El eclipse de Freud

El inconsciente freudiano, como el diablillo cartesiano, jugaría arbitrariamente con  nuestras vidas y a espaldas de nuestra conciencia.

Mario Bunge


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Lo nuevo, en la Viena del siglo XIX, no era el psicoanálisis, sino Sigmund Freud. Ese lector con ínfulas de científico que inventó nombres y teorías que permitieron, entre otras cosas, hacer consciente al inconsciente, transformar el “Ello” en “Yo” (y en Superyó), y cuya palabra “libido” se emparentó con la muerte, más que al placer o el deseo sexual innato en el hombre.

Siendo claro, Freud está superado en este siglo y no para de demostrarse que su terapia experimental y empírica fue y es, una técnica sin fundamento científico alguno. Nadie fue curado por tal método en su tiempo, y hoy, no existen testimonios comprobados de eficacia clínica. La bibliografía posmoderna sobre el tema, son pastiches, basados en que todo es símbolo de alguna cosa.

El escritor George Steiner diría sin tapujos:

“En mi opinión es justo decir (y aquí, sin duda, radica la tragedia esencial de la empresa freudiana) que no hubo confirmación clínica o experimental alguna. Conceptos clave como la libido, el complejo de castración, el ello, siguen sin ser sustentados por una estructura correspondiente, ni siquiera análoga, de la neurofisiología humana”. (Nostalgia de lo absoluto. 1974)

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Es verdad (aquí va un primer crédito) que con su jerga poético-existencial fundó una antología de la sexualidad, porque este médico-neurólogo, tan de moda en la Viena de hace dos siglos, poseía un gran talento e imaginación literaria. Vocación que no la pudieron negar ni siquiera los que en el siglo XX pretendieron dar por finalizado el asunto del freudismo: Martin Gardner, Vladimir Nabokov, Peter Medawar, y hasta Tom Wolfe.

Es cierto (y aquí va un segundo crédito) que Freud devolvió a la palabra la potencia terapéutica, y que como dije en “Un chiste como bomba en medio de una escuela de filósofos”: “la palabra filosófica en la antigüedad era el pharmakon, que sanaba a los oyentes, pero pharmakon, según Platón, quiere decir golpe.

Palabra que poseía tal potencia en la antigua Grecia con los presocráticos, y que como afirma Burello (2016) refiriéndose al médico vienés, él vino a renovar en la modernidad el pacto con la palabra y a poner nombres teóricos a los complejos mecanismos de la psique.

Freud mismo escribe en la correspondencia fechada el 14 de abril de 1925:

Nuestro sobrio modo de luchar contra el demonio es ciertamente describirlo como un objeto comprensible para la ciencia. Es decir, objetivar todos los procesos psicológicos internos, aprehenderlos por medio de la categorizar y renombrar las funciones de la psique a través del sueño” .(Correspondencia Sigmund Freud & Carl Gustav Jung)

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El argot creado por él es tan vasto, que no es de nuestra importancia mencionarlo acá. El nombrar las cosas lo asemejaba a un segundo “Adán”, o mejor aún, lo emparentaba con los creadores de valores que surgieron en el siglo XIX como Nietzsche, Marx, Darwin, y otros. Sin embargo, como se sabe, donde Freud acertó, no fue original; y donde fue original, se equivocó.

La invención de nuevas palabras y así sanar a través del logos, fue, por decirlo de alguna forma, una curación por el espíritu, que provenía del Sechel, o el poder del intelecto que este ejercía sobre otras personas. Una capacidad que provenía de las teorías del fiasco de Franz Anton Mesmer, el padre de la sugestión magnética, las técnicas patológicas nerviosas de Jean-Martin Charcot, y los aforismos de Georg Christoph Lichtenberg.

Es sabido que, entre los seguidores de Freud, no solo estaban aquellos pacientes (mayormente mujeres), sino también prosélitos que defendían a capa y espada a su “padre”, o “maestro”, que, entre otras cosas, sentían especial filiación con la “Sociedad de los miércoles” un reducido círculo íntimo donde se regalaba a cada integrante un anillo idéntico: una gema griega azul engarzada en oro portando la imagen de Edipo respondiendo el enigma de la esfinge, guardándose para él, un anillo con la imagen de Zeus, rey de los dioses. Solo así aseguraba la fidelidad de sus discípulos y el secreto de su enseñanza psicoanalítica, como un grupo cerrado.

Hermandad de los anillos que parecía más una secta médica, con una estructura similar al Círculo Eranos, que a una corriente de pensamiento intelectual libre. De ahí entonces la sospecha (hecho comprobado por sus detractores y críticos) de que Freud haya sido sumamente paternalista con sus amigos, familiares y pacientes. Lo cual influyó, sin lugar a dudas, en la sugestión de su terapia, que volvía dependiente a los enfermos, no solo de la técnica, sino del encantador, es decir, de él mismo quien era el poseedor de la verdad (logos) con la cual sanaba los espíritus (las mentes) europeos que acudían a su consultorio.

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Él describe la importancia esencial de ese complejo paterno y él, como hombre, cree estar llamado a representar a la humanidad bajo esta tarea. Su fe en sí mismo fue abrumadora y avasalladora. Era un faro que atraía termitas hacia sí, que incluso el novelista contemporáneo Stefan Zweig en correspondencia con su amigo, dice: Gracias a usted vemos mucho, gracias a usted decimos mucho… y en otros apartes agrega:

Hoy la psicología es para mí verdaderamente la pasión de mi vida. Y en el futuro me gustaría, si llego lo suficientemente lejos, practicarla con el objeto más difícil: conmigo mismo”. (Sigmund Freud y Stefan Zweig: “La invisible lucha por el alma”: Epistolario completo 1908-1939)

Sigmund Freud al expandir o introducir un nuevo lenguaje, creó una nueva realidad, y ensanchó la mente y emoción espiritual en el hombre. Nuevas palabras se convirtieron en nuevas preguntas. Cuestiones que necesitaban respuestas que solo él, como científico, y al igual que Sócrates, podía entregar. Así en esta faceta del conocido psicoanalista hay una mezcla entre José, el soñador, y Moisés, el legislador, o el creador de leyes y nuevos valores.

Porque al construir todo conocimiento o terapia a partir de la fe (pistis), estructura sus charlas de diván en tres postulados: tensión-relajamiento, (Diván) repetición (Terapia) y empleo de nuevas palabras (Doctrina)Proceso o método usado por el doctor Sigmund Freud y que, siendo sinceros, nadie fue sanado porque a medida que se interiorizaba el juego freudiano, el cliente “confirmaba” lo que su analista esperaba de él. Nada más.

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Y así, es que con el magnetismo de su personalidad quiere avasallar, nombrar y explicar todo según su relevación”, o nuevo dogma. Por un lado, Freud es el Edipo redivivo que desea matar al padre o los padres. Por ello con tesón y perseverancia se vuelve a la literatura, primordialmente a la hebrea, como lo había hecho en otrora, Baruj Spinoza en Holanda, para encontrar nuevos mitos y así revelar patologías humanas (Edipo, Electra, Narciso, Sade, etcétera) para explicarlas por la copiosa escritura, que luego convirtió en diagnósticos médicos.

Él mismo afirmaba que las obras literarias revelan, en las infinitas secuencias o situaciones planteadas, los motivos originarios”. Es decir, que, al observar las manías, palabras, hechos, de un personaje histórico cualquier, podía psicoanalizarse. Creía hallar, sin excepción, en cada personaje de la historia, actos traumáticos reprimidos, fantasías de contenido incestuoso y otras “taras” patológicas.

Algunos personajes vistos bajo la lupa escrutiñadora van desde Moisés, Euripides, y Sócrates, hasta Fiodor Dostoyevski, Alejandro Magno, Thomas Woodrow Wilson y Benito Mussolini. En fin, Sigmund Freud fue un escritor de primera línea, con una gran inventiva, cuyo nombre y terapia pasaron a los anales de la ciencia por error, y por qué no decirlo, por sugestión de su figura y localización dentro de un periodo nervioso de la historia.

El psicoanálisis, como lo vio el filósofo Mario Bunge, y cómo podemos observarlo, está ya, por así decirlo, deformado por zapatos demasiado estrechos. Hoy es insostenible las premisas psicoanalíticas, a la luz de nuevas metodologías científicas y descubrimientos empíricos de relevancia. Y nada más cierto que la popularidad del psicoanálisis entre los escribidores posmodernos se explica en parte porque no exige conocimientos científicos. No hay nada más que decir al respecto.

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