«No existe escritor, por feo o malo que sea, que no encuentre un lector que lo quiera» – Entrevista a Ariel Bermani

1 – Si bien has incursionado en otros géneros como la poesía y el cuento, la novela parece ser tu debilidad, ¿por qué?

Me gusta contar historias. Cuando me meto en el cuento o en la poesía, o incluso en esos esbozos de ensayos, también es para contar historias, porque a la literatura la pienso desde ahí. La novela me da más posibilidades. Tengo más posibilidades de fragmentación, de desarrollo, de entrar por un lado, por otro. La novela es un río, con afluentes, que va arrastrando todo lo que hay alrededor. La poesía y el cuento tienen otro formato. Por más que tengo poemas largos y ahí puedo desarrollar más, siempre siento que ahí estoy un poquito más limitado. Y, para mí, el cuento es como un poema, también. Lo pienso como una foto, retratar un momento, una situación. Cuando hago cuentos me salen así, pequeñas situaciones. El cuento y la poesía los pienso como micro novelas.

2 – Borges recreaba arrabales idealizados. Arlt, en cambio, da testimonio del dinamismo de la ciudad de Buenos Aires en sus Aguafuertes porteñas, en muchas de tus novelas hay una tensión centro-periferia (sintomatizada por la figura del tren, por el pasaje del taxi al remís, etc.) que atraviesa psicológica y emocionalmente a tus personajes, ¿lo ves así? ¿A qué se debe esa pulseada geográfica?

Eso tiene que ver con mi propia vida. Con un momento de mi vida en el que todo el tiempo estaba haciendo ese recorrido entre la periferia y el centro, hasta que me instalé definitivamente en el centro, pero igual tenía que volver a la periferia, visitar a mi familia, mis viejos. Muchos disparadores de escritura tienen que ver con cuestiones biográficas. Después la literatura se va para otro lado. A veces hacés un trabajo más intenso con la imaginación y a veces hacés un trabajo más intenso con la memoria. Siempre se ficcionaliza lo que escribís, por más que tenga un disparador fuertemente biográfico. Eso de estar yendo y viniendo de un mundo a otro: para mí eran dos mundos distintos y ahora creo que lo siguen siendo, por más que la tecnología los haya unificado un poco, son vidas diferentes. Entonces hacía ese movimiento y mis personajes también, y empecé a sentirme un poco extranjeros en los dos mundos, durante mucho tiempo. Ya no era de la periferia, pero tampoco del centro. Era una especie de pasajero en tránsito. Sobre ese pasaje, escribo. Mis novelas tienen esa columna. Mis personajes siempre están yendo de un lado a otro; salvo el personaje de Agua, aunque también va de un lado a otro, pero sin tren, porque va de la casa a la calle. En Furgón está tematizado eso. En Leer y escribir, en El amor es la más barata de las religiones, en Veneno, se da ese movimiento.

3 – En los últimos años tus novelas Veneno (que gracias a la raíz latina quedó igual, Veneno) y El amor es la más barata de las religiones (Ruptures) fueron traducidas al francés. Sé además, que hace poco, en compañía de otros escritores, hiciste una minigira por festivales literarios europeos. ¿Cómo viviste ambas experiencias? ¿Creés que, luego del Boom, la comunidad literaria europea puede hallar interesante nuestra literatura?

En 2016, con la primera traducción, la de Veneno, había ido a Suiza, solo. Ahora fui acompañado e hicimos un viaje más largo, incluimos República Checa y España. Es increíble encontrarte con alguien que te puede leer en otra lengua. Sobre todo en Suiza, me pasó eso. Un poco te abre la cabeza porque te hace pensar que también vos tenés la posibilidad de que te lean en otras lenguas, porque siempre pensás que es algo que les pasa a otros, a los grandes escritores. Incluso un pavote como yo puede llegar a vivir esa experiencia, escritores más de perfil bajo pueden vivir esa experiencia. Igual, lo veo como algo un poco lejano para mí, porque mis elecciones en la literatura son elecciones menores. Me gustan las editoriales chicas y me gusta el circuito independiente y esto un poco se puede empalmar con la otra pregunta que hacés, siento que el otro circuito, el oficial, un poco desnaturaliza las cosas, porque convierte a la literatura en pura mercancía. Y las traducciones y las giras de escritores tienen más que ver con el trabajo de los agentes y de las grandes editoriales, que con una cosa casera y a pulmón. Nosotros lo hicimos a pata todo esto, sin intermediarios. Pero se da muy pocas veces. Y la literatura latinoamericana, para pensarla otra vez en medio de un Boom, hay que pensarla desde el mercado. De hecho, el boom latinoamericano fue una operación de mercado. Carmen Balcells era la agente que empezó a meter esos autores latinoamericanos en España. Y les resultó un gran negocio. Pero sin el mercado es imposible pensar en un Boom literario.

4 – Si algo me sorprende de tu obra es tu forma de narrar. El ritmo, los cortes, la dosificación del suspenso pero también las reflexiones existenciales que se dejan leer entre líneas, el humor, las lecturas que se cuelan en frases sueltas. Lográs un estilo de narración sumamente ágil, amigable con el lector. ¿Siempre escribiste así? ¿Pensás en la experiencia de lectura a la hora de escribir?

No sé si siempre escribí así. Es un camino. Llegué a este punto y reflexiono mucho sobre esto, sobre todo en la época que escribía Procesos técnicos, que eran posteos que hacía en Facebook, y después al ordenar y convertir eso en un libro, me sirvió para sistematizar un montón de cosas que pensaba acerca de mi propia escritura. Llegué a este punto y siento que es algo que me gusta: las historias que se insinúan y no terminan nunca de desarrollarse. Esa sensación de que las historias quedan siempre flotando en el aire, que uno puede tomar un pedacito de eso pero cuando se llega al final del texto la sensación es que hay algo que no terminó. Eso me resulta atractivo. Creo que lo empecé a hacer más consciente a partir de la escritura de Leer y escribir. Novela que escribí en el verano de 2003. Hacía rato que quería escribir novelas pero no podía porque se me rompían… Y en ese verano, en cinco semanas, pude escribir esa novela, porque me puse como meta ser muy cuidadoso: hacer capítulos muy cortitos, trabajar una idea por capítulo y eso me sirvió para avanzar. Después me quedé atado a ese sistema. Capítulos de una página y media, un personaje que se mueve y alrededor de él van apareciendo otros personajes.

Los poemas también tienen algo de eso. Contar una historia pero de una manera muy despojada, directa. Si hay algo que no podría usar en la poesía son metáforas.

– ¿Y pensás en la experiencia de lectura del potencial lector?

No mucho, es difícil pensar en otro. Uno, cuando escribe, piensa en uno mismo. Laiseca siempre decía que cuando imaginaba un lector se imaginaba una mujer. Y casi que escribía para tratar de seducirla. Pero yo no pienso en nadie en particular. Pienso que tiene que gustarme a mí. Y si pienso en lectores concretos pienso en Gabi Luzzi, quiero ver qué le parece a ella, y en Lauti, mi hijo. Siempre lo que escribo se lo paso a ellos por WhatsApp.

– ¿Y tu hijo te lee?

Sí, pero en ese estado. No en los libros. Y me hace devoluciones. Hay cosas que le parecen mal y me lo dice. Si pienso en personas concretas, pienso en ellos. Si no, no, porque pensar en un lector imaginario te condiciona mucho,  de alguna manera te censura. Y uno dice, bueno, esto mejor no lo escribo. De hecho, cuando estábamos en la charla, en Praga, el cónsul argentino (estuvimos dando una charla con Enrique Decarli, moderada por María Insúa, en el Instituto Cervantes), el cónsul, digo, me preguntó si el hecho de que los libros fueran a traducirse no me condicionaba, pensando en un lector suizo, por ejemplo. Yo le dije que no, que no podía ni imaginarme cómo era un lector suizo, qué se yo. Un lector suizo, ¿qué es? No sé…

5 – En tu último libro publicado, la nouvelle Anita (Paisanita Editora, 2019), se da una suerte de cruce biográfico: por un lado, hay un homenaje a Ana María Barrenechea, pero por otro, tímidos relampagueos autobiográficos, como por ejemplo éste: “Me crié sin libros, pero también sin teléfono y sin el dinero necesario para los colectivos y los trenes, me colaba en el tren. Me crié en esa calle de tierra y charcos de agua que me condenaba a pasar embarrado el día entero”. Con la perspectiva que dan los años, ¿cómo dirías que te fuiste forjando un destino de escritor?

Lenta y obsesivamente. El hecho de haber crecido con dificultades no estuvo mal. Tal vez si hubiera tenido las cosas al alcance de la mano no hubiera sido escritor. Hubiera sido otra cosa. Pero la dificultad me sirvió para crecer, para buscar algo. Yo sabía que el lugar donde estaba no me gustaba y no era el lugar donde me quería quedar. Quería buscar otra cosa. Y cuando entré en contacto con la fantasía de ser un escritor y con la literatura y todo eso, hice todo un trabajo de muchísimos años. Vos pensá que escribí poemas hasta los 20. Después empecé a escribir relatos y recién después de los 30 pude empezar a hacer la primera novela. Fue todo muy lento. Después ya no paré más de hacer novelas y en los últimos 15 años debo haber escrito como 25 libros. Fue como una cosa muy fuerte. Hubo un año en que escribí 3. Digamos, ese destino me lo tenía que forjar yo y me gustó eso, como desafío. Eso me pareció más interesante que nacer con un destino más o menos prefijado. O con posibilidades. Creo que cuando tenés menos posibilidades trabajás más… yo siempre pienso en los futbolistas. Que los mejores futbolistas fueron los pibes que venían de las zonas marginales, de la pobreza, y jugaban pensando que tenían que salvar económicamente a la familia. Como una cuestión de vida o muerte. Yo me lo fui tomando así. Sabía que no podía salvar a nadie con la literatura. Al menos en lo económico. Pero sí a mí mismo.

6 – Sobre tus personajes. Muchos reaparecen de novela en novela, es el caso de Veneno, pero también de Basilio Bartel. ¿Por qué te cuesta soltarlos? Y dos cositas más: ¿aceptarías el rótulo de “antihéroes” para tus personajes principales? ¿Es más importante el espíritu de aventura que la aventura misma?

Para mí no hay aventura. No existen aventuras. Las últimas aventuras son las de Colón llegando a América, los piratas. Ya no hay aventuras. Es una época donde uno vive una vida más o menos ordinaria. Ya no hay héroes, gente a la que le pasen cosas maravillosas. A todos nos pasan más o menos las mismas cosas. Yo me puedo esguinzar un pie subiéndome a la bicicleta, pero eso no es una aventura. No es que me pegaron un tiro porque estaba en un barco pirata robando un tesoro. Somos todos antihéroes. Además, yo no puedo pensar a nadie, ni a las personas ni a los personajes literarios, sino desde ese lugar. Todos estamos fallados. No hay nadie que vos digas, bueno, esta persona está iluminada y le sale todo bien y es un verdadero héroe o heroína. Eso no existe. Escribo sobre personas falladas porque reconozco, en principio, que el que está fallado soy yo. Por otra parte, una vez que te acercás a alguien ya te das cuenta de que está fallado. Vos podés ver de lejos a alguien y decís, qué bárbaro, qué entereza, qué integridad tiene esta persona y después te acercás y ves que es depresivo… o es pedófilo. Y minas que te parece que son hermosas y super inteligentes y después tienen un nivel de inseguridad feroz. A mí me encanta esa gente. Es decir, la gente que se muestra vulnerable, que no oculta sus incapacidades y sus miedos. Entonces, bueno, escribo sobre ellos.

– ¿Y por qué no soltás a los personajes?

Porque las historias no terminan nunca. Digamos, cuento un episodio en la vida de Basilio Bartel, pero después me quedo extrañándolo. Me pregunto, ¿qué habrá sido de Bartel? Y entonces tengo que volver a él. Me gusta esta idea onettiana de armar mi propia Santa María. O sea, tener un lugar donde todos mis personajes sigan vivos. No mato a los personajes, nunca. Ningún personaje mío muere… al menos que yo recuerde. Quiero que estén vivos para que les sigan pasando cosas. Ahora, hace rato que estoy pensando que estaría lindo hacer una secuela o una precuela de Veneno. Volver a él, que ya está en Leer y escribir, está en su propia novela, en Veneno, en La línea sinuosa. Solamente en Veneno es protagonista absoluto. Tengo un cuento en el que aparece. También pasa eso a veces, que los personajes aparecen también en cuentos y en poemas. Me gusta eso, ir integrando los géneros y al mismo tiempo que los personajes entren y salgan de diferentes géneros. Por ejemplo, Pablo Ramos tiene un libro que se llama Lo pasado pisado, de poemas, y ahí aparecen los mismos personajes de El origen de la tristeza. El tipo del cementerio, los amigos, etc. Me gusta esa idea y pensar que los personajes están vivos, por eso necesito que vuelvan.

7 – En Leer y escribir, el narrador se pregunta qué hace Basilio (un tipo que vive leyendo en la biblioteca donde trabaja) con lo leído, en qué zona de su vida ingresa la información acumulada con tanto ímpetu. Si tacháramos Basilio y pusiéramos Ariel Bermani, ¿qué responderías?

Para mí lo leído es lo vivido, digamos, no puedo hacer una diferencia entre lectura y vida. O sea, lo que leí lo incorporo a mi vida cotidiana y hay un momento en el que ya no me acuerdo si son cosas que le pasaron a otro o que las viví. La literatura es absolutamente vital. Y desde la lectura y la escritura pensás el mundo. Me parece que es absolutamente revolucionaria la literatura, porque es un modo de volver a inventar el mundo. Y vos, si leés ficción, te estás armando para tener la cabeza abierta y pensar en todas las posibilidades. No podés leer ficción y ser totalmente dogmático. A no ser que leas siempre lo mismo y sean cosas canonizadas y no puedas leerlas con tu cabeza sino con la cabeza de otro. Pero, si no, la ficción te abre la cabeza. Y podés pensar en un montón de cosas, podés pensar en la sociedad… Para mí no podés tener la cabeza abierta, ser un lector y ser de derecha. Hay una contradicción ahí. Podés, pero si vos leés con la cabeza abierta y le das lugar a la imaginación y a las historias tenés que estar en contra del capitalismo. La literatura te abre puertas y si vos vas abriendo puertas en la literatura también las vas a ir abriendo en tu vida. No podés quedarte con el orden establecido. Cuando leés pensás en una serie de posibilidades imaginarias. Eso, trasladado a la vida, es tener un pensamiento crítico. Si no pensás críticamente sos un lector pasivo. Un lector que solamente recibe información y no hace nada con eso. Ahí el narrador se pregunta, ¿qué hace Bartel con lo que lee? Yo mismo me pregunto eso con todos. ¿Qué hacemos nosotros con lo que leemos? Para mí, lo que leo ingresa en una parte de mi experiencia que es absolutamente vital y me permite tener cada vez más apertura y pensar que el mundo puede ser mucho más complejo de lo que imaginás. Las personas que piensan que hay verdades y que el mundo funciona de manera natural tienen un problema. Un lector no puede ser un político, alguien que intenta perpetuar el orden establecido, un lector imagina cambiarlo. Por eso lee.

8 – Si no conté mal este año aparecieron 3 libros de tu autoría: las novelas Messina y Anita, y el poemario (que hace tándem con Medidas de urgencia, de Gabriela Luzzi) Tenemos que hablarlo, ¿con qué frecuencia escribís? ¿Cómo vivís los procesos de escritura y publicación?

Onetti decía eso. Que él no estaba casado con la literatura. Lo cargaba a Vargas Llosa. Decía que Vargas Llosa estaba casado con la literatura porque escribía todos los días desde las 7 de la mañana. Para Onetti la literatura era su amante. Cuando tenía ganas de encontrarse con ella, se encontraba. A mí me pasa lo mismo. No escribo todo el tiempo pero siempre estoy en la actitud de escribir. Por más que no escriba, mi cabeza ya está chipeada en esa dirección. Puedo no estar escribiendo durante dos semanas, dos meses, pero siempre estoy pensando en escribir. O escribiendo otra cosa. Para mí escribir un mail o escribir un WhatsApp, también es escribir. Y si leo, escribo. Hay momentos en los que tengo necesidad de escribir y lo hago compulsivamente y hay momentos en que estoy gestando cosas en mi cabeza y en mi cuerpo como para poder escribirlas después. Si no hay un proceso en el que te estás preparando para escribir, no escribís.

La publicación es maravillosa porque te sirve para cerrar etapas. Te permite decir, bueno, yo soy esto. Cada libro que publico soy yo, soy eso, no soy otra cosa. Si querés saber qué soy, bueno, soy ese libro que acabo de publicar. No importa que sea bueno, malo. La cuestión es que soy eso porque eso es lo que hago con mi vida, escribir libros. Y tenés la expectativa de que eso que hiciste ya deja de ser tuyo. Hay una cita de Dostoievski que me gusta mucho. Yo la transformo. Él dice: “No existe hombre, por feo o malo que sea, que no encuentre una mujer que lo ame”. Yo la pienso con la literatura: “No existe escritor, por feo o malo que sea, que no encuentre un lector que lo quiera”. Publicar es eso, ese encuentro imaginario con otra gente. Y a veces es un encuentro real. En las presentaciones. Alguien que te escribe porque leyó el libro. Está buenísimo. Ahí sentís que se completó el círculo. Escribir y que eso que escribís no tenga ningún tipo de circulación te da un poco de pena, vos lo escribiste penando en vos pero con la fantasía de que en algún momento alguien lo lea. Publicar también sirve para olvidarse del libro, para dejar de corregirlo. Empezar otra etapa. Volver a escribir.

En el caso de La línea sinuosa fue diferente, casi que me autoimpuse que fuera la continuación de Leer y escribir, 30 años después, pero con la misma estructura. La escribí 10 años después, pero, en la vida de Bartel, pasaron 30 años. Los capítulos son más cortos. Pero traté de respetar la misma cantidad de capítulos, los epígrafes (cortados), el mismo circuito del personaje.

9 – Hace unos años iba en el subte con Enrique Decarli y como no conocía mucho tu obra (apenas había leído Furgón) le pedí que me diera un pantallazo. Me contó las tramas de Agua y El amor es la más barata de las religiones. Sentí que eran ideas muy originales, ideas que uno podría catalogar, no en el fantástico, pero sí en un… “realismo inusual”. ¿Te interesa deliberadamente contar cosas que le puedan pasar a la gente común?

Sí, en realidad, a la gente, como te decía antes, a la gente fallada. No sé si hay gente no común. Todos somos comunes. Pero hay gente que expone más su vulnerabilidad y gente que la expone menos. A mí me interesan todas las personas, pero sobre todo esas que exponen más sus zonas vulnerables. Sobre todo, la gente con menos expectativas, con menos futuro. Debe ser porque es la gente que conocí durante 20 años, cuando vivía en el Gran Buenos Aires. La gente con la que convivía, mi propia familia. Me interesa la gente que deja en evidencia sus problemas. Y mirándolas con amor, porque, por más que pueda ser incisivo, siempre hay una profunda admiración por esa gente. Eso se nota mucho en Furgón. Es una novela celebratoria. Aparecen personajes impresentables, en algún sentido, en la sociedad, digamos. Me digo, estos tipos y estas tipas están vivos, ¿cómo hacen? Me encanta eso y pienso que pueden llegar a cambiar. Hay como una delgada línea. No hago nada para que cambien. Los presento tal cual los imagino o los veo. Y me gusta esa idea del realismo medio explotado. Sí, son textos que coquetean con una idea de representación, por decirlo de alguna manera, pero siempre eso se fragmenta, explota, porque la realidad es absolutamente impredecible y fantástica. Me gusta la idea de que las personas estén viajando en tren y el tren comience a hacer un recorrido imposible, vaya pasando por estaciones que no existen y que el guarda se fugue. Una idea que ya estaba en Leer y escribir, con los lectores que se pierden. Me gusta que los personajes sientan la realidad como algo tan complejo que se les va de las manos. A mí también se me va de las manos, cuando escribo. Agua, directamente, es la novela más extrema que escribí, porque es la más alucinatoria. Todo pasa en la cabeza del personaje y nunca se sabe, cuando el personaje sale de la casa, si está pasando eso, si está todo inundado, o nunca salió de su casa y todo estuvo siempre en su cabeza. Me gusta la idea de que todo sea inestable. Como lo es en la vida cotidiana. Y que eso pase en la literatura, donde uno piensa que todo tiene que ser más coherente. Me gusta que la estructura sea coherente pero que la historia se vuelva inestable. Sin llegar ni a la distopía, ni a lo fantástico, ni siquiera al policial, porque no me muevo en esos campos.

10 – Por último, el pueblo quiere saber qué estás planeando para el futuro.

Un mundo mejor. Un mundo socialista, integrado. Una economía mundial socialista que avance hacia el comunismo. Estoy planeando una sociedad comunista donde las personas vayan dejando de lado su egoísmo y vivan en pequeñas comunidades donde nadie agreda a nadie y todos se dediquen a disfrutar del arte, de la música, de la literatura, de la pintura, del cine. Que las actividades sean esas. Que todos trabajen 3 o 4 horas, de cosas que les interesen. Como decía Lenin: de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad. Que se pueda pensar una sociedad así sería maravilloso. Hoy creo que no se pude pensar, ni desde la literatura, pero si pudiera planear algo para el futuro, planearía eso.


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Ariel Bermani nació en el Gran Buenos Aires, en 1967 y vive en la ciudad de Buenos Aires desde 1990. Publicó cuentos, artículos y poemas en revistas y antologías.
Es autor de catorce libros. Las novelas: Leer y escribir, Veneno, El amor es la más barata de las religiones, Quedarme acá, Furgón, Agua, Anita y Messina. También de los cuentos de Ciertas chicas; de las crónicas de Inochi wa takara; de un libro de reflexiones sobre el oficio de escribir, Procesos técnicos; y de tres poemarios: No sé nada de ballenas, La relación con los objetos y Tenemos que hablarlo.
Recibió el premio Emecé 2006, la Segunda Mención en el Premio Clarín 2003, la Segunda Mención en el Concurso Julio Cortázar de novela corta, en 2004 y la Beca Bicentenario a la creación literaria del FNA, en 2016.
Parte de su obra fue traducida al hebreo y al francés. Es narrador, poeta, coordinador de talleres de escritura y de lectura y editor.

Foto: Daniel Mordzinsky.

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