Aquello que se repite y que insiste, de modo apremiante, en las páginas de Transgresoras: Un recorrido por la poética feminista latinoamericana (Milena Caserola, 2019), compilación impecable de Esther Pineda G., es aquello mismo que también apremia de este lado de lo escrito, lo que es forzoso transgredir por impostergable, porque lacera y porque urge.
La historia es harto conocida: «las mujeres no saben escribir, no pueden escribir, no tienen porqué escribir». Las prohibiciones, restricciones, subestimaciones y manipulaciones impuestas a las mujeres a la hora de encontrar editores o divulgadores de sus obras han sido – y siguen siendo – moneda corriente en el siempre inconsecuente espacio de la intelectualidad, donde la literatura ha sido durante siglos dominio exclusivo del varón.
En demasiadas ocasiones, los abusos opresivos del sexismo han venido a determinar los destinos de miles de mujeres que, subyugadas a la exigencia social de convertirse en buenas esposas, buenas madres y buenas amas de casa, vieron frustrados sus más elevados deseos de convertirse en autoras: «haber nacido mujer significa: / que tu cuerpo no te pertenece / que tu tiempo no te pertenece / que tus pensamientos no te pertenecen. // Nacer mujer es nacer al vacío.», nos ratifica la escritora y licenciada en Ciencias de la Educación nicaragüense Daisy Zamora. Incluso la misma Esther Pineda toma registro de esta cuestión al recordarnos en la introducción que, a lo largo y a lo ancho de la historia, la literatura escrita por mujeres ha estado «condicionada por diversos procesos socio-culturales, entre los que se destaca una educación diferenciada, la exclusión de los medios productivos, y la apropiación masculina de la mayor parte de su producción literaria.»

«¿Por qué las mujeres tenemos que ser sobrevivientes de todo?», apunta un verso de la poeta mexicana Patricia Vergara Sánchez, quien se autodefine como «india, morena, chata de la cara, en un país obsesivamente racista; lesbiana, en una nación que compulsivamente me persigue; gorda, en la cuna de la tortura estética, de la anorexia y de la bulimia». En esa interpelación inicial, en esa tensión perpetuada y absolutamente arbitraria, que incluye enfrentarse al orden violento del discurso sexista, del racismo, y de la hostilidad hetero-cis, se encuentra el foco fundamental de esta antología.
Así, con la potencia y el nervio abierto de quien aun golpeado permanece de pie, el conjunto de estos poemas deja en evidencia el tratamiento ignominioso hacia la figura femenina en el paso histórico de los siglos: «me pinto el ojo / no por automatismo imbécil / (…) es el rito ancestral del payaso: / mejillas rojas y boca de color / me pinto porque así me dignifico como bufón.» (Kyra Galván; Ciudad de México, 1956), así como también las crudas desigualdades soportadas y las resistencias sostenidas por las mujeres indígenas, anticoloniales o afrodescendientes: «Negra cara negra / esa noche en el pedazo de espacio forrado de tierra / que hace las veces de cama / la esclava juega con la idea de regresar» (Yolanda Arroyo Pizarro; Puerto Rico, 1970).
Por otro lado, muchos de estos poemas muestran un claro panorama de la actualidad sesgada de una nueva figura de mujer, que viene a colocarse frente a un nuevo y complejo escenario, cargado de preocupaciones improrrogables y de responsabilidades desatendidas o minusvaloradas por parte del Estado: «¿Qué dirán de mí si un día aparezco muerta?» (Regina José Galindo; Guatemala, 1974) || «el último sueño, perdido / en la camilla del abortista / en la que comienzo a convertirme / en una estadística-hemorragia.» (Flor Codagnone; Buenos Aires, 1982).
La intimidad más cruda y descarnada se propaga en los ecos multiplicados de estas voces, edificadas sobre las bases de una realidad que se hace texto, y que avanza hacia el tortuoso camino de desmontar los mecanismos que sostienen y respaldan la predominancia ya caduca de los valores patriarcales.
Un destacado prólogo de la doctora en Ciencias Sociales Karina Bidaseca y unos prodigiosos collages interiores de Andrea Trotta, completan esta edición sin precedentes, que busca visibilizar a las inconformes, a las hastiadas, a las «incomprendidas, incómodas, insatisfechas, inoportunas, irreverentes, incorregibles e incontrolables, todas aquellas que confrontaron el mandato patriarcal, pero sobre todo, se perfila como un ejercicio de sororidad, orientado a reconocer, vindicar, celebrar y socializar la poesía feminista latinoamericana contemporánea, cuyas letras tributan al empoderamiento personal, pero también acompañan la lucha y el transitar colectivo hacia la igualdad.»
*Versos de Flor Codagnone (Buenos Aires, 1982) conforman el título de esta reseña.