Para Elisa

Para Elisa

Aborrezco su respiración, tiene las mañas de la madera vieja. En la comisura de sus labios amanece una pasta blanquecina: su horripilante textura humedece mi frente cuando me besa; y su aliento, al susurrarme cualquier cosa, trae el eco rancio de sus entrañas. Por casi veinticinco años sus pulmones, a la par que yo, se han ido pudriendo. Cada mañana es más insoportable. ¡Y qué decir del asqueroso tono de su despertador! Siempre la misma melodía. Tantas veces he pensado en embutirle ese aparatejo hasta el fondo de la garganta. ¡No puedo más!

Toda la tarde pensé en excusas descabelladas para no deshacerme de él: “es nuestro aniversario, no puedes hacerle esto”. Lo repetía como un mantra, ni siquiera pensé en preparar algo para la cena. Del rencor y la náusea llegué a la lástima y a cierto grado de depresión: me fui a recostar y me quedé dormida. No sé en qué momento, sólo sentí que estaba a mi lado. Apreté la mandíbula para encerrar este desprecio. Fingí que seguía dormida. Respiraba agitado, se movía de un lado a otro, encimaba el aroma añejo de sus brazos a mi cintura; los quitaba. Después, se sentaba en la orilla del colchón, encorvado, con su figura de árbol viejo. Luego se ponía a deambular en la habitación: sus pies rasguñaban la duela, ¡qué asco! En ningún momento pensé en levantarme para reconfortar su intranquilidad. Es más, me daba gusto. Un silencio. Se oyó la regadera, la luz se escurría tenue y también el tarareo de esa maldita melodía a través del umbral de la puerta. Volteé para desquitar mi coraje con su desgraciado despertador. No estaba. Apunté mi rabia hacia el baño, brotaba el vapor del agua y la insoportable música del despertador, enmudecida, pero igual de fastidiosa. “Es nuestro aniversario, no puedes hacerle esto, repicaba la frase en mis nervios y se iba acrecentando. ¡Qué carajo haces, apágalo! ¡La odio, la odio, igual que a ti! Me levanté con el coraje en la voz. ¡Que lo apagues chingada madre! Empujé la puerta y el golpe del piano a todo volumen me hizo rabiar hasta casi romperme los dientes. ¡No oyes, perr…! Estaba en el suelo, con una sonrisa como la primera vez que lo conocí.

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