«La comedia nueva o El café» de Leandro Fernández Moratín

Relación de los personajes con el espacio de la obra:

  «Esta comedia ofrece una pintura fiel del estado actual de nuestro teatro (dice el prólogo de su primera edición); pero ni en los personajes ni en las alusiones se hallará nadie retratado con aquella identidad que es necesaria en cualquier copia, para que por ella pueda indicarse el original. Procuró el autor, así en la formación de la fábula como en la elección de los caracteres, imitar la naturaleza en lo universal, formando de muchos un solo individuo». 

  Asimismo, en el prólogo que precede a la edición de Parma se dice: «De muchos escritores ignorantes que abastecen nuestra escena de comedias desatinadas, de sainetes groseros, de tonadillas necias y escandalosas, formó un don Eleuterio; de muchas mujeres sabidillas y fastidiosas, una doña Agustina; de muchos pedantes erizados, locuaces, presumidos de saberlo todo, un don Hermógenes; de muchas farsas monstruosas, llenas de disertaciones morales, soliloquios furiosos, hambre calagurritana, revista de ejércitos, batallas, tempestades, bombazos y humo, formó El gran cerco de Viena; pero ni aquellos personajes, ni esta pieza existen».

  Según estas dos primeras referencias podemos perfectamente calibrar que La comedia nueva o el café recoge fielmente la vida social de su tiempo y las preocupaciones del ciudadano medio y en ella reúne los temas de la producción y el consumo literario, el trabajo y el ocio. Como podemos ver todas las escenas se desarrollan en un café de Madrid, próximo a un teatro y don Eleuterio es el compendio de todos los malos poetas dramáticos que escribían en aquella época justamente en los cafés y la comedia de que se le supone autor, un compuesto de todas las extravagancias que se representaban entonces en los teatros de Madrid: «DON PEDRO.-  Es increíble. Allí no hay más que un hacinamiento confuso de especies, una acción informe, lances inverosímiles, episodios inconexos, caracteres mal expresados o mal escogidos; en vez de artificio, embrollo; en vez de situaciones cómicas, mamarrachadas de linterna mágica. No hay conocimiento de historia ni de costumbres; no hay objeto moral; no hay lenguaje, ni estilo, ni versificación, ni gusto, ni sentido común. En suma, es tan mala y peor que las otras con que nos regalan todos los días»; «Díganle ustedes que el teatro español tiene de sobra autorcillos chanflones que le abastezcan de mamarrachos; que lo que necesita es una reforma fundamental en todas sus partes, y que mientras ésta no se verifique, los buenos ingenios que tiene la nación, o no harán nada, o harán lo que únicamente baste para manifestar que saben escribir con acierto y que no quieren escribir. ¡Disparates! Y no se ve otra cosa en el teatro todos los días, y siempre gusta, y siempre lo aplauden a rabiar». 

    El café proporcionaba un espacio fácilmente accesible a diversos estamentos sociales. Además, es en el café donde los productores y consumidores teatrales aprendían a reconocerse y relacionarse como parte de la cultura. Estos dos rasgos pueden apreciarse en el diálogo que mantienen don Antonio, un hombre ilustrado y rico, y Pipí, que como su nombre y su oficio indican, es persona de baja condición social, como se comprueba por su desconocimiento de las reglas del teatro y por el aplauso hacia la comedia El cerco de Viena. Para Pipí esta obra es de gran calidad y al final del libro cuando el autor se da cuenta de la mala calidad de su obra, es Pipí el único quien la coge para leerla. Esta lectura se produce durante el desenlace de la obra y cuando los demás personajes se dan cuenta de que Pipí la está leyendo, es el propio autor quien se lo quita y la rompe.
      El café era un espacio urbano nuevo, era objeto de vigilancia por ser potencialmente político y artístico a la vez. Se trataba de un mentidero de la actividad literaria y cultural. Esto no era una novedad, porque los salones, las tertulias y las academias tenían una función muy similar. Sin embargo, lo que preocupaba del café era su naturaleza pública y abierta. En los cafés estaba muy presente la creación literaria y la improvisación. Esto puede comprobarse en la improvisada vocación de poeta del personaje de esta obra: don Eleuterio, quien a falta de otro modo de subsistencia recurre a su ingenio para elaborar un “monstruo” teatral, un popurrí ilegible pero del agrado de la época. En este ambiente de improvisación, el café será transformado en el taller y la academia del escritor novel que aspiraba ganarse la vida escribiendo comedias. El número de «don Eleuterios» en esta época aumenta y se movían por los cafés y los teatros. Esto explica que el café se fuera convirtiendo en objeto de vigilancia y de censura, puesto que este auge implicaba una gran competitividad entre poetas jóvenes. Estos autores noveles recibían su educación «en el mundo» y acababan aprendiendo de «la lectura de papeles públicos y periódicos»: «DON ANTONIO.-  Y no hay que esperar nada mejor. Mientras el teatro siga en el abandono en que hoy está, en vez de ser el espejo de la virtud y el templo del buen gusto, será la escuela del error y el almacén de las extravagancias.»;  «No, señor, menos me enfada cualquiera de nuestras comedias antiguas, por malas que sean. Están desarregladas, tienen disparates; pero aquellos disparates y aquel desarreglo son hijos del ingenio y no de la estupidez. Tienen defectos enormes, es verdad; pero entre estos defectos se hallan cosas que, por vida mía, tal vez suspenden y conmueven al espectador en términos de hacerle olvidar o disculpar cuantos desaciertos han precedido. Ahora, compare usted nuestros autores adocenados del día con los antiguos, y dígame si no valen más Calderón, Solís, Rojas, Moreto, cuando deliran, que estotros cuando quieren hablar en razón».

En la obra, don Eleuterio le cuenta a don Antonio los problemas artísticos y económicos que tiene dada su condición de poeta. Para don Eleuterio, que representa muy bien este tipo de personajes, el café es simultáneamente taller y academia, pero para el personaje de don Pedro, el café es literalmente para «tomar café». Como se ve, había personas que iban al café a intercambiar noticias y a hablar, pero también se encuentran en estos lugares otro tipo de personas como don Pedro que iban al café para tener intimidad y soledad.
        Con la actitud de don Pedro en la obra, de sentarse lejos de los clientes, se explica su concepto sobre el lugar que sirve para «tomar café». Esta expresión la dice el propio personaje e indica que le gustaría que los cafés siguieran siendo iguales a los de principios del siglo XVIII. Los cafés de esa época estaban frecuentados por las clases sociales mejor acomodadas y la única intención que residía en el hecho de ir a ellos era la de tomar café. Esta apariencia de los cafés se parece mucho a la que el poder quería que tuviera. En el bando de 1787 que reglamentaba el café de Los Caños del Peral decía:

VII. Todas las personas que concurran a refrescar se sentarán inmediatamente en las sillas y mesas desocupadas que más le acomoden, y por el orden con que lleguen, sin detenerse a conversación en corros, o separadamente, ni pasearse en las salas, y marcharán luego que acaben de beber, dejando lugar para otros.

VIII. Nadie hablará tan alto que incomode a los demás, ni cantará, ni silbará, ni fumará; conservando todos la mayor compostura y decoro en ademanes, palabras y mutua conversación.

                                                                     Diario de Madrid, 27 de enero de 1787

         El desenlace de La comedia nueva o el café es una contradicción, ya que el público asistente al estreno de El gran cerco de Viena abuchea, pero en realidad lo que más gustaba al público teatral de la época era este tipo de comedias, por lo tanto se puede señalar que se trata de la única inverosimilitud de la obra: «No se ve otra cosa en el teatro todos los días, y siempre gusta, y siempre lo aplauden a rabiar.; Los progresos de la literatura, señor don Antonio, interesan mucho al poder, a la gloria y a la conservación de los imperios; el teatro influye inmediatamente en la cultura nacional.»; «Escriben, los silban y vuelven a escribir; vuelven a silbarlos y vuelven a escribir… ¡Oh, almas grandes, para quienes los chiflidos son arrullos y las maldiciones alabanzas!»

     El fracaso de la obra El gran cerco de Viena es la finalidad que persigue simbólicamente Moratín. Con el fracaso de la obra, el café queda libre de los personajes relacionados con la creación literaria nueva y abierto a la vuelta de los hombres sabios y de cierta posición social para que tomen café y nada más: «Ojalá los que hoy tiranizan y corrompen el teatro por el maldito furor de ser autores, ya que desatinan como usted, le imitaran en desengañarse». Estas ideas de Moratín hacen que sea don Pedro y no cualquier otro personaje el que resuelva el grave problema económico de don Eleuterio tras el fracaso irremediable de la obra.

Bibliografía:

  • FERNÁNDEZ MORATÍN, Leandro. La comedia nueva o El café. Espasa Calpe.

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