Escrito en colaboración con Isabel Mesa Gisbert
A partir de los años 80, el escenario en el que se origina y desarrolla la literatura infantil boliviana desde los años 20 con los pioneros, se traslada de la zona andina al valle.
Cochabamba se convierte en la ciudad de mayor producción literaria infantil, espacio de privilegio que tendrá vigencia con exclusividad hasta fines de los 90; sin olvidar algunas voces que surgen en el oriente y Tarija. Este es un período en el que el teatro y la poesía, géneros fuertes hasta los años 70, pasan a un segundo plano asumiendo el cuento el sitial de mayor producción.
El cambio vertiginoso que ocurre en Latinoamérica a partir de los años 80, se verá en Bolivia recién a principios del siglo XXI. La literatura infantil nacional se sume entre las fronteras que limitan el país y ni percibe ni conoce lo que se escribe en el extranjero; entonces, se produce un quiebre entre la literatura infantil boliviana y latinoamericana que tomará años subsanar. Los autores que pertenecen a esta época se enmarcan dentro de una escritura tradicional y conservadora en un contexto exclusivamente local, con poquísimas excepciones.
En 1998 Bolivia da el salto al posmodernismo en un género casi inexistente en el país, la novela, que a partir del año 2000 se convierte en dominante de la literatura infantil y juvenil. La literatura posmoderna tiene ciertas características que la convierten en una literatura de contradicción. Es aquella que carece de un narrador omnisciente en su historia, pero son los personajes los que toman la palabra; es la que mezcla elementos de distintas épocas; es en la que los personajes, que debieran estar dentro del argumento, están fuera del libro (del soporte). El posmodernismo rechaza lo real, juega con el lenguaje e incluye intertextos entre otras cosas; pero, sobre todo, tiene un gran deseo de provocar en el lector el asombro y hacerlo partícipe de la construcción de la obra. Damos a conocer tres novelas emblemáticas de este género.

La bruja de los cuentos (Rosalba Guzmán, 1998). Una bruja de cuentos de hadas cae en territorio boliviano, se encuentra con personajes mitológicos de distintas culturas indígenas y ayuda a cinco huérfanos a reencaminar su vida. Es la novela que marca el comienzo de la postmodernidad en la LIJ boliviana porque si bien mantiene las tradiciones y paisajes del país, se aleja de las temáticas que hacen énfasis en la realidad social para volcarse sobre dos elementos indispensables como es el humor y la fantasía. Utiliza la variación estilística con juegos tipográficos para ofrecer a sus lectores ciertas sensaciones de acuerdo al tipo de letra usado. Al mismo tiempo, el narrador mantiene un diálogo con el lector, pues hace varias paradas para explicarle cosas que supone que no sabe, en una suerte de complicidad.

El vuelo del murciélago Barba de Pétalo (Carlos Vera Vargas, 2009) nos habla de un problema actual, latente en todos los países latino: la migración. Un problema que los jóvenes deben conocer para entender la situación de los compañeros que se quedan y de los padres que sacrifican todo por conseguir una mejor calidad de vida que probablemente ellos nunca podrán disfrutar. Una vida en la que no se los ve como una bella golondrina que migra del sur al norte; al contrario, se trata de una vida en la que se los observa minuciosamente como a un horroroso y negro murciélago. Trabajando una literatura moderna y logrando un gran desafío para el lector, la novela teje una trama coherente en una suerte de desorden de capítulos que parecen cuentos independientes que siguen dos relatos paralelos: la historia de Mauri y su familia, interrumpida semanalmente por las llamadas telefónicas del padre, y la de Ernestina y el tío experto en murciélagos, interrumpida también por las entrevistas del periodista que da cobertura al estudio de los quirópteros.

El día más triste de la soberana más bella (César Herrera, 2013). Magistralmente escrita en segunda persona, una voz narradora complicada de manejar, con un lenguaje bello y lleno de poesía, le habla a aquella mujer que está en un lugar que desconoce; un lugar donde los sueños la envuelven y no la dejan en paz. Un espacio en el que su cabeza confunde cosas, entrelaza sueños y recuerdos que a veces encajan y otras no. Y en ese afán por escudriñar esos sueños, como si se tratara de una caja china, es que surge una segunda historia ambientada en Samaipata, el pueblo natal del autor. Se distinguen las historias por el cambio de tipografía entre una y otra. Se abre la caja y empieza la historia de una niña que ha quedado huérfana y que vive con un tío que ha dilapidado todo el dinero que dejaron los padres. Ya tiene 15 años y el tío, que es un fracasado, siente el remordimiento de haber gastado todo, mientras ella vende gelatinas para ganarse la vida. El autor hace pausas cuando cuenta esta segunda historia porque el narrador necesita hablar con la mujer que sueña, necesita hacerle entender al lector lo que ella siente al revivir los recuerdos.