Diego Lino (Lima, 1985) Desde 1998 se dedica a desarrollar una obra que plantea la inclusión del rap como una especie poética. Ha publicado los discos: Vómitos platónicos (2001), Juguetes (2005), El libro de cemento (2020) y el poemario titulado Música para tarántulas (Editorial Celacanto, 2016). Actualmente se encuentra complementando su educación básica en la Escuela de Filosofía de San Marcos y preparando sus próximas entregas: El último discurso de Chárvaka y Más allá de la naturaleza.
Como profesor de filosofía y religión que soy, me gusta encontrar una poesía que vaya más allá de lo tradicional o de lo que se entiende por poesía. Aún contemplo esa aura metafísica de la poesía como estructura extensa de una inquietud humana. ¿Quién no plasma mediante el arte alguna de esas cuestiones que le interpelen a lo largo de su existir? Creo que todos hemos pasado por eso, con cierto dolor e incomodidad personal. Porque el mundo es una especie desconocida que parte de sus confines para entrelazarse con las preguntas cotidianas del ser. No se plantea escapar de su devenir, sino confrontarlo desde su trinchera. Este tipo de poesía es la que me mueve a reconocerme en el poema. Y, posiblemente, Diego Lino tenga esta aura de poesía que va más allá del goce estético. Pues su arte, que contempla la escritura clásica y la composición en rap, nos arroja a un mar de vertientes donde los artilugios poéticos se vuelven en escaleras platónicas.
Diego logra componer desde su realidad y más allá de ella. No se queda en la superficial composición, sino que le otorga vida a sus composiciones. No son estructuras, son cuerpos. Almas que laten en la hoja. Sus cuestiones y sus afirmaciones se vierten en textos que desnudan la realidad. Pero desde un legunaje sencillo, contemplativo, que fecunda al lector desde un sacrificio personal en la escritura. Me gusta encontrar que, en su poesía de Diego Lino, las composiciones pueden amoldarse a la diversidad de lectores sin caer en la monotonía ni en la indiferencia. No hay inutilidad en su poesía, sino una revelación que ilumina otros espacios inhóspitos del espíritu humano.
Por ello, presentamos esta muestra poética de Diego Lino a la cual hemos titulado Conjunciones metafísicas, pues en ella se encuentran diversas realidades que se nos presentan como un alma.
De Música para tarántulas
Un cuerpo tiembla bajo las hojas
Como una manada de caballos luminosos brotando del pecho
entrando y saliendo de las paredes
como el peso de una ola liberándote del cuerpo
como alas de mariposa que se hacen polvo entre los dedos
arrebatos del cielo transitan la tierra
hacen del viento nocturno un río de vidrio
flotan los cuerpos cercenados en charcos de luz:
no hay una imagen más fiel del amor
no ha sido vista música tan clara manando de labios
nunca carne viva te has parecido tanto a una rosa
saliva cabello recuerdos
todo lo hemos entregado al fuego
carbón azul de nuestros huesos
las hojas que contenían el mar en imágenes
la bóveda de un tibio seno
donde encogerse hasta que broten órganos nuevos
manos nuevas llenas de venas o raíces
brazos que alberguen aves extrañas
pájaros mudos
de esos que cantan con los ojos
Exequias
Estoy boqueando como un pez en la arena
el día clava sus púas en mis ojos sin párpados
profunda es tu razón___ostra solitaria
yo era inmortal antes de enfrentar la marea
luz o escama que ignora la corriente
flor de agua
no escuché tu aroma con mi piel
sin embargo esta orilla no es un límite:
el sol encontrará mis espinas en manos inconformes
puñales o agujas humillando la voz de los metales
agito mis entrañas contra el cielo
a eso me reduzco
con el tiempo será un ritual oponerse a la noche
por ahora_____ser simples como un hombre
nadar carne adentro
convertir las anclas en pan
fatigar las playas en busca del cadáver de un pez
sepultarlo en el mar
Presencia del mar
El hombre es el mar, creedle
Enrique Peña Barrenechea
Se acuesta
cierra los párpados y se diluye
en la líquida oscuridad de su alcoba
los extremos de su cuerpo avanzan
como espuma en las orillas de la noche
o como una manada de caballos blancos bajo la luna
de los brazos nacen ramas alzan vuelo ruiseñores
no hay bajo el cielo ave más pura que su canto:
cielo piel tendida nido de estrellas y arañas
llega la resaca y la carne retrocede
el árbol retorna al hueso el canto al sonido
el agua emprende su regreso al hielo
el hielo al frío de unos pies definidos
la sangre celeste del amanecer invade lentamente la alcoba
el hombre abre los ojos antes que suene la alarma
De El último discurso de Chárvaka
La cortina de Yama
“Cuando el Ser ha sido percibido por el verbo
la realidad se revela a sí misma”
-Katha Upanishad
Una pantalla de palabras no sirve para contener la voz del agua,
río que se extiende en mil ramas de fuego bajo los párpados.
Un signo dibujado con arena en el aire
no hace temblar la piedra hasta volverla carne,
ni hace flotar la carne sobre estambres que fluorescen al tacto,
ni colma de polen luminoso el cráneo de una bestia
hasta cegarla por completo y volverla humana.
Una palabra palidece ante la savia que trepa los tallos de la noche,
ante el rayo que se anilla para dejar la médula del sueño intacta.
Nada pueden las palabras contra el tornasolado aleteo de una libélula;
porque todo ha sido escrito en las ondas que nacen cuando cae una gota
en la música que estalla en brillantes esquirlas de sentido,
en esa imagen espantosa que unos ojos proyectan en la niebla
y que para nosotros es el mundo.
Ciego mío, mira a través de esta cortina:
sé testigo de la humillación de las palabras.
Swami contra el pequeño vehículo
La muerte no existe.
Lo saben los mayores, que susurran detrás de tus ojos mientras duermes.
Una gaviota se sumerge en el mar en busca de un pez y al salir,
gaviota y pez son esqueletos envueltos en algas.
Vas a comprenderlo tarde o temprano: el mar es solo un espejo.
En esta noche irrepetible, tu sangre es la voz de todo lo que has sido;
saliva de estrellas recién nacidas, corona de primitivos relámpagos,
oro líquido corriendo por las venas de la tierra, animando árboles
de ramas doradas donde hicieron su nido los primeros halcones,
donde mudan de piel serpientes y arañas tejen laberintos de joyas.
Todo ha sucedido en ti y sucede ahora porque el tiempo no existe.
En una gota de rocío giran cuerpos celestes,
pero lloramos al que vuelve a la tierra y lo lloramos con gotas de rocío,
derramando cascadas de planetas llenos de flores y frutos deliciosos.
Vas a comprenderlo tarde o temprano: la muerte es otro espejo, un espejo de humo.
Como aves dormidas atravesamos el incendio de la existencia,
como ave dormida el pequeño maestro, desde su lecho de lava,
nos sueñas a todos.
Pragat interrumpe el discurso de Chárvaka
¡Desencantados!, ¡disidentes!, ¡iconoclastas!, ¡cínicos de todos los rincones del planeta!, escuchen: un día despertaremos de la fe como de un mal sueño; pero no olviden: siempre llega la noche, para convertir la realidad en otro sueño del que hay que despertar
De Más allá de la naturaleza
Testamento
A Sinuhé Lino.
Es domingo. Cruzo el mercado con mi hijo en busca de algo para el desayuno,
hay una paloma africana aplastada al borde de la pista,
sus plumas aún se agitan con el viento: así es la Voluntad.
Los borrachos que han sobrevivido a la noche se arrastran por el barrio,
doblados por el peso de sus medallas transparentes;
los obreros desfilan por la sombra y entran a los restaurantes,
un loco fuma en la esquina y mira pasar los autos como una estatua sin ojos;
sin embargo, el sol brilla en el cielo abrasándolo todo con indiferencia,
y millones de estrellas como él se encienden y se apagan en la sangre de mi hijo,
que juega con una bolsa atrapada en un remolino.
Dentro de unos años se detendrá como yo ante estas imágenes
y quedará cegado para siempre. Ya no podrá ver como hace ahora
las mil joyas que hay detrás de este telón miserable.
Hijo mío, vas a hacerte viejo y ciego como tu padre, como mi padre;
te cuido por ahora aunque no soy más que humo brotando de un espejo,
humo de carne y hueso que se ha detenido a verte jugar.
Contemplación de la Caleta de Tortugas
A Ytalo Aparicio.
Más que decir tiene el pescador que el marinero, pero no puede.
Sin embargo, no falta el día en que al romper su lancha la superficie del mar, ve saltar una gota, y mientras en el aire unos fotones la atraviesan el tiempo se abre, lento, para contener la vida entera. Luego la gota vuelve al mar. Cómo decirlo, es imposible.
Esta voz que habla es mi voz no la suya, no el mar, no la gota, no la luz.
Regresa el pescador a tierra firme y por ese hecho sencillo y por el peso de la noche en su lengua, es inevitable que piense; pero a diferencia de esos hombres que se quedan en la orilla, no piensa en la palabra, piensa la imagen pura, y en su imagen no hay dudas.
El hombre que se queda en la orilla, esa criatura que cuando se junta con otros es la orilla misma, espera que algún día la mano de la noche se estire fuera del cascarón que somos, así espera ese hombre, pero no se lanza nunca al mar de la madrugada.
Mientras la barca abre en dos la oscuridad, el pescador se dice así mismo:
Sin cascarón no soy el que soy, todo sería noche. Luego lo olvida. La barca ha golpeado la orilla.