En realidad, tenemos más cosas en común con las plantas de lo que nos hemos hecho creer a fuerza de un antropocentrismo testarudo. Basta con observarlas para relevar puntos de contacto, para dejar al descubierto una sensibilidad compartida o una disposición existencial bastante similar bajo el sol. Ya Aristóteles, en el Libro Segundo de su De Anima, se había percatado de que tanto la vida vegetativa como la racional presuponen la facultad nutritiva, ligada a la alimentación y a la reproducción. Sin embargo, no se trata sólo de hallar puentes para empatizar con las plantas, sino también de atender a sus particularidades. En este sentido, el ejercicio de aproximación que realiza el autor de Observaciones sobre las pantas (Ed. HD, 2020) se desdobla: es intento de comprensión, pero también admiración: sorpresa profunda (aceptación de la distancia que impone lo extraño).
Aunque indicando direcciones opuestas, ambos movimientos se dan sobre un mismo plano (como el flujo y el reflujo de un mar). Comprensión: “Nos iguala la sed, nos hermana la intemperie”, “Las parásitas son las más parecidas a los humanos. Se acercan sigilosas a la corteza ajena, se acomodan y absorben lo que pueden”. Admiración: “Ante la presencia de un parásito, las ramas de algunos árboles se defienden ahuecándose”, “La épica de las plantas es su lucha a muerte contra la gravedad”. Desde el comienzo del libro esta oscilación bidireccional queda explicitada por el propio narrador: “Yo soy de los que no aprendieron, por eso las observo”. La invitación a iniciar un aprendizaje que no se cierra al final del libro queda de este modo hecha formalmente.
Ahora bien, de sobra sabemos que la mirada de ningún observador es neutral. Va necesariamente lastrada de la parcialidad subjetiva que sustenta lo que se ha llegado a ser. Es por eso que, a través de estas minuciosas observaciones, inevitablemente se filtran también preocupaciones filosófico-religiosas (el autor no puede evitar ser profesor de filosofía). Ilustra este caso la observación número 20. Aprovechando que es muy breve, y una de mis preferidas, la transcribo completa:
El destino cristiano y genital de la hoja de parra se asemeja al final intelectual de la rama de laurel sobre las sienes griegas. El triunfo olímpico es hermano de la desnudez edénica.

Pero, ¿cómo hablar por las plantas? A la hora de aprender de ellas parece inevitable poner en juego una sensibilidad poética que permita el desarrollo de un diálogo en términos de una concepción ampliada de la vida. Un diálogo que sigue germinando una vez que las palabras faltan. Eso es lo que se propone el narrador de las Observaciones. Así entonces cada una de estas prosas poéticas extiende al lector un desafío fotosintético lleno de pausa e intemperie.

Tal como señala Pablo Dema en la contratapa del libro, textos como Observaciones sobre las plantas poseen la amplitud de miras suficiente como para contribuir a una “política de reconexión con la vida”. En tiempos en que nuestra esfera primordial se ve seriamente amenazada por la soberbia humana, volver la atención a otras formas de vida quizás despeje el camino (selvático) que desemboque en la salvación común.

Joaquín Vazquez (Rosario, 1990). Docente de filosofía en los niveles primario y universitario. Publicó Continuidad y separación: antecedentes conceptuales de lo divino en Plotino (filosofía, UniRío, 2016), La voz en los maderos (poesía, Cartografías, 2016), Crónicas de infancia (Kintsugi Editora, 2018) y El nacimiento de un genio (cuentos, Trench, 2019).
Foto: Camila Vazquez.
Foto de portada: Jackie Dilorenzo.