«Mi opinión en lo que se refiere al placer es que hay que emplear todos los sentidos.»
Sade
El sexo y escritura es lo mismo que filosofía y erotismo: dos almas dentro de un solo cuerpo. Como dice el escritor checo Milan Kundera, a propósito de la herencia de Cervantes “La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral“. Y como es sabido Franz Kafka frecuentaba los diversos burdeles de Praga y disfrutó de numerosas citas con camareras, mesoneras y modistas. Y no es que se tratara precisamente del lado licencioso del escritor, sino un esnobismo sexual programado muy extendido entre los jóvenes de su generación.
No olvidemos que había un turbio concepto de la sexualidad antes de la primera guerra mundial europea. El periodista Karl Krauss lo expresa así: “Los creadores de las normas han trastocado la relación entre los dos sexos: el sexo femenino está atado por las convenciones y el masculino está desencadenado”. Desencadenamiento o mejor, iniciación sexual que solo era posible adquirir en los lupanares, o en el ofrecimiento barato de los vencidos.
Ahora, esta frialdad social, (en momentos desencarnada), y gelidez sexual, en realidad era parte de otro mal mayor, a saber, la falta de sociabilidad entre la gente, la perdida del diálogo, del yo-tú, o el peer-to-peer, el miedo al otro como un modelo de hipocresía social que imperaba en los tiempos de Praga, y que el pintor James Ensor se encargó de personificar en sus inestéticas máscaras, y el poeta Henry David Thoreau plasmó en un verso inmortal “Millones de seres humanos viviendo juntos en soledad”.
El sexo, en tiempos de Praga, era mero coito, fricción, no relación precisamente. Aunque paradojicamente, tanto en Kafka, como en las mademoiselles, coexistía ese deseo de sociabilidad más de que de sexo carnal. En 1908 el autor le escribe a su amigo Max Brod: “tengo tanta necesidad de encontrar a alguien que me toque amistosamente y nada más, que ayer me fui a un hotel con una prostituta. Aunque es demasiado vieja para dejarse llevar por la melancolía, le duele, por más que no le sorprenda, que los hombres no traten a las prostitutas con tanta delicadeza como a sus novias. No la consolé, ya que ella tampoco me consoló a mí”.

Luego Kafka, quizá por esa conciencia de negación típica (Bartleby) consideraría impura la relación con las mujeres, sin llegar a la misoginia. Desprecio o sentimiento que era en realidad más un complejo interior de Virgen/Puta, pues todas las mujeres con las que tenía intimidad o eran cocottes, o mademoiselles redomadas.
Ironía al fin de cuentas, ya que en sus novelas no solo recrea mujeres, sino que también usa un curioso argot sexual, parar recrear modelos de prostitutas definidas. Hay que poner cuidado, verbigracia, que en El Proceso el personaje de Fräulein Bürstner tiene una gran connotación sexual (Bürstner significa “Follar”). Luego aparece las criadas Leni y Frieda en El Castillo lavanderas o mantenidas de abogados y funcionarios. Estas, y otras mujeres presas de sus instintos, que dice Kafka, “Solo piensan en las pequeñas abominaciones presentes” y de las que emana un” olor amargo y excitante, como de la pimienta”.
Ahí es justamente donde pillamos la comadreja de Kafka, porque en la mayoría de su narrativa cuentos y novelas incompletas, las mujeres están concebidas de alguna manera como mademoiselles; las relaciones con ellas son tan literarias, que tales creaciones le imposibilitan para concebir una idea de matrimonio en la realidad. Por eso el juego de las seducciones, como bien expone en los diarios, cuando el checo se refiere a Milena: “Tu rostro sobre el mío en el bosque, y tu rostro bajo el mío en el bosque, y mi cabeza que descansa sobre tu seno desnudo” (Diarios).
Esa será su lucha suicida de “pureza” y sus “intentos de matrimonio” que al final no se llevaría a cabo. Ese es el “lugar extraño” del autor. Porque el lugar más erótico de un cuerpo es allí donde la vestimenta se abre, dijo Roland Barthes. Bella perversión de Kafka, que en otras palabras, no es nada más que “El régimen del placer textual”. ¿Experimentó esto mismo Soren Kierkegaard respecto a Regina Olsen? o ¿Walter Benjamin por Asia Lacis? o ¿Dante por Beatríz? o ¿Petrarca por Laura?

Está comprobado que Franz Kafka repudiaba el sexo. No que le disgustara esta práctica tan natural, sino que después del acto sexual no quería saber nada de las mujeres o del acto transgresor. Como si sufriera de ese arrepentimiento póstumo post acto del que sufren muchos, o lo que dice Spinoza: “Pero después de ese deleite sigue una extrema tristeza que, si bien no deja en suspenso al alma, la perturba y la embota” [Tratado de la reforma del entendimiento]. En otras palabras, después de consumada su sexualidad, venían esos perturbadores miedos de compromiso, agua al asunto y todo al olvido. ¿Sufría el checo de colpofobia?
Kafka fue (y sigue) siendo hermético en asuntos sexuales. Tanto, que la idea de hombre casado, doméstico le causaba escalofrío. En su diario anota: “El coito es el castigo por querer ser felices”. Lo que no se sabe fue si hubo sexo entre él y Milena o Felice o Dora Diamant, aunque con esta última es lo más probable.
Y entre otras cosas afines a sus contradicciones en materia de sexo y pudor, el checo perteneció al movimiento nudista y frecuentaba un balneario con su amigo Max Brod llamado La Fuente de la Juventud. Allí, por sus marcados complejos físicos se mostraba renuente a aparecer totalmente desnudo, por eso los demás nudistas le hacían una especie de bullying llamándole “El hombre del bañador”. ¿Consideró esta actividad como una terapia para domeñar sus miedos de exhibir sus carnes? No lo llegaremos a saber conscientemente. Su atuendo y su actitud eran ridículas, al igual que sus miedo. Aunque tenía todo el derecho.
Se sabe que Franz Kafka engañaba a Felice Bauer con Grete Bloch, quien años después aseguró que Kafka era el padre de su hijo. (Los estudiosos aún están divididos sobre la veracidad de esto). Cierto o verdadero, hay una sospecha psicológica que recae en el Kafka que evitaba a toda costa ser padre, y esto, a raíz del carácter tan severo de su progenitor, que eliminó en él, por decirlo de alguna manera, el modelo de paternidad, no así la pasión de ser escritor. Hermann Kafka, indiferente y cruel, despreciaba los libros que su hijo depositaba con amor en su mesita de noche. Murió son leer la carta que tan apasionadamente le escribió su hijo.