La palabra «mito» deriva del griego mythos, que significa «palabra» o «historia». Un mito, tendrá un significado diferente para el creyente, para el antropólogo, o para el filólogo. Esa es precisamente una de las funciones del mito: consagrar la ambigüedad y la contradicción. Un mito no tiene por qué transmitir un mensaje único, claro y coherente.
Las dos funciones claves del mito son, según Mircea Eliade, las de constituirse en fundamento y modelo de la realidad actual, porque si el mito cosmogónico narra cómo ha sido creado el universo, entonces no sólo da cuenta de su emergencia, sino que se constituye, por ese solo hecho, en modelo de todo acto de creación. «Los mitos», escribe Mircea Eliade, «revelan las estructuras de lo real y los múltiples modos de ser en el mundo», y más adelante, que en cuanto tales, los mitos deben constituirse en «la manifestación de un hecho primordial que haya fundado, ya sea una estructura de lo real, ya un comportamiento humano». En la medida en que los mitos relatan las acciones de los dioses y héroes, dan cuenta cómo han instituido con su conducta determinados comportamientos antes inexistentes, por lo cual les ofrecen a los hombres los ejemplos que deben seguir. Los miembros de las sociedades primitivas ajustan su quehacer a esos modelos, para participar de su eficacia y acogerse a la protección de quienes les habían dado en los orígenes un ejemplo siempre vigente de éxito. Bajtin caracteriza esta actitud mítica ante el tiempo como «inversión histórica», por cuanto valoriza el presente en función del pasado y a costa del futuro que frente a la fuerza y realidad del pasado carece de sustancia, consistencia y concreción y Thomas Mann recuerda al respecto una reflexión de Ortega y Gasset, según el cual «el hombre de la antigüedad antes de actuar daba un paso hacia atrás, como el torero antes de dar la estocada mortal. Buscaba en el pasado una norma en la cual pudiera deslizarse como en una campana submarina, y estando así identificado y protegido, lanzarse sobre el problema del presente». Ejemplaridad y universalidad son, en consecuencia, para Mircea Eliade, las dimensiones constitutivas del mito, pues dan a conocer un comportamiento que se impone como modelo para todos los que conforman el universo (la comunidad para el hombre arcaico) porque ha sido fundado por los dioses o por los héroes.
El mito es fundamento porque relata cómo y por ende, da cuenta por qué algo existente (una estructura, un comportamiento o una institución) ha llegado a ser realidad. Karl Kerényi precisa al respecto que el mito, antes que a las causas, se refiere a los principios, en cuanto que éstos, en términos de Aristóteles, tienen en común de «constituirse en la fuente de donde deriva el ser». Consecuentemente, lo que prevalece en el mito es el relato espontáneo concebido desde la emoción y experiencia primigenia de los orígenes, y no la recuperación reflexiva, metódica y razonada del ser a través de la apariencia y lo contingente, porque, como observa Karl Jaspers, los mitos «solucionan las tensiones existenciales por el relato de una historia y no a través del conocimiento racional». El aspecto fundacional del mito reside, por eso, literalmente, en que da cuenta del principio, el establecimiento, el origen de una cosa, es decir, del fundamento ontológico de la realidad.
Consecuencia de la función modélica y fundacional del mito es su presencia decisiva y determinante en el especial modo de ser de un pueblo. Es por eso que las sociedades arcaicas solo pueden ser comprendidas con referencia a sus mitos, cuyo verdadero propósito reside en «trazar una circunferencia alrededor de una comunidad humana y mirar hacia [su] interior».
Antes afirmamos que el mito nos refiere sucesos primigenios protagonizados por dioses o héroes, que se constituyen en fundamento y modelo de las relaciones que establecen los hombres entre sí y con la naturaleza. Consecuentemente, el mito debe hallarse situado (en palabras de Grimal) «en grado mayor o menor, en el mundo de las esencias», de donde su condición atemporal.
Todos los mitos poseen esta función social y por ello carece de utilidad el clasificarlos en tipos para su estudio, que debe realizarse tomando como un conjunto todos los pertenecientes a una cultura. El enfoque mitológico que se preocupa por establecer distinciones es para Malinowski erróneo porque «trata a los mitos como meros relatos, porque los considera como una ocupación intelectual de sillón en el primitivo porque los está sacando de su contexto y estudiándolos por lo que parecen sobre el papel y no por lo que hacen en la vida».
Bibliografía:
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OELKER, Dieter. Mito, literatura, identidad (A propósito del relato «Los advertidos» de Alejo Carpentier).