La cruzada de Esther Vilar


No es el hombre el que oprime a la mujer. En última instancia, quien la oprime es el capital a través del hombre.

Gilles Dauvé


Esta es la segunda vez que escribo sobre Esther Vilar. La primera vez me referí a ella como «La Karl Marx de los hombres» y demostraba en un ensayo literario publicado en La Cola de Rata que esta feminista moderada había defendido al hombre contra viento y marea de las feministas radicales que no soportaban los sustantivos masculino, patriarca, o heterosexual, y se irritaban al oír nombres como Sigmund Freud, Arthur Schopenhauer, Hugh Hefner u otros.

Como es obvio, Esther Vilar sacó publicidad y réditos con su temática, ya que luego de su obra capital El varón domado (1971), conformó una trilogía argumental junto a dos textos más: El varón polígamo (1972), y Modelo para un nuevo machismo (1977), y esto como una forma de sostener su tesis principal: «El hombre de la casa es la mujer», idea que causó revuelo y que descansa en otra frase más literal de Vilar: «El hombre fue entrenado y condicionado por la mujer, de manera no muy distinta a como Pavlov condicionó sus perros, para convertirlos en sus esclavos. Como compensación por su labor los hombres son premiados periódicamente con una vagina.»

Un argumento espinoso que no cala bien (ni ha calado) en los círculos feministas del siglo XX y XXI, pero que contiene una lógica consecuente, pues si pensamos en la mujer como un hombre con influencia que esclaviza y domina al otro (según Vilar), podríamos aludir a Jantipa, Agripina, Cleopatra, Nora Barneys, Manuelita Saenz, Madame de Stael, y otras más que han estado no detrás del poder, sino tras el poder, es decir, mujeres que han sido las autoras de gestas históricas, políticas y heroicas, atribuidas a hombres como Sócrates, Marco Antonio, James Joyce, Simón Bolívar, o Napoleón, solo por citar algunos casos específicos.

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Dos obras de Esther Vilar: El varón domado (1971, editorial Grijalbo) y El varón polígamo (1975, Plaza y Janés Editores).

Como sea, el libro capital de Esther Vilar, El varón domado, más que explosivo en plena era del despertar femenino, se ha constituido en un Long Seller, que sigue dando de qué hablar, aunque dudo mucho que hoy pueda conseguirse intacto, o que las nuevas generaciones deseen darle una mirada a su contenido. Lo cierto es que en su tiempo esta obra fue una bomba, y por ello surgieron contraargumentos a modo de agua para apagar tal conflagración, verbigracia, La mujer domada (1973) de Hannelore Schutz, un ensayo femenino de 189 hojas, que no es un análisis científico, ni una parodia, ni una confesión, sino la respuesta de la autora a las directas afirmaciones mediáticas de Esther Vilar.

Un libro con un interesante epílogo escrito por la periodista ex- nazi Ursula von Kardorff, que constituye la verdadera crema de este Strudel alemán, pues en él despotrica, como es obvio y natural, contra figuras de la talla de Goethe, Freud, San Pablo, Nietzsche, Lutero, Henry de Montherlant, y hasta de Schiller, intentando hacerle frente a la cacareada y mediática Esther Vilar, y siguiendo, además, los dictados críticos de su maestro, el futurólogo feminista, Robert Jungk.

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La mujer domada. (1972). Editorial Grijalbo. España.

Pero centrémonos, porque una pregunta nos atañe: ¿Qué mensaje contiene este libro cuya portada obedece a un aforismo del Zaratustra de Nietzsche? En general dice mucho, aunque en particular, solo es una radiografía de la desigualdad de género en Europa. Sin embargo, no olvidemos el contexto de su publicación, el año 1972, cuando precisamente en Alemania Occidental la periodista y activista política, Ulrike Meinhof, de la Fracción del Ejército Rojo, es arrestada en el apartamento de un maestro para hacerle un juicio a lo Sacco y Vanzetti, y en el tiempo que la editora Judith Weinraub escribió un reportaje especial para el New York Times, titulado She Says It’s the Men Who Are Enslaved, donde reseña la vida de Esther Vilar, su libro, y las amenazas que esta recibió de parte de las feministas que no querían verla ni en pintura.

El contenido de La mujer domada de Hannelore Schutz puede resumirse en una contraargumentación narrativa puntual: «Los hombres son los domadores más hábiles. Tienen miedo a las mujeres. Tanto miedo que ni siquiera se atreven a considerarlas interlocutores con los mismos derechos que ellos. Por eso hacen domar a las mujeres con todos los elementos que tienen a su disposición, que son muchos. Las amaestran hasta que las mujeres se aprenden sus papeles y no hacen ya nada más que lo que resulta beneficioso para los hombres.» Como pueden ver, esta tesis es más robusta y natural que la simple frase vilariana «El hombre de la casa es la mujer», aunque, en consecuencia, ambas son ideas complementarias del debate sexista en los años 70, que además de suscitar polémica, buscaba reivindicar los derechos femeninos y entender el fenómeno de la equidad y las garantías políticas de la mujer.

Hannelore Schutz, para afirmar su tesis, Crítica la mercadotecnia, la industria del látex, (consoladores, dildos, juguetes), las convenciones sociales, la arquitectura, (ese modelo de ciudades-dormitorio deconstruido por Michael Foucault), la empresa de entretenimiento, los medios de comunicación, y las cuatro K instituidas por la última emperatriz alemana Augusta Victoria: «Kirche» (iglesia), «Kinder» (niños), «Kuche» (cocina) y «Kleider» (vestido), mejor dicho la autora se presenta como la Alvin Toffler del feminismo, que busca expropiarle al hombre el medio de producción de placer llamado mujer.

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Las dos obras de las autoras en la versión original alemana: DEN DRESSEREDE MAND. (El varón domado) DEN DRESSEREDE KVINDE (La mujer domada).

Así las cosas, el debate que empezó a inicios de los años 70 con El varón domado de Esther Vilar sigue teniendo su eco, por cuanto las ideas de esta, que no se han agotado, como las de su detractora Hannelore Schutz, que siguen vigentes, son válidas y sujetas a reflexión, pues lo que se busca (y ha buscado) es un punto de inflexión, tal como lo expresa la escritora Julia Kristeva: «Como Simone de Beauvoir, pienso que la libertad se conjuga en singular, y tengo la sensación de que la mayoría de los movimientos feministas tienden a agrupar a todas las mujeres sin distinción, en vez de apostar por la singularidad de cada una de ellas».

Una singularidad femenina como ideal democrático (dicho por una filósofa), que nada tiene que ver con el Feminismo 4.0 La cuarta ola (2019) de Nuria Varela, el Manifiesto Contrasexual (2002) de Beatriz Preciado, o con los excesos de organizaciones pioneras como las Red Stockings, Witchs (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell), un sector del Me Too, o la escritora TERF, Valerie Solanas, que intentó asesinar al artista plástico Andy Warhol para avalar su proclama anti-hombres «Society for Cutting Up Men» (SCUM).

Con este panorama, dos años después de publicar La mujer domada de Hannelore Schutz, aparecería en 1974 otro importante libro titulado El feminismo ilustrado o el complejo de Diana, escrito bajo el seudónimo de Constance Chatterly, que equilibraría la confrontación entre feministas femeninas y masculinas, sin que por ello se diera por sentado que los derechos de la mujer, la equidad de género, o las políticas de identidad sexual, fuese un tema saldado, antes bien, la brecha (según Chatterly) queda abierta en «La despolitización de lo general (aquello en lo que la sociedad está basada) combinado con la ultrapolitización de lo particular (los componentes separados del todo)». De ahí que se entienda el capitalismo como una adición de dominación, y el Estado como un árbitro moral ineficaz. Esther Vilar y Hannelore Schutz, dos teóricas y militantes de un juego dialéctico femenino que aún buscan su conclusión en pleno siglo XXI.


Esther Vilar vs Alice Schwarzer 1975

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