Carta contra la religión de H.P. LoveCraft (Traducción)

«Con la traducción de esta carta nos encontramos pues ante una argumentación sincera, una toma de principios, una reafirmación «Agnóstica» que sería fundamental para comprender la moral y la narrativa de H. P Lovecraft»

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PRÓLOGO


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«A Letter on Religion» (1918) de H.P. Lovecraft, cobró interés en un círculo literario muy reducido a través del libro «Ateísmo portátil: lecturas esenciales para el no creyente» del intelectual, polemista y periodista británico Cristopher Hitchens. Un pensador que, a propósito, admiré profundamente por su erudición y compromiso ético con el mundo, aunque en esta ocasión, la traducción de la misiva de Lovecraft haya sido severamente trastrocada para los fines proselitistas del ateísmo y la necesidad editorial de «Da capo press» (versión inglesa) y «De bolsillo.» (Edición castellana).

Esta carta, que data del 15 de mayo de 1918[1], en el ocaso de la primera guerra mundial, fue dirigida al amigo de Lovecraft, el periodista norteamericano Maurice W, Moe, quien junto a Alfred Galpin, constituyó la trinidad económica del periodo de correspondencia denominado Gallomo (nombre derivado del comienzo de cada apellido). En ella se condensa casi todas las ideas personales de Lovecraft sobre el asunto de la religión, y cuyo discurso argumentado (y en algunos casos reñido), deja ver un escritor influenciado fuertemente por Aristóteles, Cicerón, Demócrito, Jonathan Swift, Friedrich Nietzsche, y otros, con tintes filantrópicos, por un lado, y una fuerte influencia misantrópica, por el otro.

El tema de la religión le inquietaba en sobremanera a Lovecraft y este asunto había acaparado su atención, aunque él mismo se definiera como un ser «intensamente moral e intensamente irreligioso.» Sin embargo, no era la única temática que despertaba su insaciable curiosidad, pues en la carta citada le afirma a Moe que, entre su múltiple deseo por saber, le atraían enormemente disciplinas como la ciencia, historia, filosofía y literatura, y que tales géneros le habían ayudado a rehuir del deseo sincero de suicidarse.

H.P. Lovecraft para la época de la misiva tenía 28 años. Una edad donde sus ideas están tomando un tono de madurez, aunque su argumentación en esta etapa ya tenga la suficiente fuerza como para dejar en claro sus principios agnósticos en contra de la fe, a favor de la moral, y el imperativo categórico de los intelectuales de reconocer y apoyar las labores humanitarias y filantrópicas de cualquier organización que busque soliviantar la situación del hombre.

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Considerando que su amigo Maurice W, Moe era un ferviente y piadoso creyente, los temas espirituales eran frecuentes en la correspondencia entre ambos, sin que tal asunto constituyera un impedimento para afianzar una amistad que cada vez se fortalecía.  Sin embargo, es de resaltar que Alfred Galpin, el otro integrante de la trinidad literaria fuera partidario de H.P. Lovecraft cuando estos emprendían discusiones religiosas o metafísicas, y así entonces es que logra entenderse el que ambos acusen a Moe y se lamenten de que este en su filosofía apenas tenga un lugar diminuto reservado para la verdad, y de que, en algunos apartes de su trabajo ensayístico, haya pasado por alto algunos otros errores.

Con la traducción de esta carta nos encontramos pues ante una argumentación sincera, una toma de principios, una reafirmación «Agnóstica» que sería fundamental para comprender la moral y la narrativa de Lovecraft, aunque el tema religioso (en esa época) no fuera motivo de discordia en ningún círculo literario, ni entre la copiosa correspondencia con sus amigos, si no, antes bien trascendiera, a otros niveles, como por ejemplo, el siguiente y amplio grupo «Kleicomolo» donde estaban incorporados Rheinhart Kleiner, Ira A. Cole, Maurice W. Moe y H. P Lovecraft.

He decidido entonces presentar la traducción de «A Letter on Religion» (1918) cotejando varias versiones en el idioma original, observando cada palabra,  cada párrafo, teniendo cuidado con los giros idiomáticos, y sin ningún otro interés objetivo que dilucidar los principios literarios y morales de uno de los escritores de ficción más importantes del siglo XX, aparte, también, del deseo de conocer las creencias del gran solitario, el genio creativo, y el maestro del horror cósmico, que dibujó las profundas e insondables abominaciones de la galaxia, si acaso no los intrincados laberintos de la conciencia humana.

Finalmente espero que la transcripción de este documento desvele un mundo hermético que se abre para conocer la verdad per se, que el mismo Lovecraft tomó como estandarte toda su vida, hasta el 15 de marzo de 1937 cuando dejó de existir a los 46 años de edad.  Una muerte que, en realidad, constituyó el fin del lenguaje lovecraftiano y el comienzo de la leyenda ficcional, ya que a modo de canto de cisne él diría: «Entre las angustias de los días que siguieron está el mayor de los suplicios: la inefabilidad. Jamás podré explicar lo que vi y conocí durante esas horas de impía exploración, por falta de símbolos y capacidad de sugerencia de los idiomas.»

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UNA CARTA CONTRA LA RELIGIÓN


Tu asombro sobre «qué tengo en contra de la religión» me recuerda tu reciente ensayo en la revista “The Vagrant” que tuve el honor de leer en manuscrito hace tres años. En mi opinión, ese ensayo pasar por alto un aspecto importante. Tu «agnóstico» ha olvidado mencionar el quid de todo agnosticismo, a saber, que la mitología judeocristiana NO ES VERDAD. Con esto puedo ver que, en tu filosofía, la verdad per se tiene un lugar tan pequeño que apenas puede darse cuenta de lo que Galpin y yo hemos estado insistiendo. En tu mente, el HOMBRE es el centro de todo, y su conformación exacta a ciertas regulaciones de conducta, (y cómo se ha realizado esto), es el único problema en el universo.

Tu mundo (si me perdona que te lo diga) es sumamente reducido. Todo el vigor mental y la erudición de las épocas pasadas no perturban tu complaciente aprobación de las doctrinas empíricas y de las nociones puramente pragmáticas, porque limitas voluntariamente tu horizonte, excluyendo ciertos hechos, y ciertas tendencias mentales innegables de la humanidad.

A tu modo de ver, el hombre se debate entre dos influencias: los instintos degradantes del salvaje y los impulsos templados del filántropo. Para ti solo hay dos clases de hombres: los amantes del yo y los amantes de la especie. Para ti, los hombres solo tienen dos tipos de emoción: autogratificación, que hay que combatir; y altruismo, que hay que fomentar. Pero usted, consciente o inconscientemente, está dejando de lado un vasto y potente tertium quid[2], – incurriendo en una omisión que entorpece irremediablemente la validez de tus conceptos filosóficos.  

Olvidas un impulso humano que, a pesar de estar restringido a un número relativamente pequeño de hombres, en el transcurso de la historia ha demostrado ser tan real y vital como el hambre, y tan poderosos como la sed o la codicia. No necesito decir que me refiero a un atributo sencillo, pero sí al más noble de nuestra especie: el ansia aguda, persistente e insaciable DE CONOCER. ¿Te das cuenta de que muchos hombres dan una importancia enorme y profunda al hecho de que lo que les rodea sea o no como parece?

Reconozco la distinción entre vida soñada y vida real, entre apariencias y realidades. Confieso un deseo abrumador de saber si estoy dormido o despierto, si el entorno y las leyes que me afectan son externas y permanentes, o los productos transitorios de mi propio cerebro.

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«No está muerto lo que puede yacer eternamente; y con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir.»

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Admito que estoy muy interesado en la relación que tengo con las cosas que me rodean: la relación de tiempo, la relación de espacio y la relación de causalidad. Deseo saber aproximadamente qué es mi vida en términos de historia -humana, terrestre, solar y cósmica; cuál es mi magnitud en términos de extensión- terrestre, solar y cósmica; y, sobre todo, cuál puede ser mi forma de vinculación con el sistema general – de qué manera, a través de qué agencia, y en qué medida, las evidentes fuerzas rectoras de la creación actúan sobre mí y gobiernan mi existencia. Y si hay fuerzas menos obvias, deseo conocerlas y también conocer su relación conmigo.

Tonto, ¿te oigo decir? ¡Indudablemente! Sería mejor ser un pragmático consecuente: emborracharme y limitarme a un pequeño mundo feliz, porcino y contento, (en el lodazal), hasta que una bota número 13 de algún policía pateé mi reposo filosófico. Pero no puedo. ¿Por qué? Porque un impulso humano bien definido me lleva a rechazar lo relativo en favor de lo absoluto.

Tú me animarías hasta la etapa moral. Estarías de acuerdo conmigo en que es mejor que vea el mundo tal como es, en vez de ahogar mis problemas en el alcohol. Pero debido a que tengo un cierto impulso, y voy un paso más allá de lo meramente relativo, me frunces el ceño y me declaras una criatura extraña e incomprensible «inmersa … en las VICIOSAS abstracciones de la filosofía.»

He aquí, entonces, la base de mi pensamiento religioso o filosófico. Todavía no he comenzado a hablar de moralidad porque no he llegado a ese punto en la discusión. La entidad precede a la moralidad.

Es un prerrequisito. ¿Qué soy yo? ¿Cuál es la naturaleza de la energía que me rodea y cómo me afecta? Hasta ahora no he visto nada que pueda darme la noción de que la fuerza cósmica es la manifestación de una mente y una voluntad como la mía,  infinitamente magnificada; una conciencia potente y decidida que trata individual y de forma directa con los miserables habitantes de una mísera mancha en la puerta trasera de un universo microscópico, y que elige esta pútrida excrecencia como el único lugar al que enviar a un Hijo unigénito, cuya misión es redimir a esos execrables pobladores como moscas que llamamos seres humanos: «¡bah!» Perdona el «¡bah!» Siento varios «¡bahs!», Pero por cortesía solo digo uno. Es que todo es muy infantil y no puedo evitar criticar una filosofía que me obligaría a tragarme esta basura. «¿Qué tengo contra la religión?» ¡Eso es lo que tengo en contra de ella!

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«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.»

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Ahora veamos la moralidad, que a pesar de su clasificación e identificación preconcebidas no tiene nada que ver con ninguna forma particular de religión. La moralidad es el ajuste de la materia a su entorno, la disposición natural de las moléculas. Podría considerar que esta trata especialmente con moléculas orgánicas. Convencionalmente es la ciencia de reconciliar al animal Homo (más o menos) sapiens con las fuerzas y condiciones que le rodean.

Él se vincula con la religión sólo en la medida en que los elementos naturales que trata son deificados y personificados. La moral es anterior a la religión cristiana, y muchas veces ha sido superior a las religiones coexistentes. Tiene un poderoso apoyo de impulsos humanos poco religiosos. Personalmente, soy intensamente moral e intensamente irreligioso. Mi moral se remonta a dos fuentes distintas: científica y estética. Mi amor por la verdad está indignado por la perturbación flagrante de las relaciones sociológicas involucradas en el concepto del mal; mientras que mi sentido estético está indignado y disgustado con las violaciones del gusto y la armonía que ello supone.

Sin embargo, no veo en la cuestión, ningún motivo de conexión con el instinto rastrero de la religión. De todos modos, puede excluirme del argumento, si lo desea. Soy excesivamente solitario, aunque no pueda evitarlo. Solo trataremos con materiales que presumiblemente estén dentro de mi débil alcance. Una pincelada más de ego: no soy nada pasivo o indiferente en mi celo por una moral elevada. Pero no puedo considerar la moralidad como la esencia de la religión, como sí parece hacerlo tú.

Al hablar de religión, todo el tejido debe ser examinado antes de considerar los usos o propósitos. Debemos investigar la causa y los supuestos efectos si queremos definir la relación entre ambas cosas y la realidad de la primera. Y más aún, suponiendo que el fenómeno de la fe realmente sea la causa de los efectos morales observados, la base absoluta de ese fenómeno debe examinarse primero.

La cuestión central y el debate entre los ateos y los teístas no es, como suele pensarse, de si la religión es útil o perjudicial. En tu mente intensamente pragmática, esta pregunta es primordial, hasta el extremo de que en tu inteligente artículo para «The Vagrant» no abordas ningún otro punto de discusión, pero el «agnóstico» de su ensayo debe haber sido un agnóstico muy utilitario (que tales «agnósticos utilitarios» existen, no lo niego. ¡Vea cualquier número de «¡The Truthseeker!»! ¿Pero son típicos?)

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«El océano es más antiguo que las montañas y está cargado con los recuerdos y los sueños del tiempo.»

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Lo que el honesto pensador desea saber, nada tiene nada que ver con la compleja conducta humana. Él simplemente exige una explicación científica de las cosas que ve. Su única animadversión contra la iglesia se refiere a la inculcación deliberada de falsedades demostrables en la comunidad.  Esta es la naturaleza humana. No importa cuán blanca pueda ser una mentira, no importa cuánto bien pueda hacer, siempre estamos más o menos disgustados por su difusión.

El agnóstico honesto siente respeto hacia la iglesia por lo que ha hecho en sentido de la virtud. Incluso la apoya si es magnánima, y ciertamente no hace nada para menoscabar la utilidad pública que pueda poseer. Pero en privado, sería más que un simple mortal si pudiera suprimir un cierto resentimiento abstracto, o frenar el sentimiento del humor y la supuesta irreverencia que surge inevitablemente de la contemplación del fraude piadoso, por muy elevado y benevolente que sea.

Los buenos efectos del cristianismo no se pueden negar ni estimar a la ligera, aunque francamente admito creo que están sobrevalorados. Por ejemplo, la insignia de la Cruz Roja es prácticamente lo único que tiene de religioso. Es una organización puramente humanitaria y filantrópica, y ha recibido la mayor parte de su vitalidad de fuentes agnósticas (o judías), como de fuentes cristianas. Estas sociedades nominalmente cristianas usurpan la mayor parte del servicio social simplemente porque fueron las primeras que aparecieron en el terreno.

El pensamiento libre y racional es relativamente nuevo, y los racionalistas consideran que es tan práctico apoyar estas organizaciones caritativas cristianas existentes como organizar otras nuevas que puedan crear una división de energías y, por lo tanto, disminuir la eficiencia de la caridad organizada en su conjunto. Y, por cierto, ¿no fue el trabajo de ayuda de Bélgica en gran parte no religioso? Puedo estar equivocado, pero de todas formas todo esto es indiferente a mi argumento principal. No estoy protestando contra el reconocimiento de los logros del cristianismo. Esto no tiene nada que ver con la base absoluta de la fe.


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[1] Carta a Maurice W. Moe (15 de mayo de 1918), en Selected Letters I, 1911-1924 editado por August Derleth y Donald Wandrei, p. 60 60

[2] Tertium quid se refiere a un tercer elemento no identificado que se encuentra en combinación con dos conocidos. La frase se asocia con la alquimia. Es Latina para el «tercer lugar», una traducción del griego ti tríton (THE ΤΡΊΤΟΝ). La frase griega que fue utilizada por Platón (360 A.C.),y por Ireneo (c. AD 196).Es el primer ejemplo Latino Tertuliano (c. 220), que utilizó la frase para describir una sustancia mezclada con propiedades compuestas tales como Electrum, un sentido diferente que el significado moderno.

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