Reseña de «Pequeños paraísos» de Mario Satz

“Cuando puedas doblarte sin romperte, ser flauta y amigo del viento, conservar tu verde vigor, crecer junto a otros sin perder altura, estar vacío por dentro pero robusto por fuera; y ofrezcas tus brotes sin temer a ser desposeído, y la lluvia te acaricie y la cola de la marta y la mano de un artista –tú mismo- te guíen por la vida, sereno y noble, dale gracias al bambú que lo hizo antes que tú”

Zhu Pu, Tratado del bambú

Pequeños paraísos, Mario Satz

Lo dicen los jazmines: todo lo que nos duele es pasajero, las cosas que nos preocupan a veces no son importantes, el leve soplido de un niño puede hacer volar decenas de jazmines, “la desesperación (yas) es un error o una mentira (min)”, por eso “quienes lo cultivan, lo huelen o simplemente contemplan atentos se creen alejados de la desgracia al menos durante unas horas, minutos o instantes”. Lo dice Mario Satz en Pequeños paraísos, un libro precioso sobre el espíritu de los jardines publicado en Acantilado en 2019.

También permanecen alejados de la desgracia durante unos instantes quienes leen el libro de Satz: un recorrido delicadísimo por el origen de los jardines en distintas civilizaciones, un análisis de las palabras con las que diversas lenguas se han referido a las flores y a las plantas, una llamada de atención (hoy en día tan necesaria) sobre la importancia de la serenidad, el cuidado, la mirada, la cultura, el cultivo de uno mismo y la poesía.

Desde el paraíso bíblico hasta el claustro, atravesando los jardines persas, los griegos, los japoneses, hindúes o babilónicos, el autor repasa el significado que estos pequeños paraísos han tenido en distintas culturas: las montañas, los árboles, el verde y sus metáforas, la lección de una hoja movida por el viento y que nos dice que para ser feliz basta con “dejarse acariciar por la brisa sin pensar demasiado en que nuestro único sostén es un mínimo y frágil tallo”.

A ratos volando, a ratos a pie, se llega al jardín del alma. Porque “percibir transparencias concede melodía a nuestros latidos”. ¿Cómo no descubrir en los jardines una metáfora de nosotros mismos? ¿Cómo no comprender que el ciclo de la vida es igual que el ciclo de las plantas, que el de las estaciones? ¿Cómo no convenir que el final es siempre el principio de otra cosa, igual que “la hoja caída torna a la raíz”?

Lo dice Epicuro con las palabras de Satz: “Conviene que el hombre se cultive a sí mismo, que devenga su propio jardín, (…) y aprenda a gozar de los placeres cotidianos sin esperar más recompensa que la vida simple y sin complicaciones.”

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