En su obra maestra, la francesa Céline Sciamma explora la relación entre dos mujeres, entre el modelo y el pintor, y entre el artista y el espectador.

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Sciamma abre la película con el personaje de Marianne (Noémie Merlant) haciendo de modelo retratada por varias aprendices, en el rol inverso al que asume en el resto del film. Es un dulce comienzo, al que se vuelve al final de la cinta, y una introducción a la dinámica dialéctica entre observador y observado, que irá mutando con la relación entre Marianne y Héloïse (Adèle Haenel). Es también la primera referencia al título del largometraje, cuando una de las jóvenes pregunta por una pintura que describe una dama prendida fuego.
Desde entonces, la acción se traslada a la intimidad de la isla donde Marianne conocerá a Héloïse en su intento por retratarla. La secuencia de acercamiento y descubrimiento de Héloïse, narrada desde los ojos de Marianne, es un magnífico juego de espacios que da lugar a reflexiones sobre la memoria y la percepción de el otro. “En soledad, sentí la libertad de la que hablaste. Pero también sentí tu ausencia.” concluye Héloïse sobre un día en el que Marianne la convence de que pasee sola, para aprovechar con el progreso del retrato. En especial, es la figura femenina la que se explora, el cuerpo delicadamente posicionado en cada plano, a medida que Marianne descubre a Héloïse. El espectador no conoce su rostro hasta el mismo momento que Marianne lo ve, y que luego ella tendrá que reproducir en su memoria para pintarla.
Marianne pinta a la noble dos veces. La primera, cuando su creación es un secreto, el cuadro adquiere características y convenciones del punto de vista masculino. Es después de arruinarlo y comenzar de nuevo, ahora con Héloïse dispuesta a posar, que Marianne la retrata con vida, y desde su propio punto de vista, femenino y comprensivo de la totalidad de Héloïse. La utilización del retrato como medio de aprobación o no del matrimonio puede leerse hoy en día con el rol de la imagen en las redes sociales, de inclusión o exclusión, donde no importa «la vida», como critica Héloïse, sino las convenciones.

En la dualidad presente en la relación artista-modelo, el título también es doble: puede aludir a un momento donde el antiguo óleo sin terminar de Héloïse es consumido por el fuego, como también a aquellos segundos en la fogata. Héloïse se quema una punta del vestido en su mirada a Marianne, situación que ésta última luego pinta y titula de forma homónima a la película. Por momentos, pareciera que Sciamma se entrelazara con el personaje de Marianne en su rol de autora; metamorfosis de la mano que guía el pincel y la que opera la cámara.
Más allá de la universalidad temática, es una película por mujeres y sobre mujeres, donde el hombre adquiere una connotación negativa o ajena. Se lo representa en el viaje en barco al comienzo, o como el mensajero que envía la pintura al futuro esposo de Héloïse, simbolizando así el fin de su relación con Marianne. También está implícito en el milanés que Héloïse tomará por esposo, a quien nunca vemos pero cuya presencia limita y moldea las acciones de los personajes.
Incluso los otros dos personajes relevantes, la madre de Héloïse (Valeria Golino) y la sirvienta Sophie (Luàna Bajrami), son mujeres y tienen una relación particular con Marianne y Héloïse por ello. La madre recuerda su propio retrato al momento de casarse, cuando era joven. La sirvienta pasa por un proceso de interrupción de embarazo, tema relevante hoy y entonces, que es relegado al ámbito exclusivamente femenino, dónde ellas la ayudan con el proceso y nace un vínculo de hermandad.

En la secuencia de la fogata, un grupo de mujeres une sus voces al ritmo de una melodía y por ese instante, todas son un único canto. Es en esa misma escena que Héloïse se prende fuego al acercarse mucho a la fogata. Pero no sale despavorida ni grita, sino mantiene su mirada en Marianne, fija y apasionada como el fuego que consume su vestido, hasta caer desmayada.
El sexo es delicado pero tampoco vulnerable, sin sobresexualización ni mirada masculina. Un maravilloso plano (que recuerda a la chilena Una mujer fantástica (2017)) muestra a Héloïse desnuda, con un espejo que refleja a Marianne justo en la zona del sexo.
En un momento de la película, Héloïse lee un fragmento del mito de Orfeo, en el cual Orfeo baja a los infiernos para rescatar a su esposa muerta, Eurídice. Hades accede con la condición de que, a lo largo del trayecto que atravesarán, Orfeo no se de vuelta hasta llegar al final y los rayos del sol cubran a Eurídice por completo, o se desvanecerá. En su relato, Orfeo se da vuelta antes de llegar al final, perdiendo para siempre a su amada. Al escucharlo, Sophie lo culpa de estúpido, pero Marianne defiende su decisión como un acto consciente: “Elige la memoria de ella. Por eso se da vuelta. No toma la decisión del amante, sino la del poeta.” Por otro lado, Héloïse cree que quizás Eurídice fue quien le pidió que se de vuelta. La historia se recrea en su despedida, cuando Marianne, al apresurarse hacia la puerta de la mansión, escucha “Date vuelta.” Con un último vistazo, la pintora aprecia por unos segundos a una Héloïse de blanco, casi angelical, su imagen eternamente joven ahora en su memoria. Años más tarde, Marianne plasma esa escena del mito de Orfeo en una pintura que se expone en Venecia. Pero como remarca uno de los visitantes, no es con rencor o tristeza, sino como una despedida.

Héloïse también tiene su propia imagen de Marianne. Aquél autorretrato en la página 28 del libro es un último símbolo de su relación, que reaparece en en esa misma exposición en Venecia en el retrato de una Héloïse algo mayor, con su hija posando a su lado. Marianne sonríe al ver el detalle en el libro que sostiene, consciente de que también persiste en el recuerdo de la noble. Incluso funciona como una lectura sobre la reproductibilidad del arte en sí, que puede ser revisitado y vuelto a ver tantas veces como se nos permita.
El último plano, además de ser un excelente clip para conseguirle cualquier premio a Adèle Haenel (fascinante toda la cinta), funciona en varios niveles. Es un desgarrador cierre a la relación de Marianne y Héloïse, donde la culpa y la nostalgia desbordan la pantalla. Pero también canaliza otros temas de la película, como el acto de contemplar, rozando el límite con el voyeurismo (ya extendido en la historia del cine). Marianne toma el rol del observador sin ser vista, al igual que el comienzo de la película en sus paseos por la isla. Quizás, como así afirma, fue la última vez que la vió. Pero al igual que Orfeo recordará a Eurídice, y Héloïse a Marianne con su bosquejo y a través de la melodía “Las cuatro estaciones” de Vivaldi; Marianne no olvidará a su dama de blanco, ni nosotros a la sensibilidad y emoción de Retrato de una mujer en llamas.