Para Kevin Fernández Otamendi.
Gracias Infinitas
Exploto en mil burbujas
mundos nadando en las aguas del instante,
un destello sonoro me incita a vertirme en una sola,
despego y al elevarme
aterrizo en tu corazón.
En tus manos:
una niebla
que proviene de mis ojos ahumados
¿son esos reflejos mis dolores?
Yo insisto
¿qué hacemos aquí?
Tú volcas tu canto a las estrellas
como un relámpago certero que pulveriza espantos
y ambos viajamos hacia la Inmensidad.
El agua que busca tu corazón
no es el agua revuelta que arrastra las sombras,
temblor interno de las piedras,
frío oculto en la certeza.
Es la que escucha el canto del viento
y levanta sus notas desmayadas,
la que ruboriza al cenzontle en la mañana extendida,
la que hierve la sangre del mundo.
La libélula no es otra rama,
la mariposa no es otra flor,
la polilla no es otra corteza,
y tu espíritu volador
no es otro fulgor apagado
cuyas cenizas se vuelan con el tiempo.
Yo soy esa agua-reflejo que busca tu corazón,
manantial en el centro del cosmos
líquido quita-espasmos
rompe-espectros
arranca-pesadillas.
Nubes blancas que trazan el camino,
medicina de los cielos que intercede en la tierra,
hacedores sagrados de lluvia:
eso somos, eso seremos
eso siempre hemos sido.
Arribo: la búsqueda ha terminado
¿A dónde volaría mi última oración?
Sino al Fuego eterno que nos volcó a Su núcleo
hasta fusionar nuestras galaxias.
Siempre es más fácil desaparecer
pero cuando estalla en la mente del observador
la evidencia del tiempo del sueño
resplandece el corazón del Universo
como resplandece mi corazón
cuando tu centro me encuentra;
luz de luna que revela
el mundo entretejido.
Y tú ignorabas que tu voz es el sostén del aire y sus espíritus,
que la belleza no se pierde sin tacto
y que no somos simples espectadores del Infinito.
Nuestros egos están pasando el páramo
y se resisten
como el águila a su metamorfosis
cuando se tiñe de sombras toda nervadura.
¡Pero no más laberintos!
Las estrellas iluminan la senda
confiándonos de nuevo
los designios de la tribu.
Nos conocimos hace un segundo cósmico
mientras se derramaba el misterio del sol,
éter que despluma el invierno.
Yo exhumé tu nombre de entre las llamaradas
y tú rescataste el sonido de mi vuelo.
Radiante es ahora el triunfo de los guerreros,
los cuencos medicinales del cielo
riegan de magia nuestros corazones.