«En la literatura encontraba, todavía encuentro, una libertad hipnotizante» | Entrevista a Matías Aldaz

Matías Aldaz nació en Federación, provincia de Entre Ríos, en 1976. Es músico, abogado y escritor. Publicó tres libros de cuentos, Esas nubes (Simurg, 2009), D´accord (Escrituras Indie, 2013) y La lluvia cae en todas partes (Colección Mulita, 2014), la novela Bajante (Colección Mulita, 2017) y el libro de poemas Antes de cerrar la puerta (Editorial Deacá, 2019). Además, escribió junto a Laura Escudero la novela para niños y niñas La ciudad perfecta (Norma, 2017). Su última publicación, la novela La vida de un hámster (Kintsugi Editora, 2021), así como su diverso recorrido artístico despertaron mi interés por conversar con él.

En La vida de un hámster, el protagonista Juan Tomasilli recibe en el estudio jurídico donde trabaja a Stefan, un hombre al que no le permiten ver a su hija y que tiene una extraña obsesión con un hámster que le quiso regalar. La aceptación del caso parece conducir a Juan hacia terrenos cada vez más inquietantes.

¿Qué fue lo que dio origen a la historia?

No puedo determinar el origen exacto de esta novela. Sí que desde hacía un tiempo venía pergeñando trabajar en torno a una experiencia laboral que había tenido (era pichi en un estudio jurídico y cada tanto me hacían atender a clientes). No soy autobiográfico, al menos de manera directa, claro, pero sí utilizo esos fragmentos, esos retazos para dar el efecto de realidad que me interesa. Quería trabajar con esa experiencia, y también con la de vivir en Buenos Aires, ciudad en la que estoy desde hace más de veinte años, y que al momento de empezar a escribir La vida de un hámster no había utilizado. Me llevó mucho tiempo entenderlo como una posibilidad, fue una sedimentación que creí necesaria, darme cuenta que quería operar una experiencia más citadina. De ahí obtuve algo del tono que luego intenté volcar en la novela.

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Tuvo varias versiones o supiste desde un principio el rumbo que seguiría?

El proceso fue largo, lleno de encastres azarosos y, como casi todo lo que escribo, siempre traccionado por el deseo. Acostumbro a trabajar con lo imprevisto, con lo inesperado, a entregarme a la lógica del accidente, como diría Francis Bacon; eso es básicamente lo que hago cuando escribo, lo que me gusta hacer, no planeo nada, no tomo notas, son procesos repletos de búsquedas, y aunque sé que eso me va a llevar una parva de tiempo, lo elijo y, en parte, lo disfruto, porque son procesos en los que, creo, mi escritura discurre. Esta novela tuvo varias versiones (en el medio, lecturas de amigas y amigos en los que confío y con los que estoy completamente agradecido). Pero tuve que escribir la historia completa y dos o tres versiones (cada versión me llevó aproximadamente seis meses), para recién darme cuenta de que en realidad no estaba contando la historia de Stefan, o que el personaje de Stefan no era el principal (aunque sí muy importante), cosa que creía al principio, sino que lo que intentaba era narrar la historia de Juan y ese traspaso de un estado mental a otro, el devenir de esa frontera. En ese momento se despejó todo, y fueron otras tres versiones más hasta que quedó lista.

¿Cómo conociste al editor de Kintsugi (y colaborador de Revista Liberoamérica) Leandro Surce? ¿Cuándo le acercaste la propuesta de la novela?

Con Leandro nos cruzamos en la presentación de un libro, creo, y nos pusimos a charlar, él me comentó que le interesaba lo que yo hacía y que si algún día tenía algo para mandarle a Kintsugi él lo leería con gusto. Y fue así como sucedió. Yo un día tuve terminada La vida de un hámster y se la mandé. Además, a mí me gustaba mucho la editorial, su catálogo con escritores y escritoras que admiro. Todo salió redondo. Tuve suerte, como con casi todos los editores con los que trabajé. Leandro se toma el trabajo con amor y entusiasmo, y eso siempre genera potencia.

Antes de Esas nubes, tu primer libro, ¿cómo conjugabas tus facetas de abogado y de artista? ¿Fuiste a talleres literarios?

Fue siempre algo controvertida esa conjugación. O quizás nunca ocurrió, o sí pero por oposición. Por ejemplo, en el ejercicio de la profesión, cuando se litiga, hacer escritos y demás casi siempre es trabajar con modelos, con la escritura automatizada, y eso es muy tedioso y cansador. Recuerdo que le robaba tiempo al trabajo, entre escrito y escrito, para ponerme con algún cuento, porque en la literatura encontraba, todavía encuentro, una libertad hipnotizante. Pero sí, siempre los vi como caminos totalmente alejados, aunque en esta novela de alguna manera los cruzo, los hago tocar. Pero en realidad es falso, sólo utilizo un cachito de esa experiencia como materia para escribir.

Y con respecto a los talleres literarios, no fui a muchos, sólo a dos. Pero el primero fue tal vez el más importante de todos, con Alicia Steimberg, allá por el año 2007. De ella aprendí dos o tres consejos fundamentales para este oficio, consejos que atesoro con mucho cariño.

¿Qué aspectos te llevan a elegir entre la narrativa, la poesía o la letra de una canción al tener una idea?

No trabajo con ideas. Lo que sí, hay algo en el pulso, en el tono y también, porque no, en la pulsión que de inmediato me enfilan hacia un poema o un cuento o una novela. No sabría explicar bien el mecanismo. Y con las letras de la canciones es, si se quiere, más concreto, hay una disposición directa, agarro la guitarra ya con el propósito de componer una canción, y entonces empiezo a probar acordes y tararear alguna letra improvisada, que eventualmente se va a moldear hasta ser la letra definitiva. Lo que nunca pude fue adaptar un poema a una canción, o ponerle otra música diferente a la que ya tiene a un poema, y mirá que lo intenté muchas veces. Al final me di cuenta de que son cosas diferentes, de universos semejantes sí, pero que yo no logro compatibilizar, hechos con sustancias de otra índole.

Si trazaras un mapa de nombres y/o corrientes literarias, ¿qué autores y/o movimientos te marcaron como escritor?

Sin duda estoy marcado por la literatura norteamericana, desde la Generación Perdida con Hemingway, Fitzgerald, Anderson, Faulkner, pasando por Cheever y el gótico sureño, con O’Connor y McCullers, Capote, hasta el realismo sucio, con Carver, Ford, Wolff, Bukowski, entre otros. Siempre me gustó esa manera de contar que tienen, esa violencia solapada, por momentos, y ese despojo del lenguaje, de la ausencia de florituras. Y de la Argentina, sin dudas me marcaron mucho Horacio Quiroga y, también, Juan José Manauta. Ya de mi generación, escritores como Mariano Quirós, Germán Parmetler, Selva Almada, Federico  Falco, Francisco Bitar y Samanta Schweblin son los que más me interesan e influencian en mi manera de escribir, aquellos con los que de alguna manera establezco un dialogo.

Foto principal: Laura Wohlgemuth

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