Inversiones. Entrega 3.
J., Anuk y yo caminamos la ciudad cerca de dos horas. Cosechamos mangos, granadas y mamoncillos, que están todos juntos a lo largo de la ribera, entre el río y la autopista. Como pudimos, cruzamos de regreso al barrio, en busca de flores de azahar y sus cítricos. Para ello nos dirigimos al parque, y mientras esperamos la señal del semáforo para pasar a la zona verde, ví en el poste de la luz algo que llamó mi atención. Un cartel medio corroído por la humedad y la mugre, decía: “la vida es un ir más que llegar”.
Y como si hubiese abierto un tragaluz al fijar mi atención en dicho cartel, acto seguido el silencio rojo del semáforo dio pauta para los bailes, bailes de break, bailes que irrumpen en el vals del tráfico. Mis ojos se convirtieron en lentes estereoscópicos captando todo lo que antes era paisaje y convirtiéndolo en aconteceres desplegándose al ritmo de mi mirada: al oeste, una persona en un pedestal alargaba la mano para dársela a quienes están alrededor; al sur, un grupo de escuchas al borde amplio de la acera prestaba su atención a alguien explicando su visión de la vida.
—Llegamos.
En el éter, dulce azahar. Zumbidos de abejas, perritos jugando, los jubilados en su esquina tradicional jugando ajedrez, arbustos de ajedrea deliciosa en los bordes del sendero. Aprovechamos para descalzarnos y recibir energía directa del suelo, la tierra mecedora. Anuk trepó al árbol y J. sostuvo la bolsa para echar los frutos que la niña iba agarrando. Y yo, distanciada de unos habitantes de calle, les espié impunemente. Veía cómo se agachaban a acariciar los grabados de flores en la vereda, mientras otres jugueteaban con sus pies sentades en el balcón. Todo esto sucedía y de la nada el tráfico se detuvo: tres jóvenes tomados de manos acostados en la intersección, sobre el asfalto, quedan tendidos allí ¡alrededor de cinco minutos!
Cuando me di cuenta, ya las chicas habían recolectado unos cuantos limones y naranjas, así que emprendimos el retorno a casa. Nos detuvimos en el puesto de don Mortiño a comer empanadas de papa y en tanto él iba sacando la tanda del aceite hirviendo, sonaba la radio:
“Buena tarde. Interrumpimos la programación habitual para traerles este comunicado urgente. Se acaba de firmar el intento / COMPROMISO de unión de todos los estados americanos del centro y del sur. Fueron muchos escollos sorteados, pero reinó la soberanía y autarquía de los pueblos autorreconocidos como terrícolas terribles. Y para ello invitamos aquí a LATIDO AMERICANO RADIO a Rita Pacumá, experta en relaciones internacionales. Cuéntenos, Rita, ¿siente que este evento inesperado nos llevará a puerto seguro?
—Salud y vida para toda la audiencia de LAR. Pues yo siento que las uniones siempre traen ventura. Dado que ya se había agotado todo recurso bélico, separatista y ofensivo, y que además somos regulares defensores, decidieron los líderes probar suerte en amistad legal con los vecinos y circundantes. Y pues ya que hablamos la misma lengua o unas algo similares en la actualidad, tenemos la ventaja de una identidad donada o heredada o impuesta. Ya no importa nada la victimización: espirales de cosmovisión nativa y originaria de estas tierras exhuberantes del zentrópico impregnan y flotan como el polvo que perdura y regresa y permanece, contra toda ley maniática humana de limpiar lo que no puede -ni podrá- ser jamás arrancado de su sitio. Entonces, poco importa si español o portugués o francés: mismo desgarro colonial. Y menos mal que nos dimos cuenta de eso. Abrimos la tierra y escuchamos sus gritos; ya era hora.
—Horas extras las que nos otorga la Tierra, ¿no cree, Rita? Yo solo puedo pensar en que está sucediendo un milagro, otros dirán que fue el mismo rezo de nuestros antepasados lo que nos hizo trascender a la unión libre entre estados latinoamericanos. En los últimos años ha habido un despertar y un levante ultrasensorial inusual.
—Y es que no era para menos. Desde que el orden rutinario movido por el comercio dejó de ser la única descripción de vida posible…
—No era para menos desde que nos empezamos a encontrar con frecuencia, y nos encontramos en las esquinas para danzar y cuidar los jardines y sembrar alimento en las ciudades, en las casas, las jardineras (…)”
Ni J. ni yo podíamos creerlo. J. agregó:
—Saben qué, yo ya lo intuía. La claridad resplandeció en mi bazo durante una semana entera en que me retorcí y me doblé en preguntas y dolor. Siempre supe que mis cólicos eran por sufrimiento colectivo. ¡Experimenté un clímax de inflamación aquí en el vientre que ustedes no alcanzan a imaginar! Así que era por esto…
[continuará…]