Jacques, ¡Oh! Jacques


¿Cuál es la diferencia entre estar desvestido y estar desnudo?
John Berger


He terminado de leer el libro Nuevas confesiones de una desvergonzada (1992) del escritor francés Jacques Cellard. Sin embargo, igual que el título, debo hacer dos confesiones: la primera, que lo terminé en una tarde y dos noches; y la segunda, que hace tiempo no tenía entre manos una obra tan interesantemente erótica.

No al menos desde lo último que adquirí, si la memoria no me falla: Margot, la remendona (2000, editorial Koty) de Fougeret de Montbron; La vida sexual de Catherine M, (2001. Autobiografía procaz de la prestigiosa directora de Art Press); Teresa la filósofa (1999) del Marqués Boyer d’Argens y La casa de las muñecas (1987), no la de Ibsen, sino de Ka-Tzetnik 135633.

En fin. Jacques Cellard, el autor, sorprende con este texto porque como intelectual fue ampliamente reconocido por las crónicas lingüísticas, la meticulosidad como historiador y el afanoso arte de escribir novelas románticas, entre ellas la más famosa «Emma, ​​¡Oh! Emma!» (1992), un pastiche sexual sobre la Emma Bovary del escritor francés Gustave Flaubert.

Así que con este libro (que por cierto está firmado como anónimo) su carrera de académico y pensador se nos presenta bajo otro prisma: la del esteta, el erótico, el propulsor de la literatura Chic Lit en Francia, su país, y esto como una filosofía de la sexualidad fundada desde la Ilustración, ya que como afirmó Anaïs Nin, igualmente francesa, igualmente sexómana: «el erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía».

Pero regresemos un poco, ya que diez años antes, en 1982, Cellard había publicado Diario poco decente de una jovencita (editorial Tusquets) en la colección literaria «La sonrisa vertical», cuya temática de pillow books, contiene mucho de lo que leemos en Nuevas confesiones de una desvergonzada,  e incluso si se hiciera una comparación entre Agnes S, la protagonista de la primera novela, con Lucienne Chauron, o Lulú la complaciente, personaje de la segunda obra, encontraríamos muchas repeticiones de escenas, diálogos, picardías,  exhibiciones, aunque sin extrañarnos, porque el sexo, la pasión y el deseo, se realiza y se retrata de igual manera en el mundo y en el ser humano.

Puede importar, o no, el saber que, igual que los subtítulos de las películas latinoamericanas, este no es el nombre más acertado del libro, sino que es una calculada intención de marketing para lograr un best seller en ventas: ¿Nuevas? ¿Confesiones? ¿Desvergonzada? Nada más propicio para llamar la atención del lector en Hispanoamérica. Estrategia que en cierta forma alcanzó su objetivo por medio de la empresa Intermedio Editores Robin Book, ya que el título más fiel, y he aquí una maravilla lingüística por cuanto el nombre realmente dimensiona la obra fue: En los salones del placer, como quedó traducido del francés original de Les petites marchandes de plaisir. 

Aunque evitemos ser literales, ya que esto puede ser baladí para los amantes de la literatura erótica, el fantástico mundo de la exploración corporal, la sexualidad, las confesiones, los deseos,  y las intimidades más recónditas que fueron abiertas como una flor desde el  Decamerón (1353) de Boccaccio; Pantagruel (1532) de Rabelais;  Fanny Hill (1748) de John Cleland; Justine o lo infortunios de la virtud (1791) del Marqués de Sade y otros autores modernos más o menos explícitos.

Este libro, ahora en mi anaquel, ubicado al lado de El escote de lo oculto (ensayos de relatos prohibidos), el Kamasutra de Vatsyayana y La otra virginidad de Josefina de Silva, es sin duda literatura Clic Lit, libros de «una sola mano», tan raros, tan esquivos y escasos en Latinoamérica. Y no que es que carezcamos en América de una literatura de este tipo, pero como afirmó una vez el escritor Roberto Bolaño, no existe una corriente sólida en el continente que agrupe autores eróticos con obras de calidad como las escritas en Europa y Asia.

Como antecedente de este género literario en el continente, podemos señalar Los Diarios de Francisco de Miranda El elogio de la madrastra de Mario Vargas Llosa; La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria, de José Donoso; Púrpura profundo (Publicado en La Sonrisa Vertical), de Mayra Montero y Trilogía sucia de La Habana, del autor Pedro Juan Gutiérrez, entre otras obras.

Ahora, sobre Jacques Cellard conocía sus obras gramaticales como Una antología de la literatura argot, que había comprado en una vieja librería en Perú y cuya vastísima inteligencia del francés me dejó arrobado un tiempo.  Así entonces, al adquirir Nuevas confesiones de una desvergonzada, no pude dejar de sentir lo mismo, es decir, la sensación de estar delante de un libro que combina erotismo con erudición. Sexo, con humor. Realidad con literatura. Carne y ardor; razonamiento con trivialidades. Un estímulo literario simplemente fenomenal.

Dualidades intelectuales que no confunden al lector, porque lo que pretende Cellard es introducirnos en la mente «virgen» de una jovencita, los recovecos de su sexualidad, el sexo pagado, la vocación física del placer, y la hermandad que crea con sus amigas llamadas: Fanny, boquita de piñón; Irma la enamoradiza, Mimi la tetuda, La inmaculada Esther; Amelie la tres bocas; Julia dedo diestro y otras más.

Y para lograr comunicar aquello, Jacques Cellard ha usado un estilo de escritura conciso, económico y de fácil comprensión para el lector medio, además del contenido temático tan irresistible (confesiones sexuales) sin rayar en lo pornográfico, porque estas prácticas literarias (en los libros) ni literales (en ese oficio llamado prostitución) son nuevas.

Lo que llama la atención de esta obra, y a medida que entramos en la lectura rápida se descubre, es el curioso argot sexual plasmado en cada hoja que por un lado, enriquece los diálogos de las protagonistas, aunque sin robarnos la atención, o incitarnos a buscar los significados en los diccionarios; y por el otro, demuestra que el tema conserva un lenguaje propio de ese mundo, para dar un efecto de realismo intenso a la novela.

Se sobreentiende en esta gramática sexualizada, por ejemplo, que un guante es la propina adicional por un servicio sexual contratado, o que un flete es un cliente de una prostituta, y así con otras palabras más elaboradas, que el contexto nos ayuda a descifrarlas, aunque al final del libro hay un amplio glosario de términos para los curiosos.

Reitero, es este un libro de una sola mano, es decir, en una se puede sostener el libro y en la otra una cerveza o quizá un cigarrillo. (¿Qué pensaron con la frase una sola mano?). Una obra que recomiendo leer por las razones ya expuestas, pero también por los curiosos consejos del señor y la señora Armand, una pareja de macarras que para convencer a Lulú la complaciente usan razonamientos básicos:

―Entre unas cosas y otras, según me aseguró la señora, muy seria, una joven tan guapa como yo puede ahorrar en su casa mucho dinero. 

― Con la condición de ser muy complaciente y “comprensible” con estos señores, mi pequeña Lucienne precisó. ¡Qué le vamos a hacer! Los hombres son los hombres. Y puesto que ni usted, ni yo, ni nadie va a cambiarlos, tomémoslos tal como son.

―Por otra parte, añadió el señor- nuestra clientela es exclusivamente burguesa. Señores pulcros y de maneras cuidadas ¿comprende? Los militares, los hombres pasionales y los obreros se los dejamos a otras.

Lulú es una cocotte que solo atiende hombres burgueses en el lupanar llamado «Las Odaliscas», y esto, a pesar de que Jacques Cellard haya escrito esta obra para militares, hombres pasionales y obreros, quienes también frecuentan estos lugares, pero eso sí, según su estrato o condición social, y según como la salud individual y económica se los permita.

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