Miradas desde el cielo: Poesía salvadoreña contemporánea

Foto de portada:
Manifestaciones culturales, El Salvador, documental realizado
por Luis Villatoro, Alexi Escalante y Claudia Solórzano & SICA

Poesía
Perdóname por haberte ayudado a comprender
que no estás hecha sólo de palabras.
Roque Dalton

Como profesor de filosofía y religión tengo un acercamiento con algunos países por algún personaje que se encuentra dentro de mi campo laboral. Uno de estos personajes es Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de El Salvador y que fuera asesinado en 1980 dentro del contexto de la crisis social, política y militar vivida en su país. Por ello, la historia de El Salvador siempre me ha parecido una forma especial de comprender y entender un proceso dentro de un país tan golpeado, pero lleno de frutos. Uno de estos frutos es la literatura salvadoreña, tan poco estudiada en el resto del continente y, en plan de exhortación decirlo, del mundo. Por ello, leer a los poetas de El Salvador es como un santo cáliz que se encuentra como tesoro histórico. La exégesis de los autores salvadoreños giran en torno a la lucha, a la desigualdad, a la mística propia de sus vivencias donde convergen las tradiciones españolas más las experiencias y cosmovisiones tradicionales.

Poetas como Roque Dalton, Claudia Lars, Alfredo Espino, Alberto Masferrer, Claribel Alegría, Salvador Salazar, Matilde Elena López, Lil Milagro Ramírez, Lilian Serpas, Carlos Ernesto García, entre otros, son solo una muestra clara y precisa del lenguaje poético enriquecedor que existe en el país centroamericano, una vivencia y una experiencia que estuvieron marcadas por épocas históricas que convergen en la poiesis de una manera peculiar: interviniendo en la sociedad.

Porque el poeta, y escritor en general, salvadoreño no es ajeno a la peculiar resistencia y lucha diaria: luchar por la memoria, luchar por la libertad, luchar por el amor, luchar por los más desfavorecidos. Desconozco la relación entre fe y sociedad, pero la figura de Óscar Romero tiene un halo fugaz similar al de la mayoría de los poetas: hablar desde y para la libertad de un pueblo que se encontró sumergido en injusticia. La mística de la lírica salvadoreña gira en un mensaje que roza lo simbólico tradicional y fecunda la tierra fértil de una poética vanguardista que rompe cánones. Desde una tradicional composición literaria hasta una estructura rebelde que busca darle voz a su propia mística. Pero un detalle más: el romanticismo. Los sentimientos que afloran y buscan ser libertades. La poesía salvadoreña se encuentra bien representada en sus poetas, en los precursores y en los actuales.

Por ello, les presentamos una muestra significativa de poesía salvadoreña contemporánea.


Diana CastroDiana Castro (San Salvador, 1991). Estudió Letras en la Universidad de El Salvador, siendo parte de talleres literarios dentro de la Universidad. En 2014 participa con el poemario «Levedad de Voz» en el certamen centroamericano de poesía Ipso Facto de la editorial Equizzero, resultando ganadora y posteriormente la publicación del libro en el 2015. En el 2017 publica con el Proyecto editorial La Chifurnia, «Una mancha roja». Y en el 2018 para la revista costarricense «Pez soluble» en el número de poesía salvadoreña joven, entre otras revistas y medios digitales.

La orilla

Puedo cerrar los ojos esta noche
Y seguir jugando aferrada a la orilla…

I

La pesadilla

Sin embargo, sé que no es un sueño.
Nada lo ha sido nunca.
Ningún alma luminosa viene por mi.
A esta hora, a mi lecho
A posar sus alasrojas de muertebella
Sobre mi hombro escarchado.
No puedo decirle ADIÓS a NADA.

La melodía de alacranes resuena en mi vena ópaca
Y pulsa pulsa como suspiro de huracán remolineando
En una tarde verde, verde, serena…

II

Puede que otra noche me llame al oído.

Otra noche más inmensa
Más fuerte. Absoluta.
La gran noche extraviada
Extranjera
Extrañamente indómita
Llena de estrellas blancas
Y piedras de mar hundiéndose
En mis pies de nervios retorcidos.
Engullo el aire. Como avecilla migratoria.
Como huérfana pequeña
Buscando otro lado de la noche.

III

La orilla

¿Podré escapar?

Sombras, amuletos, esqueletos
Valles de ardiente azul sobre pupilas rojas
Entre estos soles negros
Sobre este volcán caparazón…

¿Podré huir?

La carne es de silencio
Espeso, espeso
Espuma de lava
Creo zarpar en este barco estéril
Que golpea la roca caliente de mi sed.
Estoy en esta esquina, encerrada, sola sola.

Pero se levanta el velo de la ventana
Y sobre la mesa cae al fin la lluvia.
Los zapatos rebalsan.
Apenas queda humo cortando con su filo sosegado las entrañas.
Me llena de nostalgia escuchar este rugido leve de mi sangre
De animal suelto, suelto en la orilla.

 

Cristales

a Lady lazarus

Tengo en mis manos un libro de azules oscuros. Se llenan de espuma los dedos. Sé que de noche resucitarán las amapolas. Lloraré hasta el amanecer. Acompañando a los miserables, a los sin nombre, a los ladrones de inocencias. Al amanecer los helechos cantarán en tu nombre y atraparán los pies de Ariel. Que es entonces un Dios de humo sin sangre y sin dolor. Solo Venus, su amante dormida en su regazo.

Paso la página. escucho afuera risas estruendosas, tal vez psicópatas poetas o ángeles en perdición, religiosos tarareando en mis sueños de sexo oscuro, sangriento, bestial. Toco mi campana, es de cristal y de un ácido brillante. Cristales azules que se derriten en mis manos. Apenas un olor a tristeza, querida, apenas una música de despedida, apenas un temblor en tu cara.

La luna tiene hoy el tono de tus cabellos.
También las mismas sombras.
Algo se rompe en pedazos en el piso.
Tal vez el eco de la inconformidad.
Siempre buscando, buscando, buscando
Knock knock acechando entre los murmullos, entre los delirios
una furia, al fin, un estruendo,
una verdad con espinas un fuego,
un hechizo total,
Imperecedero un diablo danzante
una danza macabra
una virgen ardiente con pezuñas y agujas
una corona de adormidera cristalina
adornando tu cabeza
alas color relámpago
sueños al fin sueños
sin dolor ni perdones.
No pido perdón. No pidas perdón.
Es tu alma en estas últimas páginas.
Tu salvación.

El cristal se ha roto. por y para siempre.

 

Visiones siderales 

Ziggy ​ toca de nuevo su guitarra.
Sobre mi cama hay un reptil glamuroso
Que acaricia estupendamente mis oídos.
Estoy buscándote.
Sé que es tarde otra vez
Sé que el techo tiene ese agujero
Irreparable
Que allá afuera hay calles inundadas
Por donde transita el autobús
Que te aleja de mis brazos
Mientras corro debajo de tifones
Solo para verte no mirarme.

Estoy durmiendo mucho.
Tú cómo estás, ¿acaso estás oyendo
Justo ahora el sonido underground
De mi consola repitiendo
Hasta el cansancio esa canción
Que es el pecho agónico del huérfano?
Búscame
Búscame
Como un lagarto
En mi sueño lunar donde
Nos encontramos.

 

Ángel subterráneo 

A J.M. Basquiat.

Un ángel oscuro y hermoso
Cabalga a la muerte
Inocente
Espera el cielo
Rozando sus alas
Sobre el suelo africano
Estira sus pies
Para asegurar la montura
Sin arrollarse las mangas de Calvin Klein
En su mano una copa de oro  que alza
Una calavera teñida de ceras azules
Toca un Sax ahumado
Bebe su sopa
Charla por última vez con Abuelita
Antes de huir
Ángel cabalga con la muerte,
Y canta
Ya sabes, the same old shit.

 

Escribir a oscuras

Escribir a oscuras. Apenas iluminada por el pequeño éxtasis desparramado por la ventanilla aludiendo a la divinidad al culto al cuerpo de la diosa paseando desnuda sobre mi dedo herido escucho el sermón en la TV muertos blancos muertos rojos muertos azules que no conocieron jamás el delirio ni la risa el amanecer intacto el cerro el precipicio afuera hay perros tristes Ángeles y mosquitos que acarician mis mejillas por igual ahora que mis manos insisten en tocar el tambor de la muerte mis ojos abiertos son casa de pájaros heridos antiguos dioses me hablan al oído sobre el poder la saliva que sana he venido a buscarte más allá de mi reino donde ya no soy cuerpo abandonado ni espero encontrarme con mis huesos visiones poesía arrojada por la calle derramada disfrazada colgada de árboles fantasmas ya no somos cuerpos ni roca sobre roca siguiendo el rastro de nuestros propios corazones y erguirnos y ser peligrosos letales tormentosos escribir a oscuras…


Lourdes FerrufinoLourdes Ferrufino (Santa Rosa de Lima, La Unión, 1992). Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES – FMO). Se dio a conocer por el Certamen Literario de Mujeres «La flauta de los pétalos» (2015) organizado por el Centro de Estudios de Género de la UES. Dirige los ciclos de poesía “La Página Desértica”. Aparece en el Índice general de poetas salvadoreñas «Las muchachas de la última fila» (Zeugma editores, San Salvador, 2017) y «Poeta Soy» Poesía de mujeres salvadoreñas (MINED, San Salvador, 2019). Parte de su poesía se ha publicado en el Suplemento Tres Mil del Diario Co Latino, Revista Cultura n.º 121 y diversas revistas digitales. Participó en el Festival de poesía escrita por mujeres Otro Modo de ser. Plaquettes publicados: «La Espina Etérea» (San Miguel, 2016) «Diluvio» (San Salvador, 2017). Se dedica a la docencia.

Celebración

Celebro mi permanencia en el ojo de la fiera
celebro que mis labios todavía inquietos
no sepan nada de plegarias.
Celebro el ciclo de la infinitud
es decir, mi permanencia en el ojo de la fiera.
Dirán de mí que fui semilla echada a perder
infecunda hasta la última gota
por eso celebro la altivez de las estatuas
enviadas a darme la canción de espiga
la misma que atraviesa mi cuello
por cada mujer disoluta que como yo
también ha sido estatua.

 

Oración contrita

Señor
puedo poner la verdad entre tus manos
y harás con ella lo que te plazca
puedo, si es preciso
borrar mi nombre y llamarme lluvia
solo si el tiempo se vuelve sangre.
pongo la verdad entre tus manos
te cedo así mi temor al fuego
pero nunca, nunca
me digas que pagaste por adelantado
mis apuestas con tus ángeles de plomo.

 

La ambigüedad del sediento

Lo verdadero es que el sediento existe
más allá de lo improbable
nunca sabremos
Si resistir al espejismo

es signo de cordura

Si la ambigüedad del sediento

es signo de fracaso

si el sediento maldice su lengua
porque en todos sus sueños
la muerte le parece líquida.

 

Amor entre hilos

A los hombres de todo el mundo
yo los quisiera besar
tan pronto recuerdo su condición de bestias
corto el hilo.

 

Numen de ordenador

Todo tiempo plagado de humedades
exige vanas formas de olvido.
Repetirse frente al ordenador:
no intentes besarla desde la pantalla
es una diosa de busto firme
y domina las estrategias del deseo.

Busco la elocuencia de tus pezones
sin comprender el dulce artificio que disimulan.
Niego tu edad, olvido la mía.
Señal de un asombro que no se permite.

No me resisto
enciendo el ordenador y tecleo tu nombre.
Muchachita pagana:
hace mucho que vives
en un abismo colmado de idólatras.


Ana María RivasAna María Rivas (Santa Tecla, 1995). Formó parte de la extinta Escuela de Jóvenes Talentos en Letras patrocinada por la Universidad Dr. José Matías Delgado.  Fue miembro del Taller Literario Altazor y de otros talleres de poesía en los últimos años. En 2016, recibió el primer premio en la categoría de poesía en el concurso “La Flauta de los Pétalos”, certamen de literatura hecha por mujeres, a cargo de la Universidad de El Salvador y el Centro de Estudios de Género. Parte de su producción figura en la compilación literaria “Sextante”, en el área narrativa. Sus poemas han sido publicados en “Torre de Babel Volumen XV, Antología de la poesía joven de antaño”, “Las muchachas de la última fila”, antología de poetas salvadoreñas, y en la revista “Cultura N°121”, de la DPI. Actualmente estudia Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de El Salvador.

 Mother

 «Oh madre oscura, hiéreme
con diez cuchillos en el corazón».

Neruda

I

Madre: ¿has escuchado tu voz los últimos años?
¿sabes acaso que has perdido
tu nombre
tu edad
y tus sueños?
Te cambiaron los ojos por dardos
los dedos por gusanos
y los pies por estacas.

Te llamo madre porque no sé decirte de otro modo.
No puedo llamarte mujer ni anciana ni monstruo.

El café desborda en la cocina
y te has quedado dormida frente al tele.
Han pasado siglos y tus huesos siguen habitando la sala,
la tierra en la boca, el veneno en tus párpados.

Madre, ¿dónde guardaste las píldoras del insomnio?
En estos días necesito
coserme los ojos  y esperar la muerte.

II

Mi madre es un pez sin océano ni estanque,
ojos de ceniza en la habitación de mi memoria.

Ella soñó parir a muchos hombres
que postraban sus rodillas
y adoraban su vientre.

Mi madre mató a sus hijos.
Y por cada uno se clavó una aguja:
Era tan grande su estirpe
que no fue más mujer sino acero
y entre carne y sangre
se volvió una espina.

Mi madre volcó su imperio de cruces en mi falda
impuso sus manos en los hijos que aún no tengo
y les dio veneno porque odia las ratas.

III

Madre, cántame una canción de cuna
donde quepan las distancias del mundo
y el rostro donde se queman los espejos,
cántame noches sin amanecer que me separen
de la fe de enterrar mis manos en los astros

Téjeme una mortaja por vestido
hazme trenzas en el cuello
y sujétame a las vigas,
méceme, seré tu péndulo
una muñeca amplia oscilando entre los muebles.

IV

Madre, olvidé decirte que nadie tiene una madre.

 

Una mujer

Cuántas veces huimos del mundo,
Cuanto tiempo nos quemaron las manos:
ejercimos largamente el oficio
de parir, hacer la cena, criar las bestias.

Nos confinaron a ser adorno,
en la sala de señores importantes.
Mordimos la lengua ante el insulto,
contuvimos el puño, ante el golpe.

Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,
Y les chupamos su maldad entre lágrimas.
Nos royeron el cuerpo,
nos dejaron desnudas,
en basureros, veredas y cañales.

Fuimos violadas todas.
Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.
Y nadie dijo nunca nada.

En la hondura del silencio,
nos zurcimos las heridas.
Nuestro corazón era un remiendo
que se abría siempre,
una y otra vez.

En noches más oscuras nos quemaron las alas.

Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,
para curar a quienes fueron nuestros delatores.
Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,
alzamos la voz y nos creyeron dementes
Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.

Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.

Ceniza sobre más ceniza,
fuimos una con el soplo del viento.
Borraron nuestros nombres de las enciclopedias
ignoraron nuestros pasos en los periódicos
guardaron nuestros restos en amplios cementerios
donde nunca hubo una tumba,
un nombre,
una mujer.

 

Un perro en el estante

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.
Gesto amable,
palabra de miel
y manos ligeras.
Quiere un cuerpo dócil,
prudencia en el modo
y vestir de iglesia.

Yo sólo sé reír de sus hábitos
y fluir en mi propio caudal de tiempo.
Y sé ofrecerle este cuerpo húmedo
cuyo único fin es transitar por la tierra.

No sé conversar sobre apariencias:
Yo busco la semilla de la imagen
y la hago florecer entre mis manos.

Yo hablo de la niebla que apaga las ciudades,
del reloj atrapado en sus ojos silenciosos
que amenaza con la hora de su último sueño.

Yo digo cuchillo en lugar de la palabra.
Hablo del día
que vuelve a su propia puerta
y me toca los ojos para que despierte.

Y yo soy ese cuerpo que se instala en sus pupilas
Y yo soy la herida que se abre en su garganta.

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.
Una casa amplia y dos hijos
para jugar en el jardín.

Yo no tengo jardín, ni perro.
Y mi vientre es un valle estéril:
Aquí sólo sangrará la luna.

Yo me visto del fuego que profiere mi lengua,
me visto del tiempo que creo entre mis manos
Frente a usted, yo desnudo mis ojos.

II

Amanezco.
Limpio el polvo que dejaron los días.
Y adivino que este tiempo
estuve dormida:
cultivé una historia marchita desde su raíz.

 

Historia de la canción de fuego

I

Tú brotabas del aire como un espasmo entre las hojas
brotabas del silencio en que ocurren los ciclones.
Tu cuerpo era una canción de fuego:
Ardías en los límites de la tempestad de mis manos.

II

No llamabas a un huésped del viento,
Sino un amante que supiera de la espera,
de mirar por las ventanas y disecar las multitudes
de estrellas y de nombres que asomaban sus cristales
y guardar,
ramos de flores que ya eran del olvido
para colgar sus cuerpos en la puerta de tus ojos.

III

Hay un cuerpo de metal bajo mi cuerpo
Tú lo forjaste en tu corazón incandescente:
Aunque tu lengua era un eterno crepitar
amabas el frío originado por tus manos
amabas el metal de tus espadas llameantes
y hundías sus bordes en la soledad de mi cuerpo.

Aunque tu lengua era un eterno crepitar
tu corazón era hierro forjado de espinas.

IV

Un canto de hombre lunar
hace temblar los pilares del tiempo
su voz se multiplica y golpea
las paredes de mis manos de hierro.

V

Hombre entre multitud de hombres
caben en ti todos los fuegos del mundo.

Aunque tu origen era el aire y la escarcha
tu vocación ha sido siempre el incendio:
peregrinar mujeres y volverlas ceniza.

VI

Canción de fuego, danzaré en tu vientre.
Y vestiré de la tarde de lluvia
a la que no llegaste a repartir tu incendio.

Ahora encuentro tu epitafio en mis manos
y tu beso ahora es solamente ceniza,
porque el hierro en mi lengua se ha vuelto una guadaña
y mi voz sólo hiere el aire con tu nombre.

 

Temblor de pájaros

A Erick

En una ciudad donde el mar tiene otro rostro,
un hombre me sueña vestida de blanco.

Yo camino por la orilla de sus ojos,
le muestro una piedra reluciente como el ámbar
le beso la frente,
y lo hago despertar.

II

A miles de kilómetros, él me llama y me espera.
En la frontera del sueño
me escucha cantar.

La bruma entra su corazón telúrico.
Viene,
pasa
lo limpia
y se va.

III

El allá pero su pájaros aquí.
Yo busco en la raíz de sus alas,
el origen del sismo
el temblor de nuestro cielo.

En el espejo nos hallamos en una sola mirada.
Yo veo a través de su corazón desnudo.

Él hurga entre mi piel hasta sacar las alimañas
que anidaron en mi,
después de la caída.

Él es parte de mi sombra,
y yo soy parte de sus manos.
Entre sus líneas hago signos,
sigo los surcos, dibujo sus dedos.

IV

En la distancia, nos tomamos las manos.

Desde la ventana cada quien mira el cielo.
Sobre el límite de la tierra
crece el mar
y nos acerca.

Cerramos los ojos y tiembla el mundo.


Dennis Ernesto MoralesDennis Ernesto Morales (San Salvador, 1994). Licenciado en Letras. Miembro del taller literario El Perro Muerto. Con su obra Exhumación de la vida, obtuvo primer lugar en el V Certamen Centroamericano de Poesía Ipso Facto, convocado por Editorial EquiZZero, en 2015. En 2017 su poemario Un hombre cae sobre la pupila del mar recibió mención de honor en el I Certamen de poesía Armando Rodríguez Portillo, posteriormente el poemario apareció en La poesía es un atentado celeste Taller Literario el Perro Muerto. Antología póstuma. Ha publicado en revistas impresas y digitales. Forma parte del grupo literario Tezcatlipoca.

Salmo de mayo

I
Bienaventurada la mujer de vientre estéril
porque no tendrá que cultivar cenizas en sus ojos.
Un puñado de polvo en sus manos
nunca será el tierno rostro de un hijo.

Bienaventurada,
porque ignorará las cartas de amor escritas con la caligrafía del humo
en las heridas de ese muchacho donde la edad se detuvo.

Ella no heredará la angustia de buscar entre la hierba una cruz sin dueño,
ni amará la ceguera de Dios cuando los ángeles resuciten en el desierto.

Dichosa la mujer que se asombre con la imagen de la muerte en el musgo de su casa.

II

Caravanas de inviernos perseguirán las fechas en cicatrices,
las estaciones del hambre hablarán en fotografías descoloridas.
Los ejércitos de la brisa enmudecerán las ramas de los árboles.
Una mujer conservará, en una lata redonda de galletas navideñas,
los huesos de papel de su hijo.

 

Ser un cirio para su propio ataúd

I

De rodillas voy a la dulce plegaria de mi madre.
Ha obsequiado sus párpados a la corona de la noche
a cambio que puñales no aniden en mi pulso.

Recuerdo cuando mi origen fue buscarme entre números y el vacío:
su proverbio limpió mi piel.
Ella formaba en su mirada un asilo de cristal
para las migajas violentas del tiempo.

II
Ebrio de las canciones lluviosas de mi madre
yo regresaré al joven crucificado
durante la enfermedad de todas las biblias,
en ese hogar extraño de la palabra.

 

Serenata del difunto

De la cicatriz de mis años
emergieron mis nietas para trepar tus cabellos
iluminaban con lámparas el camino hacia su dolor.

Mezclaron mis lágrimas con ese líquido luminoso que escala tus huesos:

aparecían corazones de cristal en sus riñones.
Con mi nombre llamaban al viento.
Cantaron mi locura sobre tu cabeza
y en mis costillas bordaron un vestido de luto a tu abuela.

Abrigadas por mi pellejo
entenderán el mármol de los muertos
donde caben los gusanos más distinguidos y ordinarios,
donde la ausencia de la respiración lo deshace todo.

 

Octubre es la memoria

Ayer, la niebla de la tarde se congregó en el fuego que sostenían unas manos devastadas,
sus dedos se desmoronaban como un hormiguero por el viento.

Hoy, el sol salió debajo de un caldero
sin esperar que la madrugada cantara los gallos.
Desde anoche,
es un invierno interminable el del fuego en este país.
Para sobrevivir los campesinos encenderán los cañales
y verán caer las cenizas como una tormenta de nieve.
Este es el invierno que conocerán nuestros nietos.

Sin embargo, esta época inició en otras quemas.
Un pequeño observó el origen de este invierno desde un autobús en llamas,
el sonido de su cuerpo calcinándose
apagó el verde de las hojas en los árboles cercanos.
De sus huesos solo quedó humo:
una nueva bandera para esta patria
de la ceniza eterna.

 

Foramen oval

Pero no: la vida no tiene sentido
Nicanor Parra

Nadie nos preguntó si queríamos arder sobre estas heces
de hombres decapitados en guillotinas a vapor
o de suicidas colgados en el tendido eléctrico
—ningún arcángel bajó del cielo a tomar nota—.
Solo se escuchó un estruendo en el polvo.
Ahogaron nuestro llanto con migas de pan,
nos arrebataron la única esperanza de agonizar.

Fuimos animales errantes,
nuestro nido se perdió  en la combustión de  los vasos capilares de la tierra.
No teníamos semillas que sembrar en nuestra boca,
hierba artificial mascaban las bestias en los campos.
Seccionamos los labios del océano,
lo repartimos en partes iguales ante los ojos de la sed.
Las dunas del desierto consolaron nuestros pies cansados.
Bailamos en un suelo húmedo de sangre.
Regresamos intactos del frío. De nuevo comenzamos a arder como lo hacíamos en el vientre.
Vestimos a los muertos con los mismos trajes de nuestra miseria.
Aprendimos el arte de contar leyendas simples
(esas mentiras trajeron paz y fortuna a los hogares).
Extraviamos los menguantes de la luna en un telegrama,
arroyuelos y mares se disolvieron en un vaso.
Destrozamos sauces y álamos para inventar la nieve.

Nos hincamos frente a un santo de trigo:
tragamos a dios noche y día.


Josué Andrés MozJosué Andrés Moz (El Salvador, San Salvador, 1994). Poeta y gestor cultural. Actual estudiante de la Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador. Ha publicado poemas en diversas revistas literarias, así como en distintas antologías dentro y fuera de su país. Publicó Carcoma (Editorial La Chifurnia, 2017) y Pesebre (Editorial La Chifurnia, 2018). Miembro de Fundación Metáfora. Miembro del equipo coordinador del Festival Internacional de Poesía Amada Libertad, cofundador de THT y director de los ciclos permanentes de poesía: «Los Heraldos Negros» y «La noche del Albatros». Ha participado en distintos festivales de poesía dentro y fuera de su país y en congresos de literatura.

Aguardiente

 

Carlos GerardoRommel Martínez,
Efraín Caravantes y Fredy Tato Mejía,
por sus íntimas intenciones con el lenguaje.

Semillas, semillas como arena. Todo tiembla y el mar es una navaja que encuentra el perdón para nosotros. El mar entre las manos, el vidrio que canta, la arena recubriendo la tráquea, endureciendo los nervios. Todo tiembla y es anfibio el laberinto y tiene labios la noche y dice lo que yo nunca he podido. Veo el estanque donde duermen las estrellas, pensamiento acuático este, voz de piedra. Lo que rompe la piel del agua es la ausencia, lo que llena las estrellas con su luz, es aquello que nos quitaron de la mirada. Bosques de sangre nacen en los ojos. Comprendo que la culpa se vacía en los zapatos y nada más, comprendo que hemos llegado a la edad en que masticamos el plomo y abandonamos esa necesidad de encontrar a los culpables. En el vientre: las palabras, el filo del vaso, las burbujas que se acumulan y desgajan su fiebre sobre nosotros. Hay un lugar en el rostro de la página, en el hueco del insomnio, un sitio coagulado que repite su altura y nos ve diminutos, como toda manzana ve a la serpiente cuando muerde su propia cola. Un enjambre de luces para iluminarnos los dientes, para rellenar nuestra caries, quinientas luciérnagas de sangre para humedecer la juventud. Quien toque esta página estará tocando la desnudez. A este poema nadie puede entrar por la puerta de adelante. Este poema es una casa con las ventanas rotas y roto el lenguaje que lo escribe desde el tejado. En la cabeza del alfiler se han fundado los imperios, hay un puente de aire, tenso de un lado al otro del abismo y los poetas doctos dirán: no se puede cruzar el puente, nos están vendiendo humo, nos están fabricando el misterio. Entonces el poema será exiliado eterno de las antologías y no será estudiado en las aulas de los intelectuales, y mucho menos ganará premios en el extranjero, pero el poema nunca estuvo hecho para ellos, el poema no cabe en las manos de escarabajos que ruedan las sobras de su propio asombro. No hay hígado en el poema, no hay bilis para bañar el signo. Los niños cruzan el puente y es invertebrado el amor de sus ojos; la palabra que escuchan es el pájaro que tiran para atravesar las piedras. Todo tiembla y hay una canción desconocida que se escucha a través de sus manos. A este poema se entra con los pies descalzos y nunca se pregunta por sus peces ni por la arena que queda extraviada entre las uñas, en este poema se escucha el rumor de los corales y se saborea el deletreo de las algas. Este poema es un vaso transparente y cada quién decide lo que queda en su garganta.

 

Las viejas costumbres

Dedicado a la Corte Suprema de Justicia de El Salvador

E̶l̶ ̶S̶a̶l̶v̶a̶d̶o̶r̶ ̶r̶e̶c̶o̶n̶o̶c̶e̶ ̶a̶ ̶l̶a̶ ̶p̶e̶r̶s̶o̶n̶a̶ ̶h̶u̶m̶a̶n̶a̶ ̶c̶o̶m̶o̶ ̶e̶l̶ ̶o̶r̶i̶g̶e̶n̶ ̶
y̶ ̶e̶l̶ ̶f̶i̶n̶ ̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶a̶c̶t̶i̶v̶i̶d̶a̶d̶ ̶d̶e̶l̶ E̶s̶t̶a̶d̶o̶,̶ ̶
q̶u̶e̶ ̶e̶s̶t̶á̶ ̶o̶r̶g̶a̶n̶i̶z̶a̶d̶o̶ ̶p̶a̶r̶a̶ ̶l̶a̶ ̶c̶o̶n̶s̶e̶c̶u̶c̶i̶ó̶n̶ ̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶j̶u̶s̶t̶i̶c̶i̶a̶,̶
̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶s̶e̶g̶u̶r̶i̶d̶a̶d̶ ̶j̶u̶r̶í̶d̶i̶c̶a̶ ̶y̶ ̶d̶e̶l̶ ̶b̶i̶e̶n̶ ̶c̶o̶m̶ú̶n̶.

Artículo 1. Constitución de la República de El Salvador

De la cruz se desgajan los garfios (…)
y es siempre verde la libertad

Elena Carballo

Por la lengua de la espada se desliza la sangre:
hay cabezas de niños dando vida a la balanza,
la mujer calla, es rígida, inmóvil,
tiene los ojos cerrados y sonríe para nosotros.

Este es un país solamente para viejos.

Nunca nos dejaron ser niños,
siempre nos dieron sangre, canas,
calendarios para nuestras lenguas,
tatuajes de tinta cortada, pañuelos para nuestros días,
siempre nos dieron el fuego,
cosecharon el limón más jugoso para nuestras llagas,
cada noche nos entregaron los besos que nunca deseamos conocer.

Saliva oscura hay de los sedientos,
fiebre de los amantes del cuerpo de Cristo.

Y nunca les bastó el cuerpo de Cristo entre las manos,
y no son sino los avemarías el perdón para la sombra,
para el animal hambriento, para el diente que rompe el nervio.

Ritual desnudo, ceremonia que oscurece los rostros,
que parecida a serpiente recorre las piernas,
y quebranta faldas como la muerte hace con los párpados

(la inocencia queda en la placenta, en el frío, en la niebla,
en algún basurero oxidado a diez años de nuestro llanto)

Una mano es capaz de desmoronar los besos,
de triturar con sus dedos el calor de todos los abrazos.

Sólo espaldas frías nos dieron
sólo dulces para cosechar la rabia,
algunas monedas, algunos juguetes,
algo de compasión privada para aprender el oficio
de fermentar en silencio nuestra amargura,
y seguir visitando a nuestros tíos,
y seguir viviendo con nuestros padres,
y seguir la cansada rutina de sonreír al esposo de nuestra madre,
y guardar los cuchillos bajo la almohada
como un gran secreto familiar.

Allí está el retorno,
en la voz del sacerdote al dictar la misa,
en la las lenguas artríticas de viejas gritando:
«aleluyamén, diosbendiga, ruegapornosotros
y niñaustedtienelaculpa, muy cortita la falda,
porque el hombre es hombre y el diablo es diablo»

Sólo vientres rotos nos dieron,
una cita con bisturíes en el quirófano:
la doble sentencia de ser culpables
por extraviar nuestra infancia
en algún hematoma de la memoria.

Nos escupieron el rostro,
nos dejaron masticando sus muertos,
nos obligaron a parir a sus hijos,
cultivaron la ceguera en sus reinos,
y nos cerraron la puerta con doble llave,

nos espiaron desde las ventanas tranquilamente
y nos vieron contar una por una
las arrugas que nos escribieron en la sangre.

 

Siete monedas de bronce para negociar la ternura*

I

Derramo flores en tu nombre
así escucho la declamación de la lluvia
como un río crecido arrastrando piedras enormes.

II

Escribía mi oración en tu cuerpo:
espigada tristeza creciendo del cielo hacia mis hombros.

III

Tu cuerpo habla en mi boca. Me embriaga.
La palabra es sinónimo de posibilidad.

IV

Mis cartas te llegarán con las disculpas de no querer seguir con la ruleta rusa;
yo soy mi corazón botánico.

V

Esta canción tuya de siempre
que cruje con el árbol y el resto de las cosas,
el pálido rostro perdido en los ojos del vacío,
donde ya la vida podría echar sus raíces
como una brasa nupcial,
como lumbre de jadeíta desatada en las venas del aire.

Esta canción tuya de siempre:
todo un sistema de oscuridades.

VI

La media noche
detuvo sus andares
y vuelve a nacer para siempre.

Yo quiero besar
tu pezón derecho rosado como amanecer sin lluvias,
tu silencio como piedra roja escondida.

VII

Adónde estará mi corazón que te llama incansablemente.

En mi sueño usas otro nombre
y la arqueología pura de la luz.

Ven y apura las flores.
Hay un cielo que dibuja insospechados laberintos.

* Compuesto por fragmentos de poemas de autores salvadoreños: Roberto Laínez Díaz, Javier Alas, Carlos Clará, Alfonso Fajardo, André Cruchaga, Claudia Meyer, Krisma Mancía, Laura Zavaleta, Róger Guzmán, Alberto López Serrano, José María Cuellar, Rolando Costa, Ricardo Lindo, Francisco Andrés Escobar, Heriberto Montano, Vladimir Amaya, Miguel Huezo Mixco, Carlos Santos, Osvaldo Hernández.

 

Trans

I

Temor al lenguaje de mi falda,
a la reminiscencia del beso que diste a tu mejor amigo
cuando tu madre no estaba en casa;
aquél recuerdo quebrado en la humedad de tus manos,
en el hueso extraviado de tu cariño.

II

Filo en el colmillo bañado por la espuma.

El puño cerrado:
ladrido que llora, llanto que ladra la necesidad.

III

Nunca he temido a los espejos
ni lo que pudiera encontrar detrás de ellos.

Otros como vos, cariño, vienen por mi carne,
otros como vos, que se negaron el amor a sí mismos,
y decidieron tener hijos, una esposa
y para seguir el engaño: una amante.

IV

Escucho el cascabel, tu propio reptar sobre tus poros.

Los sótanos que te habitan
rompen la carne, endurecen los labios
levantan un monumento de cristal para tus miedos

así el veneno llega hasta tu pecho
como todas las mentiras que te repites cada noche.

 

17 de junio
(Ensayo sobre la orfandad)

Ha nacido el hijo abandonado que abandonará a sus hijos,
aquella navaja que desconocerá lentamente todos los abrazos.

No toda muerte es pólvora en las manos
ni cualquier nacimiento significa el olvido ante la tristeza.

Con piedras en los bolsillos y clavos en la boca
ha nacido la muerte del niño que pronto ha de nacer.

El amor fue olvidado en los recintos de la fiebre.

Los besos que antes recorrieron el vientre
son delgadas sombras en el eco de los pasos
y toda la humedad que fue acariciada aquella noche
ahora es una constelación de charcos predecibles abandonando la sonrisa.

Nada hay del viejo pesebre que podamos admirar,
nada en la voz del padre que ha prometido su regreso,
nada adentro de la cueva ante el rostro y la renuncia,
ante su tercer día hecho de tanta espera,
hecho de tantos años de moscas enterradas en los huesos.

Esta sangre que es a la vez hemorragia de sí misma:
dibuja en la cabeza de otro hijo
el beso que nunca le entregaron al nacer.


Jorge LópezJorge López (Santa Ana, 1994).  Egresado de la licenciatura en ciencias del lenguaje y la literatura de la Universidad de El Salvador, FMOcc. Ha participado en festivales de poesía, encuentros de escritores y ferias internacionales del libro en los países: Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador. Miembro del comité del Festival Internacional de Poesía Amada Libertad. Miembro fundador de THT. Además, desde agosto del 2019, es periodista asociado cultural de Revista La Fabrik de Guatemala. Algunos de sus textos han aparecido en revistas digitales como Cuervo Rojo Ediciones (Toluca, México) Literariedad (Colombia), así como en Revista Cultura (El Salvador). Obra publicada: Historia de un espantapájaros (Alkimia libros, San salvador, 2017), Para Invocar a los pájaros (1˚edi. Ediciones de la Casa, San salvador, 2017, 2˚edi. Malpaso Editores, Tegucigalpa, 2019) y Doppelgänger (Antología personal. Ediciones de la Casa, San Salvador, 2018).

Redención

Cometí sacrilegio en el poema.
Hice mal la oración de los astros.
Invoqué a los pájaros adentro de mi niebla
Y quise cambiar sus nombres
por otros
más hermosos que el de los cometas.

Por eso
Iba de rodillas hacia la tormenta que se acerca por el horizonte.
Pero una sombra con el idioma de los sueños conjuró las estrellas.

Entonces recuperé la habilidad se salir intacto de la lluvia
De encontrar una sonrisa en las cosas pequeñas
De desvanecerme con un beso en los ojos de la muchacha
Sentada junto al estero de las albas.

Pero la sombra en llamas aún me mira desde los sueños
Y me dice, desde su patria de sangre, de lágrimas y de heces:
Muchacho, el universo puede ser el mar
Sólo si lo dices con los astros adecuados

***

Despierto bajo una madrugada de cielos extraños
Junto a una pequeña
Que traza el nombre de sus estrellas entre mis primeras lágrimas,
Mientras me dice: cierra tus ojos
Y escucha el correr de mi sangre por todas tus venas.
Redímete.
Yo soy la luz del poema.

 

De las consecuencias de abordar la ruta 202 al otro lado del sueño         

                                                      

                                                                         todas las noches del mundo
en el crispante vaho de bocas amargas
Efraín Huerta

Avancé entre el pasillo
Y una herida se abrió en los rostros que me observaron esa tarde
Como si advirtieran el cadáver oculto detrás de mis retinas
Como si detrás del cadáver pudieran escuchar el corazón

que crece bajo la lluvia

Avancé entre el pasillo
Y a la orilla de mí mismo vi un anciano en cuyo pecho el silencio fue crucificado
Avancé y entre el océano de murmullos
Encontré las cicatrices del poema en el cuerpo de una mujer

Que pidió compartir el asiento en los muelles rotos de mis pupilas

Esa que dijo «Las cicatrices son el mapa de la ciudad
Que transitan los hombres después de aspirar por la nariz
La osamenta pulverizada de la noche

Que nació conmigo de una madrugada después de que esa niña que vino de la niebla
Invocara a través de mis palabras el nombre de los inviernos

Quise responderle pero en ese momento
Frenética
Talló una sonrisa grotesca con la navaja en su garganta

Al caer, la tomé entre mis brazos y en sus lágrimas
Vi niñas jugar la rayuela con mi cabeza y mi corazón sobre un cadáver

La niña vestida de negro lanzó mi cabeza y al caer todos los pasajeros en ese autobús
Fuimos los huérfanos del 2007 que murieron desnutridos en el África
La niña vestida de rojo lanzó  mi corazón y al caer todos los pasajeros
Lloramos al encontrar los sueños rotos de nuestra infancia entre los escombros de Alepo

Yo esperé el turno de la próxima pero la mujer ya había muerto

Desde entonces yo soy el hombre que aborda el autobús
Al sur de una ciudad cartografiada con mi propia sangre

 

Epílogo de la orfandad

Toda muerte nace de la infancia

Por eso pronunciar mi nombre es cruzar una calle de niebla
Y encontrase ausente
Por eso mi nombre solo puede escucharse bajo la lluvia

II

Todo mis sueños están podridos

Papalotas oscuras
De mi boca

Fríos callejones
En mis lágrimas

Mi piel
Epílogo de la orfandad

III

La muerte comienza cuando se comprenden

Los fonemas de la niebla

IV

Mi nombre es el nombre de los muertos.

No puede pronunciarse

Porque la voz se convertirá en un lugar sin mañana

Donde te encuentras arrodillado

Mientras el sueño respira tu sangre con las heridas de tu cuerpo

V

Soy una ciudad

Donde el silencio ha sido crucificado

 

Elegía infinita

Muñeca hermosa
Niña de los ojos donde finaliza la aurora.
Tú que consumes las gotas de la clepsidra
Con el fuego de tu cigarro
-pequeño faro para el desahuciado en las avenidas-
Que conoces el amor siempre ajeno a tu humedad y tu piel,
Muñeca con sombrero de estrellas.
Muñeca cuya tristeza
Ha sido moldeada cada noche por distintas manos.
Dame un beso con toda la caligrafía de tu relámpago.
Dame un beso, muñeca, ahora que bulles suspiros de los más sublimes de mis incendios
Mientras tu aliento se diluye a torrentes como la luz en el ojo del que muerto,
-muñeca, actriz exacta en el más íntimo de mis sueños-
En esta noche que tu sexo es caja musical
Que transpira
Húmedos ángeles sobre mis dedos,
Dame un beso,
Que fulmine el maldito nombre de Zolaila
De mi recuerdo.

 

Náusea

Miércoles 5:17 PM
Tomo el café junto al cadáver de otro día.
El humo de mi bebida dice S.O.S
y nadie lo percibe o lo sospecha.
5:30 PM
Los transeúntes lanzan miradas con más fuerza que las palabras.
Son como escupitajos
como ver en mi rostro una llaga.
5:45PM
En la radio de mi teléfono no encuentro una estación menos fría
menos ausente que su voz.
6:15PM
Y de pronto
La muchacha de cabello rubio y ojos tristes me sonríe.
También sus ojos dicen S. O. S.
6:37 PM
Hago un gesto y sus ojos se conmueven
6:50 PM
Aburrido de rayar el rostro de mi soledad con el muro de facebook,
me acerco a la muchacha.
Ella, en cambio, se pone de pie
y toma mi mano.
Nuestras siluetas se diluyen entres las sombras
8:10pm 9:30 pm 10:10 pm…
Ella de rodillas para satisfacerse
y yo descargó toda la náusea que produjo el día.
Húmedos ángeles en su rostro
yo me redimo en su boca.
JUEVES 5:10PM
No es necesario el ritual en el café.
Su soledad habita mi sombra.


Fredy Tato MejíaFredy Tato Mejía (Santa Tecla, 1997) Poeta y vendedor de libros. Vive en Sonsonate. Estudiante del Departamento de Letras en la Universidad de El Salvador. Creador de los ciclos de poesía en Sonsonate «La Función poética”. Miembro y fundador del Circulo Literario TecoloT y del Colectivo Literario Zenzontle. Ha publicado en antologías, revistas digitales, así como la selección √441 (Literatelia, Toluca, 2019)

√441

Mama sabe bien,
perdí una batalla.
-Soda Stereo

Si aún en este mes que supura cadáveres,
husos horarios
y gorgojos famélicos,
no he lanzado una piedra
hacia las aves negras de mi niñez
es porque aún tengo en los bolsillos
migajas de pan materno.

Y no es que mi piano límbico
de minúsculos inviernos
no sepa tocar
el tormentoso himno del blues,
sino que mis débiles brazos
aún masturban el ratatá del grunge borderline
que no entiendo.

Pero no podría esperar más tiempo
balanceando mis talones
frente a la estación de mi país:
huérfano de locomotoras.

Tendría que reconocer el otoño
en la viva imagen de un viejo alcohólico
que alza banderas blancuzcas
entre el humo de sus ojos.

Detrás de una botella,
ladra afónico un perro doméstico,
un sonido monótono desaparece detrás del telón
un viejo muere con la guerra entre las sienes,
y un niño baja a buscar su globo a las vías del tren.

 

Encontrar la voz

Necesito cambiar de nombre al mar;
no encuentro, en el rostro de los muertos,
la marea de la angustia.

Un verso de duraznos
se pudre sobre mis manos

En el aire saboreo un bosque de arándanos,
pero no es la primavera
es un charco donde crecen cucarachas

Mañana vendrá la palabra vuelta pan
todos tendremos hambre.
Entre nuestros dientes,
otra boca muda masticará el llanto

 

Brodercitos

A Moz y cualquier persona que me haya visto llorar

Te he mentido, Brodercito
no vivo aquí.
Solo busco la ternura
que fue arrojada al mar
desde que estrené la clave del llanto.

Estoy húmedo de esperar la madrugada
para poder retornar a los pájaros de la derrota.

(Le hago preguntas estúpidas al ordenador.
¿He de morir?
¿Qué tristeza abandonará la mirada de mi madre
viéndome bajar a la tierra, como ella lo predijo?)

Vuelo y a veces tengo espinas en el pecho.
Yo sé que me has visto chorreado
en un rincón del desprecio.

Yo también he visto anochecer en tus manos
y querer preguntarle al niño de la nariz mocosa
cómo se regresa al hogar.

Mar adentro,
mar adentro,
mar adentro.

Con seis dólares la hacemos.

 

Le petit poèt

Precisamente al P.P.

Este poema terminará tendido
sobre los fríos dedos
del hombre que negó su existencia.

Terminará en la caricia sin consentimiento del texto

Sin poder domar el color de la palabra sanguínea
dirá con el rostro polvoriento:
–Mi sangre viene de tropezar con Dios—
Pero su voz torcida,
sus bestias coaguladas
sabrán supurar
el guano del silencio torturado.
Este pobre hombrecito
terminará frío
en las garras de este poema
que no existe

 

Geofagia

Mujer, trago tierra de tu campo santo.

Descubro los agujeros
de tu eterno paraíso.

Te necesito,
aunque las rosas secas
adornen tu nombre.


Agradecimiento:

Gracias al poeta cubano Noel Alonso Ginoris por facilitarnos esta muestra de poetas salvadoreños contemporáneos. Gracias por permitirnos romper las referencias tradicionales y conocer más sobre una escuela lírica tan enriquecedora como la de El Salvador.

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