A cincuenta y ocho años de la publicación de La naranja mecánica, la distopía de Anthony Burgess sigue siendo un clásico de la literatura que incentiva a pensar a la sociedad actual.
La novela se publicó en 1962 y adquirió popularidad a partir de la adaptación cinematográfica de Kubrick, versión que el propio Burgess se encargó de repudiar por su recorte abrupto. Como manifestó en el prólogo del libro: “La naranja mecánica nunca ha sido publicada completa en Norteamérica (…) cuando Stanley Kubrick rodó su película, aunque lo hizo en Inglaterra, siguió la versión norteamericana, y al público fuera de los Estados Unidos le pareció que la historia terminaba algo prematuramente”. Es que la versión del cineasta suprimía un capítulo muy importante, el número 21, aquel en el que la vida del protagonista produce un giro clave.
La historia narra las andanzas del adolescente Alex y sus tres drugos -o compañeros de banda- marcados por un contexto violento en el que se salva aquel que golpea más fuerte. Robos, asaltos, violaciones, reuniones permanentes en el bar, son algunas de las escenas que se desarrollan en la primera parte del libro cuyo límite es el asesinato de una anciana. No es la intención contar la totalidad de la novela pero basta decir que en la segunda parte Alex se ve sometido a un tratamiento que lo lleva a la cura, para, en la tercera parte, narrar la vida del nuevo Alex, mucho más próxima a la adultez.
La novela deja entrever un mundo atroz, no solo por los jóvenes que actúan en banda y atacan arbitrariamente a quién se les cruza; sino también por la coacción que es ejercida desde el Estado para acabar, paradójicamente, con la violencia. Es justamente la violencia lo que termina convirtiéndose en el hilo conductor de toda la historia. De hecho, algo de eso persiste en el nombre del libro, La naranja mecánica, inspirado en una frase que escuchó Burgess en un bar de Londres: “As queer as a clockwork orange” (“Tan raro como una naranja mecánica”). En esta historia la maldad es tan extrema y persistente que es capaz de convertir a una persona en un autómata, la naturaleza se altera, al punto tal que no sería descabellado pensar en la existencia de una fruta mecánica.
El capítulo 21, el que menos se conoce de toda la novela, resulta el más importante de la vida de Alex. Tal vez porque recién allí el protagonista vuelve consciente la violencia y la influencia de su accionar en el sostenimiento de la misma; ¿acaso para revertirla? Bueno, eso dependerá de la interpretación de cada lector.
En un sistema en el que lo atroz se vuelve cotidiano y la desigualdad la norma, cabría preguntarse qué tan alejados estamos de ser autómatas inspirados por naranjas mecánicas.