El peso del desgaste físico y emocional que hemos estado cargando sobre nuestro hombros durante esta pandemia, sólo expone en mayor medida la cantidad de presiones y violencias de las que siempre hemos sido sujetas: la explotación laboral dentro de casa y en nuestros trabajos, las agresiones físicas, sexuales y psicológicas por parte de nuestras parejas, esposos o familiares hombres; todo esto sin contar que los feminicidios en México han aumentado por vernos forzadas en convivir en plena pandemia durante casi un año, con nuestros agresores en la misma jaula que pretende ser un hogar.
Las mujeres corremos no sólo el peligro de morir por covid-19 como todxs, sino de morir dentro de casa asesinada a manos de tu esposo o pareja que decía amarte o del vecino que te acosa desde siempre.
Frente a estos tiempos tan reñidores, debido a la pandemia, crisis económica y tensión política, las mujeres hemos tenido que fortalecer nuestras redes con otras mujeres o crearlas en caso de no tenerlas, porque son de las cosas que nos salvan la vida de distintas maneras; ya sea para charlar, reír y llorar a la distancia, sacarnos de alguna relación violenta, o incluso para compartir nuestro trabajo artesanal o vender ropa en mercaditas feministas, con el fin de sobrevivir ante la falta de trabajo.
Además de estos grandes vínculos que nos han soportado, las redes entre mujeres creadoras, como poetas o narradoras no han faltado, al contrario, se han construido nuevos espacios virtuales o se han fortalecido mediante el trabajo constante de la palabra, haciendo mayor presencia en la escena. Mostrando de tal manera, que el arte también es necesario para crear comunidad y reafirmarnos como sujetas libres y creadoras; capaces de exponer mediante la poesía los dolores del mundo y los dolores que el amor romántico, la misoginia, el machismo, la negligencia han provocado.
La poesía escrita por mujeres nos ha colocado frente a nuestros ojos la verdad dolorosa, así como la esperanza. Revelando una parte de nuestra realidad al romper con la palabra cantada, los lentes con brillitos que el sistema neoliberal, machista y racista nos busca encarnar desde que nacemos.
Escritoras reconocidas y emergentes son quienes nos han enseñado un horizonte hacia donde mirar cuando más hemos sentido que no hay más por ver que muertes incontables, o también nos han dirigido hacia lugares donde podemos sentirnos seguras y soltar para continuar y reconocer nuestro poder como mujeres sanadoras, mujeres lavanda o mujeres fieras que cargan a sus hijos cual ramos de rosas.
Estos lugares donde la rabia se dignifica, donde las emociones son reales y validadas, son los creados por estas mujeres poetas. Y un ejemplo de lo que he dicho, es Dalila, una joven poeta que señala e incendia el sistema patriarcal que nos afecta.
Sus poemas que escapan del panfleto toman fuerza en metáforas tan vivas como la sangre derramada de nuestras hermanas. En su canto podemos escuchar las notas de protesta desde una perspectiva feminista incendiaria, así como sanación y ternura radical que tanto necesitamos hoy en día.
Y aquí, retomo el punto de la desolación que vivimos triplicada por la pandemia, la cual a veces nos hace creer que no hay salida, pero que la poesía como la de Dalila, nos enfrenta a esta realidad señalándonos un camino a continuar, nos brinda un abrazo cálido en nuestro pecho, nos recuerda el potencial que tenemos para transformar dolor en arcilla con vistas a construirnos de nuevo y habitarnos.
Tales virtudes las podemos sentir en uno de los poemas siguientes, titulado Hambre. Un poema que florece de la rabia y del sudor de muchas. De hembras con hambre, con hambre de vivir, de sanar, de justicia y de no temer más a la oscuridad.
Nos recuerda que, a pesar de la podredumbre, de la desolación, de nuestro andar entre la memoria de nuestras muertas, SOMOS mujeres, con anhelos, con poder de sanarse y sanar a otras con su palabra y su naturaleza. Mujeres y niñas con hambre, con hambre de vivir en libertad, de decidir y transformar el mundo.
Por tal, considero que poemas como los siguientes son tan necesarios en estos tiempos de apocalipsis, pues son capaces de transgredir discursos decadentes en las que vivimos envueltas, creando incluso una red de autocuidado emocional, indispensable para nuestro aquí y ahora.
Por otro lado, también quiero agradecerle a Dalila, por brindarnos letras frescas que nos toman de la mano para guiarnos a un espacio común creado por la poesía y las emociones que la envuelven.
Así que, con este breve texto termino mi opinión, pero comienza una etapa en Tinta joven, donde espero compartirles más experiencias obtenidas al leer a estas grandes mujeres poetas, también con el fin de seguir creando redes en este año 2021.
A continuación, Hambre y Niña Mujer, poemas escritos por Dalila:
Hambre
Hay hembras
que son arranques de ira
y ataques de fiera.
Se desploman en luces y cascabeles,
la luz las ilumina como diosas,
como ángeles.
Mujeres que en sus espaldas cargan hijos
cual ramos de rosas.
Son reinas de su propio sudor.
Cosen y cocinan,
prenden fuego a su alrededor.
Crean estrellas.
Son fruto y carne.
Mujeres almas que un hombre destruyó,
el amor destruyó,
entre ellas
con el viento y arcilla
construyeron fuerza y se volvieron hambre.
Hambre de sol.
Hambre de más.
Mujeres que son lavanda,
hierbabuena, ruda,
su naturaleza las salva de sí mismas
y de los alrededores.
Hembras con ganas de vivir
de revivir a sus hermanas,
encontrar a nuestras desaparecidas,
cuidar a nuestras niñas.
Mujeres que son hambre,
hambre de justicia, paz, sanación,
de que Fátima regrese con su mamá,
Ingrid deje a su pareja,
Iby llegue a casa con sus papás,
que María Elizabeth siga apoyando en el siglo XXI
y Otilia cierre la puerta de la casa en Tenorios.
Hay mujeres que son hambre,
de vida, de luz, de rescate.
De esas que quieren correr por las calles,
ponerse su falda favorita
y no temerle a la muerte.
Las mujeres somos hambre,
hambre de amor,
hambre de más.
Niña mujer
Abrazo a yo niña.
Un yo irreconocible, que sufrió golpes y crueldad.
Víctima de su inocencia, su autoestima y sus recuerdos.
Una niña, que desde que recuerda, su prioridad fue sentirse bella,
aceptada y ser reconocida mujer.
¿Qué es ser mujer?
Me preguntó mi niña de primaria, que corría con pena
para que no le vieran sus vellos pubertos,
nacientes de sus genes cuya aprobación era la mayor de sus prioridades.
Niña mujer, punto de burla y violencia,
por sus bultos pequeños como cerritos nacientes
donde se posaban un par de lunares, cicatrices,
una piel leche con canela y pinole.
Cuerpo infante, cuyas delicias eran aprovechadas por morbo del macho
con fijación en lo ilegal, en lo que debería de ser
un castigo jamás deseado ni al peor enemigo.
Mamá me dijo a mis doce años que debía podar mi pasto
e impedir que los tréboles que crecían en todo el cuerpo hicieran flor.
Me dijo que no era bueno quererme así, con capullos en cuerpo germinante,
con senos brotantes, denigrantes para mis congéneres que no pudieron darme sus atributos de lecho.
Niña mujer, rasgos débiles, cuerpo pequeño, manos de flores, quinceañera con pena, blanco fácil, la que se queda tarde a trabajar, la qué si algo dice, no es cierto.
Todo mundo le decía que ella no era mujer, ni niña
era, más bien, vara de nardo, hoja seca.
Hasta que encuentra amor propio, después de tanto golpe, después de tanto insulto.
Le admiras los colores, los pelos de elote, las fresas en los labios,
El aroma a lavanda, los lunares del monte, el volcán de sus ojos,
A la niña mujer que se encuentra a sí misma,
se reencuentra en su corriente, en su cascada de orgasmo,
niña mujer como rosal, cerrito, cafetal.
Abraza tus frutos, la tierra fértil, piel de mil texturas,
trescientas sesenta y cinco voces son las que recorren tus caminos,
niña mujer, dueña del árbol de olivo.
Pesadumbre y olvido es lo que te quejumbra.
Niña café, niña madera, niña de fuego
creación de las maravillas del universo.
Abraza a tu quinceañera, tu piel puberta,
tu pelvis manada y jauría
Abraza tu flor de lavanda.
Niña mujer, te hicieron creer que la belleza estaba en el monte recién cortado,
cuando tú, bosque húmedo, clima de huasteca,
no debías ser podada,
sí en ti, más que tréboles
tenías campo agreste en todo el cuerpo.
Dalila (Andrea Aguilar Franco). Nacida en la huasteca hidalguense en el año 1999, diseñadora de oficio y poeta por amor, ha participado en diversos eventos poéticos desde el año 2017, finalista y representante del Gran Slam MX (2020), participante en la Antología Deambulante (2020), escritora activa, feminista, neurodivergente y soñadora. En su poesía trata de llamar a la acción, cuestionarse y recordar la belleza en el vacío, el mundo y los pensamientos.