A cierto andar de Level Five (1997), un documental de ficción de Chris Marker, se desliza esta idea: «Memorizar el pasado para no revivirlo era una ilusión del siglo XX». Se podría decir que la obra de Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) se yergue como un intento por derribar lo que esta idea propone, reviviendo los sucesos más tortuosos del país desde distintas voces para que los tengamos en cuenta, no los olvidemos y no debamos presenciarlos una y otra vez.
La mención a Marker no es gratuita. Llegué a él por La dimensión desconocida (Literatura Random House, 2016), la novela más reciente de Fernández, en donde la autora evoca el documental para referirse a los suicidios colectivos de Okinawa y sus culpables. Esto para ilustrar la maldad intrínseca de los mandamases militares y políticos, movidos generalmente por intereses propios, ajenos a las víctimas inocentes de su gestión. En Okinawa y en todo el mundo. También en el Chile de la dictadura de Pinochet.
Voyager (Literatura Random House, 2019), el último libro de la escritora chilena ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2017, mantiene un estilo similar a La dimensión desconocida, pero se presenta directamente como un ensayo. Un recorrido por la memoria que atiende al recodo donde lo colectivo y lo personal se juntan. En él vuelve sobre su lucha constante por retratar las cicatrices que la dictadura dejó en la historia de Chile, en sus ciudadanos, con la intención de que, de algún modo, logremos comprender el gen de ese mal y no dejar, como antes mencionamos y en cuanto esté a nuestro alcance, que se repita. Que la realidad siempre puede ser más cruel que cualquier intención, no hay dudas.
Bajo comparaciones ágiles y emotivas, Voyager plantea un recorrido que vincula la memoria personal y biológica, intrínseca a la especie; nuestra relación con el cielo y sus astros alrededor de la historia, desde la aparición de las constelaciones del zodíaco hasta el envío de las sondas Voyager 1 y 2 hacia el espacio exterior, que entre sus misiones contemplaron entregar un breve compendio de lo que hemos sido a quien pueda, alguna vez, reproducir los discos de oro que contienen; la historia de veintiséis chilenos ejecutados por la Caravana de la Muerte y el proyecto de bautizar con cada uno de sus nombres una estrella en la noche del Desierto de Atacama, hasta completar lo que Amnistía Internacional llamó la Constelación de los Caídos; la impunidad que persigue, hasta nuestros días, el actuar de personas que siguen defendiendo cosas sencillamente indefendibles, teniendo el espacio de seguir transmitiendo su pensamiento al de jóvenes, acallando a su vez la posibilidad crítica de los mismos; la evolución del cerebro, el órgano responsable de nuestra conciencia, que ha avanzado sin desmerecer el patrimonio de sus estados anteriores, muy al contrario de los cambios arquitectónicos de Santiago, la capital del país. Entre otros temas que componen un entramado sutil pero fuerte, elaborado en un ir y venir entre el acontecer histórico, la cultura popular y las vivencias personales y familiares en la realidad inmediata del día a día.
Todo lo anterior Fernández lo logra reflexionando desde su propia experiencia. El libro inicia desde la interrogante de los vacíos de memoria que quedan en el cerebro de su madre que, cercana a los 80 años, ha comenzado a desmayarse de manera imprevista, con tales consecuencias. Cuando observa su actividad cerebral mediante un electroencefalograma, la autora recuerda el cielo y sus constelaciones. Como los agujeros negros suspendidos sobre nosotros, ¿están en verdad vacíos aquellos espacios donde la memoria desaparece? La autora nos responde que no: «Ahora entiendo que por el contrario son lugares de gran densidad de información, de material condensado a un grado máximo de manera tal que ya no es perceptible. (…) Pero que no lo veamos no quiere decir que no exista».
La misma densidad se hace patente en Voyager: Fernández se visualiza a sí misma como una sonda más, con menos tecnología pero la misma vocación de registro, lo que se aprecia en las casi doscientas páginas de su primer ensayo, que comprende una multitud de temas. Pero a diferencia de lo que contienen esos discos curados por Carl Sagan, animador de Cosmos, el programa que a comienzos de los 80 veía como una salida del contexto dictatorial y le hacía cuestionar las versiones oficiales, ella no se propone ilustrar «Una especie de grandes éxitos en los que toda esa ignorancia y estupidez no fueron almacenadas». Por el contrario, su obra parece una antesala de la rabia que estalló en Chile desde el 18 de octubre de 2019, un registro al que se puede acudir buscando las razones de tanta impotencia, a las que los abusos cometidos por el estado desde aquel día vienen a sumarse. Hay que recordar que la primera edición del libro se imprimió en noviembre y, según indica, fue terminado por la autora en mayo.
A estas alturas, con una carrera de poco más de dos décadas en la escritura de guiones, la dramaturgia, la actuación y principalmente la narrativa, aclamada y galardonada en cada una de estas facetas, Nona Fernández es una voz imprescindible de la literatura chilena contemporánea. Aclamada por Patti Smith, reeditada y traducida en varios países durante los últimos años y candidata al National Book Award en 2019 por la edición estadounidense de Space invaders (Graywolf Prees, en traducción de Natasha Wimmer), año en el que también se reeditó su primera novela Mapocho (Alquimia Ediciones), su obra ilustra una fidelidad ejemplar a su postura crítica y una lograda pretensión estilística, que indudablemente ha sabido dejar una huella personal en el espectro literario nacional, latinoamericano e internacional.