“Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”.
Concepción Arenal
Quien ha visitado una cárcel alguna vez, comprobará, cómo las horas se detienen allí, y un extraño efecto psicológico se apodera de los visitantes: creen estar confinados con los demás. En cuestión de tiempo se siente las paredes aprisionar el cuerpo, y una idea tenebrosa resurge en la mente: ¿Y si me confunden por uno de ellos y me dejan confinado acá sin razón y sin causa?
Entrar a una cárcel no es nada fácil, y una vez adentro, nadie saldrá igual de como ingresó. Personalmente he visitado algunos penales en Sudamérica: La cuarenta en Colombia el García Moreno, de Ecuador; Huamancaca, en Perú; y Colina II en Chile, entre otras. He ingresado libre, aclaro, gracias al trabajo social, así que el mero hecho de estar al interior de estas penitenciarías, nunca me eximió de sentirme como un confinado más, como un preso entre los presos, ya que, sin identificarnos con el otro en su situación, no habría una verdadera humanidad o un sentido real que conduzca a reflexionar alguna.
Así las cosas, cuando se trata de una realidad tan dolorosa como la cárcel, teorizar es un acto de segundo grado, porque lo que se siente al estar confinado en un lugar, y el tener vetado los privilegios de la libertad, es algo que escapa a todo concepto o teoría. Sin embargo, no puede ocultarse el hecho de que el hacinamiento carcelario en Latinoamérica, sea una cruda verdad. Que personas apiladas semejantes a cosas en lugares infrahumanos, que sufren maltrato, y en el peor de los casos hambre extrema, estén como una bomba de tiempo a punto de estallar por sistemas penales y judiciales que no son efectivos ni eficaces, ni mucho menos justos.
El asunto es grave.
El huevo de Colón
Así entonces, de cómo se creó la prisión y con qué propósito es algo que, repito, es de segundo grado pues el nacimiento del presidio se debe a los correctivos aplicados por el poder para reprimir los comportamientos desordenados. Sanciones punitivas que iban desde el descuartizamiento, crucifixión, lapidación, mutilación, exposición pública, hasta los trabajos forzados, expatriación, maceramiento entre otros [1]. El aislamiento forzado siempre fue una terapia para controlar el mal, y por eso el confinamiento, que terminó aceptándose por parte de la comunidad, fue una institución que nació para cuidar el orden y la cordura civil.
La prisión, también en su idea original, era un lugar donde se podía contener y corregir a las personas, y este debía seguir el modelo de sanatorio y hospital, ya que estos espacios de reforma humana eran ambientes para enfermar y morir. El resultado de tal confinamiento (y apiñamiento) fueron cuerpos deteriorados, vidas perdidas, cuyos métodos de represión impedían la entera visibilidad de las cosas, y luego de un tiempo, la perdida de todo contacto con los otros. Un aislamiento total.
El horror del presidio no fue constituido por el nacimiento del Estado, ni siquiera por voluntad de las élites gobernantes, sino por intelectuales preocupados por una sociedad sin crimen y delito, mayormente círculos escépticos (ligados a la política)que al reflexionar sobre la educación universal, descartaban que esta tuviese el poder de corregir al ser humano. Así fue que en el siglo XVIII, el utilitarista, e inventor de una tecnología de vigilancia carcelaria, Jeremy Bentham, publica un libro titulado El Panóptico (1791), donde detalla la arquitectura, y la filosofía sobre cómo cuidar e inspeccionar el comportamiento de los confinados.
Este invento, que él mismo denominó «El huevo de Colón», consistía en un edificio circular, con una torre en el centro que, atravesada por amplias ventanas, se abrían sobre la cara interior de la estructura. El edificio periférico estaba dividido en celdas, cada uno de las cuales ocupaba todo el espesor de la construcción. Estos cubículos tenían dos ventanas: una abierta hacia el interior que se correspondía con las ventanas de las torres, y otra hacia el exterior que dejaba pasar la luz de un lado a otro de la celda. Luego de encerrar en cada ínfimo espacio un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un alumno, bastaba con situar un vigilante en la torre central para que lo observara todo [2].
La idea de Bentham era la noción del ojo que todo lo ve, del ojo omnipresente que no solo vigilaba, sino que también reprimía toda intención de pensar o actuar diferente dentro de la cárcel. Esto pudo haber sido una obra maestra, de no ser porque el mismo Bentham jamás visitó un presidio para comprobar si esta teoría era eficaz o no. De ahí su mayor desvarío. Su culpabilidad teórica. Su pecado intelectual. Aunque para hacer justicia a su trabajo, sus ideas fueron casi una revolución tecnológica de vigilancia que hoy, en pleno siglo XXI, se usa con efectividad: Ojos de águila en las calles, cámaras en las cárceles, micrófonos, sensores, registros filmográficos, celulares inteligentes, etc.
El huevo comunista
Y es extraño, o mejor, sumamente curioso, que lo más parecido a un gobierno comunista, sea precisamente una cárcel, pues allí, como dijo Jeremy Bentham, cada camarada se convierte en un vigilante [3], o en pequeños vigilantes que someten a los otros bajo una mirada inquisidora a persuadirse de que hagan lo que hagan, o piensen, deben perder todo intento de hacer el mal, porque hay alguien que los mira, que los cosifica, que los puede delatar.
También las autoridades de un penal (guardianes, carceleros, capataces, alcaldes, caciques) cumplen la función de guiar, supervisar y en cierta forma, moldear la conducta de los internos, con la diferencia de que estos realizan sus funciones con una asimetría de conocimiento: saben todo sobre los internos, mientras que los internos no saben nada de ellos [4]. Todos los espacios en el interior de la cárcel están sometidos a este constante escrutinio: los baños, el patio de recreo, las celdas, los pasillos, la tienda, y hasta la capilla religiosa.
Y toda esta vigilancia rigurosa posee una doble intención psicológica, a saber, primero adoctrinar a los presos o convencerlos de que una mirada siempre está puesta sobre ellos, casi como si un ojo invisible conviviera con ellos inhabilitándoles para escapar; y segundo ejercer una disciplina sobre los infractores de la ley para producir cuerpos dóciles (docilis, educables) para una reinserción a la sociedad que pronto, o quizá lejanamente, los recibirá de vuelta. Un proceso parecido a una domesticación social que no tiene mucha diferencia de las técnicas de Pavlov y Skinner . De ahí que todo comportamiento en el interior de la cárcel sea inspeccionado, aprobado o desaprobado según las miradas de aquellos camaradas vigilantes, que irónicamente, ellos mismos también son presos de la institución.
De igual forma la cárcel es el lugar donde se moldea una materia amorfa, desadaptada, poco maleable. Los actos de violencia de parte de los guardianes o autoridades, denunciados por organizaciones como Amnistía Internacional o movimientos de Derechos Humanos, no son más que métodos utilizados para aflojar esa masa, es decir, intentar transformar el preso en algo que él mismo no quiere y se resiste a ser. Como refiere Vivien David [5], el uso de la fuerza es un hecho inherente a los comportamientos humanos, y no se puede suprimir -lo cual sería ilusorio- su utilización. Un razonamiento, que tomado en consenso, tiene a convertir este ejercicio, insoportable, animal y grotesco, en un hecho racional y socialmente aceptado.
Y junto con la mirada rigurosa y la violencia, el hacinamiento es otra técnica para controlar a la población carcelaria. Las autoridades administrativas del penal minimizan este problema, o desatienden las constantes quejas, porque el hecho conlleva una intencionalidad: que, agrupados, se vigilen y se adapten a esa nueva sociedad de hombres recluidos. Lo que se busca, es que solo la mirada sea garantía de vigilancia, y que cada preso la sienta sobre sí para que la interiorice, al nivel, de llegar a vigilarse a sí mismo. La idea de cárcel consiste en esto, sin ignorar, por supuesto, las barras de acero que también reprimen y que hacen parte del diseño arquitectónico del presidio.
El huevo de Colón decodificado
Se podría afirmar entonces que del modelo de gobierno comunista nace esta pequeña maquetación de control social, aunque también pudiera ser a la inversa. La democracia en Occidente (y en la actualidad) participa de los mismos elementos de coerción, solo que de manera más subrepticia: inventó, e incentivó la libertad como relación social, no como, libre elección [6]. Esta es la trampa que nos tiene la razón-social. De igual manera, lo incongruente de la cárcel, «institución controladora» o «máquina punitiva» del Estado, es que la construcción de ellas proviene del dinero de los contribuyentes. Caso contrario, que sería un mal mayor, aunque en Europa ya existe la iniciativa, sería, que tales factorías de represión fueran administradas por grupos privados, cuyos métodos de represión pueden tener, y tiene, una tecnología más avanzada. (Chips, control GPS, granadas de goma, torturas con música y más).
Los que apelan a los Derechos Humanos casi que obligan al gobierno a que vele y se responsabilice por los presos que también son ciudadanos. Presos, que carentes de voluntad para adaptarse a las normas sociales, han sido llevados a esos lugares oscuros y herméticos para ser sometidos a una especie de terapia penológica de reajuste moral, intelectual, y jurídico. El problema es mucho mayor, ya que las cárceles han demostrado su poca efectividad respecto a los fines para los cuales fueron creadas, pues encerrando al sujeto, no se elimina de raíz el mal reiterativo.
Los amotinamientos, sobrepoblación e irrespeto a los Derechos de los confinados dicen mucho de lo poco que sirven estos centros de reclusión, aunque no cuestiono que deba haber límites frente al daño. ¿La solución? Si existe alguna, tampoco será la destrucción de algo que ya es parte del dogma judicial de toda democracia o gobierno mundial, sino más bien, una revisión de la naturaleza o función de estos espacios humanos, donde toda libertad y dignidad humana se ve amenazada.
Ayudaría el que se erradique la idea (mayormente adoptada por la custodia penitenciaria, que solo cumple un servicio obligatorio por el Estado) de que las personas allí privadas de su libertad deben hacer lo que se les ordena, más que se apropien de su regeneración por medio de trabajos asignados, cuyo mérito de enfoque les dará un propósito social (pienso en una universidad carcelaria). Caso de no contar con los estándares, un programa serio de reinserción social, laboral y civil, después de que el condenado haya recobrado su libertad, es algo humanamente viable y sustentable, como lo hacen otros países desarrollados con mucha eficacia.
Una revisión al Derecho Penal de las democracias en Latinoamérica sería clave para recobrar la fuerza y la fe en la justicia, además para que la sociedad reduzca el miedo que produce los continuos errores judiciales, que, en abundantes casos, castiga al inocente y deja libre al culpable. Juicios parciales o totales basados no en la arbitrariedad sino en el buen manejo de las fuentes, la apelación y el derecho de demostrar la presunta inocencia sin temor de ver aparecer un testigo falso que pretende hundir a otro ser humano en una mazmorra por cientos de años, o que el Estado solo construya su respeto con base a castigar sin justicia.
Bibliografía
[1]Rodriguez-Magariños, Faustino Gudín. Introducción Historia de las Prisiones. Capítulo 1.
[2] Foucault, Michael. El Ojo del Poder. Edition Pierre Belfond. Madrid 1979.Pág. 10. Entrevista de Jean-Pierre a Michael Foucault, donde este describe así el Panóptico de Jeremy Bentham.
[3] Bentham, Jeremías. El Panóptico. Ediciones: La Piqueta. España. 1979. Pág 15.
[4]Bauman, Zygmunt. Libertad. -1 ed. –Buenos Aires: Losada. 2010. 248 p.
[5]David, Vivien, “Au delà des bornes, il y a limité”. Esquissed´unearticulation de la force et dedroit, RevuePénitentiaire. Núm. 2, junio, 2004, p. 361.
[6]Bauman, Zygmunt. La Libertad. Edición Losada. Colección: Aniversario. Argentina. 2010. Pág.: 28