La soledad tras el ruido de fondo: La poesía de Alejandro López Pomares

Foto de portada: Mike Paredes

Alejandro López Pomares (Orihuela, España, 1983) es escritor, poeta, profesor e investigador. Licenciado en Antropología Social y Cultural y en Biología, gestor del patrimonio cultural, natural, artístico e histórico. Autor de la novela La mirada perdida (Celesta, 2017) y de la obra de teatro La edad del sol (inédita). Colabora en Liberoamérica, y es editor y redactor de la revista literaria digital La ninfa Eco. Incluido en la antología ‘Encuentros con la poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. 27 poetas’ (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2019).

La poesía nos permite viajar. Viajar desde el alma de un autor hasta las entrañas de su propia existencia. ¿Quiénes somos para cuestionar sobre su devenir y pluralidad? Pues somos solo agentes de lectura frente a la universalidad de su cosmovisión. El ir y venir, el ayer y el hoy, la travesía de un barquero moribundo que no muere. Son parajes de versos los que nos transportan a la inmensidad de la existencia humana. Alejandro López (Orihuela, España,1983) nos permite ahondar en su propia cosmovisión sin perder el rumbo ni la intriga. Porque posee una musicalidad y un transfondo que rozan con lo humanamente irracional de lo real. Porque no hay locura, sino una luz reveladora en el lenguaje poético, en su quehacer, en su iluminación que consume elementos metafísicos, escatológicos y existenciales. Pero no con las preguntas convencionales de los filósofos, sino con los arraigos de una experiencia cotidiana que se vuelve como un bucle. Como lo que mencionaba Nietzsche con su sentencia del eterno retorno.

En La soledad tras el ruido de fondo (Ars poética, 2020), Alejandro nos arroja a un mundo diferente, a una constelación de palabras que se transforman en un adagio eterno de lamentos, nostalgia y revelaciones. No somos nosotros ante un espejo, sino que somos la misma contemplación de la idea platónica en nuestras mentes cartesianas: pensamos para existir. Sin embargo, este poemario no es un cruel camino de existencias, sino que es una luz poética que alumbra la realidad que nos ensimisma, que nos abruma, que nos arroja a la intemperie. Pero, como ya lo hemos dicho, lo hace desde el lenguaje cotidiano, desde las experiencias sublimes humanas. Una de estas es el amor. Y nos arropa en él, para despojarnos, también, en él.

Oda

Loca
es que esos ojos…
camino andante paralelo a tu presente
resuenan recorro los ecos de los pasos que has dado
a legajos mi piel
fachadas taludes encauzan mi aliento
une vibrante sobre el aire
mi boca
donde inunda cueva infierno de dudas
la duda
tu boca
sobre el suelo que pisamos
grita el cielo roto a pedazos
cristales reflejo de nuestros puntos de fuga
el aire sin ventanas que lo besen
entre tus ojos y lo que queda de mi mirada
es que esos ojos
es que esos…
esos segundos que planean
sobre la vida en fotogramas
se aferran a la tierra
en tinieblas la duda tu boca
aprieto los dientes
de una pisada a la otra
ojos de loca
dejarán tus ojos sangre en mi labios
mirada de paso
mi herida
en deuda con el tiempo
puñado de arena que cae desliza y nuestras manos raíces quiebran
crujen cristales pedazos de cielo reflejos de risas y sueños caminan lentos
y el aire tan fresco y tan húmedo y esos ojos…
de una acera a la otra…
me encierran en mi duda siembran de pánico mi boca
mi sombra permanece quieta en su esquina cara de burla mi cueva
y la vida se ensaña señalando el horizonte en mi espalda
se pierde en su largo camino.

Como dos espejos mirándose cara a cara…

Transformando el amor en una revelación profunda que se confunde con la mística de una rosa o con el vuelo de un colibrí: detiene el tiempo. Sin embargo, nos volvemos en actores de una inútil convivencia. ¿Qué esperamos sino la muerte? Podría ser la pregunta más profunda del devenir. Empero, somos protagonistas de este laberinto de emociones, experiencias y sufragios.

Fuga Nº1

La puerta chirría
aun cerrada
y miro la luna pasar
luz que pasa bajo la rendija
veo la luna pasar
fue un coche al aparcar en plena noche en pleno descampado
chirriaba la puerta
entreabierta y combada del mal uso
oxidada del mal tiempo que siempre hacía habitación adentro
dejé la televisión morir lentamente
dejé suspiro tras suspiro
la abultada almohada a modo de cuerpo,
se abrazó a mí, sin embargo, y no notó nada
la puerta trató de delatarme al abrirla
pero la cortante respiración
nerviosa de pasión de abrazarme
siguió su camino de rosas
y yo tomé el mío
camino a no sé donde
camino a perderme.

La puerta descansa
ahogando la luz de los focos
la luz de la luna en mi ojos
ilumina los colores de mis lánguidas pupilas

la puerta chirría
la puerta se cierra
la oigo ya lejos y la siento tan cerca
lo siento tan lejos, la luna se descuelga
hace frío, mis manos en la noche cortan el aire
la televisión me congela detenida en un presente ajeno me congela
dejé suspiro tras suspiro
la abultada almohada yace en el suelo
se abrazó a mí el viento y con su larga melena me indicó el camino
luna que vuelves a mirarme a la cara antes de perderme en la noche de mi cuarto
sigo
¿sigues?
ya no te escucho
la puerta chirría
ya no oigo nada
me abrazaré a mi espalda nerviosa pasión
camino a no sé
camino
a perderme
camino
de amapolas que a mi paso se mecen y de lejos cuchichean
ramo de rosas que a mi lado florecen y de lejos se demoran
todavía recuerdo el primer día que abrimos la puerta
todavía pasa a mi lado esa foto al cruzar el pasillo
y le mando a escondidas un beso

el vagar de lado a lado de la cama
el inmenso precipicio
la pantalla con su brillo
absorbiendo las risas y la furia de tus versos, la comedia de la vida
y tú
¿y tú?
sobre las tablas
recitando sus palabras, olvidando tu discurso
re-moviendo sin mover
los hilos
y hace tanto
t-a-n-t-o tiempo
que ya no distingo si me besas o te beso
calor en la mirada, color en la madera, olor a tiempo.

Camino sin fondo en la noche devora mis pasos
como a ti misma tú misma te hieres,
la puerta chirría
la puerta se cierra entre nosotros.

… nadie más diferente de mí que yo mismo…

Esto comienza a distorsionarse y en el poeta se observa la realidad y lo irracional converger en una estructura que se transforma en testimonio y testamento. ¿Quiénes somos ante él? ¿Quiénes somos ante el inmenso mundo que nos ensimisma, pero del cuál no conocemos todo? No es un adalid, es un hombre inmerso en la realidad, en la coyuntura irreal de compartir entre el ir y el venir. No hay placer, no hay dolor. Hay las voces que se transforman en conmoción.

Claroscuros

Cabalgan las miradas
sobre mi excesiva
mente lento paso.
No soy yo quien opina, sobre ruido de adoquines, bajo el aire alquitranado.
Ahoga el polvo que levantas
falsas vastas extensiones
de yerma estética
que acusa de arcaica a la luna
ante su insípido reflejo en la arena.
Escondo con mis manos
estúpidas clemencias, derriba el muro de mi casa, calle de sentido único,
me pides que destape mis cartas
ante el ruido de las cámaras,
ante focos desprecian
deslumbran la esquina en que me escondo,
las farolas que se encienden
y persiguen mi huida,
que ennegrecen mis profundos ojos, selváticos y húmedos agazapados,
titánicos tiempos de espera
al paso lento
de vuestras excesiva
mente
rápidas miradas.

Esto ¿qué es? No es un camino, es un grito. Una contemplación estética de lo frío, de lo perenne, de lo que se deshace en manos, pero que permanece. Imposible comunión del ser y del no-ser en un mismo habitat, pero en la poesía todo se une. ¿Quién escapa? Es el autor. Pero a la vez recorre, transporta, divaga. Implora desde su yo hacía el mundo. Contemplación y séquito de palabras en medio de la mirada del otro que se sujeta de nuestros miedos para pulirnos. Como diría Blanca Varela, una forma de ponerse el alma. ¿Cuál alma? La que vamos revelando.

Vulnerable

Tu mirada de agónico incrédulo
expresión cerco de amapolas al margen
de oscilante horizonte sobre mi espalda y su peso
bajo el iris que cierra.
Al fondo, por entre el sol retenido
entre gotas de rocío,
emborronadas figuras a paso lento,
aquel paseo dorado recuerdo,
podre verso letargo que padece,
se extorsiona,
y enmudece entre palabras,
mira mira y mira,
que los sentidos son para el pasado
nuestros candeleros en la noche oscura,
y las palabras,
al igual que el sol a la tierra,
las que de necesidad nos queman,
las que de sentido desaparecen,
pintoresco tañido de ocres,
mares que el cielo levanta en los campos,
aleatorios pasos que bailan y tropiezan,
abrazados de manos y miedos.
Callaste,
dedo en pose de precavido silencio,
callaste y se estremeció el lienzo
envejeció
y se rasgó el horizonte,
camino campos y huellas en la tierra mezclados y el eco de los pasos,
gris y nada
bajo el celo del viento.

Porque de alguna manera los sentidos, que nos pueden engañar, comienzan a volverse extensiones de nuestras manos, aferrándose a la realidad que nos abandona. Nosotros escapamos de ella, nos abandonamos en los brazos de quienes amamos, sin embargo, ¿quién nos sostiene en nuestras horas finales? ¿Cuál es nuestro mundo? ¿Cuál es nuestro destino? Los poetas se aferran, quieran o no, a la eternidad en sus composiciones. Son seres que desmantelan teorías y arrojan al pozo del olvido todo aquello que no es poético. La poesía es todo. El poeta es filósofo: indaga, cuestiona, interpele. Sin embargo, ¿quiénes somos ante el destino?

Esta pequeña habitación y sus cuatro paredes

La habitación es pequeña, la ventana y la cama crujen
con sólo el viento besarlas.
La música que oigo me delata y la desato.

Se demora la lluvia,
se hiela mi pupila bajo un relámpago que agoniza a diez metros sobre la tierra,
el sigilo de una ciudad en el punto de mira,
un bar que cierra
y un semáforo se debate entre detener el tráfico o dejarnos caer ciudad adentro
se escuchan las pisadas
mientras una bombilla parpadea
un pasillo abandonado y la foto de alguien
tu incertidumbre y la mía pasean agarradas de la mano.
Las ciudades aúllan bajo el asfalto,
mírate en los charcos con esa cara descorrida
bajo una lluvia que huele a lluvia y un viento que suena a lamento.

La poesía es un mar de dudas, desbordándose por nuestras calles
y yo sólo alguien que se aferra
en el punto de mira
la foto de alguien
se ahoga sin motivo
sin palabras
sobre los charcos con mi cara descorrida
y yo sólo alguien que se ahoga.

Quizá somos la desesperación encarnada. Quizá la habitación sea un hoyo negro que nos consume. Pero seguimos respirando, percibiendo, atrapando ideas. No somos umbrales de misterio, nos volvemos en fuegos intensos que iluminan territorios inexplorados. La poesía, mar de dudas, se transforma en el único lugar que conocemos y por ello arrojamos todo en ella. En ese inmenso mar que nos consume y baña.

Principio y fin de tus contornos

Esa armonía temblorosa
que encierran los dados suspendidos
ese verso robado
que esconden
blandas cortinas aúllan los cauces fugitivos
los sueños desperezados antes que viejos
la marca de agua asume su papel en la turbulencia
en la ausencia se regodea
candeleras que azotan con su rabia
la luna a pleno sol
y mis manos vendidas
cae el polvo y reposa sobre las montañas aquellas lejanas
dibujadas por tu pincel sobre la espalda y su horizonte
su amplia sonrisa peca de tener los labios morados
y de asomar tras tu vela en la tormenta un dramático vodevil sin límites
será la primavera silenciosa
serán las hojas de un galán redimido y su olor
los insectos o las nubes en su danza de cortejo
nuestros genes remezclados con escombros de estos tiempos
y su fecha fuera de plazo que ahoga el calendario
hasta el último día
vi la gasolina correr por las fachadas inmensas
y le pregunté a tu recuerdo en la pantalla si el tiempo cambiaría
ayer fue ayer y hoy ya es ayer y mañana
será un camino de migas al acecho una anciana hambrienta
descalzo te aferras a un árbol derrocha agua
inyecta en nuestros cerebros locuras
ojos cruzados tras los pasos de un velero a la sombra
y un farol que todavía huele a cable quemado
atraviesa tu epidermis venas abarrotadas extensa brecha
presa y precipicio de tus ojos a los míos
donde la ropa tendida se destiñe al sol
dudando la corriente se mecen en este largo … largo …

ese pajarillo ahí posado sobre la cuerda me mira

en este largo… largo…

Y aquí es donde la voz poética se vuelve en un seguro. Un argumento que destila un discurso metafísico que nos logra superar más allá de una mera ilusión. Ya no somos solo nosotros ante la realidad, sino que nos volvemos en ella. Nos transformamos en un adagio, en un adalid, en una ninfa que marca el camino para las sombras. Posiblemente, con el miedo y la emoción revueltos en un corazón poseído por aquel demonio creativo. Sin embargo, el escritor no solo escucha voces dentro de sí y describe el mundo, también lo transforma.

Entre tú y yo

Somos dos marionetas, maldita herencia,
en estética estática enfermiza espera,
en estado de gracia (nuestra alma en pena)
pssss, silencio, comienza.
Madera que arde sobre corazones de piedra
esculpida, retráctil y magnética.
Un hilo levanta mi mano
y cae sobre ella
(tan grave)
toda la gravedad de la tierra
entre aplausos me gritan
y yo ahogado en mi letargo de materia lenta,
verso a verso se escapan las palabras,
estúpida timidez en que me hiendo, cicatriz que se abre,
ante el aire que exhalas.
Mis manos,
sus manos.
Alargo un dedo, largo como mi mirada
privada de tu cuerpo,
y mis hilos se encallan.
¡Uy! exclama la gente.
Y tratando de dar una pisada
me abordan recuerdos.
Dejo tus ojos por mirar
mi cielo y mi suelo
y mis pies hundidos entre las tablas que se quiebran y disgregan, serrín que se
humedece y se esparce en hojarasca, y mis manos abatidas no se expresan,
sólo arrancan un gemido de la tierra,
tierra a que me atan mis entrañas
y el viento me ondula la melena,
y mis piececitos son raíces
y mis ramas,
ramas,
y mi corazón (piedra esculpida)
tintinea de tan cerca que te tiene (tú ahí y yo aquí),
y añora (sintiendo) tu piel, bajo la madera,
y la obra sigue
y la gente exclama
y muy profundo,
tu ahí y yo aquí
una raíz y la otra
se arrastran.

Volviendo todo a cero, a un grado cualitativo donde comienza de nuevo el mundo. Sin embargo, al ser creadores, nos volvemos en actores únicos, en hijos sin madre. En vacíos de una tierra que se renueva. Solo nos transformamos en cándidos parajes que se transforman en silencios que ensordecen. La soledad es nuestra única patria.

La soledad… tras el ruido de fondo

Salgo al balcón
en la noche asible la brisa es larga y lenta la orla de estrellas a pie de calle
los pasos se esconden y los motores se alejan
encadenada noche al infinito déjame tomarte un instante
que la fiesta sigue ahí dentro
y yo las calles vacías soy ese coche que arranca
y quién espera bajo la luz de una farola encendida
única en la monstruosa fachada escombros que serán y que fueron
cada corte de mí mismo tiene una cara y su cruz.

Salgo al balcón
y a veinte kilómetros por segundo se nos va del vértigo el verso perfecto
como siempre y lo siento no hay tiempo
para grabar sobre mi cuerpo las palabras
este sol que nos quemaba ahora oculto nos arranca la piel helada
con su fuga expansión destino violento o nada, la fría nada
nos devoran nuestra ansia y vernos acariciados por las promesas
ante el peso de la Tierra la fragilidad de mis huesos
desprendernos de este esqueleto que vive fijado a la roca.

Salgo al balcón
las cortinas ondulan la noche quieta
la fiesta sigue ahí dentro me llega la música ahogada
las voces atrapadas vuestros gestos un instante y la fría nada
la multitud
como todo se atrae y se consume
y llega…, llega la pesadez del horizonte
la brisa larga
quieta la noche vibrante red latente que tirita
inquieta sobre las calles muertas en su asfalto lento
como si fueran estrellas no son estrellas
aguardan entre sus retorcidas longitudes de onda
atraviesan nuestras pesadas miradas.

¿Sientes el aroma cómo pasa ante ti el peso del tiempo,
cómo te atraviesan esos versos?
y te arrastra el tempo te agarran los segundos
se aferran al cuerpo tan oscuro nos engullen
se desprenden de su línea videntes
de ese universo que tira de nuestra piel inundado yo aquí solo.
Por un instante me doy la vuelta y miro adentro la fiesta
y mi reflejo se confunde quieto con sus espasmos
¿será la brisa ola que torna a robar mis palabras?
será esa disonancia rota armonía perpetua
vértigo de vernos arrastrados planetas y vacíos tempos y agujeros
y yo aquí
y todos vosotros.

Y como un bucle infinito, nos encontramos con nosotros. Nos volvemos la mirada, sin caer en el mito del espejo, para encontrar, en nuestro pensamiento, la respuesta más posible para llenar el vacío. Solo nos sentamos ante el fuego y observamos nuestra sombra. Frente al mar, observamos nuestro reflejo. Nuestras manos, nuestros pensamientos, todo hace eco. No caemos en el sinfín de vacíos. Solo creemos que nosotros tenemos la posible respuesta para el inmenso devenir de preguntarnos: ¿quién soy?

Coda

¿Y ahora?
Instante y letargo
recorre mis venas tu sangre
inunda mi cuerpo tu influjo, largos dedos caminan destapando mi camino
piel rasgada temblor terremoto tierra abierta
abro la puerta

Chirría la puerta

ahora, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Chirría suelo y puerta y cuadros y recuerdos de otros cuadros
del tiempo que ha pasado
me miro al espejo
soy yo, creo,
tiembla la sangre a borbotones hierve
del calor de tu calor que espera la soledad de mi cuerpo
cuerpo del destino que me ha traído hasta tu puerta
cara de niña
sentada junto al altar ahogado por el diluvio y seco ante la espera de mi llegada
por la ciudad que guarda silencio, el dedo en los labios de un maniquí,
ante tus manos que abrazan mi cuerpo que vuelve a meterse sábanas adentro.

Y la puerta chirría mientras suave se cierra lentamente
y la luna atrae la marea levanta intensa y despacio
y ¿ahora?
Instante y letargo la luz entra cada vez menos por la rendija
me quedo a tu lado me quemas cada vez menos
silencio con mi dedo tus labios
me quedo a tu lado manos recorren mis campos y mis curvas
con sus sombras y sus luces
bajo el sol que se esconde
muy l-e-n-t-a-m-e-n-t-e temeroso,
esa luz en ese instante, cerremos los ojos,
esa luz que no es sombra ni cielo,
esa luz en mi espejo
soy yo,
creo.

Y después de viajar entre diversos mundos, Alejandro cae en la respuesta del yo. Pero una respuesta que no es totalitaria. Por ello, interpelamos a los sentidos propios para revelarnos como respuestas imparciales, incompletas, necesarias. De tal manera que La soledad tras el ruido de fondo (Ars poética, 2020) de Alejandro López no es solo un libro de poesía o un libro de filosofía, sino que es la bitácora de un recorrido por toda la experiencia humana de conocer, reconocer, revelarse, renunciar y reconciliar. Pues en nosotros está ese camino profundo que, en diversas ocasiones, se transforma en un poema sin negaciones, sin coyunturas, sin cierres finales.

Alejandro López (Orihuela, España, 1983)

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