Una posibilidad ideal a partir de la distopía: una reseña sobre «The Matrix: Resurrections»

Por Lautaro Vincon

Nada es más verdadero que lo imaginario.

YASUNARI KAWABATA y YUKIO MISHIMA, Correspondencia (1945-1970)

En una época plagada de reboots y remakes, Lana Wachowski decidió romper con lo establecido y regresar a un mundo en el que se creía que todo estaba dicho y hecho. Pero como los mejores programas digitales, e incluso, obviamente, como las especies más aptas, la saga de The Matrix continúa evolucionando dentro de sus propias reglas. Los parámetros construidos para narrar esta nueva entrega son amplios y en constante expansión, aunque ya no se miden en términos de saber a qué otros elementos de la cultura popular o de la filosofía nos recuerdan. No importa, como sí sucedió allá por 1999 con el estreno de la primera película, que Neo, Trinity y Morfeo nos estuvieran hablando de la alegoría platónica de la caverna, de la Odisea de Homero o de Alicia en el país de las maravillas, mucho menos que el apartado visual, las coreografías o la narrativa estuvieran explícitamente influenciadas por Ghost in the Shell, las cintas clásicas de Kung-fu, Phillip K. Dick o William Gibson. Hoy, la Posmodernidad es algo presente, naturalizado, igual que la virtualidad que presentan los videojuegos; no buscamos escapar a la realidad porque esta posee una cuota de escape al haberse amalgamado con los queridos y, a la vez, odiados aparatos que tienen poco de telefonía móvil y mucho de computadoras portátiles, y que, a fines del siglo XX, eran parte de un futuro incierto.

Lo que logra The Matrix: Resurrections es ni más ni menos que lo transmitido por su subtítulo: resucitar. Invoca su propio universo, uno tan decadente y lleno de pactos malogrados como el nuestro, donde abundan las promesas vacuas y los engaños, para volverse una historia autorreferencial, un homenaje a sí misma que mantiene su identidad sabiendo que todo lo nuevo debe presentar, justamente, algo novedoso. Y ahí es donde surge la tan afamada, y a veces desgastante, pregunta: ¿qué es nuevo, qué puede otorgar frescura, cómo lograr un lavado de cara sin desgastarse en el proceso? ¿Revelaciones, hilos de los que todavía no se tiraron, detalles que volvían inconclusos ciertos pasajes de la trama? ¿O podría ser simplemente un paso hacia adelante, explicado con la lógica que requiere ese mundo ficticio?

En la primera trilogía, las máquinas extraían energía de la virtualidad ofrecida en las granjas de humanos, una virtualidad que simulaba las alegrías pero sobre todo las tristezas de un mundo en el que, sin importar que uno trabajara y buscara el progreso, quedaba estancado en su inalterable posición dentro de la escala social porque el esfuerzo sin frutos era la primera base de una cultura estigmatizada por el sufrimiento. Esa Matrix fue reiniciada gracias al sacrificio de Neo tras los acontecimientos de la última entrega. En la nueva, las máquinas comprendieron que la ficción en sus diferentes variantes –películas, series, videojuegos, ¡smartphones!– puede ser una mejor herramienta para el control ya que es la principal vía para el sedante confort que ciega ante los aspectos de la decadencia circundante, nutriendo así emociones más fuertes que las producidas por el sufrimiento. Entendieron que a la humanidad nunca le importó la realidad y sus altibajos; los humanos siempre quisieron pasar el rato olvidando sus penas y simulando ser quienes no son, añorando en silencio lo que no tienen, usando la fantasía como dispositivo cognitivo para crear zonas de indistinción entre ficción y realidad. ¿Qué sucede, entonces? ¿Quién puede rescatar a las personas del bucle de esclavitud en el que están inmersos? Y, lo más importante: ¿quieren ser salvados?

Wachowski tiene en claro que, como en un uróboros eterno, siempre se cuentan las mismas historias, e incluso lo explicita en uno de los diálogos de la película. Guerras, héroes, naciones oprimidas, la búsqueda de la libertad inalcanzable. Atraviesa, así, el pasado de la saga sin perder la conciencia política presente, y desestabiliza los patrones y las categorías actuales para centrarse en el único factor que puede modificar esa aparente condena insoslayable: el amor… individual, de pareja, social; el que nos dota de alteridad y que nos regala la capacidad de la integración. De ese modo, hace nacer una posibilidad ideal a partir de la distopía.

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Lautaro Vincon (Buenos Aires, 1991) es autor de la novela PopApocalipsis (Ómicron Books, 2021). Integra las antologías Cuentos META (Magma Editorial, 2019) y De otro planeta (La Comuna Ediciones, 2021). Ha publicado cuentos en medios digitales de España y Latinoamérica. En sus historias conviven la ciencia ficción, la fantasía, el thriller, el terror y la weird fiction. Además de su afición por la música y la fotografía, le gustan el café, los videojuegos y los gatos. En Instagram es @lautarovincon.

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