…el pensamiento del animal, si lo hay, depende de la poesía.
Jacques Derrida
Desencadenas e impredecibles, las prosas poéticas que componen Mis animales y los que no son míos (Mágicas Naranjas, 2o2o), de Denise Fernández, pueden leerse como una serie de fábulas exóticas o surrealistas. ¿Por qué fabulas? Porque los animales son los personajes principales de estas breves narraciones: sea que hablen de nosotros como nosotros, los seres humanos, o sea que hablen entre sí o sueñen sus propias cosas a través de nosotros. ¿Por qué exóticas, es decir, extrañas, es decir, extranjeras (oriundas de lugares otros)? Porque desafían el gran presupuesto implícito de las fábulas: su núcleo racional antropocéntrico productor de moralejas; normas para (a)condicionar nuestra experiencia del mundo.
Mientras que una fábula clásica procede así (el ejemplo es de Esopo):
El perro que llevaba un trozo de carne
Un perro, que llevaba un trozo de carne, estaba atravesando un río, y, al ver su propia imagen en el agua, creyó que era otro perro que tenía un trozo aún mayor. Por eso, dejando caer el suyo, se tiró a aquél para quitárselo. Y ocurrió que se quedó sin los dos, uno no lo pudo cobrar porque no existía y el otro porque se lo llevó el río.
La fábula es apropiada para el ambicioso.
una fábula exótica procedería quitándole un poco de protagonismo a la razón, invitándola a dejar de monologar (digamos, cartesianamente) y a empezar a pensar en términos dialógicos ampliados. Se ve con claridad que las fábulas de Denise no están al servicio de ilustrar alegóricamente cualidades o problemáticas exclusivamente humanas (como la ambición). Por el contrario, en ellas la animalidad, humana y no humana, se enreda y despliega en un tono mucho más equilibrado: más centáurico o más minotáurico, si se quiere (depende de qué se tenga en la cabeza). Las fábulas de Mis animales dicen así:
El mamut que no es mío
El mamut que no es mío nos lleva a pensar en algo grande. Un árbol y sobre el árbol las ramas y sobre las ramas las hojas y otras cosas de las ramas. Lo ajeno vale más. Si tu mano crece más que tu cuerpo, deja de ser tu mano.
Salirse de uno no es tarea fácil. Advierto que quizás estemos hablando de un libro en el que nada deba comprenderse. Algo en la dinámica de estas narraciones se nos escapa por completo. Se vuelven incalculables. Por momentos estos animales (como ese caballo que llega cansado) que no son de nadie tienen un aire al Zorro, de El Principito, o al León, de El mago de Oz. Me refiero a animales con personalidad e ideas propias, a animales que hablan por sí mismos, que saben más o menos lo que quieren (ser domesticados para sentirse únicos, reconocer su propio valor). Después de todo, sólo “Si la historia tiene animales con personalidad, tiene mensaje”.
Mis animales y los que no son míos, sano ejercicio de “antropofugismo” (robo la expresión a Cortázar). No porque el Hombre, en sentido genérico, desaparezca sino porque por momentos deja de ser el personaje principal encubierto que capitaliza el contenido pedagógico típico de las fábulas clásicas; de la parodia de ese espíritu aleccionador Denise extrae poesía. Cosa rara también: este libro nos da la sensación de que los animales no humanos nos sostienen la mirada; tal como aquel búfalo a aquella mujer en aquel cuento de Clarice Lispector o tal como los desafiantes axolotls de ojos siempre abiertos.
Nos miran: nos interrogan pero también se dejan interrogar. Y lo que es todavía más importante: los animales (que no son de nadie) no sólo responden a iniciativas humanas sino que también hablan de sus cosas entre sí sin atender a ninguna frontera especial; un perro le pregunta a una vaca quién creó el mundo.
En este libro no hallarán animales que imitan a los seres humanos (como hace Orwell en Rebelión en la Granja) hasta el punto de ponerse a caminar en dos patas, pero sí, tal vez, cabezas pensantes de animales habitando cuerpos humanos que hacen ademanes humanos sin dejar de ser animales no humanos (como en las pinturas de Leonora Carrington).
Pero también, como sugieren sus títulos, estas fábulas evidencian un esfuerzo sostenido de desestabilización de la noción de propiedad privada; pienso, por ejemplo, en aquel caballo que soñó que unos hombres robaban sus frascos con mariposas: “ellos saben que son míos. Y esperan sentir todo eso que yo siento”. Este libro articula un rugido feroz: La primera propiedad privada es el Yo.
La noción de propiedad se desquicia porque el sueño es común. Queda abierta la tranquera del sentido.

No quiero olvidarme de contarles que cada una de estas fábulas está cuidadosamente compaginada con una ilustración del iconólogo italiano Cesare Ripa Perugino. Este acompañamiento visual sin duda posee la virtud de realzar los sabores de estas prosas oníricas; porque… ¿cómo soñar sin imágenes?
Ningún animal con correa: ni el dragón de tres cabezas, “Amor, Belleza, Felicidad”, ni el sapo absorto “en su melancólico negro verde pensamiento”, ni el mamut que “nos lleva a pensar en algo grande”.
Ningún animal con bozal: ni la serpiente que explica “No tengo manos porque no tengo piernas”, ni el pájaro que afirma “La melancolía es como la música”, ni la vaca porque “Cuando muge crece su importancia como vaca”.
Un libro de cruces, de cruzas. Un libro en el que la razón mete la pata. Mis animales y los que nos son míos, toda una fauna autónoma.

Denise Fernández nació en 1989, en Villa Atuel, San
Rafael, Mendoza.
Estudió antropología en la Universidad Nacional de
Buenos Aires y guión en el LAB (Laboratorio de Guión).
Asiste a los talleres de poesía de Osvaldo Bossi y de
Daniela Camozzi.
Integra el área de literatura del Centro Cultural de la
Memoria Haroldo Conti.
Foto – Collage: Nicolás Blum.
Foto principal: Noé (1997), cuadro de Jorge Martínez Ramseyer.