La trayectoria parece haberle dado a Luis Gusmán luz verde para reunir esta serie de ensayos sobre autores clave de la literatura. Lo cierto es que La ficción calculada II (pensada en un principio como una reedición de La ficción calculada, de 1998) no podría pensarse por fuera del vínculo entre el autor y las lecturas que lo acompañaron durante su formación. Ya desde el prólogo de la edición original, Gusmán entiende la lectura como un acto alejado de la mera uniformidad emocional a lo largo del tiempo:
“[…] el libro es el testimonio teórico de entusiasmos, lealtades, insistencias y abandonos que, como el amor y el odio, son condiciones insoslayables en la lectura, lazos indisolubles que nunca terminan de cortarse. Sin embargo, hay autores y referencias que permanecen con una fidelidad obstinada que tiene esa insistencia porque sin saberlo -eso lo descubrimos mucho más tarde-, es la que sirvió para formarnos” (2015, pág. 12).
Los ensayos introducen a algunos de los escritores más importantes de los siglos XIX y XX, y es interesante el énfasis que el autor pone en la cuestión del lenguaje. Es decir, nombres tan disímiles como los de Sarmiento y Joyce evocan no solo períodos clave de sus respectivos países, sino también los usos y las apropiaciones que han hecho de sus lenguas. “¿En qué lengua escribir? ¿Cómo inventar sin caer en la imitación? T. Mann, que sin duda se consideraba el heredero de la lengua alemana de Goethe, no vacila en clasificar la prosa kafkiana como hecha de clichés” (pág. 47). Las memorias, los pensamientos, las inquietudes, el diario en ocasiones, devienen en la forma que la obra adquiere por medio de escrituras diferenciadas. Y en el proceso, el tipo de aproximación personal a la lengua puede convertirse en parte fundamental de la consolidación del autor. Quien se dirige a una meta como la configuración de la voz propia (¿instancia decisiva de la “madurez autoral”?) desarrolla, en el mejor de los casos, el potencial de transformar nuestras ideas respecto a la lengua.
La cuestión de la relación entre el escritor y el lenguaje está presente en Gombrowicz, que a la vez llevaba consigo un diario que pudiera contribuir al establecimiento de una celebridad, de un mito. Los ensayos no se limitan a simples indagaciones sobre las obras de los escritores; rastrean, además, cómo pasaron a la historia en tanto figuras, personajes. La obra en el caso de ellos parece no desprenderse del personaje. Varios necesitaron disponer, como el autor señala, de un diario.
Gusmán incluso vincula entre sí a escritores mediante tópicos, como a Sarmiento con Volney (unidos por el desierto que en el primero supone la barbarie y Facundo, y en el segundo, las ruinas de una antigua civilización) o a Kafka con Baudelaire (ambos escribieron cuentos en los que introducen a su modo particular la figura del artista en extinción). Los países y las épocas varían, no así muchos de los conceptos, las imágenes y los sueños en los autores. Algunos de los ensayos se incluyeron en la edición anterior del libro, aunque el autor de El Frasquito (1973) introduzca otros recientes, como el dedicado a El beso de la mujer araña (1976), que bien puede funcionar como lectura complementaria a la novela de Puig. Sin duda, La ficción calculada II supone un ejercicio personal para Gusmán y un análisis, en más de un caso, de la intimidad en que han surgido los clásicos.