“Antes de atacar un abuso hay que ver si se puede echar abajo sus fundamentos”
Luc de Clapier, Marqués de Vauvenargues
El libro, que había leído de cabo a rabo reposaba en una esquina de mi biblioteca. Era un cuadro más bien pequeño, con portadas color naranja, sin mucha información impresa, a excepción de unas figuras de monedas antiguas. El título: «Historia del dinero» firmado por un tal Jozsef Robert. Y digo «por un tal» porque no conseguí una sola línea biográfica del autor, ni en la Librería Británica (que todo lo registra), ni en Internet (que todo lo filtra), ni en ningún diccionario soviético (donde nació mi sospecha). Curiosidad que me indujo a pensar si acaso estaba frente a una obra falsa, o un libro desautorizado por el sistema. Sin embargo, al abordar el contenido, encontré a un ensayista sistemático, que con gran habilidad, había compuesto un tendido histórico de 134 páginas, distribuido en 6 capítulos sobre la historia económica del mundo. Un armazón teórico que inicia con «El origen del dinero», pasa por los «Papelillos de John Law» y culmina en «La muerte del dinero» como un ideal socialista.
Confieso que, al leer una obra de este tipo, uno busca pistas entre el lenguaje, la composición literaria, la semántica, el contenido y otros elementos, para tratar de, si no entender el tema, al menos catalogar el texto. Pero esta obra como Houdini, escapa a toda esta requisa. No hay ni una sola señal que demuestra quién o quiénes pudieron ser los autores, dónde fue escrito, para qué escuela y demás, sumado a esto que en su interior carece de información precisa, fecha de impresión, emisión, etcétera.
Lo que me llevó a concluir que estaba frente a una rareza demasiado simple pero interesante, que en ninguna forma hay que atribuirle a su impresión artesanal esta falta de identidad, que sinceramente deja huérfano al lector. Es verdad, que no es un tomo único, porque copias del mismo se venden actualmente en la red. Se encuentra mayormente emitido por la editorial Solar, que, sin ahondar, suscita preguntas sobre la adquisición empresarial de los derechos de autor o si la obra es de uso universal, o si tiene la patente liberada. En fin.
Pero vamos al punto, a lo concreto, a su contenido, porque su lectura es demasiado fácil, tanto, que el espíritu positivo que emana de allí, toma de la mano al lector y le da un paseo por los orígenes del trueque mudo, hasta una visión idealista, rayana en el comunismo, sobre una sociedad ideal, donde los poetas y los niños puedan cantar al unísono: «no hay dinero, y hay que comer.»
Me atrevería a decir que ese pequeño tomo contiene toda una cátedra sobre la historia social del dinero, que nada tiene que envidiar a una carrera completa de economía o sociología. Por supuesto, esta comparación es abismal, por el factor tiempo y legalidad del claustro, sin embargo, al leer una obra de estas, una persona puede saber con certeza y profundidad, y luego de un examen sencillo, qué es un trueque mudo, cómo surgió la propiedad privada, quién le dio alma al infierno de la mercancía (tal como lo diría Walter Benjamín), cómo se convirtió el oro en papel, quiénes establecieron los precios del mercado, de qué forma se dio paso del feudalismo al capitalismo, y así hasta el desastre económico que hay en la actualidad.
¿De dónde salió una obra así, y cómo quedó en las manos del lector de abajo (es decir, de nosotros) cuya importancia de aprendizaje, estudio y comprensión debería ser generalizada? Solo podría dar vueltas sobre el asunto porque cada vez que avanza leyendo página tras página se va agudizando el tono del autor, de quien presumo, es un economista que bien puede ser húngaro (por el nombre Jozsef) o un colombiano, por la cantidad de ejemplos económicos usados para comparar nuestra precaria economía frente a índices capitalistas de países del primer mundo.
Aclaro, este libro no es un manual, tampoco una cartilla de estudio, sin embargo, su contenido se acerca a los propuesto por Thorstein Veblen, Werner Sombart, y un esbozo crítico de lo que podría ser «Capitalismo y Religión» de Walter Benjamin. Este mismo libro, que estaba en un rincón de mi biblioteca, y como una ironía de la historia, terminó, literalmente, roto en dos pedazos por el descuido de un librero de Pereira, que confundió esa portada anaranjada y vetusta, por un viejo y anacrónica Almanaque Bristol.
Despedazado, y tal como quedó, lo saqué entre la basura, y lo conservo en sus dos partes desiguales, quizá como una forma de recordar un axioma que emana del mismo libro: que la economía mundial y la historia solo reconoce dos clases sociales: los capitalistas o burgueses, y los trabajadores, o el proletariado, para usar un término sacado de circulación. División social que se impone cada vez más por la vertiginosidad del mundo, produciendo pequeños cambios silenciosos, y relegando a la sociedad en compartimentos: los ricos y los pobres, los de arriba y los de abajo, sin posibilidad de clase intermedia.
Afirmaciones que pueden ser tanto mías, como las del tal Jozsef Robert, que con sus argumentos desmenuza la maquinaria del poder y las formas y técnicas de este para intentar sobrevivir. Algo que el Mahatma Gandhi ya resumía en dos frases: «No hay riqueza sin injusticia» y «En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos.»
Enviar un libro a la basura (tal como el librero por descuido y confusión me convirtió esta obra en dos piezas) es hacerlo cómplice de la ignorancia que impera en el mundo gracias a la falta de lectura, reflexión y adquisición de pensamientos prácticos. Particionado y luego de leer (y releer) este ejemplar anaranjado, de un autor desconocido, pero de ideas claras, me dejó algunas lecciones que es necesario considerar con otras fuentes y otros textos:
- Que las ovejas se manducaron a los hombres. Postulado del que parte C.K Prahalad, para justificar la base de la pirámide como la nueva riqueza mundial.
- Que la transición del feudalismo al capitalismo, mediada por la burguesía, fue un hecho histórico traumático. François Mauriac lo refrenda al decir que «La historia es criminal e inepta.»
- Que el capitalismo no compra y vende mercancía sino fuerza de trabajo, es decir, el esfuerzo humano convertido en mercancía, apoyado por los postulados de Homero en la Odisea.
- La filantropía es un respiro capitalista, no su fin inmediato.
- Que ninguna economía sólida justifica la ausencia de armas.
- Que no sabemos cuánta tierra y alimento necesita un hombre para saciar su necesidad de posesión.
- Que la honestidad tiene su mártir en Adzhoy Mitra, un hindú envenenado por denunciar a los traficantes de oro de en la India post-Gandhi y pro Nehru.