«En una época de desavenencia con el cine, dije que yo había escrito Cien años de soledad contra el cine»
Gabriel García Márquez
En la plataforma Netflix, a efecto de un clic, se encuentra el documental Gabo, la magia de lo real (2015) dirigido por el controvertido realizador inglés Justin Webster, famoso (entre otras cosas) por investigar temas álgidos y problemáticos en Hispanoamérica para llevarlos a la pantalla grande. Un trabajo en streaming sobre el escritor Gabriel García Márquez (1927-2014) que no escapa a esta línea, y que, con polémica a bordo, trata sobre la construcción literaria, social política e histórica del colombiano, y el cómo su gestión fue un mundo de pretextos y justificaciones para conseguir, por cualquier medio, sus metas literarias.
Allí, en una hora y cuarenta y cinco minutos, amigos y detractores del Premio Nobel alaban y dan crédito de sus obras, pero también están los críticos que intentan descifrar su escritura para enjuiciarla, no entienden su militancia política de izquierda y su posición frente al Caso Padilla, y ven en Gabo un pontífice que se comercializó como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, desviándose de una literatura pura, desinteresada, hacia un arte literario de y para masas.
Un prejuicio (o acusación), que está en su faceta de periodista de no-ficción por la que se recuerda al escritor, cuyo compromiso con Latinoamérica y las causas sociales fue imparcial. Vocación que hizo del él un autor de época al escribir en revistas y periódicos asuntos cotidianos, y en libros enteros, acontecimientos como la situación crítica de Venezuela (Cuando era feliz e indocumentado), el apoyo a los exiliados chilenos y la causa anti Pinochet (Miguel Littín clandestino en Chile), los efectos de la guerra civil colombiana (La mala hora), y más allá, el retrato del bloque comunista desde su interior (De viaje por los países socialistas).
Y justo en esta dirección es donde (a decir de los especialistas), la literatura garcíamarquiana difería sustancialmente de un Manuel Zapata Olivella (1920-2004), quien centrado en la «negritud» del Pacífico no deja de ser un africanista; de un Andrés Caicedo (1951-1977) que habla a la juventud caleña en sus dilemas urbanos a través del teatro y la música; o de una Albalucía Ángel (1939), que es enteramente una narradora de la violencia nacional bipartidista bogotana. Escritores colombianos de la época del Boom Latinoamericano, que no pretendieron ir más allá de sus temas y sus contextos, libres del «cosmopolitismo», que ambicionaba y atraía en gran manera a Gabriel García Márquez.

En fin, es en este documental de Netflix un diálogo sobre la vida y obra de Gabo, y en general sobre su literatura donde caben preguntas como: ¿Para qué público escribía?, ¿Sus libros fueron importantes por la cantidad de ejemplares vendidos?, ¿Qué papel jugaron en su vida las editoriales Oveja Negra, Sudamericana, Losada, o la agente editorial Carmen Balcells? ¿Sabía este la distinción entre la literatura Ars gratia artis y la escritura engagement?
Cuestiones que hacen barbecho con el tema del trabajo fílmico de Justin Webster que, valga la aclaración, se llamaba originalmente: Gabo, la creación de Gabriel García Márquez. Un título redundante y explícito sobre el hombre específico que este quería desvelar, o mejor, mostrar como una construcción, y cuyo argumento es un «dedo en la llaga» para los «gabistas». «Garciamarquianos» que no siempre constituyen una unidad, pues en este documental, aparece el escritor Juan Gabriel Vásquez dirigiendo la línea argumental; Plinio Apuleyo Mendoza, amigo literario de Gabo, se muestra como un crítico mordaz; el biógrafo inglés Gerald Martin revela detalles desconocidos de la vida del Premio Nobel; y Bill Clinton se limita a decir que Cien años de soledad le acaparaba el tiempo que este realmente debía invertir en el conflicto de Estados Unidos contra Iraq.
En fin, lo fundamental a destacar en esta documental es que el mismo Plinio Apuleyo Mendoza (1932) afirma que Gabriel García Márquez le preguntó textualmente en una ocasión: «¿Estás escribiendo sobre mí?», a lo que el escritor boyacense le dice que sí, y Gabo sugiere: «¿Y vas a decir que yo todo lo tenía planeado aquí en mi cabeza?». «Tal vez sí», responde Plinio. «Pues no es así. Nunca supe para dónde llegaba, hasta dónde llegaba, ¡imposible! Lo único que hacía era empujar como quien empuja un carro. Empuja, empuja y empuja sin saber si llega o no».
Creíble o no que tanta suerte haya estado de lado del hijo de Aracataca, lo cierto es que la historia confirma que realmente sí empujaba el carro y sí sabía adónde quería llegar. Por supuesto, una forma de ambición sana, que en cualquier vocación o profesión es el impulso para conseguir metas contra todo pronóstico. Una virtud (o como quiera llamarse) enteramente normal, que desemboca en la férrea fuerza de voluntad de un jovencito proveniente de un pueblo olvidado del Magdalena colombiano, que, además, demostró conocer suficientemente el mundo literario y sus mecanismos como para hacerse amigo de las personas precisas, que adrede o no, contribuyeron para convertirlo en un escritor de renombre con un gran premio bajo el brazo.

Y sobre esto último, el crítico literario Eduardo Pachón Padilla (1920-1994) acusaría a Álvaro Mutis, «representante de la cuentística colombiana» de fundar una «mafia literaria» al desplazar a compatriotas de mayor mérito narrativo como Álvaro Cepeda Samudio, Plinio Apuleyo Mendoza, Darío Ruiz Gómez, Nicolás Suescún, Roberto Burgos Cantor, Germán Santamaria y otros, para «llevar razoncitas a los miembros del jurado en favor de la Mala hora (1962) de Gabriel García Márquez, que era por su calidad la tercera o cuarta novela, quedando ganadora», a propósito de un concurso literario anual promovido por la petrolera ESSO en 1966.
Pero hay que bajar las tensiones, ya que un asunto así no tiene trascendencia, porque ¿Cuántos concursos no están amañados? Por lo tanto no es nada extraño la denuncia de Pachón, ni la de Fernando Vallejo, ni los comentarios de Mario Mendoza, porque además ¿Qué amigo no ha dado un empujón, o una zancadilla a otro en un concurso? El caso, sinceramente (y según algunas lógicas) no es ganar el premio sino merecerlo. Lo que sea, Gabo tuvo la gallardía, el ingenio y la estrategia para formarse entre un público colombiano, y así darle un empujoncito al lector hacia la confusión del mérito literario, movido por la falaz concatenación, o silogismo, de creer que el libro que más vende o que mejores premios tiene, es el mejor. ¿Se vendía lo suficiente Cien años de soledad en 1967, como para demostrar que no fue sino hasta el galardón del Nobel que esta novela se convirtió en un best seller?
Así como los actos de creación en lo literario son, en definitiva un arreglo y una interpretación de lo dado, no es extraño que el merchandising post Nobel haya sido precisamente eso, un juego con las denominadas “formas de democratización negativa», o el hacer creer a la mayoría que lo popular, o de mayor demanda, siempre es bueno o es lo mejor. Los medios de comunicación (en ese tiempo libres de redes sociales) hicieron lo suyo. Un tema, por supuesto, que no deja de ser controversial, ya que en Colombia hay quienes apoyan a Gabo y quienes no. Quienes lo criticaron con razón como el italiano Pier Paolo Pasolini o el francés Jacques Gilard, a propósito de la estructura de Cien años de soledad (1967), o quienes como Germán Vargas, Ángel Rama o Ernesto Volkening, veían en él, el mejor escritor del siglo XX, de cuyo brazo salió la novela hispanoamericana más representativa del Boom.

En fin.
Lo puntual (el interés de Justin Webster) no es si el escritor copió el estilo William Faulkner, o algunas narraciones de Yasunari Kawabata, o si transmutó personajes del mundo de Honorato de Balzac al universo macondiano, sino, el desvelar la intencionalidad, o el lobby que este hizo para ganar certámenes nacionales, y de qué influencias se valió para ser «postulado» al concurso más glorioso y codiciado entre los escritores mundiales: El Premio Nobel de Literatura. Un galardón, que, a propósito, decía el ensayista Antonio Caballero, Gabo criticaba ferozmente, aduciendo que la Academia Sueca siempre se equivocaban al entregarlo. Para darle la razón, dice Caballero, se lo dieron a él en 1982.
Gabo, la magia de lo real ha dado mucho de qué hablar. La vida, obra e influencia del escritor colombiano más famoso es un debate abierto para cada generación. La plataforma Netflix, la misma que presenta el controvertido documental reseñado, emitirá este año la narrativa de Cien años de soledad producida por los hijos del Nobel, Rodrigo y Gonzalo García (aunque parece que ya no va por vencimiento de términos, según Diego Rojas). Para concluir, el Nobel colombiano tiene sus méritos, y no por eso deja de ser discutido en su empresa como narrador, gestor político, y gracias a sus polémicas e infladas declaraciones. Especialmente aquella salida de su boca, y registrada como un eco para la eternidad editorial, al decir: «En el mundo se vende un libro por minuto de mi obra». Lo que supone unos 525.600 libros al año ¿Realidad o realismo mágico? Gabo, mágico y real.
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