Salivario – David Ortiz Zepeda

Una mirada al desierto de Atacama, desde el hambre y la sed del desierto. Impulso vital, metamorfosis ascendente ¿Cuántas veces tendrá que morir la tierra para atender su catástrofe?

Salivario

Hoy me despido de todos con un megáfono en la mano, gritando desde mi locomotora cuesta abajo, fuera de control. Veo rostros saliendo a mirar por las ventanas. Hay luces rojas intermitentes alumbrando la calle, mientras lo único que escucho, son los motores de mi maquinaria fúnebre.


Ésta es una ciudad donde las líneas férreas cruzan el territorio y sus rincones. Sus avenidas no son para autos, sino para trenes. Habito en uno de ellos hace un año. No soporto vivir en los edificios de adobe de esta metrópolis seca. Detesto su gente sin alma, capaz de devorarse a los vecinos en tiempos de fiesta. Odio las dunas en los campos llenos de máquinas que exhalan humo negro al perforar la tierra para sacar tesoros metálicos. Aborrezco los tanques y sus ruedas oruga[1]que van rociando los cerros de concentrado, bañándolos en una mezcla de agua y ácido para separar la fusión que hace el planeta en su útero mineral. Me asquea el momento en que la mente parió este infierno lleno de cordilleras de relave[2] y tormentas de chusca arsénica[3]. Dios quedó mutilado en una tronadura[4] hace siglos.

Mi tren sigue avanzando y los postes con lámparas de gas me alumbran el camino. ¡Quiero que sepan todos en estas palabras que grito, que hoy voy a morir por mero narcicismo! Podría amarlos tanto como me amo yo, pero no merecen mi sacrificio. Los vagones van directo a una muralla llena de rayados hechos con sangre. Siento el viento. Veo caras desahuciadas. El corazón se me agita, mi locomotora va temblando. Muevo el acelerador, cierro los ojos, escucho rechinar los fierros, mi ferrocarril se ladea y vuelo. Me golpeo contra el techo, cabeza rota, fractura, desgarro. Reboto en las paredes que dan vueltas. Mi tren se desmorona sobre el murallón ensangrentado. Cae por una quebrada que se lleva las casas, las destruye. Ahora son escombros, olas de metal. Fuego incendiando, lo veo todo, asciendo. Cumplí.


El tren sigue arrasando las construcciones de barro.  La ciudad se vuelve una masa, sin forma, humeante. Luces rojas buscan mi cuerpo. Quedó incendiado entre el fuego y el acero. Yo aquí, arriba, estoy a punto de convertirme en aire… ¡Llévenme con ustedes, sabios cóndores del éter!, quiero conocer a los yatiris transfigurados en cometas de magma, que van recorriendo las bellezas de otras dimensiones, en los nodos donde se cruzan las líneas del tiempo que el diablo teje con totora[5]. Subo, miro al horizonte desde el aire, en mis ojos, un gran trozo de carbón incandescente surca la noche. Escoltado por los jotes, me vienen a buscar para ir  a los confines de mi constelación protectora.


[1] Ruedas de metal que mueven una cadena hecha de grandes eslabones. Son usadas por tanques y maquinarias especiales para sortear territorios duros. 

[2] Residuos tóxicos de los procesos industriales de la minería que quedan esparcidos en las zonas afectadas por la extracción de minerales. 

[3] La Chusca es un polvo que se levanta en el desierto. El arsénico es un mineral venenoso común en el suelo de algunos desiertos cubiertos de muerte.

[4] Impacto sobre la tierra después de que ha sido agredida con dinamita para extraer sus minerales.   

[5] Juncos. Sirven para tejer paredes y techos. 

David Ortíz Zepeda nació en Copiapó, Atacama. Dirige la revista Tierra Culta , es periodista, dibujante y escritor. Salivario se encuentra dentro del libro de cuentos que lleva el mismo nombre, publicado por Tierra culta Ediciones, (2019)

Nombre de la imagen: Duda

Autor: David Ortíz Cepeda

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