Entrevisté a la escritora argentina Ana Catania con el motivo de la publicación de su nuevo libro de cuentos Nada dentro salvo el vacío, que viene siendo un éxito en el país.
Un poco de información sobre la autora:
Ana V. Catania nació en 1980, en Capital Federal, y se crió en el sur del Gran Buenos Aires. Estudió Filosofía y trabaja en Educación desde hace veinte años. Completó la formación en Escritura Narrativa en Casa de Letras, y desde 2013 realiza tutoría de obra con José María Brindisi. Coordina talleres de lectura y escritura desde 2014. Colaboró para distintos medios gráficos y digitales como Conga, Encerrados Afuera, Style BA (Time Out), Bla (Uruguay), Sede, Con-versiones, Escritores del Mundo. Entre 2014 y 2017 fue editora de la revista Olfa, de distribución gratuita y versión digital.
Comencemos con las preguntas…
- ¿Cuál es el cuento que sentís más cercano a tus vivencias?
Creo que quienes escribimos ficción estamos con un pie puesto en la imaginación y otro en la experiencia. Entonces vamos cargando el peso de un lado o del otro, según mejor nos convenga. O, mejor dicho, según mejor le convenga a la historia que queremos contar. Un poco manipulamos la tensión entre realidad y ficción. Voy a usar una de mis frases de cabecera, de Joan Didion, para tratar de responderte: “Escribo para averiguar qué pienso, qué miro, qué veo y lo que significa. Lo que quiero y lo que temo”. Más allá de que las historias tengan pinceladas de vivencias propias, y también ajenas, lo importante es que a medida que se fueron revelando, reconocí una voz, una mirada; logré poner palabras a lo que temo y a lo que deseo a través de la voz de esos narradores, de esos personajes. En algunos cuentos tomé prestadas experiencias propias, porque es lo que tenemos al alcance de la mano, “en nuestra mesita de luz”, como se suele decir, pero las pasé por el tamiz de la ficción. En otros cuentos trabajé puramente a nivel de lo potencial, bajo la premisa: ¿qué ocurriría si…? Cuando escribo, lo hago con la convicción de que lo que estoy haciendo es, ni más ni menos, que una construcción. Pero no puedo obviar que lo hago desde el centro de mí misma, y que tal vez las historias que escribo arrojarán luz sobre ese centro (sin saber nunca qué me van a revelar). Me conmovieron, y me parecieron tan esclarecedoras las palabras de José María Brindisi, mi maestro, en su texto de contratapa: “no hay nada de estos cuentos que no sea verdadero. Es decir: que no sea feroz y milagrosamente literario”.
- ¿Tenés algún cuento que la mayoría identifique como su favorito? ¿Por qué?
Gracias al intercambio con los lectores, la gran mayoría suscriptores de Bukku (el libro fue elegido para su entrega de febrero), con los recomendadores de libros, con mis amigas y colegas, descubrí que cada cual tiene su favorito: hay un cuento que les habló más de cerca, al oído (o al corazón). Pero arriesgaría a decir que las apuestas van a “Vals”, tal vez porque es el cuento más “rockero”. De hecho lo compuse de esa manera, como si estuviese siguiendo el ritmo de una canción. Como dice Lorrie Moore en su ensayo “Sobre Escribir”, en ese cuento encontré “el sentimiento de una canción”: la intimidad de la confesión en una carta junto a la cadencia y el ritmo de una música que no dejaba de sonar en mi cabeza.
- ¿Qué cuento te costó más escribir?
La mayoría de los cuentos tienen versiones preliminares de siete años atrás; y en el transcurso de ese tiempo fueron mutando, desplegándose, ensanchándose. Hay fragmentos, escenas, robados de otros cuentos que abandoné en el camino (se podría decir que llevé a cabo una suerte de reciclaje, o de collage). “Arreglos”, el más largo de los seis, fue el que más cambios sufrió en el proceso, y tal vez con el que más peleas internas tuve. Tanto a nivel de la historia como de la estructura. Los dos últimos son los cuentos más nuevos, más frescos, en el sentido de que los escribí en un momento de mi proceso de escritura donde me sentía más cómoda con mi voz, donde había empezado a apropiármela. “Extraño” me costó porque me propuse escribir diálogo, que para mí es un desafío enorme, y aun hoy no estoy del todo conforme con el resultado, pero bueno… es un aprendizaje continuo, un proceso sin final, esto de escribir. Y si te soy sincera, me cuesta, no lo disfruto tanto como otras cosas (cosas como leer, bailar, cantar), porque sé que lo hago bajo el látigo al que se refirió Truman Capote. Me cuesta menos, disfruto más, sentarme a corregir, a reescribir, que a escribir.

- ¿Cómo llegó el título del libro a vos?
Surge de una frase de uno de los cuentos, “Cicatriz”. El narrador, al hombro de Julia, una mujer que acaba de parir a su segunda hija, en medio de una crisis matrimonial, dice: “Sobre la cama se abre un abismo blanco, profundo; un hueco sin nada dentro salvo el vacío”. Me gusta cuando el título de un libro se desprende de alguna oración interna, a modo carveriano, por ejemplo Quieres hacer el favor de callarte por favor, que creo a su vez proviene de una frase del cuento de Hemingway “Colinas como elefantes blancos”, a modo de guiño (pero tal vez sea pura especulación mía, o un deseo secreto). O cuando es cita de otro libro, cuando se produce una conversación intertextual, por ejemplo Algún día nos lo contaremos todo, el título de una bellísima novela de Daniela Krien, una joven escritora alemana, que proviene de Los Hermanos Karamazov, obra que la protagonista de la historia está leyendo. Pero volviendo al título del libro, también quería que se produjera un contrapunto con los de los seis cuentos, que están compuestos simplemente por una palabra (acá hay un homenaje a los cuentos de Escapada, de Alice Munro). Solo después tomé conciencia de que funciona como hilo conductor; de que ese vacío es experimentado no solo por Julia, sino por las otras cinco protagonistas. Aunque cada una lo llene de distinta manera (y ahí está la singularidad), ese es el escenario que las identifica y que, sin saberlo, las une.
- ¿Qué autores de narrativa admirás?
Me gusta particularmente la potencia que tiene el cuento norteamericano contemporáneo: Flannery O’Connor, Carson McCullers, J.D. Salinger, John Cheever, Raymond Carver, Joyce Carol Oates, Amy Hempel, Lorrie Moore, serían las autoras y autores que más leídos tengo. La narrativa anglosajona, sí. Fuera de los Estados Unidos, tengo que nombrar a Alice Munro, los cuentos de Margaret Atwood; a las irlandesas Claire Keegan y Edna O’Brien, que nunca dejan de maravillarme y de conmoverme. También guardo un especial cariño y una enorme admiración por Katherine Mansfield: sus temas, tonos, climas, y poética me son muy afines.
- Elegí unos versos de cualquier autor que describan bien tu libro.
Qué interesante. Podría elegir los tres epígrafes del libro, que funcionaron como una suerte de brújula para su armado orgánico, en la etapa final. O el verso de Lord Byron, que cito en uno de los cuentos (“Estoy parado en el borde del precipicio y es la visión más maravillosa que existe”). Pero me voy a quedar con unas líneas que encontré hace poco, de la obra de teatro Madre Coraje y sus hijos, que Bertolt Brecht pone en boca de una prostituta, la mujer de sombrero y tacones rojos: “El amor es un misterio y nunca lo voy a aclarar”.
- ¿Tenés algún nuevo proyecto?
El año pasado, después de “liberarme” de los cuentos del libro (esto ocurrió cuando lo presenté al concurso de narrativa del Fondo Nacional de las Artes, y simultáneamente lo hice llegar a algunas editoriales), me sumé a un taller de poesía coordinado por Verónica Yattah. Fue una linda sorpresa. Pude producir, reescribir en base a sus devoluciones, y así estuve un tiempito colgada de la poesía. Después retomé la tutoría grupal con José María, de la que formo parte desde 2013, y en los encuentros mensuales llevé diez capítulos cortos que intentan formar parte de una novelita. Suspendí la escritura en diciembre, cuando iniciamos la etapa de corrección y edición del libro, que se extendió hasta mitad de enero, cuando entró en imprenta, y no la pude retomar. Pero sé que pronto volveré a habitar ese mundo.