Dossier «Mujeres y cuidados» | La memoria de los cangrejos | Entrevista a la poeta María Vañó | por Marta Castaño

María Vañó nació en Siete Aguas, Valencia, en 1984, es licenciada en Comunicación Audiovisual y poeta,  ganadora del III Premio Literario Himilce de Poesía Escrita por Mujeres por su obra La memoria de los cangrejos. Un poemario que más que un libro de poemas es un cántico a la unión y el cuidado entre las mujeres. Un libro en el que las mujeres hablan con una única voz, como una manada, como una comunidad. En cada página de La memoria de los cangrejos habitan mujeres que caminan juntas, que laten juntas, que cuidan juntas, que dan vida y acompañan en la muerte juntas. Mujeres hechas de tierra, de mar, de palabras, de  de carne y sangre…

Leerlo es atravesarse el pecho despacio, transitar con la autora por la senda de la infancia y también por una senda adulta con momentos de luz y oscuridad, una senda que comprende la ida y el regreso, siempre acompañada y abrazada por multitud de mujeres. Los poemas invocan la memoria atrayendo y reinventando los recuerdos como en un ritual antiguo, todo ello nos invita a hacer una lectura con tiempos pausados, con los tiempos que corresponden a la contemplación y la calma, unos tiempos que nos hacen parar y pensar, que nos hacen cuidarnos y aprender de las experiencias vividas.

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He conversado con María para que nos cuente acerca de su escritura y nos hable sobre qué son para ella los cuidados en general y en particular los cuidados entre mujeres y esto es lo que ha compartido con nosotras:

María, ¿cuándo comienza tu pasión por la escritura y cómo empezó a fraguarse la idea del poemario La memoria de los cangrejos?

La escritura ha estado ahí, conmigo, desde pequeña. Siempre he escrito, aunque durante mucho tiempo no me decía que lo hacía. Me costó nombrarme como persona que escribe (no digamos como poeta, que aún me cuesta). Fue en los años en los que vivía en Buenos Aires cuando empecé a escribir de forma más consciente. Caí, de la mano de una amiga que amo, en el taller de escritura poética de Clara Muschietti, y eso fue clave porque me ayudó a tener una mirada más crítica hacia el poema, a darle vuelta, a tachar, incluso a alejarme.

La idea del libro se fue formando con los años. Yo escribía poemas. Los trabajaba. Los compartía. Con el tiempo, los miré y vi que había temáticas, interrogantes, climas que iban envolviéndolos. Y, de a poco, vi que ahí había un libro. Así que seguí escribiendo pensando en él. El poemario, tal y como es, terminó de fraguarse cuando me mudé de nuevo a España. Lo terminé aquí, con los poemas del capítulo IV que, cuando los escribía, tampoco sabía que formarían parte.

Para mí, la construcción del libro ha sido un ejercicio constante de rearticulación de la perspectiva, de cambio de prisma. Ver los poemas, resignificarlos, agruparlos, ordenarlos. Y, sobre todo, eliminar algunos. Así se creó “La memoria de los cangrejos”, podría decir que durante unos seis años.

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¿Qué y quién te inspira o te ayuda a la hora de escribir?

Creo que mucho de lo que escribo orbita alrededor o a partir de mi familia, la tierra, el pulso vital, la impermanencia… Pero no hay algo definido, fijo, que me inspire. Creo que pueden ser muchas cosas: un gesto, una textura, una pequeña acción, una sensación. De ahí surgen las primeras palabras y versos y empiezo a tirar de ese hilo. Me sumerjo. Hay veces que siento que escribo movida por el miedo, otras por la ternura, o simplemente por una imagen (externa o interna e imaginada) que me convoca.

También podría decir que, otras veces, siento que la escritura viene directamente del cuerpo –de mi estómago, de mi sexo, de mis pulmones–. Sea como sea, la imagen está presente cuando escribo, como inspiración o como elemento inevitable –las palabras, siempre, creadoras de imágenes y climas con las que me gusta construir– .

De cualquier forma, no escribo jamás buscando certezas absolutas, mayúsculas (no me gustan, casi huyo de ellas) ni pensando en un todo final (no empiezo un poema sabiendo cómo será el resultado ni teniendo como fin un libro).

Vamos a adentrarnos un poco en el tema concreto de este dossier ¿Cuéntanos qué son para ti los cuidados?

Los cuidados, para mí, son algo imprescindible en la vida. Casi inherente a ella. Dependemos y formamos parte de lo que nos rodea: de la naturaleza y de los demás seres humanos. Somos eco e interdependientes, no podemos vivir aislados.

Me encanta escuchar a Yayo Herrero hablar sobre esto. Desde que nacemos hasta que morimos, dependemos de que haya otras personas que cuiden este cuerpo nuestro, sobre todo en momentos clave del ciclo vital (al nacer, enfermar, acercarnos a la muerte). Pero estamos en un sistema abusivo en el que los cuidados, que mayoritariamente recaen sobre las mujeres, son invisibilizados, con todo lo que eso supone.

Creo que tenemos que ser totalmente conscientes de ellos. El cuidado de los cuerpos de los otros y del propio. El cuidado de la casa, de los espacios que habitamos, de la naturaleza. El cuidado como elección consciente y política de lo que consumimos. El cuidado como educación, como libertad y autonomía. También el cuidado emocional de los otros y de una, que hay que ir trabajando poco a poco. Realmente, los cuidados son un concepto muy amplio y vertebrador. Son vida, y creo en la importancia y urgencia de tejerlos en red.

Ahora que me detengo a mirar el poemario desde el prisma de los cuidados, creo que son algo que va latiendo por debajo. Empieza con un prólogo en el que ya aparecen algunas de sus constantes: la infancia, las hermanas, los cangrejos, el instinto del cuidado, el miedo a la ausencia. Hay tres hermanas que tienen la tarea de velar por unos nidos de golondrinas que hay en la fachada de su casa ante la amenaza de que una vecina (sin motivo) los rompa. ¿Qué son esos nidos? Después, aparece el cuidado primero, el del recién nacido (su alimento, su calor). También, el cuidado hacia una misma en la distancia, en la soledad. La capacidad (o el intento) de aceptar placeres y abundancia, dolores y debilidades. Y aparece, de forma más visible, el cuidado en el momento de la enfermedad y de la muerte. Y en la aceptación, también, de lo que hay de luz y de oscuridad.

¿Cómo podemos intentar cuidar y cuidarnos a través de la literatura y de la poesía en concreto?

En mi vida, creo que el hecho de cuidarme está muy relacionado con escribir. Primero, por el hecho en sí de conseguir dedicarle un espacio y un tiempo a la escritura, dentro de un día a día marcado por la dinámica laboral y productiva en la estamos inmersos. Hacerlo es poner límites a ciertas “obligaciones” para conectar conmigo, para estar despierta. Esto también pasa cuando dedicamos ese espacio a la lectura (o a otras acciones que conecten con una). Leer, dándole realmente ese lugar en nosotras, de forma consciente y disfrutada, es un acto de intimidad, expansión, red y cuidado.

Pero es que, además, siento que escribir es algo que me debo a mí, que llevo siempre conmigo. Es casi inevitable. Siento que escribir (y ahora pienso en la poesía) puede llegar a ser un acto de resistencia frente a la masa uniforme, un arrojar luz, una búsqueda. La literatura y la poesía en concreto es una mirada, es un modo de ver. Un recorte, una interpretación de la realidad hecho desde una misma. Siento que, de forma consciente o inconsciente, al escribir estamos colocándonos en un lugar. Lo que visibilizamos o invisibilizamos, lo que elegimos nombrar… Es increíble cómo algunas palabras traen consigo un mundo. Y creo que es importante preguntarnos por él. Qué mueve esa palabra en mí, qué se está reproduciendo y perpetuando, qué nuevas posibilidades se abren. En esa acción creo que hay algo cercano, de nuevo, al estar despierto, que yo vinculo al cuidarse.

En algunos poemas de La memoria de los cangrejos destacas la importancia de cuidar a nuestros ancestros como ellos nos cuidaron a nosotros ¿Cómo se cuida a quien ya no está o a quien no conocimos?

Creo que cuidar a los antepasados es, quizá, recordarlos, nombrarlos. Pienso en mi infancia en el pueblo, en los gestos cotidianos que me transmitieron mi madre, mis tías, mi abuela (también mi padre, mi abuelo), esas pequeñas acciones que van más allá, a través de generaciones… de forma que al final somos poseedores de una sabiduría ancestral, de la que a veces no somos conscientes o no valoramos. Me gusta pensar en cómo, en una acción cotidiana (como unas manos amasando el pan) podemos estar presentes toda una genealogía. Creo que eso está, de alguna forma, en el libro.

En el primer capítulo, “La manada”, se conforma una voz plural, colectiva, que baila, aúlla, caza, amamanta. Es un capítulo en el que se invoca el origen, el pulso vital. En él hay tierra, instinto, animales, alimento, rituales… nacimientos. Una manada de mujeres, no solo como familia nuclear sino como comunidad. En esos poemas, creo que los ancestros cuidan así, en la transmisión de todo eso (el fruto, la herida, la palabra), en la comunión con el monte y, como último paso, en el acto de dejar partir.

¿Cuál crees que es el camino a seguir para intentar dar la vuelta a ese sistema abusivo en el que los cuidados recaen mayoritariamente sobre las mujeres? ¿Cómo podemos cuidarnos a nosotras y entre nosotras?

Ojalá supiera cuál es el camino, la forma de dar vuelta al sistema de forma efectiva. Creo, por supuesto, en la necesidad de que se den cambios desde estructuras de poder, con leyes que realmente regulen y den apoyo. Y creo también, desde mi lugar, en el poder de modificar nuestro espacio inmediato, de accionar en lo que sucede alrededor, aunque sea a pequeña escala.

Creo en la fuerza de sobrepasar la individualidad extrema, en establecer espacios comunitarios, agrupaciones locales. La fuerza de poner el cuerpo con el otro.

Pero cuando hablamos del sistema abusivo en el que vivimos y de la necesidad de cuidar los cuidados, estamos hablando de algo muy amplio, que se filtra en todas las áreas y esferas sociales. Creo que un paso esencial es empezar a ver nuestros privilegios. Yo, por ejemplo. Soy mujer, con todo lo que eso supone y me atraviesa y me une en red a las demás. Pero soy mujer blanca, de clase media, cis, hetero, vivo en un país en el que me consideran legal y tengo un cuerpo que no llega a salirse de la norma. Entonces, ¿cuánto sé sobre ese abuso y desde qué lugar? Antes de todo, creo que hay que ubicarse un poco, reconocerse, escuchar a las otras.

¿Piensas que de alguna manera se ha perdido la esencia de ese cuidado «en manada» del que hablas en el libro? ¿Se ha perdido el cuidado en red y en comunidad? ¿Cómo podemos tejer redes de cuidados en esta era de individualismo salvaje?

Quizá lo digo desde una mirada demasiado ingenua, pero siento que ese cuidado en manada, su esencia, está vivo. Pienso en mi pueblo. En la enorme familia de mujeres de la que formo parte, en las vecinas de nuestra calle, las de toda la vida que están para contar chismes y también para pasarse por casa cuando una está enferma o simplemente para compartir un poco de torta. Pienso en los vecinos a los que mi madre visitaba para hacer curas porque estaban solos o no sabían y que luego venían a casa con frutos y verduras de sus huertos. Pienso en mi vida en Argentina. En las puertas abiertas de sus hogares, en la empatía y en el posicionamiento político ante lo que sucede alrededor. Pienso en la lucha. En la importancia de poner el cuerpo en la calle y de estar con el otro. Pienso en los espacios habilitados para poner en común y cuestionar(nos). En los círculos de mujeres que formamos. En esas amistades que son el amor y que son puente.

Y sí, el individualismo salvaje es lo que nos es dado, es lo fácil, lo cómodo, a lo que alcanzo y caigo todo el tiempo. Quizá deberíamos abrirnos también a otras culturas y otras épocas, en las que las formas de organización y concepción de la vida en comunidad son distintas. En nuestra naturaleza no está el ser solos. La red requiere de escucha, voluntad, construcción.

¿Has participado en alguno de esos círculos de mujeres de los que hablas? ¿Cuéntanos tus experiencias?

Sí, he participado en círculos de escritura y otro tipos de encuentros creativos de mujeres. Creo que son espacios totalmente necesarios, de reconocimiento, en los que muchas veces se trabajan cosas que han estado relegadas sólo a la intimidad, incomunicadas, y que ahí se colectivizan y convierten en expresión artística. Siento que es algo casi sanador. En mi caso, me encanta participar en estos círculos, y también en mixtos.

Me hace bien formar parte de espacios colectivos en los que se pueda poner en común lo que una está escribiendo, para tener la mirada ajena, para interrogarse por la propia y para conocer lo que otros están haciendo, desde experiencias, perspectivas, sensibilidades y formas de escritura distintas.

Hoy en día muchas personas estamos sometidas a una cotidianidad laboral y productiva que no da lugar al espacio con una misma. En tu poemario encontramos cierta cadencia lenta, el tiempo de los cangrejos… ¿lo relacionas con los cuidados de alguna forma?

Sí, creo que en el libro hay cierto tiempo pausado. Quizá por las imágenes que van surgiendo y la forma en que lo hacen. Los pies que marcan al unísonoun ritmo sobre la tierra, el crujir del fuego, niñas esperando la primavera con la llegada de las golondrinas, el pulso de las plantas como pulso nuestro, una ventana desde la que observar cómo va acercándose un rayo, el agua llena de minerales que se nos escapa entre los dedos, un temblor de algo en la sombra, el corazón de los cangrejos ralentizando su ritmo ante el miedo…

Todo eso va desplegándose, poco a poco, a lo largo del poemario. Se trata de un tiempo totalmente enfrentado al de la inmediatez que marca el hoy. Una inmediatez y velocidad que, creo, choca también con los tiempos que los cuidados necesitan.

Tiempo lento para cuidar y cuidarnos, para darnos un espacio, para la escucha, para sentir dolor. El tiempo lento como resistencia a lo frenético, lo productivo, lo exitoso, la comunicación (transformada, realmente, en consumo e incomunicación), el individualismo salvaje.

En el libro, ese tiempo está en la transmisión de saberes ancestrales, en la crianza, en la compasión con una. Y está, de forma muy íntima, en la enfermedad y en la muerte. En las manos de unas hijas y una madre que hacen círculo en el dolor y la despedida junto con el padre que muere, en esas mismas manos que limpian el patio de hojas caídas, que abren cajones, que arropan y dan calor. Ahí, el cuidado va en todas las direcciones. La primera y esencial: hacia él, hacia su cuerpo enfermo, su dolor físico y mental. Estar junto a él en lo inevitable, en la muerte, que a su vez es algo de profunda soledad (como el nacimiento). El cuidado, también, de él hacia quien lo cuida. Y el cuidado entre todas las que están ahí y se acompañan en eso que las atraviesa y que, aunque forma parte natural del ciclo de la vida, la verdad es que no lo tenemos naturalizado ni sabemos manejarlo (ni íntima ni socialmente).

Creo que ese capítulo “Una cosmovisión improvisada”, tiene ese tiempo porque también yo, también nosotras (y aquí hablo de mis hermanas y de mi madre) lo necesitamos entonces y lo seguimos necesitando ahora, al vivir esa etapa final de mi padre. No sé qué habría sido de nosotras si no hubiéramos dedicado ese tiempo casi ritual a su muerte, tanto antes como después.

Además, escribir sobre todo eso constituyó, para mí, un debate interno enorme acerca de esa intimidad y su exposición o no, acerca de él y nosotras, la honestidad hacia el dolor y la aceptación, el límite o unión o fusión de la biografía con la literatura (en mi caso, no me interesa tanto la poesía como biografía en sí, sino más como herida, bordado, contraluz, mapa). Así, ese debate supuso un tiempo de reflexión pero, sobre todo, de reposo. No sé, quizá esa lentitud sea parte de cómo proceso yo la vida, e igualmente de cómo transito la escritura, cómo hago nacer los poemas y la forma que toman finalmente. Al menos, ahora. Veremos después.

Por último cuéntanos cuáles son tus próximos proyectos literarios.

Estoy con ganas de armar algo en lo que confluya pintura y escritura alrededor de las manos. Mi pareja, Miguel Fuster, es pintor, y estamos viendo qué nos pasa con esas manos que él retrata y traduce en masa de óleo y que yo quiero, aún no sé cómo, poner en palabras.

Es algo que está recién empezando y no sabemos bien qué forma va a tener, pero me gusta pensar en todo lo que puede desplegarse.

También van dando vueltas la ganas de crear una performance a raíz de versos de “La memoria de los cangrejos”, con Marta Soriano como núcleo del proyecto (ella es bailarina, músico, hace teatro físico, es una mujer/fuerza). La idea empezó con la presentación que hicimos del poemario en nuestro pueblo, que terminó siendo un encuentro experimental y colectivo, junto con ella, Carlos García y Teresa Soriano. Ahora querríamos indagar, transformarlo, que el libro sea disparador pero no el centro. Es algo que queremos hacer germinar, pero cada una vive en un lugar y es difícil. Casi siento que lo estoy nombrando ahora como una acción para darle lugar y materializarlo.

Por otro lado, el proyecto que tengo siempre es el de simplemente escribir. Algunos de los poemas que estoy trabajando ahora vienen atravesados por algo que estoy percibiendo como “pequeños miedos” y, de alguna forma, también por el cuerpo. Así que, de momento, eso: escribir, seguir haciéndolo y ver adónde me lleva.


Llegarán las celebraciones, los cánticos.

Todas las mujeres llevaremos
al nacido entre las piernas.

Acunaremos, lentamente acunaremos
su llanto, le daremos
de mamar sobre el barro. Y sabremos
ante todo sabremos
contarle del fruto y de la herida.

De las abuelas amasando
el alimento. De los tiempos
exactos para hacer cobijo y presa.

Aprenderá los sonidos
de nuestro monte, aquellos
que nos nombran y ordenan.

Observaremos de cerca
la voluntad de su corazón y de su lengua.

Después le veremos partir.

Nosotras, sí, nosotras.

Limpiaremos el patio de las hojas
que fueron pudriéndose mientras
nos acompañábamos en la enfermedad.

Nosotras, sí, nosotras.

Quedaremos abatidas cuando sea indiscutible
tu cabeza agachada. Juntas
arroparemos tu cuerpo y uniremos
las manos para conservar el calor
aunque no se pueda.

Construiremos una cosmovisión
improvisada y necesaria, regida
por la luna llena y la prohibición
implícita de matar a ningún animal.

Estará permitido
abrir los cajones que desde la infancia no podíamos, destapar
algunas de tus intimidades, sentir pudor.

Nosotras, sí, nosotras.

Resignificaremos incluso algunas prendas, haremos
círculo para llorar y nombrarte. Nos costará
tirar a la basura las hojas amontonadas, podar
los árboles pequeños, plantar nuevos esquejes.

(Poemas del poemario La memoria de los cangrejos)


Biografía de María Vañó

Nace en 1984 en Siete Aguas, Valencia, un pequeño pueblo rodeado de montañas y olivos. Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Politécnica de Valencia. Actualmente se dedica a la producción audiovisual. Con un pie en España y otro en Argentina, ha participado en lecturas y fanzines de creación colectiva. Su primer poemario, La memoria de los cangrejos (Ed. Endymion, 2019), fue seleccionado finalista en la XXII Bienal de Poesía Provincia de León y ganador del III Premio Literario Himilce de Poesía Escrita por Mujeres. Este año formará parte de la antología Otras nosotras mismas (Aguaviva Ediciones, Argentina) con una selección de poemas inéditos.

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Biografía de Marta Castaño

(Pamplona, 1988) es licenciada en Filología Hispánica por la UNAV y graduada en Información y Documentación por la ULE. Apasionada de la literatura en todas sus formas, trabaja como bibliotecaria en una biblioteca pública y gestiona proyectos literarios y de fomento de la lectura. Escribe artículos en revistas culturales y poemas y narrativa en la revista Liberoamérica y en su cuenta de Instagram.

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