María Belén Corso (Buenos Aires, 1993) estudió Artes Visuales en la Universidad Nacional de las Artes. Es docente de Lenguaje visual en la UNA y realiza gestión cultural en la UNLaM. En 2019 ganó la beca creación del Fondo Nacional de las Artes con el proyecto Pétalo nocturno, expuso junto al colectivo @mujeresquecortanypegan en Madrid y formó parte del Premio Jóvenes Grabadores en PANAL 361. Integra las antologías Textos viajeros (Ed. Galiarte, 2020), Calíope, Antología de mujeres poetas del conurbano (Ed. Lítica, 2020) y Clímax (VULVA fanzine, 2020), entre otras.
En esta ocasión, la entrevistamos por su poemario Pétalo Nocturno (Ed. Alción, 2020):
- ¿Qué poetas te inspiran al momento de escribir?
Debe ser más bien un acto inconsciente que tengo, escribo porque urge escribir, no es algo premeditado, vienen las ganas y escribo. Reconozco casos puntuales como en 2015, por ejemplo, partí de “Razones y paisajes de amor” de Alfonsina Storni para idear una instalación floral y terminé escribiendo mi propio “Paisaje de amor muerto”; leerla en Un libro quemado me hizo pensar que una puede ser versátil y seguir siendo una. Hace poco cité a Miguel Hernández y Pizarnik en un mismo texto pero creo que no te referís a eso. El poema “Cómo comer sin ti” de Antonio Gala Velazco desencadenó una serie bastante desafortunada, es tan precioso ese poema que no me arrepiento. Este año leí a Emily Dickinson, Anne Sexton y Mary Oliver, las tres me influenciaron bastante pero lo noté después, me debieron inspirar la actitud. La semana pasada escribí mi propia “Carta de recomendación”, hace meses que repito los versos de María Elena Walsh y dije «dale Belén, escribí tu carta».
- ¿Cómo vivís la poesía?
En el cuerpo, no sé, siento mucho todo.
- Más allá de escribir, trabajás con imágenes y piezas de arte. ¿Qué similitudes encontrás entre la escritura y las artes visuales?
Son dos lenguajes irreductibles entre sí, diría Chartier. Pienso con metáforas e imagino mucho, algunas de esas cosas las escribo y otras pasan a ser composiciones en el espacio. Los sistemas también conversan, existe el diálogo entre imágenes y palabras. El poema se mueve en el papel y la imagen puede funcionar como código. La elección del lenguaje es un acto intuitivo.
- En tu blog, comentás “quiero resignificar constantemente los pedacitos de vida alistándose para morir, yo los agarro y me los llevo al taller”. ¿Sentís que los capturás también en la poesía?
Este año metí por primera vez algunos de esos elementos en mis textos y la experiencia fue diferente. Gracias por la pregunta, me hizo pensar que para la escritura mis recolecciones tendrían que ver con otra cosa y me gusta la imagen que se me vino a la cabeza. Te comparto un texto:
La espera
Se acabó y les sobrevivo a todos.
Dicen nostalgia cuando conocen el taller
y yo, tan metida en la propia muerte
les digo que sí
les muestro que no
que acá sobrevuelan las algas marinas
que traje de Ushuaia
y las caracolas liliáceas
de Playas Doradas
le muestran el sexo
a la vainas de algodón.
Las polillas atentas, cuidan lo suyo
y los pétalos de la rosa, conservan su color.
Me mantengo distante en la distancia invisible
la coraza por momentos se resiste,
entre las plumas azules, hay sangre.
Beso el hombro perfumado
y consuelo al amor que no tengo.
Tomo un bulbo del jardín
y en luna menguante
lo acomodo entre mis piernas.
y espero.
- El epígrafe de Pétalo nocturno reza: Siento a mi jardín en el cuerpo / lo siento fuerte. Somos uno, sé que somos uno / Porque no importa dónde ni cuán lejos esté, siempre lo invoco / y siempre vuelvo a él. Más allá del arte, ¿cómo te conectás con la naturaleza en la cotidianidad?
“Cultivar un jardín se trata de recrear el paisaje, el arte del paisaje es un conjunto de formas y datos perceptivos, un producir y fantasear (Milani, 2008)”. Así comienza el capítulo destinado a “El jardín” en mi tesina de graduación (la terminé de escribir este año). Arte y vida van de la mano. En los espacios que habito hay plantas y me doy a través de ellas, también, es raro que alguien se vaya de casa sin un esqueje. Desde hace un tiempo recibo fotografías de flores en el celular, es muy hermoso comenzar una conversación así. Puedo pasar muchas horas jardineando porque me hace bien. Cuando riego, por ejemplo, el tiempo pareciera detenerse y pienso las cosas de manera diferente. Algo similar sucede cuando me baño o lavo los dientes pero no es lo mismo, en el jardín todo es más claro.
- ¿Cuáles fueron los comentarios más lindos que recibiste por tu libro?
Ay, no sé si puedo decir “los más lindos” porque todo me emociona en relación al pétalo. Me gustó mucho un diálogo entre dos personas que lo leyeron, Joaquín Rodríguez —quien lo reseñó— y Cyano:
El orden de los poemas parece aleatorio pero correcto, hay algo factídico: se siente que el orden es un hecho definido y concreto, imposible de corromper, y al mismo tiempo decidido por un conjunto de dados [Fragmento de reseña en la Revista Chubasco en primavera por Joaquín Rodríguez]
Cyano: Faaa tal cual me pasó eso, es como una historia que te va diciendo lo que necesitás, lo que querés, pero a la vez juega con lo que oculta. Lo va entramando, lo va hilando, lo va tejiendo.
- ¿Con qué te gustaría que se quede alguien que leyó tu libro?
Que se quede con algo ya es pretensión suficiente.
- ¿Estás trabajando en algún libro nuevo?
El confinamiento y la tesina provocaron una verborragia sin mesura, hay varios proyectos dando vueltas. No sé qué saldrá de todo eso, por ahora estoy entusiasmada con un libro de relatos, otro con mi sobrina y un poemario lleno de pájaros. Mientras tanto, con la Editorial Tipas móviles estamos preparando los seis fanzines que forman parte de Pétalo nocturno, una edición súper cuidada que pronto verá la luz.
—
Vórtice
[…]
Desplumé sin culpa al pájaro enfermo,
con todos los colores construí un nido revuelto.
Hallé el calor hogareño en la humedad,
y antes de que anochezca, volé sin pensar en el regreso.
—–
Una y otra vez, cantar.
Cantar las lágrimas
el desacierto alegre,
los torrentes de pájaros desplumados
las caricias del pétalo nocturno.
Cantar el sabor amargo
años de noches infestadas
huidas, pérdidas, saliva en los labios.
Cantar la cabellera que corre
las pupilas que buscan
la boca en la que no triunfa el grito.
Quiero cantarlo todo.
Durante aquella sonata de pie,
tarde de invierno o noche de primavera,
mirarlos a los ojos y cantarles:
reminiscencias de la angustia
células vivas del dolor grisáceo,
espacios en blanco de una memoria
que olvidó mucho
y recordó algo.
Cantar
una y otra vez
cantarlo todo.
—-
Mujer
No hablo de dolores ni de pasiones ocultas.
Murmullo de manantial, cascadas de miel y limón
fruta dulce, higo maduro.
La música de mis entrañas vive,
el corazón en los vientos ruge.
Savia de cosa buena y aliento rojizo coro florece.
¿Escuchás su vuelo?
Golondrina de los ríos grises,
arrullo de la carne encendida.
Mujer, te parecés a la ira y te parecés a mí.
—-
Construí un cielo, sí, lo construí.
Lo construí solita pensando en vos.
Le puse nombre y lo pinté de los colores del frío.
Cultivé un jardín bajo ese mismo cielo,
lo llené de texturas y mixturas
creyendo que las metáforas
sí existen
y quizá, siendo las metáforas los nuevos milagros,
se volvería realidad