México se caracteriza por su cultura, su tierra, su encanto. Ya hemos presentado a diversos autores mexicanos, voces que trascienden y van más allá de sus fronteras. Sin embargo, uno se arroja al mar y encuentra poetas. Uno excava en la selva y encuentra poetas. Uno recorre sus calles y cada nombre es un verso. Así es la tradición lírica mexicana. No necesita de prestaciones, sino de lectores. Para todos los tipos, gustos y sabores. No hay una lírica forzosa, sino una composición que sigue los sonidos de la tierra. En algunos casos, lecturas que rompen el esquema estático para recorrer el dinamismo del tiempo. Una curvatura que se acomoda a los tiempos y contextos. ¿Acaso hay un orden o canon? Caemos en la respuesta que la poesía se acopla a los corazones de quienes escriben y leen.
Por eso tenemos el gusto de presentar, en este primer volumen de Susurros de Gea, a la poeta Lilian Michelle Medina, quien nos trae su poesía de reclamo, crítica, de una sensibilidad correspondida a la corriente del romanticismo alemán. Sus poemas cogen elementos de la vida cotidiana para transformarlos en bitácores donde se almacenan y reviven los recuerdos e historias de la persona y del pueblo, de la sociedad. Poemas que son claro ejemplo de una nueva tendencia en la lírica contemporánea de México.
Lilian Michelle Medina (CDMX) Poeta y escritora que no distingue entre la pasión por las letras y el correr libre. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha participado en congresos de literatura como ponente y moderadora desde 2015. Obtuvo el primer lugar en la categoría de Poesía del Concurso de Creación Literaria organizado por el XX CEEECIL. Sus poemas han sido publicados en Cardenal Revista Literaria (México), MalaSangre Editorial (Colombia), Norte/Sur (México) y Atunis Poetry (Bélgica). Actualmente participa en proyectos independientes y como ayudante en el Sistema Nacional de Investigadores. Contagia literatura en la cuenta de Instagram @lectophilica.
Examen extemporáneo
Me disculpo con los viejos amores
por no haber sabido apreciar
el beso, la mirada,
la caricia, el “te quiero”,
la búsqueda y el encuentro.
_________Me disculpo desde la mujer
que hoy me habita;
he dejado atrás los miedos infantiles
que me orillaron a escapar
una y mil veces
de un querer;
que me instaron a ocultarme
tras las amigas que me sostienen;
que me ataron el corazón
a un globo lleno de helio
y en el punto más alto me dejaron caer
hasta golpearme en el piso
de la cobardía.
_________Me disculpo con aquellos amores
que dejaron huella en mi memoria
sin siquiera saberlo,
que me hicieron llorar a escondidas
y me vistieron de sonrisas falsas
hasta que pude enterrar la ilusión
que les pertenecía.
_________Me disculpo tarde
(tal vez diez o doce años después),
por las lágrimas, la confusión
y el resentimiento que pude causar,
¿qué esperaban?
La conciencia evade la culpa
cuando quiere proteger el ego.
_________Pido perdón a mis viejos amores
por arrastrarlos a lo efímero y fugaz,
cuando en el fondo me ahogaba
por falta de eternidad.
Perdón si no supe ver la intención
y la ilusión que atravesaba sus ojos;
preferí la ceguera hacia el amor
y abrí mi mirada a los escombros
de mi mundo interior
para arrastrarlos a la incógnita
de un cuerpo en ruinas.
_________Ahí me refugié por años,
con heridas lo resarcí,
con una dolorosa aceptación de mí misma
lo convertí en un espacio de paz,
y se abre con dulzura
para recibir huéspedes temporales.
Listo para aprender de quien le regale
el beso, la mirada,
la caricia, el “te quiero”,
la búsqueda, el encuentro
y el “me quedo,
(a pesar de tu historial maltrecho)”.
La perseguidora
Me muevo entre solitarios,
me adhiero a ellos
con sed de ser compañía,
amiga, amante,
consuelo.
Me despojo de mis pies
para caminar a su lado
y los solitarios avanzan
recordándome
su desdén por la compañía.
Los solitarios abren mis ojos
cuando reinician su senda
a solas,
sin mirar atrás.
Pero, ¿qué hago,
si entre solitarios
encuentro luz y oscuridad
como en ningún lado?
¿Si esa sed de contraste me persigue
como designio ancestral?
El castigo es adherirme
a los que abandonan:
karma infinito
de haber nacido
de un fugitivo.
Masoquismo
Presa de mi primer rechazo
deambulo por los años
con un cuchillo en la mano
(en defensa y en ataque)
sólo por si acaso.
Pero no hay nadie a quien herir
fuera del frasco
que protege mi cordura
como un feto en salmuera.
Nadie ataca:
soy yo,
que me ahorco las dudas,
que me mutilo palabras,
que me apuñalo sueños.
Nadie ataca:
soy yo,
que corro tras mariposas verdes,
que lloro bajo cielos azules,
que toco la puerta del ausente
empapada de tormenta.
Presa de mis barreras emocionales
voy tirando pedazos
en cada par de ojos
que me recuerdan el miedo.
Nadie ataca:
soy yo,
que me clavo el puñal
en defensa propia
de una amenaza invisible
(solo por si acaso).
Fuego cíclico
Sangre mía:
fluir de emociones y dolores,
eres sinergia cósmica
entreverada en mi centro
y en caída libre
te derramas hasta mis labios.
Sangre mía
que sales a la luz
para darme espacios sensibles
de fragilidad floral,
en cada alumbramiento
brindo por la vida
que me fragmenta
en una copa llena de ti.
Sangre mía
legítima, natural,
opuesta de las guerras,
las heridas y la muerte;
no eres consecuencia de palabras:
naces en mí para morir en mí.
Sangre mía:
a veces me dueles
en tu recorrido de útero a vulva,
me tiendes en un letargo
de versiones mías
que bailan y agonizan
al son de la luna.
Sangre mía:
libre, recorres mis piernas
hasta llegar a las raíces
de mi cuerpo;
en la alfombre roja de tus pasos
dejas huella y una semilla suicida.
Te vas, sangre mía,
de esta mujer de aire,
fuego, tierra y agua.
Entonces alzo las alas,
incendio el pasado
para germinar lo nuevo y
como tú
viajo por la corriente
del río que nunca es el mismo.
***
La muerte me arrebató la infancia
cuando el último pétalo de mi rosa
se quemó de tanto tomar el sol,
cuando la sonoridad
de la vieja voz familiar
quebró mis tímpanos
y sintonizó con una mente atrofiada
de recuerdos sin guardar.
Entonces comenzó la destrucción
de paredes fugaces
por el hielo de queridos y queridas,
por el abandono de ideales,
por la hostilidad del espejo,
hasta que la tentación de morir
me hizo tocar el abismo
de la desesperanza.
Fueron años y años de miedo
al hogar y a la sangre
antes de la gran convulsión
que sacudió el sonambulismo
de mi cuerpo:
una crisis de fe.
Pero la muerte me arrebató la infancia
y me obligué a poner la cara dura
sobre un corazón frágil.
Entonces llegó el suicidio
que me entregó,
por fin,
a la tierra que mi abuela habita.