En su obra maestra, la francesa Céline Sciamma explora la relación entre dos mujeres, entre el modelo y el pintor, y entre el artista y el espectador.
Atención: esta nota es una simple reseña y no contiene spoilers. Para un análisis con spoilers, click aquí.
En la Francia del siglo XVIII, la pintora Marianne (Noémie Merlant) es contratada para retratar a la noble Héloïse (Adèle Haenel), que recién llegada de un convento luego de la muerte de su hermana, debe reemplazarla como prometida a un aristócrata de Milan. El retrato que pinte Marianne será luego despachado al futuro esposo y así se cerrará el trato de casamiento. La hermana de Héloïse, quien fue en primer lugar destinada a casarse con el milanés, murió al caer desde uno de los barrancos de la isla donde residen. Desde entonces, Héloïse se rehusa a posar y ser retratada, por lo que Marianne pasa como acompañante en sus paseos por la isla mientras la pinta en secreto.
Como el fuego que consume la tela de un retrato, la pasión va consumiendo el tiempo a medida avanza el film y la relación entre las dos mujeres se desarrolla. Los espacios y las ausencias están pensados para trabajar las nociones de memoria y percepción en el contexto del artista pero también del amante. Durante la gran mayoría de la película, se plasma el punto de vista de Marianne, por lo que su dificultad en retratar a Héloïse de memoria se vuelve un descubrimiento sobre la figura ajena y la función del observador.
Evoca también a la nostalgia y a la reproductibilidad del arte, con un interesante comentario metatextual sobre el artista y su obra, y sobre el artista y su espectador. Por momentos, pareciera que Sciamma se entrelazara con el personaje de Marianne en su rol de autora; metamorfosis de la mano que guía el pincel y la que opera la cámara.
Una pintura en sí misma, la película está destinada a ser observada con delicadeza, con un ritmo lento pero que en ningún momento trastabillea. La fotografía goza de tonos suaves destacando el increíble trabajo de Claire Mathon (que también filmó en Atantique (2019) de Mati Diop recientemente) en la costa de Saint-Pierre-Quiberon, Bretaña.
La sensibilidad y ambición de Retrato de una mujer en llamas dan fruto a una obra sumamente íntima y emocionante, cúlmine en la destacable carrera de la directora francesa y que la plantean como una de las voces más interesantes en la década por venir.