El periodismo comprometido de albert camus

Un Estado puede ser agitado y conmovido por lo que la prensa diga, pero ese mismo Estado puede morir por lo que la prensa calle. Para el primer mal hay un remedio en las leyes; para el segundo, ninguno.
Luis A. de Bonald


Albert Camus, el periodista

Cuando el escritor francés Albert Camus militaba con la publicación Combat, el periódico clandestino de la resistencia argelina, dejó en claro que el periodismo debe ser crítico, sufrido, razonable, conectado al momento histórico y libre de ideologías. En sus palabras: “Cuando redactábamos nuestros periódicos en la clandestinidad lo hacíamos, como es natural, sin historias y sin declaraciones de principios”, escribía el 31 de agosto de 1944.

Tenía una gran autoridad para hablar sobre el tema: era el redactor jefe de la publicación. El periodismo era, en sus propias palabras, una pasión que conocía bien y que le interesaba mucho, porque consideraba que era un medio puro y efectivo para devolverle a su país su más honda dignidad.

Por amor a la verdad y con una conciencia social claramente definida, tomaría partido en el periodismo crítico para denunciar los males humanos causados por los franceses: “Tenemos —refiriéndose al equipo del periódico clandestino— el sincero deseo de colaborar en la obra periodística mediante el ejercicio constante de ciertas reglas de conciencia de las que, a nuestro parecer, la política no ha hecho gran uso hasta ahora”.

Para realizar sus investigaciones periodísticas, que luego serían impresas y distribuidas, no se limitaba a esquemas teóricos, o a un corsé ideológico preconcebido, sino que abogaba por un arte de comunicar ceñido a la actualidad, que expusiera la realidad, propusiera soluciones y que presentara argumentos justos y verdaderos.

Y esto, a causa del escenario y el tiempo que le tocó vivir, que además de tenso, fue exigente. El oficio de informar diariamente en la Francia de Vichy no estaba exento de peligros. Existía el riesgo de poner en juego la honradez intelectual de todo un pueblo, que sediento de conocer la verdad y la realidad de la situación política del país, no tranzaban con publicaciones oficialistas y menos con la atmósfera del caso Dreyfus.

El oficio periodístico de Camus estaba centrado en  restaurar la voz de la nación (la prensa), esforzándose porque esa voz fuera de energía y no de odio,  de objetividad y no de retórica, de humanidad y no de mediocridad. Una frase de su autoría explica la transcendental importancia del periodismo: “un país vale a menudo lo que vale su prensa”.

Eran tiempos difíciles que requerían, si no nuevas palabras, al menos  una nueva disposición de esas palabras. Era esa la contribución del Albert Camus periodista, dotar a la Francia de Vichy (y De Gaulle) de un nuevo lenguaje y una nueva conciencia para reflexionar sobre sus propios actos, y que gracias al rol de nación importante, esta revisión interna le permitiera ser digna de ser oída por todos los hombres amantes de la justicia, la verdad y la libertad, en el mundo.

El humanismo fue el fondo; el periodismo comprometido y militante, la forma.

Decadencia de la prensa francesa

No podía ser menos. Pues en la Francia ocupada por los alemanes, la censura era extrema y la injusticia se dejaba ver en que los grandes medios nacionales publicaban sin ser molestados o perseguidos por el Stablisment. A propósito Albert Camus escribe: “El hecho de que un periódico dependa de la competencia o del humor de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado”. Informar desde tal barrera (o control político) significaba ejercer el oficio periodístico a ultranza, además de la misión clara y combativa de publicar con integridad, objetividad y libre conciencia.

El ansia de dinero, la indiferencia por las cosas nobles, el estupor y el absurdo de la guerra, habían llevado a que la prensa francesa perdiera sus principios y su moral, acrecentando el poder de algunos y envileciendo la moralidad de todos. Con el afán de informar de prisa, en vez de comunicar bien, la verdad resultaba perjudicada. Esta era la prensa “caligulesca” (por no decir maquiavélica) que se consideraba una vergüenza para el país, y que Albert Camus detectó y quiso revertir.

La gota que derramaría el vaso con la prensa nacionalista sería, entre otras cosas, un hecho totalmente irritable para los franceses. Durante la ocupación Nazi en Metz, un pequeño pero estratégico poblado al Noreste de Francia, se ejecutaron cientos de judíos y fue deportado otro número igual. La prensa nacional, según Albert Camus, se mostró indiferente al no denunciar tales atrocidades, limitándose al cubrimiento periodístico, un día después de los sucedido en Metz, de la llegada de la cantante alemana Marlene Dietrich.

No creemos que, en tiempo de guerras, los caprichos de una estrella sean necesariamente más interesantes que el dolor de los pueblos, la sangre de los ejércitos, o el encarnizado esfuerzo de una nación para encontrar la verdad”.

Así, el ejercicio del derecho a informar era parcializado y se veía permanentemente en riesgo. El lenguaje era falsificado, los artículos carecían de fondo y las noticias falsas o dudosas eran presentadas como ciertas. El espíritu crítico estaba suspendido, pero lo peor era que la opinión pública general era formada por este tipo de prensa.

El problema de fondo era el uso de la palabra. Eran tiempos efervescentes, donde el buen o mal uso de ella, llevaría a concentrar algún bando o a poner en rebeldía a otro tanto. Elegir bien las palabras lo determinaba todo.

El rol del periodista

“La cuestión en Francia —diría— no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo”. Desde su militancia, Albert Camus estaba convencido de que todo, en últimas,  recaía sobre el periodista. Su compromiso y amor por la verdad no le impedía tomar partido y comunicar con integridad, aunque fuera desde la clandestinidad.

Ejercitar la función de la crítica en todos los ámbitos, sin parcialidades, sin conveniencias, fue siempre un factor de garantía para buscar la verdad y la liberación. El periodista tenía esta responsabilidad sobre su espíritu. Debía ser libre de fundamentalismos e ideologías, que mutilaban la objetividad informativa. Los comunicadores del periódico Combat, eran esos clarividentes compañeros de lucha, cargados de una esperanza secreta.

Y aunque no era fácil mantener un aparato comunicacional con el azote de la censura oficial, el periodismo no podía darse el lujo de ser meramente teórico, sino que la libertad debía ser el campo de acción y el método, la verdad.  Por eso, en uno de sus artículos censurados, diría que “los medios y condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad «ante la guerra y sus servidumbres son cuatro: lucidez, rechazo, ironía y obstinación”.

La acción política de Albert Camus era una extensión de la palabra. “En cualquier ocasión se produce un progreso cada vez que un problema político se sustituye por un problema humano”. No había divorcio entre reflexionar y tomar partido. Muchos periodistas que escribían en “Combat” cayeron en pie de guerra, pues no solo era una batalla de ideas y razones, sino también de armas, violencia y conspiraciones. Así quedaba claro que el arte de comunicar en tiempos de guerra también dejaba sus mártires en el camino.

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