Lucía Tello tiene cuidado no sólo con la realidad que la rodea, sino con sus pensamientos y sentimientos. El choque de lo oculto, lo íntimo que no debe salir a la luz, y la pintura, lo que nos salta a la vista, hace diferente a esta creadora de enigmas pintados. Como unos labios que no dicen lo que sienten, o un escenario a la espera de que los actores nos reciten su historia, se rechaza el testimonio en primera persona. Semejante querencia por lo indirecto brota de su deseo de organizar y dirigir su ser hacia dentro, poniendo una distancia desafiada por el espectador. Pero hoy, más que nunca, la vida fluctúa, viene y va en descuidadas olas mareantes que se rompen, desnudándolo todo en un ritmo asfixiante. Por esto, la voluntad de concentración y el amor por los detalles de Lucía Tello se ve comprometidos.
Mas ella ha encontrado la solución: poner velos y barreras a la mirada ajena. Incluso en algún cuadro, el visillo blanco y transparente cuelga en primer plano, como si la obra fuera una ventana y nosotros los curiosos que se asoman sin tener una buena razón para ello. Esta analista de la expresión del interior en un medio caótico y, a veces, amenazante, opta por los espacios cerrados, ya sea una casa, el ropero de su habitación o el armario de un salón. O sea, necesita proteger los objetos personales, lo íntimo, de la intemperie ajena.
Semejante protección se asemeja a la que ejerce la cabeza sobre el corazón. Lucía Tello se propone dar sentido a sus sentimientos, sin abandonarse a ninguno de los extremos. Prefiere investigar acerca de la naturaleza del pensamiento y de lo sentimental, preguntándose cuánto hay de impostura forzada por los demás, por el ambiente, en nuestro ánimo más central. Pues no debemos equivocarnos. Su alma no tiene forma de una isla en la que se pelea contra los extraños y los elementos que la azotan. Lucía Tello también quiere comunicar, compartir, hacer que dos desconocidos se conviertan en un solo cuerpo, mas antes poniendo a prueba el valor de lo ajeno. Una vulva puede quedarse virgen por siempre, tapada por un velo de carne, o puede ser penetrada e incluso dar el fruto de una nueva vida. Para pasar de un estado a otro, se deberían establecer las duras pruebas de amor. En su obra Casa “Las flores” una mujer joven, de espaldas, contempla una vivienda de la que cuelgan, por fuera, unos visillos, no dejando ver el interior de la misma. El extraño que mira se siente a prueba, ya que quiere saber más, penetrar el misterio, pero se ha de rendir. En Vanity, una melena no deja ver nada más, no sabemos quién se oculta tras ella.
La tradición identifica las energías masculinas con lo grande o grandilocuente, con lo sólido, lo penetrante, poderoso y duradero. Por contra, se ha establecido que las fuerzas femeninas tienen más que ver con lo acertado, con lo amable, el refinamiento, la generosidad, el darse, con la fertilidad. La mujer ha de seguir al hombre, convertirse en una bendición para él al cumplir sus deseos, unos deseos que se resumen en uno, que ella siga sus pasos. Mas esta pintora desafía estos conceptos. Para llegar al lugar maternal, a la casa, a la cama en donde uno puede nacer y crecer hasta florecer, uno tiene que mantener una actitud moral que se resume en un mandamiento, ser digno de confianza.
Lucía Tello se convierte en una mediadora hacia lo más alto, nos invita a elevarnos por encima de los prejuicios. Esto se ilustra en su cuadro Luz Primera, en la que se divide la pintura en dos viñetas que cortan un camino que comunican ambos marcos. En el superior se halla una casa solitaria sobre la que llueve una especie de velo, que puede simbolizar el alma ajena. Esta idea de llevarnos en dirección a lo elevado tras pasar numerosas pruebas se barroquiza en “Era de piedra”. Arriba, se pintan tres pisos a los que se acceden con escaleras. Dentro de los mismos, vemos puertas y más escalones. Presidiendo la fortaleza de planos comunicados se colocan el sol y la luna sobre nubes, en una alusión a las fuerzas masculinas y femeninas. Para que el hombre y la mujer se encuentren cara a cara han de escalar numerosos enigmas y desafíos.
En el corazón de su obra se establece el acertijo más elevado, en el que uno duda qué significa ser un hombre, qué significa ser una mujer. Por ello, en “Amanecer”, dos siluetas negras se unen por el torso y la cabeza. O se recurre a reducir los rostros a sombras, las cabezas a perfiles sin definir. En esta sucesión tenebrosa se echa de menos la confianza que da el poder mirar a los ojos, o la que da el enfrentarse unos labios que dicen lo que sienten. Ahí está la solución al enigma que presentan las relaciones entre las personas.
Lucía Tello pretende derribar la insensatez que la rodea, pero sin perder en su empresa el estilo, usando para esto el arte, la belleza. Sabe detectar el verdadero valor de las energías dirigidas hacia ella. Por ello, mucho de lo que se le ofrece se le antoja repulsivo y vulgar. Ante esto, Lucía Tello propone escenarios dramáticos en los que se puede ocultar ante la invasión de la privacidad. En su obra dramática, como la exhibida en “De andar por casa”, una muestra colectiva de alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, ella coloca, sobre una alfombra, un cuadro que anuncia The end. La voluntad teatral se enuncia a la claras en esa pintura en el que se ve una casa rodeada por un velo blanco que cae del cielo, impidiendo la entrada fácil por el camino que llega hasta la puerta principal. Sobre la alfombra, además se plantan una casita y hierbas artificiales. Cerca, un mueble con libros. Todo el conjunto dramatiza el corazón de la obra de Lucía Tello, el eterno femenino y los prejuicios pobres asociados al mismo, en un escena tan enigmática y teatral como muchas de sus pinturas.
Lucía Tello: instagram.com/_luciatello/