veo mi rostro casi familiar
pero más bien desconocido;
lo sé cuando tomo
como la primera vez
mi lapicero
y escribo los primeros versos
sobre mi cuaderno:

Yo soy el mejor poeta del mundo,
solo es el mundo el que aún lo ignora.


Diego Alonso Sánchez Barrueto. Bachiller en literatura peruana e hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado la plaqueta Mitsuya Nicolás y otros poemas (Sociedad Elefante, 2002) y los poemarios Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (Lustra, 2009), Se inicia un camino sin saberlo (APJ, 2014: poemario ganador del Concurso Nacional de Poesía Asociación Peruano Japonesa, “Premio José Watanabe Varas” 2013) y Pasos silenciosos entre flores de fuji (Paracaídas, 2016). Actualmente, se desempeña como profesor en el colegio Los Reyes Rojos, de Barranco.

1

Es el primer día del año. El maestro, inmerso en su jardín durante las primeras horas de la mañana, toma un descanso; decide escribir un mensaje a su joven discípulo:

Amanece bajo el sol del Año Nuevo
y la serpiente que mora
en nuestro interior
abre los ojos para disipar la bruma.
Se inicia un camino sin saberlo.

5

Mitsuya, el joven discípulo, ha pasado la mayor parte del día enfrascado en sus apuntes. Entusiasta, anota y corrige sobre el papel y a su alrededor los muebles desaparecen como barcas entre la niebla. Al atardecer, sale de la casa y deja esta nota donde su mentor pueda encontrarla:

El canto de los pájaros
entre los árboles
(donde no se sabe):
inadvertidamente,
inadvertidamente.


José Agustín Haya de la Torre (Lima,1981). Doctor en Literatura por la Universidad de Salamanca. Estudió Literatura, como carrera base, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha sido miembro del grupo de creación y publicación literaria Sociedad Elefante y del comité editorial de Distancia Crítica: aportes hacia una nueva conciencia social. Ha participado en diferentes coloquios y recitales. Canto de la Herrumbe (Lustraeditores, Lima, 2006) fue su primer poemario y el siguiente poemario fue Nocturno del Alba (Lustraeditores, Lima, 2008). En 2016 publica Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo con Ediciones Amargord que merece especial atención y reconocimiento en España y en otros lados del orbe.

Alguna vez…

Alguna vez
a la muerte encontré
sentada frente a mí
descorazonada.
En ella me reconocí
Siempre hemos sido
los mismos
siempre
los que del fuego hemos cuidad
Ve y ama
terminó diciéndome
Y a me eché a morir
Amándola

Composición de la luz

Nací en la supervivencia del vacío. He adoptado
la postura del azogue, los légamos de la distancia
para bordar este veneno líquido y extenderme
hasta la resplandeciente oscuridad del infinito
y construir el universo. Desde entonces,
velo por las cribas de los relámpagos musicales, por el sonido
de los campanarios a la medianoche y por la espuma del galope
de los hipocampos. Tomo los retazos del paso de la luna
y el sol, a veces el polvo de las estrellas, y los amaso
en las cenizas marcilladas por algún viejo labriego:
mi creencia proviene de la blanquecina cal,
del embalsamiento de las semillas y sus frutos,
en ellos el enigma de la claridad se yergue en su interior.
Desde entonces, también, escucho en los tornos
a mis irritadas clavículas evocar el sabor del barro
de los pies: lumbre de las fuentes de aguas
dilatadas. Y oigo el silencio compuesto.
Un arco de acero surca mi respiración;
he hallado la ternura en las grietas de la existencia,
agolpado el corazón. Esta es la presencia del segador,
núbil en los dobleces de los trigales, acucioso en cualquier tajo.
Delimito el equilibrio si se extravían los fieltros, las acémilas
incineradas, los mares nocturnos atravesada la niebla:
roza el viento mis labios, la brisa salobre acaricia mis mejillas
y me hundo en la tierra.

Mi convicción es la del buey, no importa
el yugo, sino labrar la tierra para la siembra
de los alimentos. Quedarán en ella algunos restos míos
que serán nuevos brotes. Mi único refugio
son las flores. Sólo a ellas las puedo nombrar
como flores. Por ello, disiento de los hálitos tajantes,
cuyas raíces se alimentan de relaves, pues aparezco
en la sombra de las malvas, en el laberinto de los caparazones
de las caracolas marinas, en el incierto instante
en el que las mandrágoras deciden abrir sus fauces.
Así resplandece la esencia, palpando el ardor
de las fieras, su temperamento sigiloso al momento
de la cetrería.

Mi edad es anterior a la de los vestigios.
Mi nombre se escribe en los candiles y reposa
en la flama de los dioses. Mi cuerpo
es extraño a la muerte; existo posterior a ella
y en ella soy. Yazgo en el resoplo de los escombros.

He sido ruina en los despertares y soy cimiento
en la desaparición, el habitante más certero de la oscuridad
que habla sobre el afable filo de los celajes. Yo recito
las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas
de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo,
persisto ante el parpadeo.

He aquí el signo de la creación. Sólo existo
en el otro. Me determinan mi calidez nómada
y mi circunstancia sedentaria. (La unidad de la luz
es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia.


Luis Valladares Hernández decidió dejar de escribir y de participar en los espacios literarios, pero su presencia en Sociedad Elefante dejó huella con su obra Escombros. Mientras tanto Moisés Sánchez-Franco destacó, como mencionamos anteriormente, en narrativa, sobre todo en el género fantástico con sus cuentos y relatos. Con Sociedad Elefante publicó Relatos para morir con los ojos abiertos.


Enlaces visitados para la elaboración del artículo:

Blog Sol Negro de Paul Guillén: http://sol-negro.blogspot.com/2007/07/sociedad-elefante.html

Blog De un silencio ajeno de Andrea Cabel: https://deunsilencioajeno.lamula.pe/2018/07/30/los-elefantes-nos-hablan-de-poesia/andrea.cabel/

Biblioteca Virtual de la UNMSM: http://sisbib.unmsm.edu.pe/Bibvirtual/publicaciones/actualidad/A%C3%B1o2_N13_2002/poesia.htm

Página de SUB25 – Classic: http://poesiasub25.com/classic/3279/

Blog Ruido Blanco Poesía de Mario Pera: https://ruidoblancopoesia.lamula.pe/2014/01/08/tras-los-pasos-del-elefante/mariopera/

Bog Migliaro de Willy Cómez Migliaro: https://migliaro.lamula.pe/2019/04/14/poemas-de-miguel-angel-sanz-chung/migliarowilly/

Revista literaria peruana Vallejo & Company:

http://www.vallejoandcompany.com/tras-los-pasos-del-elefante-una-entrevista-a-diego-sanchez-barrueto/

http://www.vallejoandcompany.com/3-poemas-de-un-bosque-ardiendo-bajo-un-mar-desnudo-2016-de-joseagustin-hayadelatorre/

Blog ¡Oh, palabras vírgenes! De Efraín Oviedo: http://ohpalabrasvirgenes.blogspot.com/2010/06/entrevista-con-jose-agustin-haya-de-la.html

Poetas Siglo XXI: https://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2011/09/4565-jose-agustin-haya-de-la-torre.html

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