Miguel Sardegna: «La belleza en Japón nunca adopta la misma forma»

Miguel Sardegna nació en Buenos Aires en 1978. Es abogado y doctor en Derecho. Publicó los libros de cuentos Horario de oficina (El 8vo loco, 2015) y Hojas que caen sobre otras hojas (Conejos, 2017), y la novela Los años tristes de Kawabata (Odelia, 2020). Dirige la colección de literatura japonesa de la editorial También el caracol. Hojas que caen sobre otras hojas obtuvo el Primer Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires en la categoría libro de cuentos inédito, bienio 2010-2011. Los años tristes de Kawabata obtuvo la Primera Mención en el Premio Clarín de Novela 2016, con un jurado integrado por Juan José Millás, Sylvia Iparraguirre y Leonardo Padura.

En este ocasión, lo entrevistamos para que nos cuente sobre su flamante novela Los años tristes de Kawabata lanzada por editorial Odelia.

Los kanjis no son palabras, sino imágenes, conceptos. A diferencia de nuestro alfabeto, un kanji no se lee, se mira. El kanji de ‘árbol’ es el dibujo de un árbol. Los japoneses no leen la palabra árbol, sino que miran el árbol», explica Facundo, profesor de literatura japonesa. Días atrás, una voz desconocida le comunicó un acontecimiento que marcaría un antes y un después en su vida: la muerte de su padre, de quien solo le quedan unas pocas cartas y una foto antigua. Desde ese momento, a Facundo lo envuelven la confusión y los recuerdos; su madre, su padre, la muerte y un pacto de silencio que lo acompaña hasta el presente.
El protagonista de esta novela descubrirá en Kawabata un amigo y un maestro, que lo ayudará a resignificar su historia familiar, y en la cultura japonesa, las palabras para encontrar belleza en las circunstancias más atroces.

Miguel Sardegna nos introduce en el onírico mundo de Japón a través de su mirada ávida de conocimiento y de una trama que nos envuelve con sus sucesivas capas, atrapándonos para siempre en esta maravillosa cultura ancestral.
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  • La memoria tiene un papel importantísimo en tu novela, ¿escribís diarios al igual que Kawabata?

Empecé varias veces un diario, pero es una rutina que no me supe construir. Tengo muchas páginas perdidas por ahí con indicación precisa de la fecha, pero sin la progresión de un diario.

Me encontré una explicación para eso: me gusta mucho corregir. Mi momento de mayor placer con la escritura es en la etapa de corrección, cuando las palabras ya están ahí pero todavía no alcanzaron la mejor forma, la forma que corresponde. Yo entiendo que escribir es corregir. Así de tajante. Después de que aparecen esas primeras palabras viene una larga paciencia de moldeado, de transformación. Me parece que ese temperamento es incompatible con la escritura de un diario «verdadero», que debe fluir siempre hacia adelante, olvidando incluso lo que se va dejando atrás.

  • El japonés cuenta con algunos conceptos intraducibles, como el tsundoku. ¿Cuáles son tus preferidos?

Hay una palabra que me viene ahora a la cabeza y seguro que tiene que ver con estos días de encierro: shinrinyoku. Pongo también los kanjis, porque los kanjis son siempre hermosos: 森林浴. En el primero de los tres ideogramas se ve el bosque, ¿no? Se distinguen tres arbolitos enmarañados. Una traducción literal, y por eso imperfecta, de shinrinyoku podría ser «baño de bosque». El shinrinyoku es un paseo por el bosque que nos relaja, que nos pone en sintonía con la naturaleza y con la respiración de los árboles. Me acuerdo de una más. Debe de ser el olor del bosque, que ahora se me pegó al cuerpo: komorebi. Los kanjis de komorebi son 木漏れ日. Ya sabemos que ese primer kanji corresponde a un árbol. Komorebi es algo así como «la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles». Es preciosa la idea. Puedo ver el komorebi solo con pronunciarlo. Dejo una última, para llegar a tres. El tres es un número que da calma. La dejo y no la explico, para el que quiera buscarla. Es lindo el trabajo de descubrimiento con el lenguaje. La palabra es aware.

Entonces, quedaron tres: shinrinyoku, komorebi y aware.

  • Uno de los epígrafes reza: “Uno nunca se entrega en una conversación tan completamente como lo hace frente a una hoja en blanco, dirigiéndose a un destinatario desconocido”. ¿Cómo asociás esta frase con tu proceso de escritura?

Cuando di con ese pasaje tuve un momento de iluminación. Me acuerdo bien del momento porque me sacudió. Estaba leyendo a Houellebecq, una novela que no tiene nada de Kawabata, y esos tres o cuatro renglones terminaron de resolver la novela que tenía desordenada en mi cabeza. Ese epígrafe habla de cómo está construida la novela, terminó de ensamblarlo todo. Me dije: «Esta novela no la tengo que escribir hablando de Kawabata, la tengo que escribir hablando con Kawabata».

  • ¿Qué punto de encuentro ves entre la literatura argentina y la literatura japonesa?

Más que entre la literatura japonesa y la argentina, veo puntos de encuentro entre autores, entre búsquedas estéticas particulares y preocupaciones propias de ciertos autores de Japón, de Argentina y de otros lugares del mundo. Yo creo que Kawabata, por ejemplo, es el autor japonés más cerca de nuestro corazón. Tiene mucho para decirnos a nosotros. Hay una nueva forma de mirar, nuevas sensaciones. Sus páginas están vivas.

  • En tu dedicatoria mencionás que hiciste un viaje a Japón, ¿qué harías en tu próxima visita?

Se fueron acumulando muchas cosas que quedaron pendientes de los viajes anteriores que hicimos con Mariana, más algunas que descubrimos ahora, en estos últimos años. Tenemos ganas por ejemplo de visitar el museo de Yokomitsu, en Tokio, o el bar Lupin, frecuentado por los escritores buraiha, los chicos malos de la literatura, los decadentistas: Dazai, Oda y Sakaguchi. A Oda nos dimos el gusto de publicarlo en También el caracol, lo queremos mucho. Con Mariana planeamos hacer un recorrido literario por los escenarios de cuentos y novelas que amamos, como ciertos barrios de Osaka, o los rincones de la península de Izu donde transcurren La bailarina de Izu, de Kawabata, «La primavera llegó en un carro tirado por caballos», de Yokomitsu, o «La rana roja», de Shimaki Kensaku.
Ahora se sumó un viajero más, Luciano. Así que el viaje va a tener que atender también a sus necesidades. Tenemos la idea de ir al Museo Ghibli y a Tokio Disney. Solo por él, claro, es un sacrificio que vamos a hacer los grandes.

  • ¿Tenés planes de que tu libro se traduzca al japonés?

Bueno, me encantaría, claro que sí. Pero no es algo que se pueda planear. Tampoco diría que se trata de un sueño, porque no me atrevo a soñar así, por lo menos no en voz alta. ¿Vos crees que puede interesar allá esa mirada argentina y latinoamericana de Kawabata? Ojalá pase. Sería una locura, ¿no?

Hay una novelita japonesa que ganó el Premio Akutagawa en 1998, uno de los premios más prestigiosos de allá, que tiene un cruce interesante con nosotros. La novela no fue traducida todavía. Ni al castellano ni a ningún idioma occidental. El título es Buenos Aires gozen reiji, Medianoche en Buenos Aires. El autor es Fujisawa Shu. Que a alguien se le ocurra urgente proponer un enroque: nos traemos para acá la novela japonesa sobre Buenos Aires y les mandamos para allá Los años tristes de Kawabata.

  • Dirigís una colección de literatura japonesa en la editorial También el caracol, ¿cuál es tu criterio al momento de seleccionar las obras que la integrarán?

El gusto, el placer que me generan los textos. Su belleza. La belleza en Japón nunca adopta la misma forma. Muchas veces duele esa belleza, es triste. A veces también viene cargada de descubrimiento.

  • En una entrevista que realizó Infobae hace unos años, contás “Llevo diez o quince años estudiando japonés para leer a Kawabata (y a tantos otros que se sumaron después, como Mishima, como Dazai)”.  Como lectora del escritor japonés Osamu Dazai, necesito preguntarte si él también es un autor que te inspira y de qué manera o que rescatás de su escritura.

Es curioso eso. En aquel tiempo pensaba en leerlos en japonés. Hasta ahí podía soñar, y no era un sueño chiquito. Y ahora, apenas unos años después, estoy construyendo una colección entera que los contenga, con traducciones directas del original. Es una tarea que me entusiasma mucho. Son tantos los autores que nos debemos como lectores en castellano. Tantos tesoros que están ahí, esperándonos.

Dazai es uno de los escritores que conforman mi Paraíso personal. La frecuentación de Dazai me llevó a sus compañeros, embarcados en la misma búsqueda estética que él, tan disconformes y cansados de su tiempo como el propio Dazai: me refiero sobre todo a Oda y a Sakaguchi. Si buscás en internet, vas a encontrar fotos de los tres en el bar Lupin del que te conté antes, en Tokio. Ojalá a vos también Dazai te lleve a Oda. 

  • En tu novela comparás los suicidios de Kawabata y Mishima, ¿qué pensás de la correspondencia entre Kawabata y Mishima que va de 1945 a 1970?

El trato entre ellos es bien formal. Recuerdo que las cartas abundan en pedidos de disculpas. Tanto Mishima como Kawabata expresan sentirse avergonzados por extenderse demasiado en asunto personales, cuando la sensación que uno tiene al leerlos es justo la opuesta: nunca dicen nada realmente íntimo. Las cartas funcionan como un testimonio de la admiración, el respeto y la cortesía que se tuvieron. Creo que con eso ya alcanza para sentir que es valioso espiarlas.

Pero hay algo más. Hay un pasaje, un pequeño pasaje que es luminoso y que eleva el libro a la categoría de tesoro. Ese pasaje lo recuerdo bien porque lo leía en clase, en el Seminario de literatura japonesa que daba en la Facultad de Sociales de la UBA, hace por lo menos diez años. Este tipo de cosas nunca se olvidan. Tengo el libro acá, a mano, en un estante bien cercano de la biblioteca. Me hablaste recién del suicidio espectacular de Mishima. Mirá lo que le escribe a Kawabata el 18 de julio de 1945. La carta tiene consideraciones sobre el arte de escribir y la propia práctica literaria. Mishima dice moverse con la indiferencia de una marioneta manipulada por los dioses, acariciando un deseo: «…escribir un relato como nadie lo haya hecho, un relato del que se pudiera decir ¡qué bello es!». Y de pronto, sentencia, dejame citarlo:

«¿Y no llegará un momento en que me veré enfrentado a la dolorosa decisión de realizar, fuera del campo de la literatura, mi visión fatalista de la literatura? Llego a pensar que este deseo de dejar un bello relato al estilo antiguo es perdonable en la medida que representa un medio de prepararme en secreto para ese momento».

La visión fatalista de la literatura que tenía Mishima no es otra que la que llega con ese final tan escenográfico. Ese suicidio, ese seppuku.

El libro cuenta con 171 páginas y se consigue en librerías argentinas.

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