Antígona González como resultado del crimen y violencia en méxico

La historia de México ha estado marcada por un incontable número de violencia extrema. Desde la Conquista hasta la evangelización, desde la Independencia, pasando por la Revolución y la Guerra Cristera, hasta los movimientos estudiantiles, las migraciones y el narcotráfico. La huella de la violencia suele quedar impune: en muchas de las ocasiones la huella tiene que hacerse invisible con tal de que uno pueda seguir con su vida. En muchas otras, genera una diversidad de preguntas y exploraciones. Estas cuestiones tienen su impacto en el autor y en la obra literaria desde el momento en que apenas concibe su novela, su ensayo, su poema. ¿Desde dónde partir para iniciar el ejercicio de escritura?  ¿Qué es lo que se va a narrar? ¿Con qué mecanismos? Pareciera también que las preguntas que se plantean comienzan a actuar de una manera inversa a cómo lo hicieran en momentos previos de la literatura. Ya no hablamos tanto de un texto que se tenga que escribir para incidir en la historia: estamos hablando de contextos sociales y políticos que obligan al escritor a iniciar desde un punto distinto cuando se trata de crear. Sara Uribe nos pregunta: ¿es posible entender ese extraño lugar entre la vida y la muerte, ese hablar precisamente desde el límite?

El problema que se plantea en Antígona González es uno que Mabel Moraña identificaba a principios del siglo XX: se hace hincapié sobre la ineficiencia de Latinoamérica para contar sus muertos. Todavía en la actualidad siguen sin existir métodos que nos permitan echar luz sobre quiénes han sido, y son, las víctimas de la violencia en todo el continente. Es por ello que la memoria y el cuerpo cobran un sentido significativo en la obra. ¿Cómo saber que alguien ha muerto? Sólo el cuerpo puede decírnoslo. 

Así se define en este libro híbrido: «la tarea de reconocer un cuerpo, ese que tocamos para sabernos reales», describe la hermana de Tadeo, «¿cómo se reconoce un cuerpo? ¿Cómo saber cuál es el propio si bajo tierra y apilados? Si la penumbra. Si las cenizas. ¿Cómo reclamarte, Tadeo, si aquí los cuerpos son sólo escombro?».

Antígona González, como se indica en sus notas y referencias, fue escrita por encargo de Sandra Muñoz como una pieza de apropiación, intervención y reescritura. En ella se recopilan fragmentos de periódico, fragmentos del blog Menos días aquí y citas de otras Antígonas escritas en Lationamérica. Pero el incidente originario viene las amplias muertes de la “guerra contra el narco” patrocinada por Felipe Calderón.

Sara Uribe hace con la escritura documental un texto que está más cerca de las obras contemporáneas de arte visual o plástico de nuestro siglo, un registro testimonial efectivo que gana una con su denso material afectivo la enunciación del duelo negada al pueblo. Como consecuencia de la violencia, surge una obra lista para representar en escena. Porque, lo que ocurre en México cuando el poder está sólo a disposición del Estado es que «las conductas de duelo constituyen un privilegio, casi como ocurre ahora desde que uno no puede ver a los familiars que mueren de coronavirus. De ahí que se necesite un cuerpo para llorarle, un texto para desencadenar el duelo de los desaparecidos. Por eso la influencia y reescritura de otra Antígona más. En la de Sófocles, el problema inicia cuando Creonte decide que Polinices será enterrado a las afueras de la ciudad. Entonces Antígona se rebela en contra de sus deseos porque lo honores fúnebres eran muy importantes para los griegos.

Las filas de familiares afuera de la morgue demuestran que también es importante, en México, el honor fúnebre, el ritual de encontrar el cuerpo del ser amado y rendirle tributo. «¿Quién es Antígona González y que vamos a hacer con todas las demás Antígonas?», pregunta Uribe. ¿Cuál es la consecuencia para la Antígona de Polinices y la Antígona de Tadeo? La primera es condenada a ser sepultada viva, pero evita el suplicio suicidándose. ¿La segunda? La segunda somos todos nosotros, condenados a callar y vivir sin moral, o a establecer esos diálogos literarios entre la memoria y la violencia, el cuerpo y el olvido. «Soy Sandra Muñoz… y quiero saber dónde están los cuerpos que faltan. Que pare ya el extravío». Soy Estefanía Arista y quiero el descanso de los que buscan y el descanso de los que no han sido encontrados. 

Antígona no sólo le da voz a las víctimas sino que, por medio de estrategias más eficaces, las posiciona en el centro de la enunciación poética. Uribe se vuelve una especie de curadora de testimonios tanto filosóficos como periodísticos. Por un lado, está el mecanismo de reapropiarse de la Antígonade Sófocles e incluir cuatro de sus citas, una de ellas, la más penetrante y con la que termina la obra: ¿me ayudarás a levantar el cadáver? Están los otros textos de Antígonas como El grito de Antígona, de Judith Butler, La tumba de Antígona, de María Zambrano, Antígona o la elección, de Margarite Youcenar, Antígona Furiosa, de Griselda Gambaro y Antígona y actriz, de Carlos Eduardo Satizábal. 

La obra en cuestión irrumpe para cumplir con el duelo y suscita la admiración del pueblo ya que le da la máxima importancia a los cuerpos desaparecidos. No sólo es violencia el asesinato y desaparición impune: también es violencia la misma que impide enterrar a los seres queridos, es la misma amenazadora violencia intenta sustraer del comportamiento de los individuos. El momento violento de este libro es la misma actividad interrumpida del duelo. Sara Uribe se pregunta: ¿justicia? ¿qué si espero que se haga justicia? ¿en este país? Yo lo que deseo es lo imposible: que pare ya la Guerra. 

La autora entiende que este dolor está más allá del narco, la policía o los gobernantes. La acción de los familiares en Antígona queda reducida al lamento y al ejercicio de memoria. Un ejercicio de reconocimiento de la literatura en la realidad: Yo creí que iba a encontrar en el pueblo de los muertos mi patria. Yo supe que vería una ciudad sitiada. Supe que Tamaulipas era Tebas y Creonte este silencio amordazándolo todo». ¿Cómo nos vemos obligados a vivir la tristeza? En un silencio amordazado. Es entonces nuestra obligación volver ese silencio en un ejercicio de reconocimiento de la realidad en la literatura. 

Tal reconocimiento ocurre cuando las notas reales entran en el texto. Cuando el temor de esas modificaciones realizadas por el Estado cobran consecuencias aterradoras: por aquí también a usted la matan si entierra a sus muertos. Los caminos llenos de muertos dan más miedo, ¿no? Ejemplos de la realidad que hay en el libro: «Monterrey. Nuevo León. 26 de enero. Tres hombres muertos y amordazados fueron encontrados en una tumba del panteón municipal Zacatequitas…». Esta es una de las razones por las que el texto resulta un tanto híbrido, resulta una polifonía poética imposible de encasillar como un poema largo o un ensayo o una novela o incluso un monólogo. Es todas esas cosas a la vez. Y es nada más que esa incidencia de nuevas estrategias literarias como consecuencia de la violencia en México: «Chihuahua, Chihuahua. 17 de abril. Un niño de 4 años fue localizado sin vida. Su madre lo había reportado desaparecido el pasado 6 de abril»; «Reynosa, Tamaulipas. 18 de abril. El cuerpo de un hombre de entre 25 y 30 años fue encontrado a orillas del libramiento que conduce al puente Reynosa-Misión». ¿Por qué, además del impacto emocional, resulta efectivo leer estas notas en Antígona

Más allá de cómo los eventos de la memoria nacional se fijan a través de traumas colectivos esos traumas se convierten en medios para acercarse a auténticas de memoria. La efectividad del texto está en la responsabilidad de la que queda liberado el lector al momento de leer. Sin embargo, siempre está presente la cicatriz de dolor. Antígona González es un texto poético en el que el “yo lírico” no tiene precedentes. El yo en Antígona es un cúmulo de yoes que se transforma con el lenguaje. Es Antígona, es Sara, es Sandra, es las madres, hijas, esposas, hermanas que se comportan como un individual colectivo que experimenta el dolor de millones. Aquí, el mecanismo literario que ensaya sobre la identidad se transmuta cuando se trata de hablar del crimen y la violencia. La memoria nos permite acceder a la identidad anterior al trauma violento y a la identidad nueva: la memoria colectiva es la totalidad de la tradició oral y escrita. La literatura de Sara Uribe es sólo una pequeña parte de esa memoria colectiva.

La oralidad juega un papel central en la obra de la autora porque conjuga el uso de la palabra escrita con el tono “conversacional” para producir en el lector el efecto de que la historia que estamos leyendo nos la está contando alguien, exclusivamente a nosotros, casi como si conversáramos con él o con ella. Combina también la trama y el panorama mexicano actual, especialmente el de la pobreza y de la violencia de cada personaje.  

De acuerdo con la postura del libro,  todos y cada uno de nosotros seríamos culpables de dicha violencia si dejamos que continúe en la impunidad del olvido. Es por eso que los mecanismos de la escritura pueden servir como pretexto para explotar el recuerdo y la memoria por medio de la creación literaria. El crimen y la violencia se vuelven gestores, chispas, inicios de nuevas herramientas para narrar. De nuevas preguntas planteadas acerca de cómo usar la literatura y los beneficios que puede ofrecernos hacemos uso de la palabra sin distorsionarla. 

La realidad es una y la palabra debe usarse, manipularse estéticamente si es necesario, con tal de establecer un registro. Para renovar la literatura escribiendo desde la marginalidad y rompiendo los mismos límites que establecen los géneros literarios. Si Antígona González es tan memorable es justo por su estructura innovadora de una escritura testimonial. Es por la experimentación y el lanzarse de lleno a un tema que exige el planteamiento de nuevas preguntas y de nuevas respuestas en cuanto a cómo escribir y desde que lugar comenzar a hacerlo. Entender ese “extraño lugar entre la vida y la muerte” para poder narrar desde los límites.

IMAGEN DE PORTADA: El Quinqué Cooperativa Editorial.

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