Vincenzo Muccioli, el ocaso de un padre


“La naturaleza ha inventado el amor, que es tan agradable, y los hombres han inventado la ambición, que no les hacía ninguna falta”
María de Inglaterra. Diálogo I


La docuserie de Netflix SanPa: Pecados de un salvador (2020), luego de cinco episodios, deja un malestar en el alma. Me refiero a la duda de si rehabilitar drogadictos es, o no, un proyecto que interese al Estado (cualquiera que sea el país), aunque siendo realistas, los narcóticos y adicciones no conocen de nacionalidad sino de almas rotas y corazones desahuciados. Y cuestiono la rehabilitación institucional porque los gobiernos mundiales parecen haber perdido la lucha contra las drogas, alegando que el enfoque represivo y policial sobre el tema debilita las instituciones democráticas, fortalece las organizaciones criminales, intimida a los «prohibicionistas» y apoya a los «legalizadores», sean estos civiles o políticos.

Un asunto delicado y de enfoque, ya que esos mismos gobiernos han visto el flagelo como un problema de salubridad y seguridad (y lo tratan igual sin ningún plan preventivo), mientras que el carismático líder italiano Vincenzo Muccioli, protagonista de la docuserie SanPa: Pecados de un salvador, sintió y abordó el problema similar un padre entendido que ve personas, y no números, detrás de las adicciones. Por eso amaba a los despreciados, escuchaba a los sin voz, abrazaba a los rechazados, recibía a los perdidos. Valores trascendentales con los que Muccioli funda la comunidad de San Patrignano a las afueras de Rímini, al nordeste de Italia, y sin una cartilla, ni una terapéutica institucional, ni siquiera un plan religioso o espiritual, entrega la palabra y el tacto en la misma medida que ofrece el techo y el pan.

Y todo funciona perfectamente allí en San Patrignano, hasta que dos movimientos insólitos lo cambian todo: la comunidad terapéutica crece de cientos a miles de internos, y Muccioli en su afán de buscar financiamiento se involucra con los políticos (o la política), ese sistema burocrático del gobierno que tiene un conflicto de interés con la verdadera situación de los adictos a nivel mundial. Dos hechos que serían el principio del fin de un visionario sin parangón, aunque otras versiones del trágico fin del líder se presenten como únicas y oficiales.

Como sea, el desacertado nombre de la docuserie: SanPa: Pecados de un salvador, no hace justicia al liderazgo del carismático Muccioli y su plan de acoger a los adictos insalvables y menospreciados, para hacer de ellos mujeres y hombres nuevos en la sociedad; porque a más de errores (como los hay en cualquier plan humano) hay muchos aciertos rescatables en su obra, aunque también es verdad que después del intento de difamación del Mahatma Gandhi por George Orwell, o la lista ADEX en la que el FBI condenó a los hermanos Berrigan, y hasta la campaña de desprestigio hacia Julián Assange, uno entiende que quien (o quienes) están detrás del poder no desean erradicar ni la prostitución, ni la corrupción, ni la trata de personas, ni el vasto mundo de las drogas, vicios privados, que según el filósofo Bernard Mandeville, hacen la prosperidad pública.

Y precisamente la comunidad de San Patrignano se funda luego de ejercitar una resistencia contra la apatía social italiana y como producto de un sentimiento profundo por atender el sufrimiento humano en la realidad de los heroinómanos y cocainómanos de Europa. De ahí que este centro de rehabilitación (el más grande del mundo en su momento), conserve el misterio del evangelio de San Mateo en la frase: «Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas», o, en otras palabras, el liderazgo de un hombre que atrae, sana y alimenta, y que no tiene más interés que ver al «otro», completamente libre de esas cadenas que previó Jean Jacques Rousseau en su Contrato Social, y que Voltaire enseñó a despreciar.

Al inicio (y esto rescato de la docuserie), uno percibe un impresionante falansterio fouriano donde la comunidad inicia con cientos y termina con miles de jóvenes internos, quienes por medio del trabajo manual en San Patrigniano, recobran la sobriedad y la razón, y empiezan un nuevo capítulo en sus vidas. Labores nobles que van desde la construcción, el tejido de ropa, manualidades, educación gratuita, cría de perros y caballos, y muchas otras actividades, sin que Muccioli, o el sistema que administra el complejo, exponga a los rehabilitados al contacto del mundo exterior, a ese mercado abierto y tóxico, pues los fondos para el funcionamiento y sostenimiento del complejo son privados, hasta que la política hace lo suyo.

Entonces, como dije al inicio, el final de toda la docuserie no es muy alentador y genera dudas si acaso lo sucedido al interior de la comunidad (acusaciones de asesinato, intimidación física, violencia psicológica, represión grupal), no fue acaso una trama urdida con el fin de desprestigiar un proyecto humano, que igual a la vacuna para el SIDA, o el Coronavirus, podría beneficiar considerablemente la humanidad. Algo que, quienes manejan los hijos, no desean hacer, al menos no por el momento, porque las tretas del poder influenciadas por las ideas de Maquiavelo rehúyen de todo lo que signifique justicia social, equidad, felicidad, o lo que reza el slogan fallido de la Revolución Francesa en 1789: Libertad, igualdad y fraternidad. El control y el status lo es todo en política.

¿Qué queda entonces con SanPa: Pecados de un salvador? Dos verdades: primero, que sobre el número prodigioso de hombres sensatos que nacen en cien años, la naturaleza ha hecho (y sigue haciendo) acaso dos o tres docenas de personas razonables que reparte por toda la tierra. Seres humanos sentipensantes que huyen del odio imperante en el mundo, que son puentes y no paredes, que ofrecen la mano y no el puño; y segundo, que los hombres en la tierra, desde el año cero, lo han estropeado todo.


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