Nathanael West (17 de octubre de 1903 – 22 de diciembre de 1940) es el seudónimo del novelista, dramaturgo y escritor satírico Nathan Wallenstein Weinstein, al que se suele encuadrar dentro de la Generación perdida. Aunque West fue relativamente poco conocido en vida, su reputación creció tras su muerte, en especial con la publicación de sus obras completas en 1957. Miss Lonelyhearts está considerada la obra maestra de West, y El día de la langosta aún sigue siendo una de las mejores novelas escritas sobre los primeros años de Hollywood.
Por su estilo y por el humor negro de sus relatos, West puede relacionarse con autores como Gogol o Edgar Allan Poe, y se le puede considerar un antecedente de Saul Bellow, Vladimir Nabokov o Martin Amis. También se ha encontrado una influencia directa entre las obras de West y las de la casi contemporánea Flannery O’Connor.
La mayoría de las obras de West son, de alguna forma, una respuesta a la Gran Depresión que sacudió Estados Unidos tras el crack del 29, que se extendió durante toda la década de los años 30. Los paisajes obscenos y coloridos de El día de la langosta son especialmente significativos si se tiene en cuenta que el resto del país vivía en una pobreza casi total por esa época. West pensaba que el sueño americano había sido traicionado, tanto espiritual como materialmente, idea de la que West fue un pionero y que tuvo gran repercusión hasta mucho después de su muerte.
El año 1939, cuando Europa estaba en llamas, América se aferró a la esperanza de que no tenía por qué formar parte de un mundo de guerra y este resultó ser un momento milagroso para Los Ángeles de ficción. Las publicaciones El sueño eterno por Raymond Chandler, Ask The Dust de John Fante y La plaga de langosta de Nathanael West, son tres libros en las que se destilada de manera clara y de maneras muy diferentes la ciudad acerca de la cual se estaba escribiendo y han continuado dictando la forma en que hasta hoy en día se percibe Los Ángeles. La idea de Los Ángeles como un sitio para el apocalipsis ya era frecuente en la década de 1930 pero West la cristalizó.
El título original de la novela fue El engañado. El título de la obra Occidental es probablemente una alusión bíblica a ciertos pasajes en el Antiguo Testamento. La referencia más clara de las langostas se encuentra en el libro del Éxodo en la Biblia, en la que Dios envía una plaga de langostas al faraón de Egipto como castigo por negarse a liberar a los judíos esclavizados. Millones de langostas atacan en enjambre a los exuberantes campos de Egipto, sembrando la destrucción de sus suministros. Las langostas destructivas también aparecen en el Nuevo Testamento en el libro simbólico y apocalíptico de la Revelación.
La obra transcurre en los años treinta. En ella un variopinto grupo de personajes lucha por triunfar en Hollywood, el paradigma del sueño americano. Sin embargo, el Hollywood que nos describe Nathanael West no es la glamourosa meca del cine a la que estamos acostumbrados, sino un sórdido microcosmos poblado por perdedores sometidos a su propia sed de triunfo. El escenógrafo Tod Hackett, uno de los personajes, al poco de llegar a este submundo se verá envuelto en la vida de siete individuos (desde un actor de vodevil venido a menos hasta una atractiva aspirante a actriz, pasando por un poderoso productor o un depravado gángster) a quienes el contacto con este universo artificial les corromperá tan pronto como descubran que la suerte, y no el talento, es la auténtica aliada del éxito.
El protagonista de La plaga de langosta es Tod Hackett, un joven licenciado de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Yale que es visto por un cazatalentos y llevado a Hollywood para aprender set y diseño de vestuario. De día Tod trabaja en el estudio y tiene planes de pintar «El incendio de Los Ángeles». Por la noche y los fines de semana vive y pasa el tiempo en una casa miserable de apartamentos y desea a su vecina Faye Greener, una joven aspirante a actriz de poco talento y la belleza asombrosa, aunque su apariencia no es una invitación «solo al placer, sino a la lucha, dura y fuerte, más cercana al asesinato que al amor». Tod sabe que tiene poco que ofrecer a Faye, y sabe también que el anhelo de Faye para el estrellato es una quimera. En su papel en una película única, como una bailarina en un harén, que tenía sólo una línea para hablar: «¡Oh, señor Smith», con una nefasta interpretación por no retransmitir ningún sentimiento. Su ojo artístico permite hacerle ver los detalles visuales a lo largo de la historia, mientras que su condición de intelectual le expone a las críticas de los distintos personajes. Su actitud de superioridad contribuye a la tensión creada en la línea de la historia, como Tod parece ser un no-participante, y se posiciona como por encima de los demás, pensando en sí mismo como más inteligente. Sin embargo, con el tiempo se queda igual de fascinado y atrapado en la escena de Hollywood como los demás.
Faye es el núcleo radiactivo sexual, pero ya decaído, alrededor de la cual se teje la novela casi misteriosamente. Sus sueños y sus miradas son tan poderosos que su propia vida se vuelve una película en la que ya se teme que nunca surgirá la estrella. Es EL espectáculo de una mujer desesperada.
A través de Faye, Tod conoce a su padre, Harry verde, un payaso de vodevil que se volvió estafador, y Earle Shoop, el vaquero anticuado cuyo trabajo consiste en posar frente a una tienda de guarniciones en Sunset Boulevard. Faye sabe que Earle es un tonto aburrido, pero le llama «criminal guapo», una expresión que ella había recogido en la columna de la charla de un documento de comercio. Earle es el principal rival de Tod en el intento de atraer la atención de Faye. Claude Estee el guionista de éxito, Homero Simpson, el torpe sin remedio «hombre común», Abe Kusich el diminutivo, pero malvado gangster. Todos ellos se encuentran en una vorágine que les llevará por más bien hacia los senderos de la caída que de estrellato tan ansiado.
La utilización de la langosta en el título llama la atención sobre las imágenes de destrucción y una tierra desnuda de todo lo verde y de vida. Ciertamente, la novela está llena de imágenes de destrucción: la pintura Tod Hackett titulada El incendio de Los Ángeles, sus fantasías violentas sobre Faye, y el resultado sangriento de la pelea de gallos, por nombrar sólo algunos. Un examen detallado de los personajes de West y su uso selectivo de las imágenes naturales, que incluyen representaciones de la violencia y la impotencia, y que son contrarios a las imágenes populares que une la naturaleza y la fertilidad, revela que la langosta en el título se refiere al carácter de Tod.
Los Ángeles ha sido objeto y escenario de muchas novelas excelentes, sin embargo, La plaga de langosta todavía se siente como la única pieza más logrado, y oracular, la mejor obra de ficción que la ciudad ha inspirado. El autor quería mostrar al Occidente la verdad, la realidad que yace detrás del sueño, y lo hizo con creces, pero demostró también que Los Ángeles podría ser el semillero de gran arte. La pintura de Tod Hackett del sueño épico se convierte en una metáfora de lo que realmente logró Oeste. «Él iba a mostrar el resultado de la quema de la ciudad al mediodía, de modo que las llamas se tienen que competir con el sol del desierto y por lo tanto parecen menos temerosos, más como banderas de brillantes que vuelan desde los techos y las ventanas de un holocausto terrible. Quería que la ciudad tuviera un aire de gala cuando se quemara, para aparecer casi alegre. Y la gente que le prendió fuego sería una multitud en fiesta».
Nathanael West elabora aquí un cruel esbozo de la meca del cine en los años 30, donde vemos a un grupo de «pobres diablos» que se mueven en un fondo de cartón piedra y falsas ilusiones: un pintor que acepta un trabajo como diseñador de decorados, un contable gris que va a la deriva, un enano gruñón, un cowboy que trabaja ocasionalmente en los westerns, un anciano que sirvió al teatro burlesco… Todos desean a la hija del anciano, una muchacha que quiere ser actriz y, mientras lo consigue y no, trabaja como extra, a veces, se prostituye. El retrato de esa aspirante es un calco de lo que les sucede a muchas chicas que van a California soñando con el estrellato y terminan chapoteando en el fango.
La novela transcurre entre fiestas locas, peleas salvajes de gallos, paseos por los estudios donde ruedan las películas y cenas en restaurantes. Pero es el último capítulo del libro el que alcanza la perfección y por el que merece la pena adentrarse en la novela. El pintor se ve atrapado por la furia de una muchedumbre que aguarda la llegada de las estrellas al estreno de una película, y la muchedumbre furiosa y frustrada por los sueños perdidos lo arrasa todo a su paso, como una plaga de langosta, tal y como se describe en este fragmento del libro:
«Tod se daba cuenta de cómo cambiaban en cuanto formaban parte de la multitud. Hasta que llegaban a ella andaban con paso inseguro, casi furtivo, pero en cuanto se integraban se volvían arrogantes y belicosos.
(…) Durante toda su vida habían sido esclavos de alguna tarea pesada y monótona, detrás de mesas de oficina y mostradores, en los campos y entre toda clase de máquinas tediosas, y habían ahorrado cada centavo y soñado con el ocio del que disfrutarían cuando llegase la hora. Y luego, ese día llegaba. Recibían una pensión semanal de entre diez y quince dólares. ¿A dónde iban a ir sino a California, la tierra del sol y las naranjas?
Una vez allí, descubrían que el sol no es suficiente. Y se cansaban de las naranjas, de los aguacates y hasta de las granadas. No ocurre nada. No saben qué hacer con su tiempo libre. No están mentalmente preparados para el ocio, ni tienen el dinero o la resistencia física que exige el placer».
El día de la langosta ha sido tachado de inmoral o poco ético por la crítica debido al aparente rechazo que sus personajes hacen de los principios tradicionales, sin embargo, considerada desde la perspectiva escatológica, esta conducta responde a un sistema ético prácticamente desconocido fuera del ámbito teológico, pero de largo raigambre en la cultura occidental, la ética de interim. Este comportamiento, propio de sociedades con expectativas apocalípticos, minimiza el valor de la moral personal y el deber cívico por confiar en una catástrofe global inminente. El resultado es un estado de suspensión ética, fácilmente confundible con la amoralidad, donde lo compromisos cotidianos se eliminan y los sentimientos se trivializan hasta suprimirse en su totalidad. West recupera y actualiza el concepto de ética de interim para refleje la ansiedad existencial de la vida moderna.
Dentro de la reducida obra de Nathanael West, El día de la langosta está considerado como su novela más ambiciosa y con mayores expectativas, aunque éstas nunca llegaron a materializarse de forma completa. El día de la langosta, frente a la redondez y precisión de Miss Lonelyhearts, carece de la intensidad característica en West, precisamente por sus altas pretensiones iniciales.
West responde a la dualidad referencial del discurso apocalíptico al pronosticar paralelamente el fin colectivo de la sociedad-humanidad y el fin particular del individuo. Como su ejemplo vemos como Tod recrea una ciudad de Los Ángeles decrépita y autodestructiva, donde las instituciones socioculturales se encaminan irremisiblemente a su desintegración, y los mismos elementos no escapan del decadentismo generalizado. Nada se libra de la atmósfera lúgubre de California porque la amenaza apocalíptica impide cualquier esperanza de mejora futura. Utilizando el símil de la trasera de un estudio de cine, West retrata la sordidez que su Hollywood ofrece. La sociedad hollywoodiense está compuesta por un conjunto de seres que presienten su fin, aceptan su limitación temporal y por ello, atrofian sus esperanzas y motivaciones. Así, Faye Greener se burla de sus propios sueños, fantaseando sin convicción en delirios de fama y lujo o Homer Simpson que acaba lanzándose prácticamente al suicidio en medio de la marabunta humana con que concluye la obra.
No existe la posibilidad de ilusión en la gente que rodea a Tod y su cuadro (verdadero apocalipsis pictórico, equivalente al último libro de la Biblia) expresa gráficamente ese sentimiento de negatividad completa. La representación de la ciudad y sus habitantes arrasados por las llamas, más que presagiar el final catastrófico al que están abocados, simboliza la realidad finalista en que están sumidos ya: los personajes serán destruidos en el futuro porque son incapaces de concebir esperanzas en el presente.
Los personajes principales de la obra tienen parangón en los protagonistas de los últimos acontecimientos según la historia bíblica. Tod es el altrer ego del visionario apocalíptico de Juan de Patmos, tanto por su función dentro de la estructura de la narración, como por su capacidad noética y su expresión fatalista; Homer Simpson está diseñado siguiendo patrones cristológicos, como si se tratase de un Mesías contemporáneo cuyo propósito redentor no se pudiera completar en nuestros tiempos; Faye Greener, por su parte, guarda semejanza con la prostituta de Babilonia, con su inevitable hechizo ante el que se someten los hombres.
A nivel temático reaviva los principales conceptos de la soteriología cristiana (tales como la redención, la liberación o la satisfacción) planteándose el dilema de la salvación o, más bien, la falta de ésta. Con respecto a la imaginería, la novela se llena de referencias al Apocalipsis, desde la coral de elegidos que pide la venida del Señor, la lucha entre la serpiente y el hombre-ángel, etc. El mito finalista bíblico, por tanto, se utiliza como modelo para enfatizar la conflictividad entre la historia humana y su deseo cultural de trascendencia, una de las características que se pueden atribuir a la literatura apocalíptica moderna.
La obra está escrita en el período de transición entre las dos fases dominantes del apocalipticismo ficcional, una profundamente religiosa y otra secular, pero externa, de modo que West pudo recrear una expectativa escatológica íntegramente humana.
Esta humanización del pensamiento escatológico obliga a West a enfatizar sobre los aspectos sociales que conducen hacia esa catástrofe y simultáneamente derivan de ella. Sin un Dios-Juez Supremo que castigue la actitud de sus personajes, el autor debe describirnos su novela y que, así, seremos los lectores los que concluyamos que ese mundo y esos seres verdaderamente «van a morir».