Juan Manuel Saharrea (1987) nació en Villa Mercedes, San Luis. Es Doctor en Filosofía (UNC) e investigador del CONICET, además de narrador y ensayista. Participó de la antología Los nuevos de Babel publicada por Babel ediciones en 2012. Un año después, ganó el 1° Premio Osvaldo Soriano. También obtuvo una mención en el Premio Heterónimos Una Brecha con el ensayo Comprender, sobre filosofía de la educación, publicado por la editorial de la UNC (2018). Es becario del Fondo Nacional de las Artes (2021). En esta ocasión, lo entrevistamos con el motivo de la publicación de su primer libro de cuentos Podrías haber llegado, por Alción Editora.
Leticia D’Albenzio: En dos de tus cuentos aparece un personaje (secundario) vinculado con la filosofía, ¿qué lugar ocupa entonces la filosofía en tu escritura?
Juan Manuel Saharrea: Hay una anécdota muy conocida en la academia que cuenta que Platón era poeta y que, el día que conoció a Sócrates, destruyó su obra para dedicarse por entero a la filosofía. A mí siempre me gustó y, al mismo tiempo, me chocó ese gesto radical. Creo que una forma predilecta de hacer literatura es meterse de lleno en los sistemas de pensamiento. Claro que es una elección personal y no programática. Sin embargo, en mi labor académica no soy partidario de asociar la filosofía con la literatura. Cuando escribo ficción, en cambio, me gusta pensar que los personajes representan posturas filosóficas, a veces de manera unilateral o a veces de manera híbrida. Y creo que en la vida cotidiana todos representamos ideas muy complejas mediante frases ordinarias (Heker, en «Berkeley» o «María del Universo» lo muestra de forma extraordinaria). También, hacer filosofía me ha ejercitado bastante el oído. A veces incluso tiendo a pensar que todo está en las voces, en las inflexiones de lo que se dice. Hebe Uhart, que conjugó filosofía y literatura con maestría, les daba especial importancia a las voces y a cómo habla todo tipo de gentes… Pero yendo de lleno a tu pregunta para mí la filosofía no es todo en mi escritura, pero es bastante.
L.D.: ¿Por qué elegís situar tus relatos en Villa Mercedes?
J.M.S.: Me gustó el desafío de escribir sobre una ciudad que no está escrita prácticamente. Es una suerte de gesto bautismal. Eso, por un lado. Pero, por otro, una de las fuentes de mi proceso tiene que ver con la literatura oral, las historias que se narran en las plazas, en los bares, en las esquinas, en los festivales, en las sobremesas y que siempre me parecieron interesantes. Después, Mercedes tiene una característica particular y es que se encuentra en la zona del Espinal justo en la convergencia entre la pampa húmeda y la pampa seca y ese origen mestizo siempre me ha llamado la atención. En términos biográficos, me crié entre folcloristas; en Mercedes todos tocan la guitarra, y los «guitarreros» en general hacen canciones sobre la vida aquí en la ciudad. Por último, me gusta el contraste entre el mundo intelectual o académico y los personajes sencillos (no simples) que surgen cuando pienso en Mercedes.
L.D.: El primer cuento del libro, «Así son nuestros músicos», habla, entre otras cosas, del proceso creativo y, quizás, del proceso de formación de un artista, ¿cómo es tu proceso de escritura?
J.M.S.: Me alegro de que hayas leído eso en «Así son nuestros músicos». Es un cuento que marca la incomodidad que padece quien hace música y la hace bien. Y también es sobre cómo se recibe lo que uno hace. A veces te imaginás que lo que hacés va a un cierto lector y no, va hacia otro totalmente diferente e impacta en sensibilidades inesperadas.
¿Cómo empiezo un texto? Primero procuro leer mucha ficción. Fresán decía que escribir es una consecuencia lógica de deglutir libros en cantidad, casi como un vómito literario. A la par, cuando me largo imagino el juego del dominó. Una frase tiene que engancharse con la otra, pero, al mismo tiempo, ser diferente. Así hasta llegar a algo que me guste. Si eso pasa, procuro llegar a un borrador en dos o tres sentadas. Si no, a romper todo y a volver a dar. O dar un paso atrás y leer más.
En cuanto al proceso de escritura de este libro, escribí durante varios años los primeros borradores, mientras escribía mi doctorado. Descarté muchas historias y me quedé con las que mejor recibían mis amigos y amigas, y mi pareja a quien siempre le leo en voz alta. A la par tengo una especie de «toc» o ritual. Cada vez que releo, leo un cuento ajeno que me gusta mucho. Es una suerte de elongación antes de meterme a correr de lleno por la edición de mi texto. Creo que también así, evito cansarme de mí y a la vez verme con un aire nuevo, sin que necesariamente pasen meses entre corrección y corrección. También el riesgo es que la música anterior se pegue a tu oído y creas ilusoriamente que hay una continuidad, no sé, entre Rulfo y vos. Pero rara vez me pasa.
L.D.: En los cuentos aparecen diferentes voces, personajes con registros diversos, diálogos muy bien logrados. ¿Cuán importante es la escucha a la hora de escribir?
J.M.S.: Para mí es fundamental la escucha. Ayer releía Cae la noche tropical de Puig. Ahí ves cómo un tipo con un oído absoluto revolucionó la narrativa a través de los diálogos. Obvio que la suya fue una revolución no solo formal sino, como sucede con los genios, muy por fuera de categorizaciones. Sin embargo, la lección de Puig no es copiá y pegá lo que escuchás sino que en ciertas frases o inflexiones hay mucho guardado, hay síntesis, hay efecto (expresiones como «dicharachera», «ni me digas”» o «para qué te voy a mentir» son ejemplos preciosos de esto). Y eso atrapa mucho. Después, la abundancia de voces no es premeditada. Creo que hay ciertas historias que demandan una voz o convergencia de voces en particular. En «Así son nuestros músicos», Mariángeles va a un programa de cable del interior. La conductora, esa voz que aparece ahí, emerge de esa situación. A su vez volvemos a lo mismo de antes: trato de crear cada voz a partir de un registro muy conocido, no familiar, pero sí cercano.
L.D.: ¿Qué leés? ¿De qué manera influyen tus lecturas en lo que escribís?
J.M.S.: Todo tipo de géneros. En orden estadístico: cuentos, novelas, no ficción y poesía. Leo crítica también, en formatos de reseña y muy poco en ensayos. Después corrientes, por así decirlo, me gusta mucho la literatura norteamericana, naturalmente. Carver, O´connor, Berlin, Munro (aunque ella es canadiense) más recientemente Lorrie Moore, el genial Franzen; me fascina la no ficción de Foster Wallace, Don De Lillo (que no sé por qué, pero siempre lo ponen un escalón más bajo). Argentinos, últimamente todas mujeres, exceptuando a Kohan, a Lamberti y a Falco. Pero Heker, Schweblin, Leila Gerriero (las tres, auténticos magisterios para mí), Eugenia Almeida, Andruetto, Camila Fabbri, Sara Gallardo, etc. Hay buena literatura latinoamericana. Nettel me parece soberbia. Es un gran momento para leer en español. Pero también debo reconocer que leo muchos escritores folclóricos o provincianos en lengua española. Allí pondría a Rulfo, Julio Ramón Ribeyro, a los cuentos de G. Márquez, a Eisejuaz, a Mansilla.
L.D.: ¿Por qué escribís?
J.M.S.: Porque es una de las pocas cosas en donde todavía el rigor importa. Y yo soy medio fanático de la rigurosidad. Escribir no se me da fácil. Constitutivamente es difícil y hay una ética del escritor que me gusta. Para mí, el escritor es un buen modelo de trabajador. Por supuesto, es algo del orden subjetivo, no digo que yo, inexorablemente, sea un escritor riguroso.
Hay otra cosa respecto del valor de la palabra. En literatura no da lo mismo decir cualquier cosa. En la política, en la esfera pública, en la publicidad, e incluso a veces en relaciones de trabajo y algunas amistades, da lo mismo decir cualquier cosa. Incluso no hay oxímoron posible. Cualquier cosa puede ser distorsionada. En literatura hay lecturas, pero no da lo mismo usar cualquier palabra o término. Esto mismo puede ampliarse al resto de las artes y a la investigación científica. Pero vivimos épocas de negacionismo y antiintelectualismo. En ese contexto, en los talleres literarios y cuando investigo siento un enorme alivio porque todavía importan las normas lingüísticas y a fin de cuentas un mal texto es un mal texto y no hay posmodernidad que lo salve.
L.D.: ¿Tenés un «norte» cuando escribís? Es decir, un objetivo que oriente tus textos o el ejercicio de la escritura.
J.M.S.: El rigor puede ser. Cierto efecto. Sé que mis textos difícilmente producen alegría. Pero busco hacerlo cada vez mejor. También tengo la impresión de que un buen cuento o libro puede dársele a cualquiera que más o menos se ponga en la tarea pero que, para un escritor o escritora, esa meta es suicida. Tal vez leer mejor es una buena meta. En línea con eso, me gustaría tener un punto de vista en literatura. Eso es algo que lleva años, tal vez décadas tener. Quizá sea muy académico. Pero pienso, no sé, en Piglia. Esa mirada penetrante sobre las tradiciones y los textos. Yo no uso la metaficción como recurso, pero hay algo de la ficción que es hablar sobre la propia ficción que resulta ineludible, ya sea para formarte como escritor o para leer.
L.D.: ¿Cuán importante es la corrección del texto?
J.M.S.: En términos de porcentaje es, pongamos, el 80 por ciento. Un veinte de intuición y un ochenta de corrección. La corrección no es que empareja los contornos como si fuera una amoladora, más bien descubre la forma debajo de un montón de excrecencias que naturalmente trae aparejada la espontaneidad. De todas formas, me gusta la sencillez. No me perturba que en un texto mío no aparezca la palabra «desasosiego» o «encomiable». Esas son hermosas palabras, pero necesitan, como toda palabra, de una articulación que la contenga. Ahora bien, el trabajo es arduo y a menudo poco retributivo.
L.D.: ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
J.M.S.: En una novela o nouvelle. La estoy trabajando en modalidad de mentoreo y de forma remota. Es colonial y está ambientada en el siglo XVIII, en la zona de Mercedes; una ciudad totalmente irrelevante por entonces. Me está costando terminarla, pero me divierto bastante corrigiéndola. Además, como obtuve una beca por el proyecto siento que, más allá de mi frustración, tengo que llevarla a término.
A la par están surgiendo cuentos nuevos que me gustan mucho. Eso se lo debo al taller de Lamberti. Después de Podrías Haber Llegado me convencí de que los próximos cuentos a publicar serían cerca de los setenta años tal y como hizo Eduardo Belgrano Rawson con el formidable El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos. Pero el efecto de esos cuentos en el proceso de taller me entusiasma con un volumen más cercano, digamos en un par de años. Y bueh, académicamente tengo que escribir mucho al año. Por lo menos tres mil palabras a la semana. Pero eso no lo cuento como literatura porque al fin de cuentas, como Platón, tiendo a veces a separar los tantos.
Podrías haber llegado, de Juan Manuel Saharrea se puede conseguir en Librería Arcadía (en CABA) o en El Espejo y Ruben Libros (Córdoba y venta on line), también en melisajaimep@gmail.com