«Feeling Good» y «Normal People»: retratos de una generación

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«Feel Good» parte de la experiencia vivida, una vez se traslada al Reino Unido, la comediante y guionista canadiense Mae Martin (Toronto, 1987).

Martin quería desarrollar sus habilidades como comediante en el grueso y competitivo mercado de la comedia británica y también dentro de la comedia australiana, que sentía más afín a su propuesta estética y discursiva, en vez de Estados Unidos por temas de industria y cercanía.

Es por eso que la carrera de Mae Martin ha funcionado a la inversa. Ha conquistado primero otros mercados y seguidores, antes que el reconocimiento en América (y que espero que no tarde).

La historia de la que parte Martin es simple, ha sido su lucha durante años contra la adicción a la cocaína durante su adolescencia hasta la mitad de su veintena, mientras trabaja en hacerse un nombre siendo mujer, migrante, en un estructura tan compleja dentro de la comedia y de la televisión inglesa.

La comedia de Martin tiene una propuesta personal muy fuerte. Por un lado habla de lo complejo y machista que es el mundo de la noche en bares y clubes de entretenimiento donde lo también sexual está muy puesto en la mesa y el asumir un proceso de identificación de género fluido.

Precisamente todas las negativas que ha visto de cara a la sociedad que se presume liberal o abierta, permite que sea el sitio donde Mae Martin lance una reflexión desde las interseccionalidades del género, que considera fundamentales sobre el tema de las mujeres que le importa, y las etiquetas que determinan no solo la orientación sexual, sino la manera que esto supone hacer una lectura interna y una lectura social sobre lo que es ser mujer o sobre la orientación que «tienes» que ser y demostrar.

Allí, «Feel Good» como programa tiene un alto valor que rápidamente conecta con el espectador en medio de un ritmo en pantalla realmente disfrutable dentro de la comedia, porque aunque los críticos británicos le llaman, el programa «post Fleabag», realmente podríamos considerar más un post «Please, Like Me (2013)» de Josh Thomas, cuyo valor tiene un acercamiento inicial bastante válido en la televisión australiana, similar al que plantea Martin.

En el entendido del «post Fleabag», es evidente que está la figura en cómo las mujeres que de aquí en adelante en esta década hacen comedia, abren espacios y temas más amplios por los que Fleabag, o pasó por encima, o simplemente qué tipo de mujeres más jóvenes tendrán unas narrativas visibles en la televisión británica y que sirva para otras mujeres realizadoras en otros contextos.

En este caso Channel Four, que es un canal de tv independiente con sede en Leeds, Inglaterra apuesta nuevamente por cierto tipo de historias creadas por mujeres que hablan desde disidencias de género, amor, política, reivindicaciones generacionales con un libre desarrollo de la personalidad y demás temáticas que hizo BBC Three (donde se emitió Fleabag originalmente en 2016).

La serie más que pensada en una historia de comedia coral con temática LGTBI es una historia sobre el encuentro de dos personas y las adicciones, en medio de relaciones familiares por vídeollamadas, lo cual en este tiempo de confinamiento se sienten más cerca que nunca, y también en la forma cómo cada pareja construye y arma su propia visión de su relación y de su propio amor.

El vínculo que se construye cuando el amor se reconoce.

Georgina (George) es la novia de Mae, encarnada por la maravillosa Charlotte Ritchie, que tiene un registro interpretativo bastante amplio en términos de comedia y drama, George hace que realmente el espectador la aprecie rápidamente, e incluso la cuestione y la entienda, y ésto es un gran proceso de la primera temporada, que sí, a lo Fleabag, solo tiene seis episodios y también BBC está trabajando esa línea temporal.

No pasa mucho tiempo para que la audiencia sepa rápidamente que la conexión entre ambos personajes es profunda y cotidiana, de esa cotidianidad surge toda la historia de amor.

De los cuestionamientos internos y cómo en momentos, vemos los prejuicios de los demás mientras Georgina más que plantearse su sexualidad, aprende a descubrirse en medio de ella, pero más le preocupa la adicción de Mae y las cosas que todavía no le ha dicho, porque al final es lo que realmente importa.

Nunca deja de ser interesante, ver cómo analiza Martin el tema de las adicciones, aderezado además de un elenco interesante que son los actores de reparto del grupo de apoyo al que asiste Mae en la historia.

«Feel Good», es una serie que como «Please, Like Me» te hace sentir bien y te enseña realidades que, o no contemplas, o tu entorno inmediato no asimila, mientras te parte de la risa con unos personajes que van viviendo la vida… como pueden. Y con un compañero de casa estrafalario que salió de Los Ángeles, que es como el hijo y compañero de las protagonistas, con quien terminan generando una triada afectiva en la (dis)funcionalidad familiar, creado por los temas de ahorro de la vivienda.

La serie tiene gags poderosos, plantea el tema de la interculturalidad de la pareja, George es británica, aunque de una ciudad más chica, se pone camisetas canadienses para que Mae se sienta en casa, plantea confrontaciones sobre los millenials evitando hacerse mayores cada vez que Georgina le dice a Mae que son jóvenes y Mae en los 30, le dice a Georgina que está en el último lustro de la veintena, y ella sin enterarse. O George asumiendo los compromisos financieros en pareja: «Yo pago los Ubers».

La pueden ver en Netflix y reír mucho.

P.D. Lisa Kudrow es un hit como la madre de Mae Martin en el programa. Es como si Phoebe Buffay (Friends) hubiese tenido una hija y hubiese evolucionado su hippismo… versión canadiense.

Derechos originales de Channel Four y Netflix.

Normal People

Tenía muchísimo tiempo en la que no me sentía tan conectada con una serie de televisión sobre todo en drama, y nuevamente, episodios necesarios para una primera temporada.

«Normal People» es una adaptación, bastante libre, según los críticos literarios de la novela que fue best seller del mismo nombre de la escritora irlandensa Sally Rooney en 2018.

Rooney es una escritora de 29 años con dos novelas exitosas en lo que sería para algunos, una nueva literatura juvenil y contemporánea, la primera fue «Conversation with Friends», y la segunda «Normal People».

Es una serie muy válida para adolescentes, millenials, centennials, y hasta me animaría a decir que para padres que quieren entender más los juegos de espejos en los que muchas veces están atrapados los hijos dentro de sus sistemas de crianza y creencias.

La historia arranca en el pueblo de Carricklea en el condado de Sligo Irlanda, luego en Dublín, y algunas cosas más en Italia y Suecia.

La historia se centra en Marianne y Connell, dos compañeros de clase en el colegio del pueblo cuya vida se interconecta también desde lo doméstico, la madre de Connell es la limpiadora de la familia de Marianne Sheridan.

Lo hipnótico de la serie es el ritmo en el que está editada, los diálogos no son excesivos, hay silencios en pantalla, muchos primeros planos, y está realmente centrada en el mundo interior de ambos personajes.

Algunos la llaman como la mejor historia de amor llena de desencuentros, por el contrario, pienso, que es una historia de amor, sí, pero es más una historia sobre la co-existencia.

El espectador sabe perfectamente desde el inicio que son el uno para el otro. Connell es tímido emocionalmente, aunque es una persona bastante social, y haría a su manera lo que los chicos «populares» en los colegios hacen, por el contrario, Marianne sí es tímida, pero es muy inteligente y mordaz, lejos de asustarle, eso le acerca más a Connell.

La conexión humana y espiritual que tienen los personajes es lo que hace que se construya la narrativa afectiva entre ellos. Junto a un gran proceso de dirección es lo que genera que el televidente sea esa tercera persona en la relación, porque la sensación de intimidad es tremenda. Allí está el gran logro de «Normal People», sentirte íntimamente conectado con dos humanidades que pueden ser cercanas.

La serie, sin caer en detalles de la trama, habla de las ausencias, de los abandonos, los vacíos de la crianza, sobre todo en ese tramo de la adolescencia que es tan compleja, de la canalización del maltrato, del acoso, de la violencia y de cómo la sociedad y sus costumbres no siempre sanas terminan haciendo daño en las personas.

La consciencia de las desigualdades también pueden afectar la manera en cómo se percibe el mundo, pero no enturbia reconocer el cómo un ser humano se reconoce así mismo en el otro, y el ejercicio de esa dialéctica, es que nace el amor.

La historia no tiene nada que no se haya dicho antes. Lo que sí aporta es una visión renovada en su concepto sobre el tiempo, sobre la comodidad y el poder que genera sentirse bien con otra persona, sentir una tranquilidad que creo que es más el vehículo que hace que en medio de los desencuentros, Marianne y Connell saben estar mutuamente. Y se sacan adelante el uno al otro, con todos los problemas que eso implica.

La aceptación de los sucesos de la vida, a personas tan jóvenes y tan intelectualmente conectadas como sus protagonistas, también revela un ejercicio de entendimiento hacia la forma en cómo se vive, y los códigos que para bien o para mal se van entendiendo.

Connell escribe porque así se encuentra mejor. Marianne siempre cree en su talento y en sus valores. Lo guía de alguna manera.

Connell ve en Marianne no solo a alguien que le aporta y que le enternece, cuya inteligencia valora sobre todo, pero también es consciente de sus sombras y de sus carencias y nunca se las dice, simplemente actúa. Marrianne solo espera que Connell hable, aquello que tampoco él dice con facilidad.

Cualquiera que haya crecido en una ciudad o en un pueblo pequeño, y sienta que quizá su entorno inmediato era muy limitado y que no sentía pertenecer del todo, puede sentirse identificado con los personajes.

Las ciudades son importantes en la historia porque redefinen la cosmovisión de los mismos.

Connell, encaja en su pueblo. De alguna manera, es un tipo Paterson de Jim Jarmusch que se adapta bien a la cotidianidad, y Marianne por el contrario, siente asfixia en el pueblo.

Dublín es la creación de aquello que Marianne fabrica, y que se vuelve parte de esa narrativa interna, ¿qué construcción social hago de mí en función de lo que quiero que los demás sepan?

Connell disfruta Dublín pero no siente que termine de encajar.

Marianne en Suecia busca experimentar lo que por el entendido de algunos sea una sociedad «más abierta», más Europa, por darle algún tipo de simbolismo. Lo cierto es que los personajes eventualmente -parece- entienden dónde están sus cadenas. Y no son precisamente en sus ciudades.

Italia es un punto de recuerdos para Marianne, pero Connell no es más que un turista en ellos.

«Normal People» tiene otro gran acierto y es que la serie no hace intencionalmente con la cámara discursos visuales sobre las ciudades, es más, las ciudades siguen siendo planas. No aportan nada novedoso porque los personajes solo cambian de escenarios y eso es interesante.

Lo que realmente vale la pena de una serie así, es el nivel de reflexión y la comodidad humana que te permite conectarte con ellos, puedes libremente reír, explorar y también llorar.

Es una serie sobre seres humanos, sobre el descubrimiento de la existencia y la afirmación, o la negación bajo el pretexto del amor, y también sobre la capacidad de aprender a conocerte a ti mismo.

Espero con ansías la segunda temporada, y le animo a que la vea, así como «Feel Good», la serie está al aire en la BBC para el Reino Unido, y en Streamming en Hulu.

El amor y la existencia es tan variada, como tantas formas son posibles y válidas en la gente normal.

Derechos Originales BBC Three y Hulu

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