En 1860 nacía en Baden, Rusia, el escritor y dramaturgo Antón Pávlovich Chéjov; referente del relato corto y del uso de la técnica del monólogo. Aún hoy, es considerado uno de los escritores más destacados de la literatura rusa del siglo XIX.
Desde muy temprana edad, Antón tuvo una inclinación por las letras, tal vez influenciado por su madre, quien le leía cuentos cuando él era un niño. La infancia del escritor estuvo marcada por la pobreza producto de la quiebra del negocio de su padre en 1875. Durante la adolescencia, y bajo el seudónimo “Antosha Chejonté”, Chéjov escribió una serie de cuentos de tinte humorístico a partir de los cuales retrataba la vida en Rusia de una forma caricaturesca. Poco a poco el escritor se volvió un referente del relato corto y, posteriormente, de la técnica del monólogo que luego utilizarían otros autores como James Joyce.
Su paso por el periodismo, cuando era un joven adulto, marcó un quiebre en el estilo de su escritura. Trabajó en el periódico Novoe vremja (Tiempo nuevo) y allí fue alentado por el escritor Grigorovich para redactar textos más complejos que dieran cuenta del contexto en Rusia. A partir de entonces sus narraciones adquirieron un tono dramático, retrataron la miseria y la precariedad del país. En estos escritos se destacan la crudeza del entorno y hay un fuerte interés en caracterizar a los personajes y sus interacciones.
Algo de ello puede apreciarse, por ejemplo, en la nouvelle «La sala numero seis» (1892); uno de los escritos más oscuros del autor. En este texto se narra, con una profundidad destacable, la vida de un grupo de pacientes en un centro de reclusión para enfermos mentales en la Rusia zarista. La descripción del ambiente hostil marcado por las carencias económicas, así como también la caracterización de los pacientes internados, recrean una atmósfera lúgubre y terrible. El cuento es al mismo tiempo una crítica a la psiquiatría. Las palabras atraviesan y logran transportar a quién lee al sitio que alguna vez Chéjov imaginó.
La publicación de la obra “Campesinos”, en 1897, otorgó al escritor ruso el título de antipopulista. León Tolstói calificó al texto como un “pecado contra el pueblo”. Lo cierto es que Antón era hijo y nieto de siervos, y no solo conocía bien el ámbito que describía sino que había escrito con anterioridad textos de admiración y compasión sobre la clase campesina; de modo que la etiqueta recibida distaba bastante de su realidad.
Hacia el final de su vida Chéjov, se inclinó hacia la dramaturgia y también hacia la militancia de izquierda. Esto lo alejó de sus amistades y también produjo su expulsión de ámbitos académicos. Se atribuye a este autor la frase: “Aislarse en el trabajo creativo es mejor que las críticas negativas que no hacen nada en absoluto”. Eso explica, tal vez, el posterior retraimiento de Chéjov, durante los últimos años de vida, época en la que se dedicó exclusivamente a la producción de obras teatrales.
La obra de Antón fue un reflejo de los cambios que afectaban a Rusia. Su escritura logró plasmar la cotidianidad de los vínculos sociales de ese entonces, al mismo tiempo que fue un excelente creador de monólogos, evidenciado en los pensamientos internos de sus personajes. Aún hoy es común hablar del estilo Chejoviano, percibido en la creación de atmósferas siniestras y crudas.
El escritor ruso murió a los 44 años, en Badenweiler, Alemania, víctima de la tuberculosis que había contraído a los 20 años. Se cuenta que horas antes de morir, cuando el doctor que lo atendía quiso poner una bolsa de hielo sobre su pecho, él exclamó “no se pone hielo sobre un corazón vacío”. Sus últimas palabras fueron “Ich sterbe” (“me muero”), pronunciadas en alemán, idioma que no hablaba.