El siglo XVIII recalcó el concepto del hombre como un ser esencialmente social, para el que la búsqueda de la verdad racional cobraba sentido en el contexto de su contribución a la colectividad. Pero los románticos tendían a ver la situación del individuo frente a la sociedad de un modo menos optimista. Orientando el interés hacia figuras antisociales (el pirata, el criminal) o marginales (los mendigos, los gitanos, las prostitutas), estos escritores cuestionaban la ideología establecida sobre el Héroe romántico. En los románticos españoles advertimos: un notorio afán de transgresión que explica esas mezclas tan evitadas por los neoclásicos: de lo trágico con lo cómico, de la prosa con el verso, de las burlas con las veras; el abandono de las tres unidades. La acción es tan dinámica y variada que requiere un constante cambio del espacio, siendo necesario el devenir del tiempo; la complicación de la acción ha de ser explicada en largas acotaciones que cuentan con precisión sus múltiples peripecias y sorpresas. Dicha acción se puede mostrar en cinco jornadas, frente a las tres habituales. El nivel temático se sitúa en torno al amor, un amor imposible y perfectísimo, cuyo telón de fondo viene conformado por la historia o la leyenda con frecuencia medieval, con claras referencias a motivos del poder injusto. Los héroes románticos, de origen misterioso, están cercanos al mito. Su destino es incierto, pues suelen sucumbir ante las injusticias políticas. Los protagonistas que, como los héroes, son apasionados, no tienen más arma que el amor. Los autores utilizan fórmulas dramatúrgicas clásicas, pese a que la forma sea renovadora. Por ejemplo, la anagnórisis, conque finalizan no pocos dramas, que suelen reunir un cúmulo de casualidades que, sólo al final, coinciden desgraciadamente en el escenario.
La conjuración de Venecia, obra del Romanticismo español, está probablemente escrita en 1830 por Francisco Martínez de la Rosa.
La conjuración de Venecia se desarrolla en la Venecia de principios del siglo XIV. Con el comienzo del primer acto se nos pone sobre aviso acerca de la conspiración para derrocar del poder al Dux y a sus fieles seguidores, liderados por Pedro Morosini, residente primero del Tribunal de los Diez e intrigante en mayúsculas, ya que a su saber nada se le escapa, todo sabe gracias a sus espías introducidos en todas los ámbitos de la ciudad. Así pues, en la casa del embajador se reúnen los más altos representantes de la nobleza que desean recuperar el antiguo poder y liberarse del sometimiento. Los cabecillas de la conjuración son Marcos Querini, Thiépolo, Andrés Dauro, Badoer, Juan Mafe y por supuesto, Rugiero. Su plan parece perfecto, nadie más que ellos conoce los términos de la misma y todo augura que será un éxito sin derramamiento de sangre, ya que al bando contrario le tomará por sorpresa que todos se presenten disfrazados y sin que nadie sepa diferenciar a los representantes de un bando del otro. Siendo así, les sería fácil apresar al Dux, mientras que fuera del castillo se reforzaría el proceso con los combatientes a los que acaudilla Rugiero. Pero este júbilo anticipado se ve enturbiado prontamente, ya que Perdo Morosini y sus dos espías reunidos en la tumba familiar, son testigos de cómo Rugiero le confiesa a su amada Laura lo que va a suceder, para tranquilizarla y liberarla de los negros pensamientos. Esta escena acaba con una Laura desmayada por el susto y con un Rugiero apresado y arrastrado hacia los calabozos. Laura viendo la ausencia de su amante, se ve obligada a confesar a su padre su relación con Rugiero, cuya esposa se declara y le ruega que le busque. Juan Morosini, consciente de la desgracia en la que ha caído Rugiero, ruega a su hermano que interceda y que le libere, logrando de él solamente pura indiferencia. Así, ya se nos anticipa la doble tragedia: la condena a la muerte del héroe romántico y el fracaso de su bando, que acabará sucumbiendo estando ya traicionados ante el enemigo. Una vez arrestados los participantes, son juzgados y condenados algunos al destierro, otros a la muerte. Todos ellos permanecen firmes en su propósito de no proporcionar información y asumen con valentía su futuro; pero aún falta el inesperado final, el anagnórisis, en el que se descubre la verdad, una verdad que no evitará el ajusticiamiento de Rugiero a los ojos de su amada, mientras su padre, Pedro Morosini, es consciente de que ha causado la muerte de su propio hijo.
A primera vista, Rugiero es un ejemplo esclarecedor del héroe romántico. Sus características son: su misterioso origen (fue raptado y criado por unos piratas), su infelicidad (lo que Laura llama el vacío de tu corazón), su dedicación a la libertad, la intensidad de su amor por Laura y la ironía de su destino final cuando es ejecutado inmediatamente después de descubrir que Pedro Morosini (que es responsable de su arresto y desgracia) es su padre.
En cuanto a la amada, Laura, vemos que es una muchacha devota, una verdadera alma cándida, que ama por encima de todo y arriesga su propio bienestar para salvar a su amante-marido. Ella a la vez es frágil e inocente, cuya mente se ve sobrecogida por las adversidades. Laura posee las cualidades hartamente utilizadas por muchos poetas desde Petrarca, una imagen de doncella bella y pura, amante cariñosa y medrosa, pero valiente, ya que las llamas del amor le dan fuerzas.
Pedro Morosini, en oposición de su hermano a quien ve débil por perdonar el desliz a su hija, se nos muestra como un hombre duro, severo y astuto, carente de escrúpulos, que desconoce el amor y la compasión; al menos, así es desde que tiempo atrás fallecieron su mujer e hijo. Siendo así, es un hombre solo, que se ha vuelto hermético y vive únicamente dedicado a la política. Él conoce todo y a todos, sabe todas las opiniones y tiene infiltrados en todos los hogares influyentes. La información es su arma defensiva y no duda en utilizarla en contra de los que son opuestos a sus intereses. El descubrir que Rugiero es su propio hijo, aquél al que contaba como muerto y cuya liberación es un imposible, porque él mismo ha sellado su destino al arrestarlo, hace que veamos esto como una especie de castigo divino. Así, él que no había dudado en disponer de las vidas de los hijos de los demás, ve cómo le es arrebatado aquél al que solo por instantes ha recuperado.
Bibliografía: