Joaquín Escobar (Santiago, 1986) publicó Cotillón en el capitalismo tardío (Narrativa Punto Aparte, 2019), su segundo libro de cuentos, horas antes de que en Chile la acumulación de injusticias del modelo neoliberal derivara en un estallido marcado por el descontento, la rabia, el desborde y el hartazgo social. La misma Alameda que, días después, congregó una histórica concentración de un millón doscientas mil personas, sirvió ese 17 de octubre como espacio para el lanzamiento de un libro capaz de leer muy bien las fisuras del actual modelo y las complicidades de quienes, parapetados en el poder, decidieron perpetuarlo.
Escobar abre el volumen con el cuento “Todos sabíamos quién era Rosa Luxemburgo pero a los pobres los conocíamos por fotos” en donde retrata cómo en una misma ciudad la realidad se disloca dependiendo de la comuna en donde se habite. El texto se enmarca en el espacio de un colegio en donde solo estudian los hijos de comunistas con plata:
“Todos éramos hijos de exiliados y de abuelos desaparecidos. Lo que parecía un lugar de resguardo ante el mundo, terminó siendo, con el paso de los años, una burbuja que nos explotó en la cara. Después de salir del colegio nos dimos cuenta de que la Guerra Fría había acabado y que al pueblo chileno le importaban más los partidos del Colo Colo que la lucha de clases” (9-10).
Precisamente, es un partido de fútbol lo que articula este primer relato: los del Colegio Latinoamericano contra los de la Escuela de Carabineros. El encuentro termina en un agónico empate, pero se celebra como gran triunfo. Lo anterior acaso reflejando la misma lógica de los acuerdos que la clase política propició durante la transición democrática y que, en el fútbol criollo, al menos hasta hace unos años, se conocía como triunfo moral. Ninguno pierde. Años después en el relato, en un partido en el que son goleados por un apabullante 5-0, el colegio está prácticamente quebrado y ese último encuentro es también el fracaso (o el triunfo) del modelo y de los proyectos políticos de izquierda diluidos durante la transición.
Otro de los temas que Escobar desarrolla de manera transversal en su escritura es evidenciar las contradicciones de los discursos y comportamientos de los sujetos. Cuando lo público y lo privado entra en crisis y devela las máscaras e impostaciones del habitar en comunidad. En el cuento “Las mentiras sin ficciones del Vasco Uribarri” queda establecido que al final, cuando todo cae, la vida también se derrumba y no existe retorno posible.
En sintonía con lo anterior, el cuento “La cripta en la posmodernidad” comienza con la descripción de un anciano recién fallecido: “De las puertas para adentro fue un gran padre, un buen abuelo: preocupado, atento, servil. De las puertas para afuera fue un viejo de mierda: golpista, clasista, patriota, antiallendista, bacheletista” (43). La abuela, por su parte, en la más completa indefensión por el truncamiento de la dependencia masculina, termina por transformarse en una carga para lo que queda de familia. Una sujeto que pasa a ser objeto cuando es mirado desde la óptica neoliberal: “No se le arrugó ni un músculo de la cara para decir que todo era desechable” (47), comenta el narrador respecto de los dichos del nieto. Ni el Estado, ni los privados, ni la institución familiar están dispuestos a hacerse cargo de alguien cuya vida útil ya caducó.
En el cuento “La batalla del supermercado”, los personajes, inmigrantes precarizados en este caso, intentan recuperar su condición de sujetos con la toma y ocupación de un centro comercial (espacio de convivencia insigne del neoliberalismo): “Nos convirtieron en amigos de la obesidad y la tarjeta de crédito. Amigos del reality y del tarot. Este es el momento de la insurrección y la rebeldía. Tenemos que defender el mall. Tenemos que defender nuestra conquista” (59), comenta la protagonista en un discurso que arenga una ocupación no exenta de contradicciones. En el relato, al igual que en una nota del diario nacional La Tercera[1], se habla de terroristas extranjeros financiados por el régimen cubano. También puede leerse el descontento y las consecuencias de la crisis cuando, en “A llorar a la iglesia”, el narrador comenta: “Supermercados y shoppings fueron saqueados. En la oscuridad todo estaba permitido. No había identidades, no había rostros, no había registros. La policía era insuficiente para los miles de pobladores que, azuzados por la negritud de la noche, robaban a los que siempre les habían robado” (94).
El cuento “Explosión de cesantes”, por su parte, sitúa a los profesores en un lugar en donde se los valora desde su calidad de desechos:
“Llevo cesante más de nueve meses. Estoy desesperado. He mandado mis papeles a más de cincuenta colegios y ni siquiera me citan para una entrevista. La expresión pelar el ajo me quedó chica. O quizás nos quedó chica, porque sé que en mi situación hay un ejército de desechos que se pasean por las aceras de Santiago (…) En Chile lo que importa es hacer un negocio redondo para ostentar tus lujos con la vulgaridad que da el exceso de plata” (73).
En un momento, con un gesto, una acción, el relato tuerce su realismo hacia una suerte de complejidad fantástica que termina por conducir a un lugar incierto, un final abrupto que genera extrañeza de inacabamiento. Otras veces Escobar yuxtapone situaciones absurdas e irrisorias con desenfreno, fiel a su proyecto narrativo desbordante y avasallador.
Apunto dos deficiencias del volumen que se hace necesario mencionar. Primero, la autocensura o la imposición editorial que puede observarse en el comienzo del cuento “El cuerpo de los radares”. Comparado con las primeras líneas del mismo relato en la antología sobre el desastre Todo se derrumbó (Santiago Ander, 2018), la prosa del comienzo de esta versión modificada se vuelve sosa, torpe e impostada. En segundo lugar, el texto “La hermana de mi papá”, el más prometedor, concluye demasiado pronto y exige, debido a su naturaleza disruptiva con el resto de los cuentos, un mayor desarrollo.
El telón que cruza todos los relatos es el fútbol y su épica: finales, partidos decisivos, clásicos y la pasión por los colores de la camiseta configuran el andamiaje narrativo del proyecto de Joaquín Escobar. En la mayoría de los cuentos, el autor va recogiendo sus dichos, sus cánticos y consignas para articular las voces narrativas. Escobar toma situaciones y personajes de la realidad inmediata para distorsionar la historia y llevarla a límites estrambóticos. Su proyecto tiene que ver con evidenciar y denunciar los dobles discursos, venga de quien venga; con exponer el sistema y el modelo que ha reducido paulatinamente a los sujetos a una condición de escorias; con criticar desenfrenadamente al campo cultural chileno desde afirmaciones como que la literatura de los hijos no es otra cosa que la literatura de la Concertación. Los textos de Joaquín Escobar están en gran parte para sumergirse en sus delirantes historias y no para satisfacer ni sostener los grados y posiciones académicas de los que vivimos usufructuando de la literatura ajena. Es justamente él mismo quien se encarga de dejarlo claro en las voces e interacciones de cada uno de sus narradores y personajes de este nuevo volumen de cuentos.
[1] Puede revisarse la aclaración del diario en el siguiente link: https://www.latercera.com/nacional/noticia/aclaracion-articulo-publicado-la-tercera-error-del-nos-hacemos-cargo/881975/